Capítulo 3

Aquella noche Shinji asistió a la reunión ordinaria de la Asociación de Jóvenes. Tal era el nombre que ahora daban a lo que en el pasado se llamaba la «casa de dormir», entonces una residencia para los jóvenes solteros de la isla. Incluso ahora muchos jóvenes preferían dormir en la adusta cabaña de la Asociación antes que en sus propias casas. Allí los jóvenes debatían apasionadamente sobre cuestiones como la escolarización y la salud, los métodos para recuperar barcos hundidos y efectuar rescates en alta mar, así como las danzas del León y la organización del O-bon, el Festival de Todas las Almas, actividades de las que se encargaban los jóvenes del pueblo desde tiempo inmemorial. De esta manera se sentían parte de la vida comunitaria, y cargar con las preocupaciones y deberes de los adultos era para ellos un placer.

Los postigos crujían azotados por el viento marino, que hacía oscilar la lámpara, de luz ora mortecina, ora súbitamente intensa. La orilla del mar estaba muy cercana, y el fragor de las olas hacía sentir sin cesar la inquietud y el poderío de la naturaleza mientras las sombras que proyectaba la lámpara se deslizaban por los alegres rostros de los jóvenes.

Cuando Shinji entró en la cabaña, un muchacho estaba en cuclillas bajo la lámpara, y un amigo le cortaba el pelo con unas tijeras algo oxidadas. Shinji sonrió y se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en la pared y las manos en las rodillas. Como era habitual en él, permaneció silencioso, escuchando lo que decían los demás.

Los muchachos intercambiaban fanfarronadas sobre la pesca del día, se reían ruidosamente y no escatimaban los insultos. Uno de los chicos, muy aficionado a la lectura, estaba concentrado en una de las revistas atrasadas de las que estaba surtida la cabaña. Otro permanecía enfrascado en un tebeo con no menos entusiasmo. Los nudillos de los dedos que mantenían las páginas abiertas mostraban una deformación que no era propia de su edad. Examinaba algunas páginas durante dos o tres minutos antes de comprender el significado de lo que leía, y entonces soltaba una carcajada.

Allí, y por segunda vez, Shinji oyó hablar de la muchacha recién llegada a la isla. Captó a medias una frase pronunciada por un chico de dientes prominentes que abrió su bocaza para reírse y después dijo:

—Esa Hatsue es…

Shinji no captó el resto de la frase por culpa de una conmoción repentina en otro lugar de la sala que se mezcló con las risas del grupo que rodeaba al muchacho de dientes prominentes.

Shinji no era en absoluto proclive a meditar, pero aquel nombre, como un incitador rompecabezas, no dejaba de acosar su mente. Nada más oírlo, se ruborizó y el corazón le latió con fuerza. Permanecer sentado e inmóvil mientras sufría esos cambios físicos, que hasta entonces sólo había experimentado cuando estaba entregado a las duras faenas de la pesca, le producía una extraña sensación.

Se llevó la palma de la mano a la mejilla, y le pareció que la piel caliente era la de un completo desconocido. Percatarse de que en su interior ocurrían cosas que ni siquiera había sospechado era un golpe a su orgullo, y el enojo creciente hizo que las mejillas se le calentaran todavía más.

Los jóvenes aguardaban la llegada de su presidente, Yasuo Kawamoto. Aunque Yasuo, hijo de una familia principal del pueblo, sólo contaba diecinueve años, era capaz de conseguir que los demás le siguieran. Pese a su juventud, conocía ya el secreto de darse aires, y siempre llegaba tarde a las reuniones.

Yasuo abrió bruscamente la puerta y entró en la sala. Era muy grueso y había heredado de su padre, gran bebedor, la tez de color rojizo. Su expresión era del todo ingenua, pero las delgadas cejas le daban un aire astuto. Tenía facilidad de palabra y en su acento no había vestigios del dialecto hablado en la isla.

—Perdón por el retraso… Bueno, no perdamos tiempo. Hay que determinar con precisión los proyectos para el mes que viene.

Dicho esto, se sentó ante la mesa y abrió un cuaderno de notas. Era evidente que algo le apremiaba.

—Tal como se decidió en la última reunión, tenemos pendiente convocar a la Asociación del Respeto a los Ancianos, y también transportar piedras para la reparación de las carreteras. Luego está la cuestión de la limpieza de alcantarillas para acabar con las ratas, un encargo de la Asamblea del Pueblo. Lo haremos como de costumbre, es decir, un día de tormenta, cuando los barcos no puedan salir a faenar. Por suerte, atrapar ratas puede hacerse independientemente del tiempo que haga, y no creo que la policía nos persiga si matamos a unas cuantas fuera de las alcantarillas.

Todos se echaron a reír y lanzaron gritos.

A continuación se propuso pedir al médico de la escuela que les diera una charla sobre higiene, así como celebrar un concurso de oratoria. Pero hacía poco que se había celebrado el Año Nuevo, según el antiguo calendario lunar, y los jóvenes estaban tan hartos de reuniones que recibieron con tibieza ambas propuestas.

Así pues, constituyeron un solo comité para todos los asuntos y entonces se dedicaron a juzgar críticamente los méritos de su boletín mimeografiado, La isla solitaria. El muchacho al que le gustaban tanto los libros había citado, al final de un ensayo publicado en el último número, una composición poética de Verlaine a la que llamaba cuarteta, y sus compañeros tomaron ahora los versos como blanco de sus pullas:

No sé por qué mi triste

corazón sobrevuela el mar

aleteando desasosegado

—¿Desasosegado? ¿Qué significa «desasosegado» en este verso?

—Pues significa eso: desasosegado. Está claro.

—A lo mejor es un error y lo que debe decir es «despavorido».

—¡Exacto! «Aleteando despavorido». Esto sí que tiene sentido.

—Bueno, ¿y quién es ese Verlaine?

—¡Cómo! ¡Es uno de los poetas franceses más famosos!

—¿Y qué sabes tú de poetas franceses, me lo quieres explicar? Probablemente lo has sacado todo de alguna canción popular.

Como de costumbre, la reunión terminó como ya era habitual, con un toma y daca de insultos.

A Shinji le intrigaba la razón por la que Yasuo, el presidente, había tenido tanta prisa por marcharse, así que detuvo a uno de sus amigos y se lo preguntó.

—¿No lo sabías? —replicó el amigo—. Está invitado a la fiesta que da el tío Teru Miyata para celebrar el regreso de su hija.

Normalmente, Shinji habría recorrido en compañía de sus amigos, que charlaban y reían, el camino de regreso a casa, pero ahora, tras enterarse de la fiesta a la que de ninguna manera le habrían invitado, no tardó en separarse de ellos y anduvo solo por la playa, hacia los escalones de piedra que conducían al santuario de Yashiro.

Alzó la cabeza para mirar las casas del pueblo, construidas unas encima de las otras en una empinada cuesta, y distinguió las brillantes luces del domicilio de Miyata. Todas las luces del pueblo procedían de las mismas lámparas de petróleo, pero, por alguna razón, aquéllas parecían un tanto diferentes, más resplandecientes. Aunque Shinji no podía ver la sala del banquete, imaginaba con nitidez las sombras oscilantes que las luces de las lámparas debían de proyectar sobre las mejillas de la muchacha desde sus serenas cejas y sus largas pestañas.

Cuando llegó al pie de la escalinata, Shinji contempló el largo tramo de escalones de piedra, moteados por las sombras de las ramas de pino. Empezó a subir, y sus geta[7] produjeron un sonido seco y agudo. No había nadie en los alrededores del santuario, en cuyo edificio las luces estaban apagadas.

A pesar de que había subido velozmente los doscientos escalones, Shinji llegó al santuario sin que su ancho pecho se agitara lo más mínimo a causa del esfuerzo, y se detuvo ante la fachada con una actitud de acendrada veneración.

Echó una moneda de diez yenes en el cajón de ofrendas, se quedó un momento pensativo y poco después echó diez yenes más. Batió palmas para llamar la atención de los dioses, y el sonido reverberó en el jardín del santuario. Entonces Shinji rezó con profunda reverencia:

—Dios del mar, te pido que el mar esté sereno, que la pesca abunde y que nuestro pueblo sea cada vez más próspero. Todavía soy joven, pero con el tiempo llegaré a ser un pescador más. Permíteme tener un gran conocimiento de las cosas del mar, de los peces, los barcos, los fenómenos atmosféricos… de todo. Dótame de una habilidad superior en todo… Por favor, protege a mi bondadosa madre y a mi hermano, que todavía es un niño. Cuando llegue la temporada del buceo y mi madre se sumerja, te ruego que la protejas de los numerosos peligros… Y ahora me gustaría hacerte una petición diferente… Concede algún día, incluso a una persona como yo, una novia hermosa y de buen corazón… digamos una chica como la hija de Terukichi Miyata, que acaba de volver…

Una ráfaga de viento agitó con estrépito las ramas de los pinos y despertó solemnes ecos incluso en el interior del santuario. Tal vez era el dios del mar, que aceptaba la plegaria del muchacho.

Shinji contempló el cielo cuajado de estrellas y aspiró hondo. Entonces pensó: «¿Pero no podría el dios castigarme por dirigirle una plegaria tan egoísta?