CINCO
Cuando la calma volvió a reinar a bordo del barco tras cerca de una hora navegando sin sufrir contratiempos, Niilo se disculpó con Mila y se retiró al compartimento que le habían acondicionado a modo de camarote.
Su hija había estado tratando de sonsacarle información sobre los sucesos de Kola, intentando que arrojase algo de luz a la escena demencial que acababan de vivir en el puerto. Era una chica inteligente, no se le había pasado por alto la reacción inmediata de su padre en cuanto les informaron de la muerte del joven tripulante del carguero. Al ordenar que lanzasen su cadáver por la borda, puso de manifiesto que sabía lo que pasaría a continuación si no lo hacían, que lo sucedido con Sacha Kerzhakov no era algo puntual, no se debía a su propia naturaleza ni suponía un fenómeno aislado. Ningún ser humano podía resistir de esa forma una lluvia de balas a quemarropa y continuar en pie, atacando a sus agresores, y tampoco encontraban justificación para su brote de canibalismo, si bien sabían que, en caso de que fuera necesario, cualquiera de los Sacha se habría defendido a mordiscos.
No, no cabía duda de que el hombre había vuelto a la vida frente a innumerables testigos, y que con toda probabilidad el tripulante que arrojaron al mar correría la misma suerte. Y tarde o temprano llegaría flotando hasta la orilla.
Mila rozó la agresividad cuando volvió a interrogar a Niilo con respecto a su juventud en la península de Kola. Temía por la integridad de ambos y de toda la organización, así que no se iba a conformar con aceptar el habitual hermetismo de su progenitor. El orden natural estaba mutando, llegaba el momento de adaptarse a la nueva realidad que se imponía. Niilo lo sabía con la misma certidumbre con que la insubordinación de su hija le hizo ser consciente de que, en su empeño por adiestrarla para ser su sucesora, la había avocado a desarrollar una personalidad sombría. Ahora que la chica veía peligrar su encumbramiento al frente de la organización, plantaría cara al mismísimo Niilo, como acababa de hacerlo.
La mente del ruso planeó unos minutos más por el presente, pero pronto comenzaron a asaltar su memoria las imágenes de un pasado que siempre había llevado impreso en la pared frontal de su percepción, filtrando cada vivencia.
Volvió a aquella mañana glacial de finales de los ochenta. Se vio despertar en la habitación de una sucia pensión, lo máximo que podía costearse con su salario, al enviar la mayor parte del dinero a sus padres.
Como cada amanecer, Niilo se aseaba con agua calentada en una olla puesta sobre un vetusto infiernillo de camping para desprender de su rostro la escarcha acumulada en la estancia helada, durante las gélidas horas de la noche. Después, salía a la inclemente mañana de la península para reunirse con sus compañeros, desfilar hacia el pozo y encarar una nueva jornada.
Sin embargo, algo le decía que aquel no iba a ser un día más.
Durante las últimas semanas había notado cómo la atracción del pozo aumentaba de intensidad a un ritmo vertiginoso. Antes de dejarse caer en la cama, víctima del agotamiento, se pasaba las horas previas al sueño frente a la ventana de la pensión, observando el pozo sin ser consciente de cuánto tiempo transcurría.
La cosa cambiaba al llegar hasta el borde de la perforación, cuando empujaba su carretilla dispuesto a cargar residuos o herramientas, o a participar en el desmontaje de la maquinaria. Allí no lo percibía, el influjo lo abandonaba, dejando en su lugar una sensación túrbida, como si hubieran levantado un telón que no era opaco del todo, pero que le impedía captar todos los matices de aquello que le rodeaba.
Recordó cómo al cabo de un par de horas de trabajo su capataz les pidió que se retiraran, que los científicos iban a realizar algunas pesquisas. Habían encontrado algo y tenían que analizarlo con urgencia.
Miroslav, un joven polaco, compañero de trabajo de Niilo desde que este había llegado a la península, y que no se le despegaba desde entonces, le comentó que habían estado enviando al fondo unos magnetófonos para tratar de registrar unos extraños sonidos que no terminaban de identificar.
—¿Y cómo sabes eso? —le preguntó Niilo, que era muy escéptico a la hora de creer que algún científico le hubiera revelado algo así a un mozo de carga.
—Ya sabes, lo comentan… —respondió, intentando resultar misterioso de manera infructuosa.
Miroslav siempre iba presumiendo de alternar con los ingenieros e investigadores por los bares de la aldea, pero nadie le creía ni lo había visto jamás, así que todos asumían que eran falacias que se inventaba para destacar. Resultaba muy difícil aceptar que después de pasarse catorce horas cargando escombros y herramientas bajo el despiadado frío de la zona, tuviera energía para irse de copas con sus superiores. Todavía más increíble se antojaba que estos lo acogieran en su círculo, e incluso que el polaco pudiera pagarse alguna bebida que no fuera el vodka casero que les vendían en las pensiones o algún licor barato comprado en las tiendas del pueblo.
En cualquier caso, a aquellas alturas de la perforación todos suponían que debía ser normal que se parasen las obras cada poco tiempo para analizar el terreno. Corría el rumor de que ya no podían seguir agujereando a más profundidad, que la maquinaria no resistía el calor del fondo y que pronto comenzarían a enviarlos a todos a sus casas. Y lo peor era que al grupo de Niilo solo le pagaban por las horas trabajadas, con lo que el desánimo se estaba instalando entre los hombres.
Tumbado en el catre de su compartimento en el carguero, Niilo se dejaba mecer por el oleaje de recuerdos.
Rememoró el primer síntoma de alarma de aquel día, cuando compartía con sus compañeros tabaco y una petaca de vodka para combatir el frío hasta que reanudasen la faena. De pronto, todos los investigadores comenzaron a abandonar las instalaciones a la carrera. Algunos estaban lívidos, pero no era esto lo más preocupante, ya que otras veces había sucedido que los más aprensivos se veían incapaces de soportar la impresión de encontrarse frente a la inmensidad del agujero, cuando los estudios requerían que bajasen por la estructura, y tenían que sacarlos de allí mareados.
Lo que puso en guardia a Niilo y al resto de trabajadores fue la solicitud de su capataz, quien, sin darles demasiadas explicaciones, les requirió de inmediato.
—Necesito a un par de hombres para un trabajo —espetó, visiblemente nervioso—. El resto podéis dejarlo por hoy.
—¡Nosotros mismos! —se adelantó Miroslav con presteza, tirando del brazo de Niilo para que lo acompañara. Si querían ganarse el jornal tenían que estar siempre ágiles a la hora de ofrecerse voluntarios.
El resto comenzaron a gruñir por no haber sido capaces de reaccionar a tiempo, pero se fueron retirando hacia sus hogares o pensiones.
El capataz aguardó hasta que los tres estuvieron solos antes de empezar con las explicaciones.
—Vale, muchachos, la cosa es esta. No tengo ni idea de lo que ha sucedido ahí dentro, lo único que sé es que unos cuantos investigadores han salido muy asustados. Creen que han visto alguna clase de ser vivo dentro del pozo —relató.
—Pero eso no es posible, Alexei —lo interrumpió Miroslav—. Será algún animal que se habrá caído dentro…
—¿Qué demonios de animal, polaco? Si algo hubiera entrado ahí lo habríamos visto. Cuando los científicos están con sus sondeos se sellan las puertas.
Niilo, que había permanecido en silencio hasta entonces, se adelantó un paso e intervino.
—¿Y qué quieren que hagamos, que bajemos a comprobarlo?
—Algo así, pero parece que no será necesario bajar. Sea lo que sea, está trepando hacia la superficie.
El violinista se revolvió en su camastro al revivir aquellos momentos previos al descubrimiento que habría de cambiar el rumbo de su vida para siempre. Estaba seguro de que la persona que era en aquel momento se debía en gran medida a haber tenido que enfrentarse a aquella situación. Lo sabía con la seguridad con que podía afirmar que Miroslav se entregó al alcohol y la demencia por el mismo motivo. Con la misma convicción que tenía ahora de que no volvería a ver con vida a Nacho.
Cuando traspasaron la puerta de la nave, la situación ya se había vuelto completamente caótica. Les contaron que uno de los investigadores, en un alarde de intrepidez, decidió no esperar a que llegaran los voluntarios y quiso bajar él mismo a comprobar qué era aquella extraña criatura que parecía escalar desde lo más hondo de la excavación, como una especie de oscuro arácnido. En un mal movimiento, cuando había dejado ya atrás la estructura segura hasta la que se podía acceder a pie, realizó un apoyo en falso y se despeñó sobre una plataforma provisional de madera, golpeándose en la cabeza.
Fue en aquel instante cuando Niilo vio por primera y última vez al doctor Azzacov, el máximo responsable de la obra faraónica para la que había estado trabajando los últimos meses.
Era un tipo enjuto de mediana edad, muy bajito y de aspecto frágil. Lucía un delgado mostacho con el que pretendía subrayar su rictus serio. De entre la media docena de personas que habían permanecido al borde del pozo tras el descubrimiento de la criatura, parecía el único que conseguía mantener la calma.
Se acercó a Miroslav y Nulo para darles instrucciones en un tono firme y confiado.
—Caballeros, les agradezco que se hayan prestado voluntarios para esta tarea. Me temo que la situación ha cambiado y que uno de ustedes tendrá que bajar a socorrer al doctor Kolarov, que parece haber perdido el conocimiento.
De nuevo, fue el polaco el que se precipitó a prestarse voluntario, reaccionando con la inercia de su afán por ganarse el beneplácito de sus superiores. Tras darle las directrices pertinentes y entregarle un walkie-talkie con el que poder transmitirle órdenes, encomendaron a Niilo hacerse cargo de una polea con la que asegurarían con una cuerda a su compañero hasta llegar a la inestable plataforma para que después este enganchara al herido y lo izaran hasta la superficie.
Miroslav descendió los metros que le separaban del doctor Kolarov con la seguridad del que ejecuta una actividad a diario, ya que era parte del trabajo de los dos jóvenes empleados retirar piezas y escombros de la zona de la estructura interna que sostenía los primeros metros de pared del pozo.
Un silencio sepulcral se hizo cuando Miroslav llegó hasta donde permanecía tendido el herido. Se agachó a comprobar su estado y, cuando volvió la cabeza hacia arriba, las siete personas que observaban la escena leyeron en su mirada que ya no se podía hacer nada.
Para confirmarlo, el polaco negó con la cabeza y se pasó el dedo gordo por el cuello, en un gesto muy poco elegante con el que pretendía remarcar lo evidente.
Azzacov pulsó entonces el botón del comunicador de su walkie-talkie para dar nuevas instrucciones al empleado.
—Antes de engancharlo para que podamos subirlo, compruebe si puede ver a la criatura.
Niilo contuvo el aliento al oír aquellas palabras, y una punzada en su pecho le confirmó que las cosas no iban a salir bien.
Ahora, mientras lo meditaba a bordo de aquel barco que navegaba de forma aparentemente apacible, las secuencias acometían su conciencia como golpes certeros. La voz de Miroslav llegando en estéreo desde el pozo y desde el aparato que sostenía Azzacov, gritando que podía verlo, que estaba muy cerca y que se trataba de una persona. El zumbido ensordecedor cuando de pronto vieron asomar el rostro lívido de aquel ente —que se detuvo a pocos pasos de la plataforma— encaramado a la pared del hoyo. El doctor Kolarov convulsionando y volviendo a la vida para después atacar con rabia inhumana al polaco, sorprendiéndolo por completo. El hombre, que no dudó en proteger su vida a toda costa, haciendo una exhibición de reflejos y quitándose de encima al redivivo de un empellón, arrojándolo a las profundidades del pozo.
Finalmente, fue el propio Niilo el que respondió con presteza, tirando de la cuerda para devolver a la superficie a su compañero.
El doctor Azzacov ordenó sacarlos de inmediato a ambos de allí, y durante las siguientes semanas se afanó en tapar lo sucedido a cualquier precio.
Lo primero que hicieron fue decretar la clausura del pozo, aunque no la harían pública hasta años después, cuando notificaron a la prensa que no podían seguir excavando por motivos técnicos. Probablemente fue esa la mejor decisión que tomaron, ya que su rápida reacción les había librado de correr la misma suerte que en Lantana, donde se ignoraron las señales y parecía no haber marcha atrás.
En cuanto a Miroslav y Nulo, ni siquiera se molestaron en intentar acallarlos. Los propios responsables de la prospección fueron los que originaron falsos rumores de psicofonías procedentes de las profundidades de la Tierra, exagerándolo todo para que cualquier historia que circulara al respecto careciera de credibilidad.
Niilo no contó nada, se limitó a volver a la pensión, empaquetar sus cosas y regresar a su ciudad natal, con su familia.
Por su parte, Miroslav perdió el juicio. Al principio logró que algunas personas creyeran sus delirantes relatos, llegando muchos de ellos a afirmar haber visto a uno de esos entes de negro deambulando por las calles de Kola, profiriendo alaridos de ultratumba e incluso irrumpiendo en las casas de los vecinos para atacarlos. Pero nada había de cierto en todo aquello.
Mila golpeó con suavidad la puerta del camarote de su padre, sacándolo de su ensoñación, y este le pidió que pasara al interior.
—Lo siento, padre —se disculpó sin atisbo de verdadera redención—, pero necesito saber qué está pasando, por qué querías que enviara a alguien a rescatar a tu amigo de Lantana. Quiero saber la verdad.
Niilo observó a su hija con detenimiento, interpretando la tensión en sus nudillos apretados, el brillo sucinto en sus ojos y la posición de calma en guardia, y supo de inmediato que comenzaba una guerra paralela a la que libraría el resto de la humanidad.
Se incorporó en su camastro y le devolvió la mirada con inflexibilidad, aceptando el reto.
—Todo eso ya da igual, Mila. Ya es tarde para ese muchacho —sentenció—. Ya es tarde para todos nosotros.