Hoy en día, existe la oportunidad de crear millones de nuevos puestos de trabajo en el tercer sector. Utilizar la capacidad de trabajo y el talento de los hombres y mujeres que ya no resultan necesarios en los servicios y en los puestos públicos para crear un capital social en los barrios y las comunidades es algo que cuesta dinero. Establecer un impuesto sobre la riqueza generada por la economía de la nueva era de la información y reconducirlo hacia los barrios y las comunidades, así como hacia la creación de nuevos puestos de trabajo y la reconstrucción social, proporcionaría nuevas esperanzas y un detallado esbozo de cómo podría ser la vida en el siglo XXI.
Imponer un nuevo punto de vista sobre el trabajo, de cualquier modo, requiere que contemplemos de otra manera nuestra idea del cuerpo político. Aunque los políticos, tradicionalmente, dividen la sociedad en un espectro polarizado entre el mercado, por una parte, y el sector público, por otra, quizá sería más conveniente pensar en ella como en un taburete de tres patas: el sector del mercado, el sector estatal y la economía social. La primera pata sería el capital mercantil, la segunda el capital público y la tercera el capital social. De las tres, la más antigua y la más importante, aunque la menos reconocida, es el tercer sector.
Según los viejos esquemas, la discusión política debe basarse en la búsqueda del equilibrio adecuado entre el mercado y el sector público. Según los nuevos, consiste en encontrar un balance perfecto entre el mercado, el sector público y el tercer sector. Pensar en la sociedad como creadora de tres tipos de capital —el capital mercantil, el capital público y el capital social— abre nuevas posibilidades de reconceptualizar tanto el contrato social como el significado del trabajo en el futuro.
La clave para llevar a cabo un verdadero intento de renovar el paisaje político depende de la voluntad, también política, de incrementar el impulso y elevar el perfil de la economía social, situándola en igualdad de condiciones con respecto al mercado y al sector público. Sin embargo, y dado que el tercer sector debe basarse tanto en el mercado como en el sector público para su supervivencia y bienestar, su futuro dependerá, en gran parte, de la creación de una nueva fuerza política que pueda exigir al mercado y al sector público la inversión de parte de los amplios beneficios conseguidos a través de la economía de la nueva era de la información en la creación de capital social y en la reconstrucción de la vida civil.
El potencial necesario para la existencia de una tercera fuerza en la vida política está ahí, pero todavía no se ha materializado en un movimiento social mayoritario. Esta fuerza está formada por los millones de personas de todos los países del mundo que invierten su tiempo, semana tras semana, colaborando con los cientos de organizaciones que forman parte del cada vez más amplio tercer sector. Se trata de gente que ya ha comprendido la importancia de la creación de un capital social en sus propios barrios y comunidades.
Hasta ahora, no obstante, quienes trabajan y sirven como voluntarios en este sector no se contemplan a sí mismos como parte de un colectivo potencialmente poderoso, capaz de rediseñar el futuro una vez politizado. Quienes forman parte del tercer sector proceden de todas las razas y etnias y de todas las clases sociales y modos de vida. Lo único que comparten es su creencia en la importancia del servicio a la comunidad y de la creación de un capital social. Si este valor compartido pudiera transformarse en un propósito y una identidad comunes, podríamos reelaborar el mapa político basándonos en directrices completamente nuevas. La movilización de millones de personas relacionadas con la economía social para la formación de un movimiento de amplia base que pudiera plantear exigencias serias tanto al sector mercantil como al público, constituiría la prueba de fuego de los nuevos políticos del capital social.
La carta más importante en el juego de la nueva política parece ser el sector público. Debemos insistir en que las naciones-estado son un invento de la era industrial. El capitalismo requiere un gran abanico de instituciones políticas para dominar y asegurar amplios mercados geográficos. Hoy en día, cuando el comercio se está desplazando desde la era industrial hasta la era de la información, y de la Tierra al espectro electromagnético, los estados geográficamente relacionados entre sí se encuentran de repente a sí mismos con una relevancia cada vez menor y sin una misión claramente definida.
En el nuevo mundo que se está formando, el sector público probablemente desempeñe un papel mucho más reducido en las cuestiones comerciales y más amplio en el tercer sector. Juntos, estos dos sectores geográficamente relacionados entre sí podrán empezar a ejercer una considerable presión política sobre las empresas, con el fin de reconducir parte de los beneficios del nuevo comercio desde su ámbito privado hasta las comunidades.