DOS

La casa estaba en silencio.

—¿Danny?

Jim avanzó mientras el corazón le latía con fuerza en el pecho. Los tablones crujieron bajo sus pies y contuvo la respiración. El salón estaba vacío. Las películas de Danny, perfectamente ordenadas en las estanterías, al lado de una fila de videojuegos. Una fina capa de polvo cubría la mesa auxiliar y la rinconera. Las moscas rondaban sobre una mancha reseca de color marrón rojizo en mitad de uno de los cojines del sofá.

—¡Danny! ¡Soy papá! ¿Dónde estás?

Caminó hasta la cocina y percibió un olor abrumador: el contenido del cubo de basura, cualquiera que fuese, llevaba mucho tiempo podrido y las moscas revoloteaban sobre él. También merodeaban en torno del frigorífico, intentando acceder a su hermético interior. El incesante zumbido resonaba en el silencio. Jim sintió arcadas y, después de taparse la nariz y la boca con la mano, salió de la estancia y regresó al vestíbulo.

Giró la cabeza a uno y otro lado y aguzó el oído.

Del piso superior provino un sonido, como si algo se arrastrase por el suelo.

Se dirigió a las escaleras.

—¿Danny? ¿Estás ahí? ¡Sal, hijo, soy yo!

Una semana antes (aunque le había parecido un año), Jim había tenido una pesadilla particularmente vivida sobre aquel momento. En el sueño, alcanzaba el final de las escaleras y se dirigía, cojeando, hacia la habitación de Danny. La puerta del dormitorio crujía al abrirse y su hijo aparecía para recibirlo. Convertido en zombi.

En aquel instante, Jim se despertó entre alaridos.

Pero en aquella ocasión no se encontraba en una pesadilla de la que pudiese despertar.

En caso de

El último tramo de la escalera estaba oculto bajo un manto de sombras. No volvió a oír aquel ruido.

Jim siguió subiendo los escalones, casi sin aliento.

Cuando cruzaron la frontera de Pennsylvania y Nueva Jersey, Frankie le hizo una pregunta. La conversación regresó a su memoria.

«¿Has pensado qué harás si llegamos ahí y resulta que Danny es uno de ellos?»

«No lo sé».

Pero ahora lo sabía.

En caso de

Jim se detuvo a mitad de camino y sacó el cargador de la pistola para comprobar cuántas balas tenía. Solo le quedaban unas pocas, pero eran suficientes. Suficientes para Danny… y para él.

En caso de

Siguió subiendo. Los escalones crujían con cada uno de sus pasos. Volvió a oír aquel sonido. ¿Era un paso? Se detuvo y prestó atención. Al final de la escalera le esperaba un rellano con cuatro puertas: dos de ellas conducían a sendos dormitorios, el de Danny y el de Rick y Tammy. La tercera llevaba al cuarto de baño y la cuarta, al ático.

Los sonidos procedían del ático. No cabía duda: eran pasos renqueantes. O puede que alguien intentando caminar despacio y sin hacer ruido.

—¡Danny, soy yo, papá! ¿Estás ahí?

Subió el último escalón y se dirigió hacia la puerta del ático, pasando ante los dormitorios. La respiración se le entrecortaba en el pecho y sentía la sangre calentando sus orejas. Cuando gritó, su voz se quebró.

—Ya está, Danny. Estás a salvo. Todo va a ir bien. Todo va a salir bien.

La puerta del baño se abrió de golpe y su ex mujer muerta emergió del umbral.

Tammy se había convertido en una visión espeluznante. Su albornoz, completamente abierto, estaba manchado de fluidos corporales resecos. Su carne rancia estaba comida por la descomposición; había perdido la mayor parte de su densa y oscura melena y los escasos mechones que aún le quedaban estaban enmarañados y grasientos. Un gusano colgaba de su grisácea mejilla y otro horadaba su antebrazo. De los extremos de sus ojos y boca manaba un líquido amarillo parduzco, exudado también por las heridas abiertas de su cuerpo. Su pecho derecho colgaba hasta el ombligo, revelando la carne descompuesta de debajo y balanceándose con cada paso que daba. Algo se retorció entre los pliegues oscuros de su pelvis.

—Hola, Jim.

El apestoso aliento del cadáver le aturdió. Al estar demasiado cerca para disparar, Jim la golpeó en la cara con la empuñadura. Sintió un escalofrío de repulsión cuando los dientes podridos cayeron sobre la alfombra.

Dio un paso atrás y el zombi se tambaleó mientras sus hinchadas piernas intentaban sostener su abultada envergadura.

—He venido a por Danny.

—Demasiado tarde —dijo la desdentada criatura—. ¡Danny está muerto!

—¡Cállate! ¡Cierra la puta boca!

—¡Danny está muerto, Danny está muerto! —cantó mientras bailaba por el pasillo, aleteando los brazos—. ¡El niñato está muerto! ¡Tu hijo está muerto!

—¡Mientes! ¡Dime dónde está!

—Pobre Jim. ¿Has venido hasta aquí solo para rescatar a tu hijo? ¡Demasiado tarde! Su espíritu está siendo atormentado, mucho más allá de tu alcance. Está ardiendo en el infierno, como toda tu especie. ¡Su cuerpo se ha unido a nosotros y ahora es tu turno! Enviaré tu alma en busca de la suya para que uno de los nuestros pueda abandonar el Vacío y habitarte. Hay tantos de nosotros esperando… Tantos… Más que…

Jim levantó la pistola, pero la criatura que había sido su ex mujer fue más rápida y se abalanzó sobre él, agarrándole los antebrazos con sus manos podridas. Los huesudos dedos acercaron su brazo hacia la boca de la criatura, cuyos restantes dientes chocaron unos contra otros cuando Jim se zafó de ella. Después le propinó un puñetazo en la cara: la piel estaba fría y húmeda, y pudo sentir el puño hundiéndose en la mejilla de aquel ser. Al retirarlo, se oyó un ruido húmedo de succión.

La herida del hombre le ardía mientras forcejeaban y peleaban. Pudo sentir la sangre fluyendo entre aquellos toscos puntos de sutura. El zombi le hizo retroceder un paso y lanzó una nueva dentellada al brazo, fallando por poco. Jim empotró a la criatura contra la pared una, dos, hasta tres veces. Los marcos de las fotos cayeron al suelo, haciéndose añicos. Algo se rompió en el interior de Tammy y un líquido negruzco manó de su nariz y boca. El hedor era insoportable.

Después de soltar a la criatura, levantó la pistola y disparó sin molestarse en apuntar. El zombi perdió una oreja por completo y una porción de cuero cabelludo, pero se limitó a reír. El disparo hizo que a Jim le pitaran los oídos. Tammy se le acercó.

—¿Sabes que todavía te quería? Oh, sí, puedo verlo desde aquí —el zombi se dio unos golpecitos en la frente—. Tenía pensado dejar a Rick para que volvieseis a ser una familia. Pero entonces te volviste a casar.

Jim gritó, consumido por una rabia que inundó su cuerpo. Las venas de su cuello y brazos latieron con fuerza y su cuerpo tembló de ira.

—¡Cállate, maldita zorra!

En aquella ocasión, apuntó. La bala dejó un pequeño agujero entre los ojos de Tammy, cuya nuca acabó esparcida sobre el papel de la pared. Disparó una vez más. Y otra. Y otra vez. Su dedo continuó apretando el gatillo hasta que un chasquido indicó que había vaciado la pistola. Entonces se quedó ante el cadáver, observándolo, hasta que la pistola se le cayó de entre sus dedos entumecidos.

—Lo siento, Tammy. Ojalá las cosas hubiesen acabado de otro modo. Puede que te llevases a Danny de mi lado, pero no te merecías esto.

El tímido sonido procedente del ático le devolvió a la realidad. Jim se dirigió hacia él, pasando sobre los restos de Tammy.

—¿Danny?

La puerta se abrió con un crujido.

Su hijo apareció bajo la luz.

—¡Danny!

La pequeña figura permaneció en silencio hasta que…

—¿Papá? ¿¡Papá!?

—¡Danny! Dios mío…

El pelo del niño, de tan solo seis años, se había vuelto blanco. Ni gris, ni plateado: blanco. El color desaparecía en torno a la mitad del cabello: desde allí hasta las puntas era marrón, pero nacía blanco desde la raíz.

—Danny…

Danny corrió hacia él y Jim lo abrazó con fuerza, arrebujándolo contra su pecho. Ambos sollozaron de forma incontrolable. Haber encontrado a Danny con vida le resultaba difícil de creer: tanto, que al sentir a su hijo entre sus brazos, la sensación de alivio que recorrió su columna le hizo temblar… Jim se encontraba embriagado por las emociones.

—Danny… No me lo puedo creer.

—Papá, creía que estabas muerto. Creía que eras como mamá y Rick y…

—No pasa nada, hijo. Todo va a ir bien. Papá ha llegado y esta vez no voy a dejarte marchar. Todo va a ir bien, te lo prometo. Estás a salvo y eso es todo lo que importa. Shhh.

Danny tenía unas oscuras ojeras y había perdido muchísimo peso, hasta el punto de que Jim pudo sentir sus costillas bajo el fino pijama de Spiderman. Le pasó la mano por su blanco cabello. ¿Qué le había pasado?

«¿Qué le ha pasado a mi hijo? ¿Qué demonios ha pasado aquí?»

Danny se apartó.

—¡Papá! ¡Estás herido!

—No pasa nada. No es mi sangre. Es de…

Danny observó el cadáver de su madre y apretó la cabeza contra el pecho de su padre. Temblaba.

—¿Has… has disparado a mamá?

—Ya… ya no era tu madre, Danny. Lo sabes, ¿verdad?

—Papá, tenía mucho miedo. Vinieron los monstruos y mamá se escondió en el ático, pero se puso enferma y cuando vino Rick le hice daño… le hice mucho daño con la bola de jugar a los bolos para que no se acercase a mamá, pero mamá no se levantó y cuando lo hizo, se había convertido en un monstruo, así que me encerré en el ático y atranqué la puerta como en la tele, pero mamá intentaba entrar y… ¿¡Papá, dónde te habías metido!? ¡Me dijiste que siempre me protegerías, pero me mentiste! ¡Me mentiste, papá!

Jim lo apretó aún más fuerte. Poco después, secó las lágrimas de su hijo con la manga de la camisa.

—Estaba de camino, Danny. Vine a buscarte en cuanto oí tu mensaje, pero me encontré con gente mala y me retrasé. Pero hiciste muy bien en llamarme al móvil. Fuiste muy valiente y estoy orgulloso de ti.

—Mamá dijo que no ibas a venir. Dijo que no me querías.

Sintió una rabia familiar y, por un instante, no se arrepintió de haber seguido disparando a su cadáver reanimado.

—¿Cuándo, Danny? ¿Cuándo dijo eso?

—Después de volver a despertarse. Cuando intentaba entrar en el ático.

—Bueno, pues se equivocaba. No era tu madre quien hablaba. Y ahora que estoy aquí, nadie volverá a hacerte daño: moriré antes de permitirlo. Fuera me están esperando unos amigos, tenemos que darnos prisa, ¿vale?

Las mejillas de Danny estaban húmedas e hinchadas.

—Te quiero, papá. Te quiero más que infinito.

Las lágrimas cayeron por el rostro de Jim.

—Y yo a ti, coleguita. Yo también te quiero más que infinito. No sabes cuánto tiempo he esperado para volver a decírtelo.

Abajo, la puerta se abrió de golpe. Danny dio un respingo en sus brazos. Jim se puso en pie, colocó a su hijo detrás y cogió la pistola, que aún permanecía en el suelo. Recordó (demasiado tarde) que se había quedado sin balas.

—Ponte detrás de mí, Danny.

Una voz le llamó desde abajo.

—¿Jim?

—¿Martin?

—¡Estoy aquí, Jim! ¿Dónde estás?

—Arriba.

Después, la voz de Frankie.

—¡Muévete, abuelo! Se acercan.

La puerta se cerró con un estruendo.

Danny se agazapó detrás de Jim, que se arrodilló y le miró a los ojos.

—No pasa nada, Danny: son los amigos de los que te he hablado. Me ayudaron a encontrarte. Vamos abajo, te los presentaré. ¿Vale?

—Vale —asintió Danny.

Habían recorrido la mitad de la escalera cuando Jim oyó los gritos de los zombis. Frankie y Martin estaban arrastrando un sofá hacia la puerta de entrada. Cuando Jim llegó al vestíbulo y Danny asomó de detrás de él, Martin se quedó petrificado, mirando al chico.

—¡Venga, predicador! Ayúdame a mover… —Frankie hizo una pausa y siguió la mirada de Martin.

—Hola —dijo Danny con voz trémula mientras se miraba a los pies—, soy Danny.

El predicador y la ex prostituta se quedaron boquiabiertos. Después, la cálida risa de Martin resonó por toda la habitación.

—¡Pues sí, debes serlo! Desde luego, te pareces mucho a tu padre. Hola, Danny. Soy el señor Martin, encantado de conocerte.

Se acercó a las escaleras luciendo una sonrisa de oreja a oreja y estrechó la mano de Danny, que le devolvió la sonrisa y después miró a Frankie.

—Hola, chaval. Soy Frankie.

—¿Frankie? Ese no es un nombre de chica.

—Bueno, es que no soy una chica —replicó Frankie con un guiño—, soy una mujer.

—Oh.

Martin abrazó a Jim, radiante de felicidad.

—¿Lo ves? Te dije que era la voluntad de Dios. Te entregó a tu hijo, que ha sobrevivido para encontrarse contigo.

—¿Crees que Dios podría acercar el puto sofá a la puerta, ya que está? —preguntó Frankie, intentando empujar el mueble—. Vamos a tener encima a esas cosas de un momento a otro.

—¿Tenemos compañía? —Jim intentó no sonar alarmado. No quería que Danny sufriese más.

—Sí, tenemos compañía —respondió Martin—. Mucha.

—Tenemos encima a todo el maldito barrio —murmuró Frankie—. Es como si hubiesen montado un comité de bienvenida no muerto.

Jim sujetó el otro extremo del sofá y le ayudó a colocarlo contra la puerta, lo que hizo que el hombro le palpitase. Fuera, los gritos y alaridos iban en aumento. El hedor de la carne podrida cubrió la casa como una nube, provocando arcadas en todos sus habitantes.

—¡Cerditos, cerditos, dejadnos pasar!

Danny tembló.

—Ese es Tommy Padrone, el «mayorzón» que vive al final de la calle. Todas las noches pasaba por aquí y gritaba eso sin parar. Yo me metía los dedos en las orejas, pero aún así le seguía oyendo. Pasé mucho miedo.

Jim frunció el ceño con preocupación, preguntándose qué horrores habría vivido su hijo mientras él se encontraba en su viaje de pesadilla.

—Martin, ¿ese fusil tiene un cartucho completo?

El predicador asintió.

—Bien. Dámelo.

Martin le entregó el arma. Le gustó sentir el peso en sus manos.

—Lleva a Danny arriba. Id al ático y cerrad la puerta.

—¡Papá, quiero quedarme aquí contigo!

—Estaré arriba en un minuto, bichito.

—¿Me lo prometes? —preguntó Danny mientras se alejaba.

—Te lo prometo. Palabrita del Niño Jesús.

—Vale. Venga, señor Martin. Le enseñaré mis cromos de béisbol y mis juguetes.

Jim esperó hasta que hubiesen desaparecido por las escaleras antes de dirigirse a Frankie.

—¿A cuántos nos enfrentamos?

—Ya te he dijo que son el barrio entero, pero no nos quedamos a contarlos. No pinta bien.

El clamor en el exterior cada vez era más intenso.

Jim negó con la cabeza, frustrado.

—¿Por qué no os quedasteis en el Humvee? Estaríais a salvo, ¡y no los hubieseis traído aquí!

—¡Vaya, pues lo siento de cojones! Creíamos que estabas en peligro. Martin pensó que igual habías…

—¿Qué igual qué?

Frankie negó con la cabeza.

—Olvídalo, ¿vale? Tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos.

—Lo siento. Es que… está bien ¿sabes? Casi no me lo puedo creer. Y ahora tengo miedo de que todo esto no haya servido para nada. Puede que solo haya encontrado a mi hijo para que nos vea morir a todos.

—Bueno, pues entonces será mejor que me des ese M-16 para que haga juego con el mío, porque yo pienso plantar cara.

Jim se quedó callado, contemplándola. Después, sonrió.

Puños, martillos y palanquetas empezaron a golpear la puerta.

—Vamos allá, joder.

Jim se apostó en el primer escalón mientras Frankie se agazapaba tras el sillón reclinable. El estruendo de los golpes fue en aumento, haciendo que la puerta temblase. Una ventana de la cocina se hizo añicos. Después, otra. El hedor de la descomposición, cada vez más intenso, inundó la casa. Tuvieron que esforzarse para no vomitar.

—Recuerda… —dijo Jim.

—Apunta a la cabeza —concluyó Frankie.

La puerta se quebró y una docena de brazos asomaron por la apertura. El sofá se movió un par de centímetros, seguidos de otros dos. Las ventanas de la cocina fueron reducidas a añicos y la del salón reventó en pedazos. Un zombi asomó por ella mientras los cristales rotos le desgarraban la carne. Frankie apuntó con su M-16, disparó, y el zombi decapitado se precipitó hacia el suelo. Otro más apareció tras él, arrastrándose hacia el interior.

—¡Tirad las armas, humanos! Os mataremos deprisa, tenéis nuestra palabra.

—Tengo una idea mejor —gritó Frankie—, ¿por qué no os vais a tomar por el culo?

—¡Zorra! Te sacaremos los intestinos y los llevaremos como collares. Devoraremos vuestros corazones e hígados. Os…

—¡A ver si os gusta esto, hijos de puta!

Frankie disparó una vez más, en esta ocasión sobre el segundo zombi de la ventana, y su cabeza desapareció hasta la nariz. El ruido de cristales rompiéndose bajo el peso de unas botas les alertó de la presencia de criaturas en la cocina. Cinco de ellas se dirigieron hacia el salón desde el vestíbulo. Tras ellos, la puerta de la cocina se abrió estrepitosamente.

—¡Mierda! —exclamó.

Se volvió hacia ellos y disparó, apretando el gatillo de forma controlada en vez de dejarse llevar por el pánico. Las balas atravesaron a los zombis hasta hundirse en la pared.

Al mismo tiempo, el sofá que bloqueaba la entrada se deslizó hacia atrás. Las criaturas entraron en tromba en la casa, pero fueron recibidas por una ráfaga del arma de Jim. Aparecieron más, que se desplomaron sobre sus camaradas. Llegaron aún más para reemplazar a los caídos.

—¡Aplastadlos! —chilló un zombi—. ¡Podemos arrollarlos con nuestro número!

—¡Será mejor que subas! —gritó Frankie mientras efectuaba tres disparos hacia la cocina—. ¡Vienen por todas partes!

—Ni de coña. ¡No pienso dejarte sola!

—¡Chorradas! ¡Tu hijo está ahí arriba! ¿Me quieres decir que has recorrido cientos de kilómetros para morir aquí, sin él?

Jim apretó los dientes y vació el cargador disparando hacia la puerta de entrada, sintiendo el calor del fusil en sus manos. Los zombis que no habían sido eliminados retrocedieron, alejándose de la puerta hasta esconderse tras el seto.

—Mira —dijo Frankie, intentando razonar—, si tienes que morir, y parece que así va a ser, muere con tu hijo, no conmigo aquí abajo.

Jim metió un nuevo cargador en su sitio y miró a Frankie.

—Maldita sea. Tienes razón.

—¡Pues en marcha!

Corrió escaleras arriba. Sin dejar de agazaparse, Frankie disparó una ráfaga de fuego de cobertura y se acercó en cuclillas desde el sofá reclinable hasta las escaleras, reemplazando a Jim. Fue retrocediendo unos cuantos peldaños a medida que más zombis entraban en la casa.

Una bala alcanzó el sofá reclinable, salpicando la alfombra con pedazos de relleno acolchado. Otro alcanzó el pasamanos de madera de la escalera. Fuera, en el exterior, vio el fogonazo de un disparo.

—Mierda, ellos también tienen armas.

Esperó al siguiente disparo, vio su fulgor antes siquiera de oírlo y disparó a través de la puerta abierta en la dirección del tirador. No hubo más destellos.

—Uno menos. Quedan unos ochenta.

Aparecieron más zombis desde la cocina. De pronto, sintió un par de manos huesudas en torno a su tobillo, asomando por debajo del pasamanos. Gritó y apartó el pie de un tirón; las uñas rotas le rasgaron la piel.

—¡Ven aquí, vaca! —gritó el zombi.

Apuntó con el M-16 y disparó. El cadáver decapitado se desplomó sobre la alfombra.

Frankie se retiró escaleras arriba sin dejar de disparar.

—Jim, si tienes un plan, ¡este sería el momento perfecto para compartirlo!

Los zombis empezaron a subir las escaleras, tras ella.

* * *

—Y estas son mis cartas de Yu-Gi-Oh —dijo Danny mientras sujetaba la caja con orgullo.

A Martin le asombraba la calma de la que hacía gala Danny, sobre todo si comparaba la actitud del chico con la suya, que solo quería esconderse en un armario y mearse encima. Todavía maravillado ante la entereza del chico, recogió una figura de acción verde y musculosa del suelo.

—¿Quién es este tipo tan mal encarado? Espera, ya lo sé. Es Hulk, ¿verdad?

Danny puso los ojos en blanco.

—No, es Piccolo, de Bola de Dragón Z.

—Oh —murmuró Martin, consciente de que acababa de perder mucho puntos en la escala «guay»—, ya lo sabía.

Echó un vistazo a la habitación, entristecido ante la idea de que un niño pequeño se hubiese tenido que ocultar allí durante toda la semana. Había una cama sucia, un montón de ropa arrugada, botellas de agua vacías y juguetes dispersos.

Ambos dieron un respingo al oír el resonar de los disparos desde el piso inferior. Después, varios tiros más, seguidos del rugido del fuego automático.

Danny miró a la puerta con preocupación. Martin intentó distraerlo.

—¿Sabes una cosa, Danny? Tu padre te ha echado mucho de menos.

—Y yo a él. Creía que no iba a venir. Creía que no volvería a verle.

—Ah, pero al final, vino. Y no permitió que nada se interpusiese en su camino, nada en absoluto. Tu padre es un tío duro. No puedes ni imaginar por lo que hemos pasado hasta llegar aquí.

—¿Os habéis encontrado con monstruos?

—Sí. Pero no nos distrajeron solo ellos: también había gente mala. Y sin embargo, tu papá nunca se detuvo. Estaba decidido a encontrarte.

Más ruido de disparos procedente de las escaleras. Martin sujetó su pistola e intentó parecer tranquilo.

—Señor Martin, si usted es amigo de mi padre y le ayudó a llegar hasta aquí, ¿cómo es que nunca le vi cuando iba a su casa los veranos?

—Bueno, eso es porque conocí a tu padre en cuanto empezó todo esto… después de que se pusiese en marcha para venir a buscarte.

—¿Por qué?

—¿Por qué? —Martin estiró las piernas, que ya estaban adormecidas. Los sonidos del combate cada vez eran más intensos, hasta obligarle a levantar la voz—. Bueno, porque Dios había planeado que así fuese. Era lo que Dios quería que hiciéramos. ¿Sabes algo sobre Dios, Danny?

Danny asintió.

—Algo. Mamá y Rick no iban a la iglesia. Sé que vive en el cielo, por encima de las nubes. Pensaba que allí era donde iban los muertos, pero ahora sé la verdad: cuando las personas se mueren, no van al cielo. Se convierten en monstruos.

Martin se estremeció, no sabiendo bien qué responder. Recogió el muñeco del suelo una vez más.

—Si aceptan a Jesús, van al cielo. Esas cosas de ahí fuera… no son personas, Danny. Solo son cuerpos… como estos juguetes. Como Manolo.

—Piccolo —le corrigió Danny.

—Perdón, Piccolo —rectificó Martin, intentando mantener distraído al niño. Caminó hasta la ventana del ático y echó un vistazo al exterior, tratando de estimar la distancia que les separaba de la casa de al lado. Decidió que estaba demasiado lejos como para saltar. Desde abajo se aproximaba una horda de zombis, portando diversas armas.

—¿Ve algo? —le preguntó Danny.

—La verdad es que no —mintió Martin—. Pero no tengo miedo porque sé que el Señor está con nosotros. Siempre lo está, Danny. Siempre. Vive en nuestros corazones, desde donde ve todo lo que haces y sabe todo lo que piensas. Puede que te parezca que, tal y como están las cosas de mal, Él ya no está, pero te puedo asegurar que sí. Siempre nos protege.

—¿Como Santa Claus?

Alguien aporreó la puerta, interrumpiendo la respuesta de Martin. Se acercó con cautela hasta las escaleras del ático mientras la pistola bailaba en sus manos artríticas.

—¿Quién… quién es…?

—¡Soy yo, Jim!

En cuanto abrió la puerta, Jim entró y la volvió a cerrar de golpe.

—Papá, ¿estás bien?

—Estoy bien, coleguita —cogió a Danny en brazos y le dio un abrazo. Martin, no obstante, supo que estaba mintiendo. Las cosas no iban nada, nada bien. Los disparos —tanto de Frankie como de sus atacantes— eran constantes, al igual que los furiosos gritos de los zombis.

—¿Dónde está Frankie?

—Abajo. No tenemos mucho tiempo.

—¿Cuántos hay?

—Demasiados.

—¿Qué vamos a hacer?

Jim negó con la cabeza.

—No lo sé, Martin. No lo sé. ¿Y esa ventana de ahí?

—Ya lo he comprobado —respondió el predicador—. La casa está demasiado lejos como para llegar de un salto y debajo están los zombis.

—¡Maldita sea! —Jim le pegó un puñetazo a la pared. Danny se estremeció mientras contemplaba con preocupación a su padre.

Martin frunció el ceño.

—Estamos atrapados, ¿no es así?

Jim no respondió.

—¿Jim? ¡Contesta, hombre! ¿Estamos atrapados?

Jim asintió lentamente.

Frankie gritó desde abajo.

—Jim, si tienes un plan, ¡este sería el momento perfecto para compartirlo!