CAPÍTULO CINCO
Nada temo si estoy acompañado. Aunque cualquier peligro que me pueda acechar sigue representando la misma amenaza.
De niños nos refugiamos en el pecho de nuestras madres, escondemos la cara entre los senos que nos alimentaron y que crean una sensación ilusoria de protección. No es cierto, pero el mecanismo de nuestra naturaleza funciona de esta manera. Somos animales instintivos.
Comencé mi periplo de investigación con el afán de compartir cada nuevo descubrimiento con Mari, enardecido en lugar de azaroso, que es como me habría sentido si aquellas revelaciones me hubiesen pillado en uno de mis largos períodos solitarios. Incluso mal acompañado, me habría amedrentado ante el peligro que parecía cernirse sobre mí.
Lo primero fue aprovechar las horas muertas entre la salida de la fábrica y la llegada de Mari, sobre todo cuando esta tenía turno de tarde, como era el caso.
Mi visita a un cibercafé fue bastante fructífera. Encontrar la grabación de la casa mimética resultó tanto o más sencillo de lo que me había dicho la chica. El buscador escupió cerca de un millar de resultados, y me bastó con pinchar sobre el primer enlace.
Me encasqueté unos enormes auriculares que me aislaron casi por completo del entorno y subí el volumen del PC al máximo para no perder detalle.
Tal vez fuera porque era menos impresionable que Mari, cosa que dudo, pero aquello me pareció una representación en toda regla. Sí, estaba muy bien orquestada y perpetrada, pero al fin y al cabo no era más que un par de tipos hablando a la vez en tonos demasiado fingidos para que resultaran creíbles. Lo único inquietante, por absurdo y fuera de lugar, era el grito de «¡Chispas!» que proferían ambos justo antes de que se cortara repentinamente la grabación.
¿Chispas? ¿Por qué chispas? La única referencia que podía reconocer de aquella palabra, sin ser las partículas luminosas, era la marca de una colonia para niños que recordaba que me habían regalado alguna vez de pequeño.
No tenía ningún sentido para mí, así que me sentí defraudado. Hice varios intentos en otras páginas, por si la primera grabación que había escuchado era una versión posterior o una parodia, pero en todas me encontré con lo mismo.
Por puro aburrimiento, decidí entretenerme un poco más indagando sobre la península de Kola, contrastando la historia que Nilo me había contado.
No había demasiada información sobre este lugar más allá de su extensión, la dureza de su clima y que en la península se vive casi en exclusiva de la explotación mineral. Pero al final de un artículo, en el apartado dedicado a las curiosidades de la zona, había un vínculo con el epígrafe «pozo superprofundo de Kola».
En este enlace descubrí que la excavación de este pozo había sido bastante accidentada, incluyendo un derrumbamiento cuando se habían alcanzado más de doce kilómetros de profundidad, echando encima cinco mil metros de tierra, lo cual retrasó bastante el objetivo fijado y aumentó notablemente los costes.
El cierre definitivo del proyecto llegó en 1992, de nuevo a poco más de doce mil metros perforados, cuando se determinó que era imposible seguir adelante con la maquinaria de la que disponían, puesto que ya alcanzaban una temperatura por encima de los ciento ochenta grados, y llegar hasta los quince kilómetros supondría trabajar a más de trescientos.
Todo esto venía siendo, con mayor detalle y cifras concretas, lo mismo que Nilo me había contado, a excepción de que se detallaba que el motivo de la cancelación fue finalmente la falta de financiación y no las quejas de los trabajadores por los ruidos extraños que escuchaban provenientes del tuétano de la Tierra. Es más, el pozo continuaba abierto en la actualidad para realizar diferentes estudios.
Aparte de esto, en el artículo solo había una fotografía de una torre, la cara visible del pozo desde el exterior y una estampita conmemorativa del logro, ya que hasta el año de su clausura había supuesto el récord de profundidad perforada en la corteza terrestre. Récord que ya estaba batido en Lantana.
La torre me llamó la atención especialmente. No se parecía demasiado a la estructura que veía en la lejanía desde la ventana de mi piso, mucho más industrial, más fría, por expresarlo de alguna manera. La de Kola parecía más un monumento, un símbolo cuasi fálico que reforzaba mi impresión de que todo aquello resultaba una profanación del planeta.
Ninguna alusión a fenómenos extraños, así que me encontré ante una nueva decepción.
Tras pensarlo unos segundos, lo intenté con un último cartucho: el de la obviedad. Tecleé en el buscador «voces en el pozo de Kola» y, para mi sorpresa, surgieron cerca de diecinueve mil resultados. De nuevo, el primer enlace contenía lo que estaba buscando.
El artículo comenzaba con un resumen simplificado de lo que acababa de leer, pero luego pasaba a una segunda parte bajo el título «La leyenda de las voces del Infierno», que se suponía que era una traducción literal de una información aparecida a finales de los ochenta en el diario finlandés Ammennusatia, cuya existencia no pude confirmar.
Decir que el relato era delirante sería quedarse muy corto. Al parecer, un tal doctor Azzacov, responsable directo de la prospección, fue quien declaró al diario lo que allí había sucedido. Y esto pasaba por episodios tan absurdos como el de un grupo de trabajadores que, espantados por algo que habían escuchado en el interior del pozo, fueron introducidos en una ambulancia a la fuerza y posteriormente drogados con un fármaco que les borró la memoria para que no pudieran contar nada de lo que acababan de experimentar.
Tantas molestias en vano, porque después el propio doctor Azzacov cuenta, con pelos y señales, cómo la perforadora comenzó a dar bandazos llegado a un punto, lo que suponía que habían topado con una caverna subterránea, detectando un aumento brutal de la temperatura (lo que cualquier científico interpretaría como el hallazgo del Infierno, claro). Ni cortos ni perezosos, decidieron enviar una grabadora al interior de la caverna, registrando todo en una cinta que, obviamente, el doctor Azzacov facilitó al diario finlandés.
A pesar de todo mi escepticismo con respecto a lo que estaba leyendo, en este caso sí debo admitir que sentí miedo al escuchar la grabación resultante. No tengo ni idea de cómo pudieron registrar aquello, pero en el audio se distinguían con claridad cientos de voces diferentes que proferían alaridos desgarradores. Evocaban pánico y dolor, un auténtico infierno materializado en los lamentos de innumerables personas, con una verosimilitud que consiguió erizar el vello de mi nuca.
Aguanté quince segundos antes de cerrar la página.
Para restar importancia a mi reacción, me entretuve un poco más echando un vistazo por otras webs que ofrecían la misma información, pero mucho más exagerada y, por tanto, menos creíble. En muchas de ellas asumían la grabación como prueba irrevocable de la existencia del Infierno. Curiosamente, todas eran páginas web católicas.
Pero el sonido de aquellas voces continuaba percutiendo en las paredes de mi memoria con nitidez, así que decidí salir de allí y largarme a ocupar la mente con ramalazos de realidad que hicieran desaparecer aquella desazón.