22.56 h
El inspector De Michelis atiborraba de monedas una máquina expendedora de café. Sandra estaba hipnotizada por el cuidado con que efectuaba la operación. No se imaginaba que regresaría tan pronto al hospital Gemelli.
La llamada de Camusso llegó una hora antes, mientras se apresuraba a hacer las maletas para dejar el hotel y subir a un tren que la llevara de vuelta a Milán junto a su superior, que había ido a recogerla. En un primer momento, pensó que el comisario tenía noticias respecto a Shalber, pero después de haberle asegurado que la Interpol estaba ocupándose de ello, le comunicó el último giro del caso de Jeremiah Smith. En ese momento, ella y De Michelis se precipitaron al hospital para comprobar con sus propios ojos que todo era cierto.
Lara estaba viva.
El hallazgo se había producido en circunstancias poco claras. La estudiante de arquitectura se encontraba en un utilitario abandonado en el parking de un centro comercial a las puertas de Roma. El soplo llegó a la policía de manera anónima, a través de una llamada telefónica. La información todavía era fragmentaria y no se filtraba más allá de la puerta de urgencias en la que Lara estaba ingresada en ese momento para someterse a ciertas pruebas.
Lo que Sandra sabía era que el comisario Camusso se había llevado a algunos hombres consigo para proceder a hacer un arresto en Ostia, porque Lara los había puesto tras aquella pista y, además, los documentos del vehículo sospechoso también conducían a una dirección de la población costera. Se preguntaba de qué manera estaba implicado Jeremiah Smith en aquello, pero sobre todo estaba segura de que Marcus se hallaba detrás de la solución del caso.
«Sí, ha sido él», se repetía. Seguramente la chica hablaría de un misterioso salvador con una cicatriz en la sien y tal vez los agentes consiguieran llegar hasta el penitenciario. Esperaba que no fuera así.
En cuanto se difundió la noticia de la liberación, los medios de comunicación asediaron el hospital. Periodistas, cámaras y fotógrafos se apostaban en el parque que había delante. Los padres de Lara todavía no habían llegado, porque el viaje desde el sur requería algo más de tiempo. Mientras, los amigos habían empezado a acudir uno tras otro para interesarse por su estado. Entre ellos, Sandra reconoció a Christian Lorieri, el profesor adjunto de Historia del Arte, padre del niño que Lara llevaba en su vientre. Se intercambiaron una mirada fugaz, pero más elocuente que mil palabras. Si estaba allí, su charla de la universidad había servido para algo.
Hasta aquel momento sólo se había difundido un parte médico. Decía de manera escueta que el cuadro clínico de la estudiante era bueno y que, a pesar del estrés sufrido, el feto también se encontraba en buenas condiciones.
De Michelis se acercó a Sandra soplando en un vaso de plástico.
—¿No crees que después de todo esto deberías explicarme algo?
—Tienes razón, pero te advierto que con un café no tendrás suficiente.
—Mejor, no podemos marcharnos antes de mañana por la mañana: me parece que tendremos que pasar aquí la noche.
Sandra le cogió la mano.
—Me gustaría hablar con un amigo y mantener fuera de esta historia al policía. ¿Te parece bien?
—¿Qué pasa, ya no te gustan los policías? —ironizó. Pero al ver que Sandra estaba seria, cambió de tono—. No estuve a tu lado cuando murió David. Lo mínimo que puedo hacer ahora es escucharte.
Durante las dos horas siguientes, Sandra se lo contó todo al hombre cuya integridad moral siempre le había servido de ejemplo. De Michelis la dejó hablar, interrumpiéndola sólo para pedir alguna aclaración. Cuando terminó, se sentía mucho más ligera.
—¿Penitenciarios has dicho?
—Sí —confirmó ella—. ¿Cómo es posible que tú no hayas oído hablar nunca de ellos?
De Michelis se encogió de hombros.
—En este oficio he visto tantas cosas que ya no me extraño por nada. Ha habido casos que se han resuelto de un plumazo o por motivos fortuitos y sin ninguna explicación. Pero nunca se ha relacionado este hecho con alguien que investigara paralelamente a la policía. Soy un hombre de fe, ya lo sabes. Me gusta pensar que existe algo irracional y a la vez bellísimo a lo que aferrarme cuando ya no soporto ver tanta porquería día tras día.
De Michelis le hizo una caricia, tal y como había hecho Marcus antes de desaparecer de la sala de reanimación y de su vida.
Por encima del hombro del inspector, Sandra vislumbró a dos hombres con americana y corbata que se dirigían a un agente que a su vez señalaba en su dirección. Los dos se acercaron.
—¿Es usted Sandra Vega?
—Soy yo —confirmó.
—¿Podríamos hablar un momento? —preguntó el otro.
—Por supuesto.
Le dieron a entender que era un tema confidencial y, mientras se alejaban para ponerse en un sitio apartado, le mostraron las placas de identificación.
—Somos de la Interpol.
—¿Qué ocurre?
Habló el mayor.
—Esta tarde el comisario Camusso nos ha llamado para pedir información sobre un agente nuestro, diciendo que era para usted. Se llama Thomas Shalber. ¿Nos confirma que lo conoce?
—Sí.
—¿Cuándo lo vio por última vez?
—Ayer.
Los dos se miraron. Después, el más joven le preguntó:
—¿Está segura?
Sandra empezaba a perder la paciencia.
—Claro que estoy segura.
—¿Y es éste el hombre al que vio?
Le mostraron una foto de tamaño carnet y Sandra se inclinó para verla mejor.
—A pesar del notable parecido, no sé quién es este hombre.
Los dos agentes volvieron a mirarse, y esta vez con preocupación.
—¿Estaría dispuesta a describir a la persona que ha visto a un especialista nuestro en retratos robot?
Sandra ya tenía suficiente, quería saber qué estaba pasando.
—Muy bien, chicos. ¿Quién de vosotros me dice lo que ocurre? Porque yo no acabo de entenderlo.
El más joven buscó con la mirada la aprobación del mayor. Cuando la obtuvo, se decidió a hablar.
—La última vez que se puso en contacto con nosotros, Thomas Shalber estaba siguiendo un caso como infiltrado.
—¿Por qué dice «estaba»?
—Porque se esfumó en el aire y, desde hace más de un año, no sabemos nada de él.
La noticia la dejó anonadada. Sandra no sabía qué pensar.
—Discúlpeme, si su agente es el de la foto y no saben qué ha sido de él, entonces ¿a quién he conocido yo?