07.00 h

Necesitaba un lugar concurrido. El McDonald’s cerca de la piazza di Spagna, a esas horas de la mañana, era ideal. La clientela estaba compuesta principalmente por turistas extranjeros, incapaces de adaptarse a la dulce inconsistencia de un desayuno a la italiana.

Marcus escogió ese lugar porque necesitaba notar a su alrededor a otras personas. Saber que el mundo era capaz de seguir adelante a pesar de los horrores de los que él era testigo todos los días. Tener la certeza de no estar solo en aquella lucha, porque las familias que lo circundaban —dando a luz a sus hijos, criándolos con amor y educándolos de manera que siguieran sus mismos pasos en el futuro— desempeñaban un papel determinante en la salvación del género humano.

Por eso, apartó a una esquina de la mesa un vaso de café aguado, que ni siquiera había tocado, y colocó en el centro el expediente que Clemente había escondido para él, media hora antes, en un confesionario; otro de los sitios seguros que utilizaban para intercambiar información.

El dibujo infantil del niño con las tijeras que encontraron en el desván de Jeremiah Smith en seguida hizo que a la memoria de Clemente acudiera un hecho acontecido tres años atrás. Se lo explicó resumidamente mientras todavía permanecían en la villa. Pero después de marcharse, fue corriendo al archivo a buscarlo. El código de la portada era «c. g. 554-33-1», que para todos había sido el caso Fígaro, tal como los medios de comunicación bautizaron —con indudable habilidad, pero poco respeto por las víctimas— al autor de aquel crimen.

Marcus abrió el expediente y comenzó a leer el resumen.

La escena que se encontraron los policías en una pequeña casa del barrio Nuovo Salario, un viernes por la noche, era espeluznante. Un chico de veintisiete años semiinconsciente en un charco de su vómito, a los pies de la escalera que conducía a la planta superior de la vivienda. No muy lejos de él, la silla de ruedas que le servía para moverse, destrozada. Federico Noni era parapléjico y, a primera vista, los agentes pensaron que se había caído violentamente. Pero luego subieron a la segunda planta y allí hicieron el macabro descubrimiento.

En uno de los dormitorios hallaron el cadáver destrozado de su hermana, Giorgia Noni.

La chica, de veinticinco años, estaba desnuda y presentaba profundas heridas de arma blanca en todo el cuerpo. Con todo, la más grave era la que le había desgarrado el vientre.

Al analizar las lesiones, el médico forense estableció que el arma del crimen eran unas tijeras. Clemente le había anticipado que el objeto era tristemente famoso para las fuerzas del orden, porque un maníaco había agredido con anterioridad a tres mujeres del mismo modo, de ahí el sobrenombre de Fígaro. Las otras se habían salvado. Pero, al parecer, el agresor había querido ir más allá convirtiéndose en un asesino.

Maníaco era una definición imperfecta, consideró Marcus. Porque ese individuo era mucho más. En su imaginario perverso y enfermo, lo que hacía con las tijeras le servía para procurarse placer. Quería sentir el olor del miedo en sus víctimas, mezclado con el de la sangre que manaba de las heridas.

Marcus levantó un instante la mirada de las hojas. Necesitaba una bocanada de normalidad. La encontró en una niña que, unas mesas más allá, abría con cuidado un Happy Meal. Tenía la lengua sobre el labio y los ojos brillantes por la excitación.

«¿En qué momento cambiamos? —se preguntó—. ¿En qué momento la historia de cada persona se modifica de manera irreversible?». Pero a veces no sucede. De vez en cuando, todo va como tiene que ir.

La visión de la niña fue suficiente para devolverle un poco de confianza en la humanidad. Podía volver a sumergirse en el abismo del expediente que tenía delante.

Comenzó a leer el informe de la policía sobre el desarrollo de los acontecimientos.

El asesino se introdujo por la puerta principal que Giorgia Noni había dejado imprudentemente abierta al volver de hacer la compra. Fígaro solía escoger a sus víctimas en los hipermercados y luego las seguía hasta su casa. Sin embargo, las demás siempre estaban solas en el momento de la agresión. En este caso, en la casa, junto a Giorgia, estaba su hermano Federico. Había sido un atleta con muchas posibilidades, pero un banal accidente de moto puso fin a su carrera y a la posibilidad de caminar. Según lo que contó el chico, Fígaro lo sorprendió por la espalda. Volcó la silla de ruedas e hizo que el muchacho chocara contra el suelo, provocando que perdiera el sentido. A continuación el agresor arrastró a Giorgia hasta arriba, donde la sometió al trato que reservaba a todas sus mujeres.

Federico volvió en sí y descubrió que la silla de ruedas estaba irremediablemente rota. Por los gritos de su hermana comprendió que algo terrible estaba sucediendo en el piso de arriba. Después de tratar de pedir ayuda, quiso trepar por la escalera, haciendo fuerza con los brazos. Pero su cuerpo ya no estaba tan en forma como antes, además seguía aturdido por el fuerte golpe, y no lo consiguió.

Desde donde estaba, tuvo que oírlo todo, sin poder acudir en ayuda de la persona a la que más quería en el mundo. Su hermana, que se ocupaba de él y que, probablemente, habría seguido cuidándolo con cariño durante el resto de su vida. Se quedó lanzando imprecaciones, rabioso e impotente, a los pies de aquella maldita escalera.

Una vecina de la casa, que oyó los gritos que de allí procedían, dio la voz de alarma. Al oír la sirena de la patrulla, el asesino se dio a la fuga aprovechando una salida trasera que daba al jardín. Las huellas que sus zapatos dejaron durante la huida estaban marcadas en la tierra del jardín.

Cuando acabó de leer, Marcus vio que la niña del Happy Meal compartía diligentemente un muffin de chocolate con su hermanito, bajo la cariñosa mirada de los padres. Las dudas le nublaron la visión del idílico cuadro familiar.

¿Era esta vez Federico Noni la víctima destinada a cumplir la venganza? ¿Había alguien ya ayudándolo a encontrar al asesino que había salido impune del asesinato de su hermana? ¿Era su misión detener a ese chico?

Mientras se planteaba esos interrogantes, Marcus se encontró con una nota al final del expediente. Un detalle que probablemente ni su amigo Clemente conocía, porque lo había omitido en la explicación que le había dado mientras todavía estaban en casa de Jeremiah Smith.

No parecía posible ninguna venganza, porque Fígaro tenía nombre. Y el caso se había cerrado con su arresto.