UNO

Jim, Martin y Frankie miraron a lo lejos desde su destartalado Humvee. A ambos lados de la carretera se extendía un cementerio hasta donde alcanzaba la vista, y la autopista pasaba justo por el medio. Miles de lápidas se erguían hacia el cielo, rodeadas de edificios y enormes solares desiertos. Algunas tumbas y criptas salpicaban el paisaje, pero había tantas lápidas que resultaban prácticamente invisibles.

—Recuerdo este sitio. Cada vez que pasaba por aquí para recoger a Danny o dejarlo en casa se me ponían los pelos de punta. Da miedo, ¿verdad?

—Es increíble —susurró Frankie, asombrada—. Nunca había visto tantas lápidas en un mismo sitio. ¡Es enorme!

Martin susurró tan bajo que no se le oyó.

—¿Qué has dicho, Martin?

Se quedó mirando aquel mar de mármol y granito.

—Ahora este es nuestro mundo. Rodeados por la muerte.

Frankie asintió.

—Hasta donde alcanza la vista.

—¿Cuánto tardarán en desmoronarse estos edificios? ¿Cuánto aguantarán las lápidas? ¿Cuánto tiempo durarán los muertos después de que hayamos desaparecido?

Negó con la cabeza, entristecido. Terminaron de examinar los daños que había sufrido el Humvee durante su última batalla con los muertos, en las instalaciones de investigación del gobierno en Hellertown, Pennsylvania. Fue un experimento en aquellas instalaciones lo que permitió que los muertos regresasen a la vida. Jim y el resto fueron atacados a las afueras de las instalaciones y escaparon por los pelos, y ahora llevaban a cabo un viaje para salvar al hijo de Jim, Danny. Satisfechos de que el Humvee no hubiese sufrido daños graves, continuaron su camino.

* * *

A medida que el sol se ponía, sus últimos y débiles rayos iluminaron un cartel que se encontraba ante ellos.

BLOOMINGTON - PRÓXIMA SALIDA

Jim empezó a hiperventilar.

—Coge esa salida.

Martin se dio la vuelta, preocupado.

—¿Estás bien? ¿Te pasa algo?

Jim agarró el asiento con fuerza, jadeando. Sintió náuseas. El pulso se le aceleró y se le enfrió la piel.

—Tengo mucho miedo —susurró—. Martin, tengo muchísimo miedo. No sé qué va a pasar.

Frankie tomó la salida y encendió las luces. Esta vez, el peaje estaba desierto.

—¿Por dónde?

Jim no respondió y Martin no estaba seguro de que la hubiese oído. Tenía los ojos cerrados y había empezado a temblar.

—¡Eh! —gritó Frankie desde el asiento delantero—. ¿Quieres volver a ver a tu hijo? ¡Pues espabila, coño! ¿Por dónde?

Jim abrió los ojos.

—Perdón, tienes razón. Ve hasta el final y gira a la izquierda en el semáforo. Después recorre tres manzanas y luego a la derecha, hacia Chestnut; verás una gran iglesia y un videoclub en la esquina.

Exhaló profundamente durante un buen rato y volvió a moverse. Puso los fusiles a un lado y comprobó la pistola; cuando estuvo satisfecho con su estado la devolvió a la funda. Se hundió en el asiento y esperó mientras el barrio de su hijo empezaba a dibujarse en el exterior.

—Hay uno —murmuró Martin, bajando la ventanilla y listo para disparar.

—No —le detuvo Frankie—. No dispares a menos que suponga una amenaza directa o que parezca que nos está siguiendo.

—Pero ese avisará al resto —protestó—. ¡Y lo último que necesitamos es que aparezcan más!

—¡Y precisamente por eso no tienes que pegarle un tiro! Para cuando haya avisado a sus amigos podridos de que ya ha llegado el pedido de Tele Carne, habremos cogido al chico y nos habremos largado. ¡Si te pones a disparar, hasta el último zombi de esta ciudad sabrá que hemos llegado y dónde encontrarnos!

—Tienes razón —asintió Martin mientras subía la ventanilla—. Buena idea.

Una zombi obesa se tambaleó por la carretera, vestida con un kimono y tirando de una silla de paseo para bebés. En ella iba sentado otro zombi: le faltaba la mitad inferior, y las pocas tripas que le quedaban se desparramaban a su alrededor. Las dos criaturas se agitaron cuando vieron el vehículo y la zombi corrió tras él con los puños en alto.

Frankie pisó el freno, puso la marcha atrás y dirigió el Humvee contra los zombis, aplastándolos a ambos y a la silla bajo sus ruedas.

—¿Ves? —Sonrió a Martin—. ¿A que ha sido mucho más silencioso que un disparo?

Martin tembló, pero Jim apenas se dio cuenta. Su pulso seguía acelerado, pero al menos ya no sentía náuseas.

¿Cuántas veces había conducido por aquellas calles de la periferia para recoger a Danny o para volverlo a dejar en casa? Docenas. Y en ninguna de aquellas ocasiones sospechó que volvería a recorrerlas en semejantes circunstancias. Recordó la primera vez, después del primer verano que pasó con su hijo: Danny empezó a llorar en cuanto giró hacia Chestnut porque no quería que su padre se fuese. Su pequeño rostro siguió cubierto de lagrimones cuando llegaron al tramo que llevaba a la casa de Tammy y Rick, y cuando Jim se marchó a regañadientes. Observó a Danny en el espejo retrovisor y esperó hasta haberlo perdido de vista para frenar y echarse a llorar.

Pensó en el nacimiento de Danny y cuando el médico lo puso en sus brazos por primera vez. Era pequeño, diminuto, su piel rosada seguía húmeda y la cabeza estaba ligeramente deformada por el parto. Su hijo también estaba llorando en aquella ocasión pero cuando Jim le habló, abrió los ojos y sonrió. Los médicos y Tammy insistieron en que no era una sonrisa, argumentando que los bebés no pueden sonreír… pero en su interior, Jim sabía que así fue.

Recordó aquella vez en la que Danny, Carrie y él estaban jugaban a Uno y ambos le pillaron haciendo trampas, guardándose una carta de «roba cuatro» debajo de la mesa, en su regazo. Lucharon en el suelo, haciéndole cosquillas hasta que reconoció el engaño, y después se sentaron juntos en el sofá a comer palomitas viendo a Godzilla y Mecha-Godzilla arrasar Tokio.

La llamada de Danny resonó en su mente mientras Frankie giraba hacia Chestnut.

—He llegado a Chestnut —le informó Frankie desde delante—. ¿Y ahora?

«Tengo miedo, papá. Sé que no tendríamos que marcharnos del ático, pero Mami está enferma y no sé cómo hacer que se cure. Oigo cosas fuera de casa. Algunas veces solo pasan por delante y otras creo que intentan entrar. Creo que Rick está con ellos».

—¿Jim? ¡JIM!

La voz de Jim sonaba distante y queda.

—Pasa por O'Rourke y Fischer, después gira a la izquierda hacia Platt Street. Es la última casa a la izquierda.

En su cabeza, Danny lloraba.

«¡Papá, me prometiste que me llamarías! Tengo miedo y no sé qué hacer…».

—Platt Street —anunció Frankie después de girar. Pasó por delante de las casas, alineadas en filas perfectas, cada una idéntica a la anterior salvo por el color de los postigos o por las cortinas que colgaban de las ventanas—. Hemos llegado.

Detuvo el Humvee, pero no apagó el motor.

«… y te quiero más que Spiderman y más que Pikachu y más que Michael Jordan y más que 'finito, papá. Te quiero más que infinito».

Aquella frase le había perseguido los últimos días, reverberando en su mente con su doble significado. Era un juego que compartían Danny y él, algo para aliviar el dolor de las llamadas de larga distancia desde Virginia Occidental hasta Nueva Jersey. Pero uno de los zombis con los que se encontró durante su viaje también la empleó.

—Somos muchos. Somos más que las estrellas. Somos más que infinitos.

Jim abrió los ojos.

—Más que infinito, Danny. Papá te quiere más que infinito.

Abrió la puerta y Martin le siguió. Jim le puso la mano en el hombro.

—No —dijo con firmeza—. Tú quédate aquí con Frankie, amigo. Necesito que nos cubráis las espaldas. Aseguraos de que tengamos la ruta de salida despejada.

Hizo una pausa sin soltar el hombro de Martin, levantó la cabeza e inhaló la brisa.

—Esta ciudad está llena de muertos, Martin. ¿Puedes olerlos?

—Sí —admitió el predicador—, pero necesitarás ayuda. Esa herida del hombro no está mejorando. ¿Y si…?

—Aprecio todo lo que has hecho por Danny y por mí, pero esto es algo que tengo que hacer solo.

—Me da miedo lo que puedas encontrar.

—Y a mí. Por eso necesito hacerlo solo, ¿de acuerdo?

Martin asintió con desgana.

—De acuerdo, Jim. Os estaremos esperando.

Frankie se estiró sobre el asiento y cogió uno de los M-16. Se lo colocó entre las piernas y echó un vistazo al espejo retrovisor.

—Todo despejado —dijo—. Será mejor que vayas.

Jim asintió.

Martin exhaló profundamente.

—Buena suerte, Jim. Estaremos aquí.

—Gracias. Muchas gracias a los dos.

Tomó aire, se dio la vuelta y cruzó la calle. Le pesaban las piernas, como en su sueño.

—Más que infinito, Danny…

Echó a correr hacia la casa y sus botas golpearon la acera con cada zancada. Entró en el patio, corrió hasta el porche y sacó la pistola de la funda. Alcanzó el pomo —sus manos no paraban de temblar— y comprobó que estaba abierto.

* * *

Esperaron en la oscuridad.

Martin no se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración hasta que Jim cruzó la puerta y desapareció.

Frankie echó un vistazo a la calle por si detectaba movimiento.

—¿Y ahora qué?

—Esperamos —le dijo—. Vigilamos y esperamos a que salgan.

El aire se había vuelto muy frío al caer la noche y silbó al pasar a través del agujero del parabrisas. Frankie tembló. Jim tenía razón. La brisa arrastraba consigo un olor nauseabundo.

—Entonces, ¿cuántos años tiene Danny?

—Seis —contestó Martin—. Era… quiero decir, es un chico muy mono. Se parece a Jim.

—¿Has visto alguna foto?

Él asintió.

—¿Desde cuándo lleváis viajando juntos?

—Desde Virginia Occidental. A Jim le atacaron cerca de mi iglesia. Le salve y le prometí que le ayudaría a encontrar a su hijo.

Frankie permaneció un instante en silencio. Después, volvió a hablar.

—Dime, reverendo, ¿crees de verdad que su hijo está vivo?

Martin echó un vistazo a la casa.

—Eso espero, Frankie. Eso espero.

—Y yo. Creo que… —Se paró en seco cuando echó un segundo vistazo a la ciudad y los patios de los alrededores. Cogió el fusil con cuidado.

—¿Qué pasa?

—¿Lo hueles? Se acercan.

Martin bajó la ventanilla e inhaló. Su nariz se arrugó un segundo después.

—Saben que estamos aquí, en alguna parte. Nos están cazando.

—¿Qué hacemos?

—Esperar. No podemos hacer mucho más.

Volvieron a permanecer en silencio, contemplando las casas de su alrededor. Martin volvió a mirar a la casa de Danny. Sus temblorosas piernas subían y bajaban a toda velocidad y el crujir de sus nudillos sonó en la oscuridad. La artritis estaba haciendo de las suyas y no creyó que fuese a encontrar una medicina de un momento a otro.

—Para.

—Perdón.

Empezó a pensar en pasajes aleatorios de la Biblia y se centró en ellos para no tener que pensar en qué estaría teniendo lugar dentro de la casa. «Benditos sean los que hacen la paz… Jesús es el salvador… pues Dios ama tanto al mundo que le entregó a su único hijo, de modo que aquel que crea en él no morirá, sino que tendrá vida eterna… y al tercer día, resucitó de entre los muertos».

Martin volvió a echar un vistazo a la casa, combatiendo la necesidad de ir corriendo hacia ella. Pensó en el padre y el hijo que los que habían salvado de los caníbales en Virginia. El padre sufrió una herida mortal y antes de que se convirtiese en un zombi, su hijo le disparó antes de volver el arma hacia sí.

«Entregó a su único hijo, de modo que aquel que crea en él no morirá, sino que tendrá vida eterna… y al tercer día, resucitó de entre los muertos».

Su único hijo… resucitó de entre los muertos…

Martin se detuvo en seco.

—Frankie…

De pronto, sonó un disparo que acabó con la quietud. Después, un grito. Volvió a hacerse el silencio, seguido de otro disparo.

Ambos procedían del interior de la casa.

—¡Ay, Dios! ¡Frankie, era Jim el que gritaba!

—A mí no me ha parecido que quien gritaba fuese humano.

—¡Era él! Estoy seguro.

—¿Y ahora qué hacemos?

—No lo sé. ¡No lo sé!

A Martin le daba vueltas la cabeza.

¡Había disparado a Danny y después se había suicidado! Había entrado en la casa para encontrar a Danny convertido en zombi. ¡Su único hijo, regresado de entre los muertos!

Frankie le sacudió.

—¡A la mierda! ¡Vamos, reverendo!

Bajaron del Humvee de un salto, con las armas listas, mientras el viento transportaba los gritos de los no muertos hacia ellos. Los zombis aparecieron al final de la calle y las puertas de las casas empezaron a abrirse. Los no muertos avanzaron hacia ellos.

—Era… era una trampa… Mira cuántos son… —dijo Martin, con la voz quebrada.

—Mierda.

Frankie apuntó con su M-16 y disparó tres ráfagas rápidamente. Un cadáver se desplomó y cinco más tomaron su lugar. Los zombis cargaron con un grito atroz.

Martin se volvió hacia el Humvee, pero Frankie le cogió del brazo.

—¡Mueve el culo, predicador!

Corrieron hacia la casa para ver qué había sido de su amigo. A medida que se aproximaban, oyeron más disparos desde el interior.

Por encima de ellos, la luna brillaba sobre el mundo, contemplando su frío y muerto reflejo.