CATORCE

La bomba de fertilizante explotó en cuanto el camión atravesó las barricadas y una enorme explosión sacudió el edificio. La primera planta fue engullida por el fuego y el humo. Fragmentos de metal, pedazos de cemento y cristales rotos saltaron por los aires. El vestíbulo y todo lo que había en su interior fue reducido a cenizas en un instante. Después, el espeso humo se despejó, revelando retorcidas vigas de acero y lenguas de titilante fuego naranja.

Milagrosamente, el edifico permaneció en pie.

Ob observó a través de los prismáticos. Sus labios grises se retrajeron en una mueca de descontento.

—La bomba no ha funcionado tan bien como esperaba. La explosión debería haberse llevado por delante las cinco primeras plantas, pero solo ha destruido parte de la primera y el aparcamiento. Decían que el edificio era indestructible. El ingeniero que la concibió era un fanfarrón dado a la exageración y a los delirios de grandeza; pero parece que sus expectativas eran realistas. No importa. Preparad la artillería y los morteros. Acabad con la sección en la que se encuentra el generador del edificio. Quiero cortarles la corriente de inmediato. Ah, y traed los tanques al frente para que creen más entradas. Y enviad la primera oleada de infantería.

A medida que la columna de tanques rugía hacia el rascacielos, una horda de zombis cargó a través de la plaza hacia el enorme agujero que había dejado el camión bomba, avanzando por las llamas sin la menor consideración por el daño que sufrían sus cuerpos. Los cadáveres calcinados del interior del edificio volvieron a la vida, abriéndose paso a través de los escombros. Poco después, subían las escaleras en busca de presas. Cuando las escaleras acabaron abarrotadas, subieron por los huecos de los ascensores, por las escaleras de servicio y los cables.

Entonces empezaron los gritos.

* * *

Las puertas del ascensor se abrieron. Danny cogió a Jim de la mano con fuerza cuando salieron.

—¿Qué ha sido ese trueno, papá?

—Desde luego, sí que parecía un trueno, sí. Creo que ha estado lloviendo toda la noche. Pero no te dan miedo unos rayos y relámpagos de nada, ¿a que no?

Danny negó con la cabeza.

—No, pero igual a Frankie sí.

—¿Por qué dices eso?

—Porque es una chica.

—Te sorprenderías —rió Jim—. Frankie es una chica muy dura. Además, las chicas pueden hacer exactamente lo mismo que los chicos… sobre todo Frankie. Seguro que se alegrará de vernos.

Caminaron por el pasillo. A Jim le sorprendió que, pese a la alarma, no hubiese ningún médico. En la planta reinaba un inquietante silencio. Sus botas resonaban sobre las baldosas.

—¿Te gusta Frankie, papá?

—Me cae muy bien. Me ayudó a encontrarte.

—¿Te vas a casar con ella ahora que mamá y Carrie están muertas?

La pregunta hizo que Jim se detuviese en seco.

—¿Por qué dices eso? —preguntó.

Danny se encogió de hombros.

—Creo que es guapa.

«Sí que lo es», pensó Jim para sí. Pero con todo lo que había ocurrido hasta entonces, ni se le había pasado por la cabeza.

—Creo que tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos —dijo Jim, con la esperanza de que Danny cambiase de tema.

Pero el chico no parecía dispuesto.

—Creo que sería una buena mamá.

A medida que se acercaban a la habitación de Frankie, Jim pensó en explicarle a su hijo que Frankie ya había sido mamá y lo que le ocurrió a su bebé, pero declinó la idea. Danny ya había visto suficientes horrores y vivido suficientes momentos traumáticos. Tenía derecho a volver a ser un niño, libre de violencia y horror.

—¿Papá?

—¿Sí, coleguita?

—Huelo a humo. Algo se está quemando.

Antes de que Jim pudiese responder, la puerta de la habitación se abrió y de ella apareció un hombre. Vestía unos pantalones grises arrugados y una camisa blanca manchada de sudor. Sujetaba una pistola. Pese a su descuidado aspecto, Jim lo reconoció inmediatamente. Era Darren Ramsey.

Tras él iba un hombre obeso y sucio que llevaba a Frankie en una silla de ruedas. Estaba amordazada y le habían atado a los reposabrazos de la silla con tubos de cirugía. Un hilillo de sangre nacía en su nariz. Sus ojos se abrieron de par en par en cuanto vio a Jim y a Danny.

—¡Frankie!

—Quédese donde está —le ordenó Ramsey—. No queremos hacerles daño. Soy Darren Ramsey.

—Ya sé quién es —dijo Jim, acercando a Danny a su lado—. Esa a la que tienen atada a la silla de ruedas es nuestra amiga.

—Le puedo garantizar que es por el bien de la joven. Su bienestar… el bienestar de todos, de hecho… es mi máxima prioridad.

—¿Por eso le sangra la nariz?

—Se puso incontrolable. Se comportaba de forma errática. Estoy seguro de que está al corriente del ataque que está sufriendo el edificio. Solo la hemos atado para poder trasladarla a un lugar seguro.

Frankie protestó, intentando librarse de la mordaza. El gordo apretó un poco más los tubos que la tenían sujeta a la silla de ruedas.

—¿Un ataque? —Jim se colocó ante Danny y empezó a caminar lentamente hacia ellos—. Había oído la alarma, pero no he oído nada de un ataque. ¿A dónde la llevan?

—A la salvación. Va a ser la nueva Eva.

—Creo que sería mejor que eso lo decidiese ella.

—No dé un paso más, señor Thurmond —Ramsey le apuntó con la pistola.

—¿Cómo sabe mi nombre?

—Lo sé todo acerca de mis hijos, incluso de aquellos que se portan mal y muestran poco respeto, como Bates últimamente. Seguro que le ha dicho que estoy loco, ¿a que sí?

—Escuche —dijo Jim mientras sostenía las manos en alto—, no sé de qué habla. Si usted y Bates tienen un problema, es cosa suya solucionarlo. Lo único que sé es que han atado a mi amiga a una silla de ruedas y que está herida. ¿Por qué no la desatan? Nosotros nos iremos por nuestro camino y dejaremos que usted y su amigo sigan con lo que estuviesen haciendo.

—Intentamos salvarla —suspiró Ramsey—. Y está agotando mi paciencia, señor Thurmond. Le ofrezco a usted y a su hijo la misma salvación. Vengan con nosotros. DiMassi y yo vamos a abandonar este lugar: la Torre Ramsey puede resistir este ataque, pero con Bates al mando, sus defensas serán débiles. Se nos acaba el tiempo.

Sonrió de oreja a oreja y le extendió la mano libre, sujetando la pistola con la otra.

Tras él, Frankie volvió a gruñir.

—¡Ungh, umnh!

—Ni de coña —dijo Jim, en sus trece.

—Entonces no me deja alternativa. —Ramsey le apuntó al pecho—. Se está interponiendo entre nosotros y el ascensor que nos llevará al tejado. Apártese, señor Thurmond, o de lo contrario, le garantizo que usted y su hijo pasarán a engrosar las filas de los no muertos.

—A la mierda con esto, señor Ramsey —gruñó DiMassi—. Vamos a subir por las escaleras del otro lado del pasillo.

Jim cerró los puños y susurró:

—Danny, corre al ascensor y busca ayuda.

En vez de eso, Danny dio un paso al frente con los puños cerrados, como los de su padre.

—¡Deja en paz a mi papá y suelta a Frankie!

Ramsey rió.

—Ese es el espíritu que necesitará la próxima generación de la humanidad para sobrevivir. Serás una gran incorporación, hombrecito. Puedes venir con nosotros.

Danny corrió hacia Ramsey y le dio una patada en la espinilla. Antes de que Jim pudiese reaccionar, DiMassi se abalanzó sobre Danny y le retorció el brazo tras la espalda, utilizándolo como escudo. Danny gritó.

—No se mueva, Thurmond —gritó Ramsey—. Haga lo que le digo y le doy mi palabra de que su hijo vivirá. Desobedezca y los mataré a ambos, empezando por él.

—Sería la última cosa que hicieses, hijo de puta. Suéltalo.

—No es el momento de hacerse el macho, señor Thurmond. Conozco su historia. Ha recorrido cientos de kilómetros para salvar a su hijo. No deje que muera ahora.

Jim se mordió el labio hasta derramar sangre sobre su boca.

Ramsey hizo un gesto con la pistola.

—Al suelo, ahora.

Jim dudó. Vio su propio miedo reflejado en los ojos de Danny y Frankie. Después, se arrodilló a regañadientes.

Ramsey agarró una de las orejas de Danny y la retorció entre sus dedos.

—¡Suéltame!

—Tranquilo, mocoso desagradecido. Haz lo que te digo o mataré a tu padre.

Frankie forcejeó contra sus ataduras.

Ramsey apretó la oreja de Danny con más fuerza.

—Túmbese en el suelo, Thurmond, y ponga las manos sobre la cabeza. DiMassi, traiga a la mujer. Nos vamos.

—Para irte de aquí con mi hijo —dijo Jim—, tendrás que pasar por encima de mi cadáver.

—¿Lo dice en serio?

—Por encima de mi cadáver —Jim se incorporó, listo para lanzarse hacia delante.

Ramsey ladeó la cabeza y sonrió.

—Muy bien. Si insiste…

El disparo resonó por el pasillo.

* * *

Los zombis entraron en tromba en el segundo piso, emergiendo de las escaleras y apareciendo de los huecos del ascensor. Los hombres y mujeres que defendían las entradas no tuvieron siquiera tiempo de gritar, mucho menos de contener su avance. Los zombis los arrasaron como un maremoto, asesinando a todo aquel que se cruzaba en su camino.

La enfermera Kelli estaba en la tercera planta, de camino al pabellón médico para cuidar de Frankie y de una familia tuberculosa en cuarentena, cuando tuvo lugar la explosión. La sacudida del impacto la hizo caer y propició una lluvia de baldosas del techo y aislante sobre ella. Permaneció en el suelo, sin respiración, esperando a que ocurriese algo.

Le habían asignado una pequeña pistola semiautomática de calibre 22, que sabía cómo manejar. El padre y los hermanos de Kelli eran unos consumados tiradores y ella misma recibió un certificado de puntería por parte de la Asociación Nacional del Rifle hacía años. Podía acertar a tres blancos del tamaño de una moneda de veinticinco centavos. Darle a un zombi en la cabeza sería coser y cantar.

Después de ponerse en pie y sacar la pistola, Kelli se dirigió corriendo hacia la escalera. Se sentía segura empuñando el arma, aunque se preguntó dónde estaría el doctor Stern. Deseó que se encontrase bien.

Había dos hombres y una mujer ante la puerta del ascensor, pulsando los botones sin parar.

—No cojan los ascensores —les advirtió Kelli—. Eso ha sido una explosión.

—¿Está segura? —preguntó uno de los hombres. Los demás le miraron con los ojos abiertos de par en par.

—Eso creo, sí.

—Bates no dijo nada de explosiones. ¿Qué hacemos?

—Pelear.

—¿Cómo? —preguntó la mujer—. Aquí no hay nada por lo que pelear. Están por todas partes.

El hombre asintió. Sonaba aterrado y confundido.

—El señor Ramsey dijo que no podrían entrar. Lo prometió.

—El señor Ramsey mentía más que hablaba —dijo Kelli.

La mujer ahogó un grito.

—¡No debería hablar así de él! ¡El señor Ramsey nos salvó a todos!

Kelli ni se molestó en contestar y echó a correr. Dobló la esquina y vio una señal de salida al final del pasillo. En cuanto llegó a la puerta, esta se abrió de golpe desde el otro lado.

Una horda de zombis emergió de ella, disparando.

La primera bala le acertó en el estómago. La segunda le cortó el aire y la sangre de los pulmones en mitad de un grito. Kelli tuvo tiempo de ver un cuchillo abalanzándose sobre ella; después, una arteria seccionada le empapó los ojos de sangre, cegándola. Cayó al suelo, aplastada por la estampida.

Pensó que ni siquiera había tenido la oportunidad de disparar su pistola…

Después, un zombi se arrodilló a su lado.

—Todavía estás viva —dijo con voz rasposa—. Bien. Yo te enseñaré lo que es el terror, zorra.

Recordó su pesadilla.

El zombi deslizó una cuchilla por su pecho, separando ropa y carne.

La alarma de incendios empezó a sonar, ahogando sus gritos.

* * *

La primera salva de artillería rugió sobre la ciudad, retumbando como el trueno. El edificio tembló. Las bombillas se balancearon de un lado a otro y el mobiliario se desmoronó. Los pasillos se llenaron de alaridos y disparos. La alarma de incendios gritaba, ahogando cualquier sonido.

Steve y Bates atravesaron el pasillo a todo correr y se escondieron tras los sacos terreros.

—¿Eso ha sido un terremoto? —gritó Steve.

—No —contestó Bates en voz alta—. ¡Nos están bombardeando!

—Pe… pero eso no tiene sentido. Nos utilizan como alimento, para poseernos después de matarnos. No podrán hacerlo si nos reducen a pedazos.

—No es eso lo que quieren —gruñó Bates—. Esto es un ataque calculado. Piense en ello. Para matarnos, antes tienen que entrar. La salva de artillería les proporciona acceso al edificio.

Una segunda andanada sacudió la torre. De pronto, las luces se apagaron y la alarma de incendios dejó de sonar. Se encendieron las luces de emergencia, proyectando su débil brillo.

—Mierda —Bates cogió la radio—. Nos han dejado sin corriente.

La radio emitió un crujido. Forrest sonaba desesperado.

—Hemos perdido contacto con el vestíbulo —gritó—. Creo que han usado un camión bomba, Bates. ¡Un puto camión bomba! Hay zombis en la segunda y tercera plantas. Repito, han entrado en la segunda y la tercera. Los estamos conteniendo en la cuarta, pero necesitamos refuerzos.

—¡Señor, hay pájaros en la sexta y la séptima! —gritó una voz por otro canal—. ¡Han entrado por las ventanas! ¡Las abrimos para disparar y…! Han…

El informe se vio interrumpido por un largo grito que se prolongó hasta convertirse en un agudo alarido antes de desvanecerse.

—¿Forrest?

—¡Estoy aquí! —Se escuchaban disparos de fondo—. Me cuesta ver con tanto humo. No dejan de venir. ¡Son demasiados!

—Forrest, saca a tu gente de ahí —le ordenó Bates—. Tienes enemigos encima y debajo de tu ubicación. ¡Tienes que apañártelas para llegar al sótano!

La única respuesta fueron disparos y gritos ahogados.

—¿Forrest, me recibes?

Silencio.

—¿Forrest?

El canal se cortó.

—¿Al sótano? —Steve comprobó su arma—. ¿Qué hay en el sótano?

—Una ruta de escape —dijo Bates—. Puede que sea nuestra última oportunidad.

—Pero si han reventado el vestíbulo, ¿no se habrán llevado por delante también el sótano?

—Espero que no. Si el sistema de aspersión todavía funciona se habrá activado. El agua y el aislante deberían contener el incendio, además, el edificio está diseñado para que el daño se limite al vestíbulo.

—¿Y si no ha sido así, Bates?

—Entonces significa que me he equivocado y que vamos a morir. Pero para serte sincero, Steve, creo que estamos muertos de todas formas.

—Pero durante tu discurso…

—Di el discurso para proporcionar falsas esperanzas a esta gente —Bates bajó la voz—. Mira cómo están las cosas. Mira a qué nos enfrentamos. No podemos vencer, Steve. Pero no pienso enviar a esta gente a morir sin que vendan caras sus vidas. Para eso me entrenaron.

—Entonces, ¿a qué ha venido semejante farsa? ¿Por qué no les has dicho a todos que había una ruta de escape?

—Porque somos demasiados. Créeme, me gustaría salvarlos a todos, pero no podemos. Cuantos más nos llevemos con nosotros, más posibilidades tenemos de llamar la atención. Y en ese caso, moriremos todos.

Steve permaneció un rato en silencio. Se escuchó otro grito a través de la radio, que se desvaneció al rato. El pasillo se fue llenando de humo, lentamente.

—Es duro pensar eso, Bates… pero supongo que esa misma mentalidad será la que nos ayude a sobrevivir. Así que, ¿cuál es el plan?

—Vas a sacarnos de aquí volando.

—¿Qué?

—Pocilga dice que hay un túnel que pasa por debajo del río y que conduce al aeropuerto. Te acuerdas de cómo volar en avión, ¿no?

—He pilotado vuelos comerciales y aeronaves experimentales durante toda mi vida. Puedo hacer volar cualquier cosa. Pero esa no es la cuestión: ¿de verdad crees a Pocilga? Venga ya, tío. Cree que su gato es Dios, por favor. ¿Y cómo sabes que el aeropuerto es un lugar seguro? Incluso si encontrásemos un avión, habría que repostar y…

Bates levantó la mano.

—Primero vamos a preocuparnos de llegar hasta allí. Quinn y unos cuantos más están intentando dar con el señor Ramsey, pero les voy a decir que cancelen la búsqueda y que se reúnan con nosotros abajo.

—¿Tengo tiempo de ir a mi cuarto?

—¿Para qué?

—Me gustaría coger la foto de mi hijo.

—Lo siento, Steve —dijo Bates mientras negaba con la cabeza—, lo siento de veras, pero no hay tiempo y necesito que te quedes conmigo. Eres demasiado valioso como para morir.

Intentó contactar con Quinn mediante la radio, pero no hubo respuesta. El edificio volvió a temblar y, en algún lugar de la planta en la que se encontraban, la gente empezó a gritar.

Bates olfateó el aire. El hedor de la carne podrida era aún mayor que el del humo.

—Están aquí.

* * *

Frankie y Danny contemplaron la escena horrorizados, con el disparo retumbando aún en sus oídos. Jim tenía la cara, el pecho y los brazos cubiertos de sangre, que brillaba sobre su pálida piel.

La sangre de Darren Ramsey.

La pistola traqueteó al caer al suelo y Ramsey cayó con ella. Se llevó la mano al agujero del pecho con una expresión confundida en el rostro.

—No… lo entiendo… —suspiró.

Aparecieron tres hombres del pasillo, detrás de Frankie, Danny y DiMassi. Jim identificó a uno de ellos como Quinn, el piloto del helicóptero que los había rescatado. No conocía a los otros dos.

DiMassi se movió de un lado a otro, protegiéndose con Danny mientras le colocaba un cuchillo en la garganta.

Quinn y los otros dos soldados se detuvieron y apuntaron con sus armas.

—Suelta al niño, DiMassi —gritó Quinn—. ¡Se acabó!

—Oye, tío —protestó DiMassi—, yo no tengo nada que ver con esta mierda.

—Los cojones —dijo uno de los soldados más jóvenes—. Te oímos mientras bajábamos las escaleras, gordo de mierda. Hemos oído todo lo que habéis dicho el viejo y tú.

—Que te jodan, Carson. ¡Ramsey me estaba apuntando! ¿Qué querías que hiciese?

La radio que llevaba Quinn enganchada del cinturón emitió un crujido de estática. Jim oyó la voz de Bates llamando al piloto.

Quinn la ignoró, sin quitarle los ojos de encima a DiMassi.

—Venga, tío, suelta al niño. ¿No crees que ya ha tenido suficiente? ¿No hemos tenido todos suficiente?

—¿Y que me dispares, como disparaste al señor Ramsey? Va a ser que no, Quinn.

Ramsey gruñó, tendido en el suelo. Algo gris y húmedo se escurrió de su barriga. Intentó meterlo dentro, pero volvió a salírsele.

Aprovechando que DiMassi estaba distraído, Jim se acercó poco a poco hacia Danny y Frankie.

—DiMassi, los zombis han entrado en el puto edificio —continuó el soldado más joven—. Llegarán aquí en cuestión de poco tiempo. Vamos a arreglar este marrón juntos. Suelta al chaval. No te ha hecho nada.

—Estás mintiendo, Branson —dijo DiMassi, inseguro—. Si hubiesen entrado en el edificio, ya estaríamos muertos.

—No falta mucho para eso, imbécil —gritó Quinn—. Joder… ¿es que no hueles el humo? ¿No has oído las alarmas de incendios?

—El edificio es incombustible. El fuego no puede extenderse entre plantas.

—Pero bueno, ¿y no oíste las explosiones o notaste cómo se tambaleaba el edificio? ¡Nos están bombardeando, gilipollas! Hay fuego por todas partes.

En aquel instante, las luces del pasillo parpadearon y después, se apagaron del todo. La luz de emergencia se encendió, proyectando un siniestro brillo rojo.

Jim dio otro paso hacia DiMassi.

Tembloroso, DiMassi soltó al chico. Carson y Quinn lo apuntaron con sus fusiles.

Danny corrió hacia su padre y Jim le abrazó con fuerza mientras se aseguraba de que no estuviese herido.

—Parece que es la segunda vez que nos salvas, Quinn. Gracias.

—Ya me darás las gracias más tarde, Jim. Todavía nos queda salir de este edificio.

—¿Tan mal están las cosas? —preguntó Jim mientras le quitaba la mordaza a Frankie.

—Puede que incluso peor —dijo Branson.

Quinn hizo un gesto con la cabeza hacia el cuerpo inmóvil de Ramsey.

—Ocúpate de él, Branson. Le di en la tripa. Remátalo.

Jim liberó a Frankie de sus ataduras.

—¿Estás bien? Te sangra la nariz.

—El puto gordo me dio un rodillazo cuando fui a por sus pelotas, pero sí, estoy bien.

—Gracias a Dios. Pensé que te habíamos perdido, como a Martin.

En cuanto escuchó el nombre, Frankie quiso hablarle a Jim de sus sueños. Pero cuando intentó hacerlo, este se dirigió hacia DiMassi.

—Eres todo un tío, ¿eh? Pegando a mujeres y a niños.

—Eh —protestó Frankie—. Porque me pegó por sorpresa, que si no, le hubiese dado lo suyo.

—Solo cumplía órdenes —se defendió DiMassi—. Nada más.

La voz de Jim era fría como el hielo.

—¿Con que cumplías órdenes? Ya hemos visto lo que pasa cuando hombres como tú cumplen órdenes. No deberías haber tocado a mi hijo, hijo de puta.

Quinn se interpuso entre ambos.

—Jim, deja que me ocupe. Y Branson, date prisa con Ramsey, antes de que se vuelva a levantar.

Branson apuntó a Ramsey con el cañón de su fusil. Como no reaccionó, se arrodilló a su lado con precaución. Los ojos del anciano tenían la mirada perdida.

—Sería una pena que este Rolex de oro se echase a perder. ¿Puedo quedármelo, Quinn?

Ramsey parpadeó.

Antes de que Quinn pudiese responder, el cadáver de Ramsey se incorporó y tiró el fusil a un lado. Sus intestinos se desparramaron a través del agujero que había en su tripa, vertiéndose sobre el suelo. Hundió los dientes en la muñeca de Branson. El joven soldado gritó.

DiMassi aprovechó la distracción para apartar de un empujón a Jim y a Quinn y dirigirse a toda prisa hacia la escalera.

—Carson —gritó Quinn—, ve a por él. ¡Dispárale si hace falta! —Después cogió a Branson por el cuello de la camisa y tiró de él hacia atrás. Un pedazo de carne desapareció por la garganta del zombi. El brazo de Branson, herido de gravedad, empezó a sangrar.

—He venido a unirme a mis hermanos —dijo la criatura que en el pasado fue Ramsey—. Vosotros correréis el mismo destino. ¡Somos invencibles!

El fusil retrocedió contra el hombro de Quinn y la cabeza del zombi explotó. Ramsey se desplomó sobre el suelo por segunda vez.

—Se suponía que también lo era tu edificio, hijo de puta.

Carson echó a correr por el pasillo, tras DiMassi.

Quinn sacó un cuchillo, cortó un pedazo de tela de los pantalones de Ramsey y envolvió la herida de Branson con ella.

—¿Puedes andar?

Branson asintió. Su rostro estaba pálido y cubierto de sudor.

—No voy a poder disparar ni de coña, pero viviré. No creo que vaya a entrar en shock o algo así.

—Tu asegúrate de que el torniquete esté prieto —le dijo Quinn—. No quiero que vayas perdiendo sangre por todas partes: sería como dejar un rastro de migas de pan.

Jim dio un paso al frente.

—Yo llevaré tu arma, si no te importa.

Branson se encogió de hombros.

—Claro.

Jim le dio la pistola de Ramsey a Frankie y cogió el fusil para él.

—¿Sabéis cómo usarlas? —preguntó Quinn.

—No hemos llegado hasta aquí lanzándoles perdigones —dijo Frankie. Se puso en pie con expresión dolorida e hizo el gesto de sacar y meter el cargador del mango de la pistola semiautomática.

Danny frunció el ceño.

—¿Por qué yo no tengo un arma?

—El doctor Stern tenía un bate de aluminio en el trastero —señaló Quinn—. Maynard y él solían utilizarlo para jugar al béisbol en el pasillo. ¿Qué te parece?

El rostro de Danny se iluminó de alegría.

—¿Puedo llevar el bate, papá?

—Supongo —suspiró Jim—. Pero si nos topamos con los zombis, prométeme que te quedarás detrás de Frankie. ¿Vale?

Danny se lo prometió y corrió hacia el trastero. Volvió blandiendo el bate como una espada.

—¡Si se intentan acercar, les daré en los huevos!

—Danny —le recriminó Jim.

—Mejor apunta a la cabeza —susurró Frankie a la vez que le daba un amistoso puñetazo en el hombro.

Quinn comprobó el torniquete y desapareció entre las oficinas. Cuando volvió, llevaba consigo un botellín de analgésicos de los que Branson engulló cuatro. Después se volvió hacia los demás.

—Vamos.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Frankie.

—Tenemos que alcanzar a Carson y detener a DiMassi antes de que coja el helicóptero. Después llamaré a Bates por radio y le informaré de nuestra situación.

—¿Y si Bates está muerto?

—Saldremos de aquí del mismo modo que vinimos. Cabemos todos en el helicóptero.

—¿Y a dónde iremos? —preguntó Frankie.

—A cualquier parte.