CAPÍTULO DIEZ
Desde la parte de atrás de mi edificio, el mismo punto en que se había detenido la mujer de negro —vurdalak, como la llamó Nilo—, observé la amplitud del paisaje que se desplegaba ante mí. Una estampa de aridez que evocaba un calor ilusorio, imposible en esa época del año.
El continuo tránsito de vehículos hasta el pozo había trazado un camino firme que podía recorrer a pie sin temor alguno a perderme. Las dunas dejaban medio oculta la maquinaria de perforación, y el horizonte estaba delimitado por una cordillera baja que desde de mi piso podía superar con la vista y continuar explayándome en la inmensidad de un terreno inabarcable. Pero allí, a la altura de mis ojos, con los pies en el suelo, incluso los designios se antojaban más vastos de lo que pudiera imaginar.
Mi avance hacia el pozo se convirtió en una alegoría tendenciosa del trayecto que había seguido hasta aquel instante y que desembocaba en una oquedad inopinada. Por fin se me consentía la oportunidad de arrojar algo de luz al cuarto oscuro en el que había estado viviendo desde que tenía uso de razón. Aquello trascendía mi existencia, probablemente no estaba preparado. Ninguno lo estábamos.
Carecía de un guía que me garantizase que los pasos que daba eran los correctos, así que no podía tener la certeza de estar haciendo lo que debía, solo me dejaba llevar por el mismo instinto que solía repelerme siempre que lo necesitaba. No obstante, tenía que entregarme a la firme convicción de que, como cualquier otro animal, sabría qué hacer cuando llegase el momento. Estamos diseñados y programados para sobrevivir, es una cualidad congénita que nos iguala al resto de las especies.
Cuando llevaba recorrido aproximadamente un cuarto de la distancia que separaba mi edificio del pozo, me salió al encuentro un todoterreno. Pensé que sería algún trabajador que terminaba su jornada y que pasaría de largo, pero el coche se detuvo a mi lado y el conductor, un chaval que parecía varios años más joven que yo —y que no podía ser otro más que Basilio Figueroa— se apeó para recibirme.
El guía que estaba echando en falta hasta aquel momento.
—¡Ey, tío! ¡Súbete al Mazda! —exclamó con júbilo, como si fuéramos un par de colegas que hubieran quedado para tomarse unas cañas e intentara impresionar con su cochazo nuevo.
—¿Basilio Figueroa? —pregunté, más que nada como cortesía, para cumplir el trámite de las presentaciones.
—Sí, tío, ¿quién iba a ser si no? Porque tú eres Nacho, ¿verdad?
Sin esperar confirmación, volvió a subirse al todoterreno mientras me dedicaba un guiño. Abrí la portezuela del otro lado y me acomodé en el asiento del copiloto, agradecido de que hubiera salido a buscarme.
—Entonces, ¿de qué va ese artículo que estás preparando? —Hizo la pregunta mientras pegaba una arrancada brusca y giraba con precisión el volante para desandar el camino que acababa de realizar, discurriendo sobre las huellas de sus neumáticos; casi como si fuéramos sobre raíles.
—Pues es un poco en general. Sobre Lantana, el desarrollo de la ciudad en los últimos años y los factores que fueron determinantes.
No necesité repasar las notas mentales que había tomado, todo aquello salía de mi boca con la naturalidad que debía presuponerse en un estudiante que llevaba dedicando tiempo al tema. Esa sí fue una verdadera sorpresa.
—¡Joder, menudo tostón! Si parece más bien un trabajo de estudio demográfico que un artículo periodístico.
—Ya, de eso se trata, de impresionar un poco al profesor. La otra opción era entrevistar a un famoso local, pero nómbrame tú alguno —improvisé.
—¡Ja, ja, ja! Eso es verdad. Pero podías haberlo hecho antes, macho. ¿No eres un poco mayor para estar en el segundo año de la carrera?
Comenzaban a hacerse visibles las aristas impropias que podían desvelar mi patraña. Cuando le puse en el correo que era estudiante de segundo año, no me paré a pensar en que ya no era que se me echaban perfectamente los veintisiete, sino que —más habitualmente de lo que soy capaz de tolerar sin que empiece a molestarme— todo el mundo calcula alguno de más.
—Vocación tardía, estuve perdiendo mucho tiempo con otras cosas. —Lo dije intentando emular su tono juvenil y despreocupado, para que pareciera que me estaba refiriendo a que hasta entonces había estado llevando una vida de crápula. Aunque su actitud era del todo forzada, porque por la edad que sabía que tenía (un año menos que yo) era bastante difícil de creer que hubiera dedicado más tiempo a las juergas que a los estudios, teniendo en cuenta el cargo que ostentaba.
—Bueno, tío, lo importante es ponerle ganas —comentó sin ningún resquicio de sospecha en su tono de voz. De momento sorteaba bien los escollos que yo mismo me había interpuesto con mi falta de previsión.
Varios metros más adelante, cuando rodeamos la última duna, ante nosotros apareció la imponente imagen de las instalaciones del pozo. Una enorme nave azul con ventanales recorriéndola de lado a lado que culminaba en una estructura metálica en forma de gigantesca atalaya. Por establecer algún paralelismo reconocible, era una suerte de Torre Eiffel, ecuánime en sus formas.
Desde tan cerca resultaba descomunal, mucho mayor de lo que uno podía intuir en la distancia, pero no sentía la atracción. Era como encontrarse en el ojo del huracán, donde todo parece en calma y solo percibes una leve sensación de extrañeza.
—¡Ahí tienes esa puta maravilla, Nachete! —vociferó un emocionado Basilio. Estaba claro que aquello le gustaba.
—La verdad es que viéndola desde aquí impresiona mucho —admití.
—¿A que sí? Es una tecnología única, pionera en el mundo. Esta perforación se inició con una versión mejorada de la Uralmash que utilizaron en Kola. Pero ya batimos su récord hace algunos meses, así que ¡a joderse los rusos!
Aquel me pareció un buen momento para sacar del bolsillo el elegante cuaderno con tapas de cuero que previamente había comprado en el centro y tomar algunas notas. También había llenado las primeras páginas con garabatos para no abrirlo por la primera y que pareciera que llevaba tiempo utilizándolo, y me agencié una grabadora digital con la que registraría nuestra conversación. Tenía que resultar lo más verosímil posible para no despertar su recelo.
—¿Dices que hace meses se superaron los doce kilómetros de profundidad? —pregunté, haciendo alarde de la poca información que ya tenía al respecto.
—Sí, hace al menos… unos diez meses. Y a partir de ahí esto fue por el aire, con el pepino que tenemos agujereando. Se instaló cuando la temperatura sobrepasó los ciento cincuenta grados centígrados. Con ese calor, la Urramash ya no valía para nada, así que continuamos con la Mashheat 1E, diseñada y fabricada expresamente para trabajar con temperaturas superiores a los trescientos grados. La polla en vinagre, vamos.
Basilio, con su fogosidad y su lenguaje visceral, se estaba destapando como un anfitrión impagable para un invitado con unos conocimientos tan limitados como los míos. No cabía duda de que conocía los entresijos de todo lo que concernía al pozo y lo traducía a términos profanos con espontaneidad. Sin duda estaba acostumbrado a ejercer de guía en las visitas educativas, que imaginé que serían bastante habituales, aunque supuse que rebajaría un poco la vulgaridad en presencia de alumnos y profesores de colegio.
El ingeniero aparcó a un lado de la nave, junto a otros vehículos, y me llevó hasta los barracones en los que habían instalado los despachos de los investigadores que trabajaban en el sondeo. El de Basilio era poco más grande que el habitáculo de un WC callejero, con un par de sillas y una mesita en la que solo cabía un ordenador portátil y un archivador empachado de documentos que a duras penas mantenía sus fauces cerradas y amenazaba con vomitarlos en cualquier momento.
—¿Tú veías Dragon Ball? —preguntó de improviso, tan pronto tomamos asiento.
—¿Los dibujos japoneses?
—Sí, joder, claro. Son Goku, Krilin, Vegeta… Ya sabes.
—Alguna vez, sí. Como todos, supongo.
—Pues mira, debajo de este mastodonte, el cráter vendría siendo parecido a los que abrían los supersaiyans cuando lanzaban sus ataques y pegaban contra el suelo, ¿lo recuerdas?
—Sí, me hago una idea.
Y lo cierto es que sí podía visualizarlo. Recordaba los haces de energía que salían de las manos de los guerreros de aquella serie de dibujos animados, impactando contra el terreno, y el socavón que quedaba cuando se dispersaba el polvo alrededor. Era una imagen que no costaba nada evocar, aunque resultaba complicado asimilar que en realidad hubiera allí debajo un pozo de tales dimensiones y que toda aquella maquinaria no fuera succionada como si del desagüe de una gigantesca bañera se tratara.
Daba vértigo pensarlo.
—Tranquilo, hombre, que no nos va a tragar —bromeó Basilio, haciendo ostensible que mis pensamientos eran demasiado fáciles de interpretar en los trazos de mi semblante.
—Vaya, la verdad es que sí me impresionado pensar en ello —reconocí.
—Y eso que no lo viste, que sobrecoge muchísimo meter la cabeza por ahí. —Aproveché de inmediato su comentario para sacar la grabadora digital, encenderla y ponerla en medio de la mesa.
—Si te parece, empiezo con las preguntas.
—Perfecto. Vamos allá. ¿Qué necesitas saber?
—Me decías que en este pozo ya se ha superado el anterior récord de perforación más profunda.
—Efectivamente. La marca estaba fijada en los 12.262 metros de profundidad, en el pozo de la península de Kola, en Rusia. Ellos dieron por clausurado el proyecto en el año 92, cuando la temperatura a la que intentaban perforar superaba los ciento ochenta grados y la maquinaria utilizada en aquella época no lo resistía. —En cuanto comenzó con las explicaciones, su tono pasó de la informalidad al pragmatismo con una facilidad digna de alabanza, que ponía de manifiesto su profesionalidad.
—Por lo que me cuentas, este proyecto, el de Perlada, se puso en marcha antes del cierre en Kola.
—Sí, un año y pico antes. Pero por entonces ya se sabía que los rusos no iban a poder alcanzar el objetivo de traspasar la corteza terrestre. Una vez aprobada la financiación para iniciar el sondeo en Lantana, el ingeniero jefe, Carmelo Gutiérrez, contaba con la seguridad de que el hito que se podía alcanzar no tenía precedentes.
—¿Quién financia el proyecto?
—Esto no lo puedo desvelar. De hecho, ni yo sé quiénes son todos los inversores, quitando al gobierno central y el apoyo del ayuntamiento de Lantana, que ha sido vital en los veinte años que llevamos trabajando aquí.
Basilio hablaba como si él hubiera estado desde el principio involucrado en la perforación, aunque en realidad apenas contaba con seis años cuando se inició. Quedaba claro que se había documentado y puesto al día antes de aceptar el trabajo de ayudante.
—O sea, que eras un crío cuando esto empezó —constaté.
—Claro. Por aquí han pasado varios ingenieros que desempeñaron mi puesto antes y que ahora están ocupando cargos más relevantes en la prospección o trabajan para grandes corporaciones —comentó orgulloso.
—Bien, entonces, ¿a qué profundidad se está perforando a día de hoy?
Un destello fulgurante iluminó su rostro en cuanto terminé de formular aquella pregunta. De inmediato, temí su respuesta. Mis sentidos se pusieron alerta y respondieron a su autocomplacencia enviándome señales de alarma.
—Hemos llegado, compañero. Superamos los 14,4 kilómetros, atravesamos toda la corteza y ahora mismo estás sentado al lado de una puerta que conduce a las entrañas del planeta.
Si en aquel momento Basilio hubiera podido entrar en mi cabeza, aunque solo fuera por un instante, no habría podido soportarlo. Su cuerpo habría hecho implosión y se separaría en millones de moléculas que se dispersarían en el espacio.
«Mañana será la puesta de largo. A primera hora de la noche, el ingeniero jefe, Carmelo Gutiérrez, junto con el resto de investigadores y varios representantes de la autoridad local y del resto de empresas que financian la investigación, asistirá a la retirada del útil de perforación. Es un gesto simbólico, porque en realidad esto ya lo hicimos hace un par de días, y luego lo volvimos a colocar expresamente. No será hasta el domingo cuando se haga público que el objetivo ha sido alcanzado y comenzarán los sondeos del terreno perforado por parte de diferentes corporaciones y entidades. Por eso no importa que te lo cuente a estas alturas, los jefes me dieron consentimiento para decírtelo y no pasa nada si filtras el tema a la prensa. Así te apuntarás un buen tanto con ese profesor».
No sé ni cómo logré recomponerme, porque en mi interior todo se había fragmentado. El agujero se iba a destapar. Si aquello era una puerta al Infierno, estaban a punto de abrirla de par en par, y lo que fuera que se encontraba tras ella saldría a la superficie con total libertad. Y ya lo habían hecho dos días antes…
No podía perder la oportunidad de preguntarle si había notado algo raro o si había visto a alguna persona singular merodeando por las inmediaciones en aquellos últimos días. «Surgiendo de la oscuridad», era lo que en realidad quería decir.
De nuevo me caló al instante.
«Ah, ya veo por dónde van los tiros. Quieres algo más de chicha para tu artículo, un poco de carnaza para que resulte más interesante. Si esperas que te cuente historias como lo de las psicofonías del pozo de Kola, creo que te voy a decepcionar. Todo eso son patrañas, así que si te apetece poner algo en plan sensacionalista, tómate la libertad de echarle imaginación. Incluso sería una gran publicidad para el proyecto. Pero aquí no ha pasado nada raro, no hay gritos del más allá ni nada que se le parezca. Los únicos ruidos registrados tienen sus explicaciones, y vendrían siendo debidos a explosiones que se producen cuando encontramos cámaras de aire subterráneas, grutas que se abren por primera vez en milenios, en cuyo interior hay grandes cantidades de gas que en muchos casos hacen combustión cuando entran en contacto con el aire de la superficie».
Nada de esto me ofrecía ninguna garantía, está claro. Aquel «ya veo» no hacía más que evidenciar la ceguera del ingeniero. Solo podemos enfrentarnos a lo que conocemos, esto estaba pasando de ser el pequeño aforismo de un mafioso ruso a una verdad absoluta e irrefutable.
Por supuesto, no se me ocurrió contradecirle ni insistir. Me había dado mucha más información de la que esperaba obtener de nuestro encuentro, y hasta me atreví a pedirle asistir a la apertura del día siguiente. Sabía que había pocas posibilidades de que me lo consintieran, así que no me extrañó que lo rechazara de inmediato, alegando que se trataba de alguna clase de ceremonia privada, una celebración solo para los responsables. Para compensarme, me ofreció un pase de prensa que podía utilizar cuando se convocara a los medios de comunicación para hacer pública la noticia de manera oficial.