Agradecimientos

A Stefano Mauri, mi editor. Por la pasión que pone y la amistad con que me honra.

Junto a él doy las gracias a Longanesi y a las editoriales que publican mis libros en el extranjero. Por el tiempo y las energías que invierten para que mis historias lleguen a su destino.

A Luigi, Daniela y Ginevra Bernabo. Por los consejos, el cuidado y el afecto que me dedican. Es bonito formar parte de vuestro equipo.

A Fabrizio Cocco, el hombre que conoce los secretos de las (mis) historias, por su tranquila dedicación y por ser tan noir.

A Giuseppe Strazzeri, por haber puesto su atención y su mirada en esta aventura editorial.

A Valentina Fortichiari, por sus ánimos y su afecto (no sé cómo lo haría sin ellos).

A Elena Pavanetto, por sus ideas sonrientes.

A Cristina Foschini, por su luminosa presencia.

A los libreros, por el compromiso que asumen cada vez que confían un libro a un lector. Por la tarea mágica que desempeñan en el mundo.

Esta historia también nació gracias a la involuntaria —y a menudo inconsciente— contribución de una serie de personas que cito por orden rigurosamente casual:

A Stefano y Tommaso, porque ahora están. A Clara y Gaia, por la alegría que me dan. A Vito lo Re, por su increíble música y por haber encontrado a Barbara. A Ottavio Martucci, por su cinismo bueno. A Giovanni Nanni Serio, ¡porque él es Shalber! A Valentina, que me hace sentir de la familia. A Francesco Ciccio Ponzone, qué grande eres. A Flavio, un malo de corazón tierno. A Marta, que siempre está disponible. A Antonio Padovano, por sus lecciones sobre el gusto de la vida. A la tía Franca, porque siempre está. A María Iá, por una espléndida tarde en el Quirinal. A Michele y Barbara, Angela y Pino, Tiziana, Rolando, Donato y Daniela, Azzurra. A Elisabetta, porque hay mucho de ella en esta historia.

A Chiara, que me llena de orgullo. A mis padres, a ellos les debo todo lo mejor.

A Leonardo Palmisano, uno de mis héroes. No hablaré nunca de ti en pasado y no te olvidaré.

A Achille Manzotti, que en 1999 me dio la posibilidad de comenzar esta extraña profesión pidiéndome que escribiera la historia de un cura llamado don Marco. El hecho de haber escogido el nombre de Marcus para el protagonista es un tributo al genio de este gran productor, a su locura y, sobre todo, a su olfato con los guionistas.