Capítulo 9

En el Evoque reinaba el silencio. Sophie parecía tan insegura como una adolescente, aunque se cubría los ojos culpables con sus gafas de sol, pues no quería mostrar cuán doloroso había sido escuchar la verdad. Durante meses, nada le había quedado tan claro como el dolor y la rabia de Nick al darle aquella respuesta.

«Eché de menos a mi hija». Esas palabras resonaban en su cabeza, como si jugaran a frontón dentro de su mente.

Nick no había vuelto a abrir la boca. Mientras Sophie desayunaba como una ratita sin hambre, él se preparaba para lo que pudiera pasar aquella mañana.

Se vistió con unos tejanos y una camiseta gris algo holgada. Debajo, llevaba el arnés de la espalda, con su pistola.

En el Evoque, solo Be Careful, de Jason Derulo, ocupaba aquel vacío de vergüenza y resentimiento.

—¿Te has puesto la vaselina? —preguntó Nick, también con sus gafas aviator con cristales efecto espejo.

—Sí —contestó escuetamente Sophie.

—Bien.

No se iban a decir nada más, hasta que ella entendió que debía salir de su entumecimiento. Debía reactivarse, retomar las riendas de su vida.

—Sé que hasta que no cojamos al tipo que me persigue no puedo hacer mucho. Pero… necesito ver a Cindy. Y hacerme cargo de la facturación de Orleanini. Estamos a final de mes y…

—Puedes controlar las cuentas desde un ordenador, ¿verdad?

—Sí, pero necesito comprobar que todo va bien. Soy la dueña —replicó, orgullosa.

—No puedes dejarte ver. Sophie. Ni puedes acercarte a Cindy ni a tus padres. Los llamaremos desde otro teléfono y hablaremos con ellos. —Se detuvo en un semáforo, prestando atención a los viandantes—. Pero no vamos a exponerlos…

—¿Y no has pensado que tal vez ellos ya lo sepan todo de mí? ¿No has pensado que ya sabrán quiénes son mis padres, quién es mi hija y quién es mi exmarido? Yo creo… Creo que alguien que actúa así tiene in mente mil maneras de hacerme daño.

Nick lo sabía. Por supuesto que sabía que ese tipo sabía muchas cosas sobre Sophie. Lo que no sabía era que se había metido con la mujer que no debía. Porque no todas contaban con la ayuda de un auténtico rastreador frío y metódico como él. Hasta ahora no se había dejado llevar por la ira ni los nervios. Pero cuando diera con él…, lo mataría.

—Sophia, entiendo que te sientas insegura —reconoció él—. Pero quiero que te quede claro algo. —Giró la cabeza hacia ella y la tomó de la barbilla, para asegurarse de que captaba el mensaje—: No estás desprotegida. Estoy contigo. Y mis amigos también. Y nunca dejamos a nadie atrás.

Ella se relamió los labios y asintió con congoja. Se sentía agradecida por tener a tanta gente intentando ayudarla.

—Es solo que… Echo de menos a Cindy. Es duro estar lejos de ella… Quiero abrazarla.

—Créeme que te entiendo. Pero solo son unos días. —Insinuó con algo de inquina—. Unos días sin verla no son nada. Supéralo.

Ella retiró la barbilla y bajó la ventana del coche, pero Nick negó con la cabeza y la subió de nuevo.

—Nadie puede verte. Recuérdalo. ¿O prefieres que ponga un cartel luminoso que diga que Sophia Ciceroni está aquí? —la regañó.

—¿Me vas a dejar respirar en algún momento, Nicholas? Porque, o me mata el que me persigue, o créeme que este coche lleno de despecho acabará conmigo. Y prefiero un tiro, o lo que sea que me pueda hacer ese japonés, a esta muerte lenta a la que me castigas con tu hostilidad disfrazada de fría educación. No lo soporto.

Nick alzó la comisura de su labio y arqueó las cejas, que se levantaron por encima de la montura de sus gafas.

—Pues tienes que hacerlo, princesa. Porque este es mi trabajo y es lo único que sé hacer bien. Y te aseguro que no quiero que mi hija se quede huérfana de madre.

—En algo estamos de acuerdo —replicó enfadada—. Porque yo tampoco quiero dejar sola a Cindy, con un padre que no tiene ni idea de lo que es la indulgencia.

—Una cosa es ser indulgente, pero la otra es ser Dios. Él es el único que hace milagros, en caso de que exista. Ahora hazme caso, y no busques discusiones conmigo, porque camino sobre una cuerda muy floja contigo.

«Más claro el agua», pensó Sophie, devastada.

Ambos se desafiaron, mirándose a través de los cristales, demostrando que cada uno tenía su opinión al respecto.

—¿Me odias, Nick? ¿Ya no hay nada de lo que tú y yo sentíamos antes el uno por el otro? Porque anoche no parecía eso…

—El sexo se queda en la mazmorra, ¿entendido? Si no quieres que las cosas sean así y hay algo de lo que puedas quejarte de la noche anterior, entonces no vuelvas a ponerte en bandeja delante de mí. Porque no voy a cambiar.

—No hablo de la mazmorra… Hablo de cómo eres fuera de ella conmigo.

—Lo lamento, Sophia. Ahora solo te puedo dar esto. —Se encogió de hombros—. Y ya te he dicho que, si no quieres volver a intimar conmigo, solo tienes que decirlo.

—¿Y si voy a la policía? Porque me hiere que me trates así. Prefiero que me proteja algún guardaespaldas que no esté tan vinculado emocionalmente conmigo como tú —exclamó—. Seguro que puede hacer lo que tú haces igual de bien…

—¿Hablamos de follar o de protegerte? Porque lo primero es imposible, y lo segundo es una utopía.

—No te soporto. Eres presuntuoso, odioso, cruel…

—Ya veo. ¿Soy todo eso? Entonces… ¿Ya te rindes? —Nick apretó un músculo en la barbilla y movió la cabeza como si no estuviera sorprendido—. ¿Te quieres ir ya?

—Pero… ¿es que acaso me estás poniendo a prueba para ver cuánto aguante tengo? ¡Tu rabia no es sana! ¡Ese despecho no solo va a acabar conmigo, Nick! —le gritó—. ¡También te destruirá a ti! ¡Y si no lo ves, es que estás ciego! ¡Yo te he perdonado los años que me engañaste respecto a tu trabajo! ¡Me importa un comino que estés en el FBI! ¡Ya me da igual! ¿Y sabes qué? —Rio con tristeza—. Después de la primera noche que pasamos juntos en el campus, ocho años atrás, si me hubieras dicho que ibas a entrar en el FBI, no hubiera pasado nada, porque ya me había enamorado de ti perdidamente. Me hubiera dado igual que fueras basurero, deshollinador o Superman, porque yo quería al hombre que eras, no a lo que te dedicabas. Nick… —Lo tomó de la barbilla, rogándole que le comprendiera—. Nick… Escúchame, por favor…

—No. Escúchame tú. Si no quieres que te toque, no lo haré. Pero hay algo que es innegociable. Nadie se va a hacer cargo de ti. Solo yo.

Estaban llegando al aparcamiento en el que esperaban Leslie y Markus. Acababan de pasar de largo el Sylvain, un restaurante al que habían ido a comer juntos en algunos Mardi Grass; habían repetido año tras año, como una tradición. Ambos recordaron aquellos tiempos al ver el local, y el odio dejó paso a la melancolía.

¿Por qué no podía ser todo como antes?

A Sophie, el vacío que sintió al recordar esos momentos felices la dejó tan tocada que se calló de golpe.

Tenía ganas de conocer a Leslie, la hermana de Cleo. Y a ese ruso peligroso del que todos hablaban.

* * *

Y el ruso era tal y como recordaba, y eso que solo lo había visto de refilón, en el crucero donde la habían llevado a la fuerza junto con otras chicas.

¿Es que todos los hombres del FBI eran así, salidos de fábrica? Grandes, corpulentos y… ¿tan comibles?

Los ojos amatista de Markus y su cresta roja de mohicano la intimidaban mucho. Vestía todo de negro y un tatuaje que le llegaba al cuello emergía de entre su camisa estrecha. Pero entonces, Leslie Connelly, una morena de pelo largo y liso y con los ojos plateados embrujadores, se apoyó en su hombro para decirle algo al oído mientras los veía llegar, y él le sonrió, mirándola con una adoración que rozaba la fantasía y la veneración.

Sophie quería bizquear, porque ante ella tenía a otra pareja enamorada que había participado en Amos y Mazmorras. Al parecer, los únicos desgraciados, los peores parados de las Islas Vírgenes habían sido ellos dos.

Leslie y Cleo se parecían, pero cada una tenía su personalidad. Leslie inspiraba más respeto que Cleo, parecía más seria, pero Sophie intuía que el sentido del humor de Leslie era muy fino y que era mucho más directa que su hermana menor.

—¿Qué tal estás, rubia? —le preguntó Markus a Nick cariñosamente. Tenían una relación de camaradería bastante especial.

Sophie frunció el ceño.

—Bien, soviética borracha —le contestó él dándole la mano con energía.

Markus sonrió y se fijó en Sophie.

Ella no supo ni qué decirle, solo quería ocultarse detrás de Nick y esconderse de ese hombre que parecía un asesino de la KGB. En cambio, Markus dijo algo que la descolocó.

—Aún no eres de las mías.

—¿Cómo? —preguntó Sophie, perdida.

—Ese tatuaje que llevas en el hombro. —Lo señaló sin interés. Sophie lo miró como si se le hubiera descolorido la tinta—. No está mal. Es bonito. Pero… aún te queda mucho para entrar en la mafia rusa. —Le sonrió y le guiñó un ojo.

Sophie osciló las pestañas, a punto de tropezar ante tal muestra de virilidad sensual.

—¿Estás bromeando? —preguntó Sophie aún algo extraviada.

Leslie se echó a reír y asintió con la cabeza.

—Discúlpalo. Es ruso. Tiene un sentido del humor un poco raro… Le he animado a que se abra e interactúe. Y sus intentos son… Ya lo has visto —dijo Leslie, divertida.

—Ah… Pues a mí me ha hecho gracia. —Sophie recuperó el timón y aceptó la mano que le ofrecía Leslie—. Eres la hermana de Cleo, ¿verdad? Leslie.

—Sí. Yo misma. Encantada de conocerte formalmente, Sophie.

—Lo mismo digo.

—¿Es ese el coche que te perseguía? —Leslie señaló el Jaguar dorado aparcado en el número 333.

Sophie lo miró y se acercó lentamente. No cabía duda. Era el mismo vehículo.

—Sí. Ese es.

Nick caminó junto a ella y se asomó a la ventana del piloto. En el asiento, había motas más oscuras y churretones que se deslizaban hasta descansar en la alfombrilla.

—Es sangre. Es su coche. —Nick levantó la cabeza y buscó la cabina del jefe del aparcamiento.

En ese momento, Lion y Cleo llegaron en su todoterreno. Aparcaron y bajaron del coche.

—¿Ha llegado el dueño? —le preguntó Lion a Markus tras saludarlos a todos.

—No. Aún no.

Lion asintió con seriedad, y después se dirigió a Nick con la seguridad de la persona acostumbrada a estar al mando.

—Nick, el instrumental que emplearon para tatuar a Sophie es de una marca llamada Cheyenne Hawk. Hemos mirado el número de serie de la pistola y hemos consultado la tienda donde la compraron. Fue en Downtown Tattoo, en la calle Frenchman. No está muy lejos de aquí. Esta misma mañana, hemos ido a preguntar, acompañados de la foto que nos ha dado la agencia de Jim. ¿Y adivina qué?

—Han reconocido al individuo.

—Exacto. Es el mismo. Es nuestro hombre —aseguró—. Utiliza tarjetas falsas. La Master Card con la que compra tampoco es suya.

—Joder… —Nick se quedó pensativo—. Este aparcamiento tiene cámaras de seguridad. —Miró hacia las esquinas—. Tal vez el dueño nos permita revisarlas.

Lion clavó los ojos azules en la cabina, donde estaba el empleado que le gestionaba las transacciones al dueño. Estaba hablando con alguien.

Lion sonrió y le dijo:

—Déjamelo a mí. Conozco al dueño. —Le puso la mano en el hombro y se adelantó para contactar con el misterioso hombre.

Cuando Nick se dio la vuelta, se encontró con la mirada de Cleo, que lo agarró por el brazo y lo separó de la inspección e incluso de las miradas conspiratorias de Sophie.

—Oye, tú.

—¿Qué?

—¿Qué demonios estás haciendo?

—¿Con quién? —preguntó él sabiendo perfectamente a lo que se refería.

—¿Me tomas por tonta, Nick?

—En absoluto, Nala.

—Entonces…, ¿por qué Sophie parece tan desgraciada?

—Joder, Nala… Alguien la está persiguiendo y la han secuestrado dos veces. —Puso cara de póker—. Eso es lo que le pasa.

—No. —Cleo lo agarró de la camiseta y tiró de ella—. Eso no es en lo que tú y yo quedamos, ¿recuerdas? —le dijo, enfatizando cada palabra—. Quedamos en que la cuidarías, en que la tratarías bien.

—Cleo, en serio, no me des sermones.

—Esa cara es de congoja. ¿Por qué, si la quieres tanto…?

Nick dio un paso adelante y la obligó a bajar la voz.

—Connelly —la llamó por su apellido para que supiera que ya no estaba de broma—, no te metas.

—No me meteré —le contestó, indignada—. Pero déjame decirte que eres tonto del culo.

—¿Cómo?

—Lo que oyes. Vas a hacer que Sophie me caiga mejor que tú, a pesar de lo que te hizo.

Dicho esto, Cleo se dirigió a Sophie con una sonrisa y fue a interesarse por su estado, dejando a Nick con la palabra en la boca.

* * *

Cuando Lion entró en despacho del jefe del aparcamiento, ya sabía lo que se iba a encontrar.

Prince Steelman era el propietario de los tres aparcamientos de aquella zona turística de Nueva Orleans. Steelman era otro de los apellidos ricos de Luisiana. Habían hecho fortuna con los casinos del lugar. No es que fueran muchos, pero lograban grandes beneficios.

Dominic decidió continuar con el legado familiar: continuó creando zonas lúdicas y de juego para adultos. Pero Prince vio en los aparcamientos un gran negocio, y lo cierto es que había acertado de lleno. Cuando Lion se enteró de que iban al complejo de estacionamientos que estaba frente al Sylvain, comprendió que ese día vería a Prince de nuevo. Hacía mucho que no lo veía. Concretamente, desde la pelea en las Islas Vírgenes, después de la etapa de la mazmorra.

Prince controlaba bien su entorno, por lo que querría saber por qué alguien con placa pedía ver los vídeos de su garaje y revisar el interior de un coche abandonado. Insistiría en estar presente en todo aquel procedimiento.

Y Lion no estaba equivocado, del mismo modo que sabía que a Prince no le haría ninguna gracia verle.

Aquel altísimo amo criatura lo miró con disgusto al verlo entrar en el despacho.

Prince tenía el pelo recogido en un moño negro. Llevaba una camisa blanca, con las mangas arremangadas, que dejaban a la vista la enorme llave tatuada que descansaba en el interior de su antebrazo, y unos tejanos azul oscuro. Se había colocado las gafas en el cuello de la camisa, y llevaba un Tagheuer en su muñeca, que brillaba de manera insultante.

—Romano, ¿qué haces aquí?

—Steelman —lo saludó con seriedad, enseñándole la placa—. Necesitamos tu permiso para abrir un coche aparcado en la plaza 333. Y revisar los vídeos de las cámaras de seguridad.

Prince se quedó mirando la placa, sin hacer un solo gesto despectivo.

—¿Por qué? —preguntó.

Lion miró al subordinado de Prince, pero este no se fue hasta que Prince no se lo ordenó.

Una vez solos, los dos amos, frente a frente, pudieron hablar con más libertad.

—¿Te acuerdas de Tigretón? —le preguntó Lion.

—Joder, claro que sí. Ganó el torneo de Dragones y Mazmorras DS. Todo un despropósito el torneo —murmuró en desacuerdo—. ¿Quién se iba a imaginar que iba a pasar todo lo que pasó?

—Sí, bueno… Su mujer se metió en el torneo sin que él lo supiera. Fue una de las sumisas que los villanos de la Old Guard secuestraron para venderla luego en el yate donde se celebró la final…

—Sí, sí… —lo cortó alzando la mano para que se ahorrara esa parte—. Estoy al tanto de todo.

—Bien. Hace dos días alguien la volvió a secuestrar. Nick la encontró. De momento, está a salvo. La estamos protegiendo. Y creemos que el propietario de ese coche es quien la raptó. Necesitamos asegurarnos de que es él, y averiguar la hora en la que el vehículo entró en el aparcamiento. ¿Nos das tu permiso para revisarlo y ponernos manos a la obra?

—Yo pensaba que para esto necesitabas una orden judicial…

Lion apretó los dientes, iracundo. Debía imaginarse que Prince le pondría trabas, teniendo en cuenta lo mucho que lo odiaba. Y lo equivocado que estaba por ello.

—No me va bien pedir una orden ahora. Pensaba tirar directamente de nuestra antigua camaradería.

Prince frunció el ceño y sonrió con cinismo.

—Eres del FBI. ¿Cómo te voy a decir que no? —Su tono acusador daba a entender que incluso a él le ofendió descubrir la verdad—. Haz lo que necesites. Está Lady Nala ahí afuera, ¿verdad? Cómo nos tomó el pelo a todos… Yo ya sabía que no era bedesemera, pero… ¿policía?

Lion se puso alerta, dispuesto a marcar territorio.

—Hizo su trabajo. Como todos —la excusó él.

—Sea como sea…, con placa o sin ella, sigue siendo un bocado más que apetecible, ¿eh, King?

—Prince…, ten cuidado —le advirtió Lion—. Esta vez Sharon no está delante para detenerme si quiero partirte la cara. —Lion salió del despacho y con un gesto de cabeza indicó a sus compañeros que abrieran el Jaguar. Después volvió a entrar y miró de frente a Prince—. Necesito el archivo de las grabaciones…

—No hace falta —gruñó el Moreno de pelo largo—. Mi sistema hace fotografías de las matrículas de todos los coches que entran. Solo hay que introducirla para que reconozca el momento exacto en que llegó y tomó el tique de entrada. —Se sentó a la mesa, delante del ordenador, y abrió el programa de seguridad interna, apretando con fluidez el teclado—. Aquí está. ¿Ves? —Señaló la pantalla de ordenador—. Este coche lleva aquí desde anteayer por la madrugada. A las cinco, entró en las inmediaciones. Y si seguimos la grabación…

En el monitor se podía ver cómo el Jaguar aparcaba en la plaza 333. El conductor hacía una llamada y se quedaba quieto, con los ojos cerrados. Prince hizo avanzar rápido la imagen hasta que, una hora después, un hombre calvo de unos cincuenta años de edad y de rasgos japoneses lo sacaba del coche y se lo llevaba herido, apoyado en él.

—Joder —murmuró Lion, concentrado—. ¿Puedes seguirlo con otra cámara?

—Sí —contestó Prince, y le dio más imágenes en movimiento.

El desconocido lo metía en una furgoneta blanca Dodge y se lo llevaba.

—Lo tenemos —dijo Lion saliendo a informar a Nick y a los demás—. ¡Se fue acompañado de otro hombre que conducía una Dodge cuatro por cuatro de color blanco!

—¿Tenemos la matrícula? —preguntó Nick, ansioso.

Lion asintió y se la dio.

—La tenemos. Déjame un momento y averiguaremos el nombre y la dirección del titular.

Mientras Nick entraba en el Evoque precipitadamente para abrir su portátil de abordo y dejar todo a cargo de su magia de hacker, Lion regresó de nuevo a la cabina. Prince lo miraba todo con interés.

—Y pensar que a todos os he visto en pelotas —susurró riéndose de la situación—. Debe de ser divertido hacerse pasar por otra persona que no eres, ¿verdad?

Lion conocía a Prince perfectamente y sabía por dónde iban los tiros. Era el rey de la insinuación.

—Se necesita talento para eso.

—Y tú tienes de sobra, ¿verdad, King? —Lo miró de reojo mientras jugaba desapasionadamente con un par de monedas entre los dedos—. Un día eras como un hermano para mí y al otro… Al otro te follaste a Sharon.

Lion cerró la puerta a sus espaldas y se encaró a Prince.

—Tu problema es que no ves la realidad, y sabes que algo de lo que viste aquel día no cuadraba. Yo sí sé lo que pasó. Y Sharon, por supuesto. Y hasta que no estés dispuesto a escuchar la verdad, seguirás creyéndote tu propia mentira. Y es una pena, Prince. Ella y tú hacíais una pareja increíble…

—¡No me hables como si no lo supiera! —Se levantó de la silla como un vendaval y estampó a Lion contra la pared, cogiéndolo del cuello de la camiseta—. ¡Sé quién era Sharon para mí! Pero al parecer yo no era nada para ella.

—Eso es mentira.

—Entonces, ¡cuéntame la verdad!

—La única verdad es que si alguien salió herido esa noche, fue ella. Pero creo que eso es algo que ya empiezas a comprender, ¿eh?

—Cuéntame lo que pasó.

Lion negó con la cabeza y obligó a Prince a soltarle con un empujón que lo desequilibró.

—No, tío. Yo no soy quien debe contártelo. No es a mí a quien debes creer. Ella intentó explicártelo, pero tú no le dejaste. Ahora ya no tiene ganas de hablar… Pero, si yo la continuase amando —abrió la puerta del despacho—, como creo que tú lo haces, insistiría día tras día. Toma. —Le puso la imagen del retrato del japonés que buscaban—. Si lo ves, llámame, por favor. Es peligroso.

Cerró la puerta tras de sí y dejó al amo criatura, al Príncipe de las Tinieblas, al que había sido uno de sus mejores amigos, pensativo y víctima de sus propios remordimientos.

Los demonios de la duda jamás lo abandonarían.