07.37 h
El cadáver abrió los ojos.
Se encontraba tendido en una cama, boca arriba. La habitación era blanca, iluminada por la luz del día. De la pared, justo frente a él, colgaba un crucifijo de madera.
Observó sus manos, tendidas a los lados sobre las sábanas blancas. Era como si no le pertenecieran, parecía que fuesen de otra persona. Levantó una, la derecha, y la sostuvo ante sus ojos para verla mejor. Fue entonces cuando palpó las vendas que le cubrían la cabeza. Estaba herido, pero se dio cuenta de que no sentía dolor.
Se volvió hacia la ventana. El cristal le devolvió el débil reflejo de su rostro. En ese momento le asaltó el miedo. La pregunta le hizo daño. Pero todavía más ser consciente de no conocer la respuesta.
«¿Quién soy?».