Capítulo 7

Aquello era como una pérdida de virginidad a lo grande. Un matrimonio roto iba a tener relaciones completamente distintas a las que habían tenido cuando fueron felices.

Sophie lo quería mucho. Nick, en cambio, tenía sus reparos hacia ella. No acababa de fiarse.

Pero tanto el uno como el otro se deseaban con una fuerza distinta a la que sintieron cuando se conocieron. Eran más maduros. Más fuertes. Sabían lo que querían. Tenían una hija en común. Y el tiempo y la vida los habían endurecido.

Tal vez Sophie había destruido el amor que Nick sentía hacia ella. O puede que Nick decepcionara a Sophia con sus mentiras.

Pero ¿quién podía contra el poder de los recuerdos y de la atracción?

Nick la tomó de la barbilla y poco a poco introdujo un pulgar en su boca.

—Date la vuelta, Sophia —le ordenó—. Dirígete a la pared y ve hacia las cadenas.

Ella volteó la cabeza. Las cadenas negras y metálicas, irrompibles, reposaban colgadas de su amarre, descansando contra la pared. Riéndose de ella. Todo allí olía a nuevo y a limpio. ¿No lo había estrenado aún? ¿Todas las herramientas eran vírgenes?

Caminó hasta su destino, descalza y vulnerable, sin nada que pudiera cubrirle de la inspección de aquel hombre.

Nick la seguía pegado a ella como un depredador, a su desnudez.

Cuando llegó, él la puso de cara a la pared. Y, una a una, empezó a encadenar sus extremidades.

Las piernas bien abiertas, y los brazos igual, por encima de la cabeza.

Nick se recreó en cómo se curvaba la espalda de Sophie, incluso los tonos de su tatuaje le parecieron hermosos. El pelo liso y largo le llegaba por la mitad de la columna… Y su trasero, alto, fuerte y respingón, lo atrajo como la luz a las polillas.

Lo tocó con la mano abierta y después agarró la nalga derecha presionando con fuerza.

—Tanta belleza… —susurró él en medio de un lamento—. Me prohibiste esto, justo cuando más ganas tenía de tocarte. —Unió su torso a su espalda y pegó sus labios a su oído—. Me ardían los dedos por acariciarte… Y ahora me arden por castigarte.

¡Zas! ¡Zas!

Le dio dos cachetadas fuertes y secas, que no tardaron en enrojecer la nalga de la joven. Sophie apretó los dientes y cogió aire.

¡Madre de Dios! ¡Nick tenía unas manos enormes! Nada tenían que ver con las de Thelma.

—¿Me vas a denunciar por esto? —le preguntó dándole una caricia a la piel caliente. ¡Zas! ¡Zas! Dos cachetadas más en la otra nalga. Sophie se puso de puntillas para aguantar aquel escozor tan placentero. Inmediatamente, Nick le frotó la piel y la acarició—. Contesta.

—No, señor.

—¿Estás segura? Porque esto solo acaba de empezar…

—No vuelvas a preguntármelo, por favor. Ya te he dicho que no.

—Comprenderás, princesa, que lo que quiero es asegurarme de que lo que hacemos es consensuado, y que yo no te obligo a nada. —Hundió los dedos en el pelo y pegó su mejilla a la de ella—. Tienes una palabra de seguridad, ¿lo sabes?

—No la necesito, señor.

—Tu palabra es «traidora».

«Y la tuya es mentiroso», pensó. Nick estaba siendo pesado y algo mezquino. Pero Sophie estaba dispuesta a redimirse como fuera.

—Sí, señor.

—Si ves que no puedes aguantar más, solo tienes que decirlo. Cuando te asustes, dices la palabra y listos.

Sophie no se iba a amedrentar. Thelma había sido una dómina cruel. Las mujeres podían ser más violentas que los hombres a la hora de la dominación.

Pero Nick era más poderoso e intimidante. Él no le hizo spanking solo una vez. Repitió el procedimiento hasta en diez ocasiones y cumplió su palabra. Le puso el trasero como el color rasgado de las manzanas rojas.

Cuando se detuvo, Sophie presionaba los labios y cerraba los ojos con fuerza. Y, cuando él paró de darle cachetadas y empezó a acariciarla con tanta dedicación, las lágrimas se le saltaron.

—¿Qué se dice? —preguntó él.

—Gra…, gracias, señor.

Nick no quería ser clemente. Su papel con ella iba a ser duro, porque lo necesitaba. Necesitaba comportarse así y desahogarse por todo su sufrimiento. Pero, al ver sus lágrimas, pareció ablandarse.

—¿Lloras porque tienes miedo? —preguntó él girándole la cabeza para que lo mirara a los ojos.

—No, señor. Lloro porque me encanta que me toques así…

Nick frunció el ceño, desconcertado por su respuesta. Le encantaba ver a Sophie de ese modo, lejos de todo temor. Y, al mismo tiempo, temía lo que ella pensara de él, al experimentar su toque en su mazmorra, al mostrarse tal cual era en la intimidad, en el sexo.

No había traído a ninguna mujer allí.

Sophie era la primera.

La primera mujer de quien se enamoró. Su primera esposa. La primera que le rompió el corazón. Y la que estrenaba su mazmorra, el lugar más íntimo para él, allí donde se quitaría las máscaras para siempre.

—Sophia… —murmuró rodeándole la estrecha cintura con las manos—. ¿Quieres más dolor o más placer?

Ella había aprendido a relacionar las dos cosas. Y ambas le gustaban. Pero lo que deseaba de verdad era que Nick hiciera con ella lo que le viniera en gana.

Sin miedos. Sin remordimientos. No pensaba quejarse. Sabía que podía estar más segura que con él.

—Lo que desees, señor.

Él sonrió, y sin ser consciente de lo que hacía, besó su cabeza como agradecimiento.

—¿Y si lo que deseo es poseerte hasta que me digas basta? ¿Y si lo que deseo es marcarte y entrar hasta lo más hondo de ti, incluso cuando ya no pueda más?

—¿Qué quieres tú, señor?

—Quiero follarte como un animal. ¿Le molesta eso a una princesa como tú?

Ella se estremeció y se mordió el labio inferior. Hubiera querido cerrar las piernas para sentir lo hinchada que estaba, pero las cadenas se lo impedían. Aun así, se tuvo que morder la lengua para no contestarle ácidamente.

—Inténtalo, señor. Tal vez te sorprenda lo poco que me molesta.

Pero, en su fuero interno, tenía muchas dudas, miedos que flotaban en su pozo de la inseguridad, que como aguas estancadas anegaban su corazón.

Nick nunca la había penetrado por completo.

Thelma le había enseñado a jugar con los dildos y a trabajar los músculos vaginales para que fueran más elásticos y para que su estrechez se ensanchara; de lo contrario, Nicholas no podría profundizar en sus embestidas. Antes siempre le hacía el amor dejando media vara en su exterior, y la otra media dentro. Pero siempre le quedaban como cinco dedos por meter en ella.

Nick frotó el lóbulo de su oreja con su nariz, mientras se bajaba la cremallera del pantalón.

Con una mano sacó su pesada erección. Estaba dura y caliente, y apuntaba directamente a las nalgas de Sophie. Apoyó su miembro entre ambas, moviéndolo arriba y abajo.

—¿Recuerdas cómo lo hacíamos antes? Ya no va a ser así.

—Lo sé, señor. —Sophie agarró las cadenas entre sus dedos, preparándose para lo que pudiera venir—. Ni tú ni yo somos los mismos.

—Exacto… Y yo me he vuelto muy exigente y caprichoso. Lo quiero todo, y no descanso hasta que lo consigo.

De repente, se apartó de ella. Sophie sintió el frío en la espalda. La azotó el miedo a ser abandonada.

—¿Nick?

—¿Quién es Nick? —preguntó él de lejos, trasteando un mueble de objetos sexuales.

—¿Señor? —se corrigió—. ¿Qué haces?

—Chis. Ya verás.

Un sonido eléctrico y vibrante retumbó en la silenciosa mazmorra. Sophie miró por encima del hombro, para ver qué era. Pero no lo consiguió. Aunque el sonido le resultaba familiar… Tenía que ser un vibrador en forma de micrófono.

—Mira al frente.

Sophie asintió sumisa y obedeció su orden.

—Mantén las piernas abiertas. No hagas fuerza, no te alejes.

—No, señor.

Lo cierto era que Nick así la intimidaba y la excitaba más de lo que estaba permitido. Se llevaría una gran sorpresa cuando la tocara y…

Nick la sujetó con una mano por la cadera y acercó su pesada erección a su entrada. La introdujo haciendo fuerza hacia delante, disfrutando de la natural lubricación del cuerpo de su exesposa, que gemía y gemía, poniéndose de puntillas.

—Sophia… Estás muy mojada —dijo con un hilo de voz.

Implacable, continuó avanzando, y corrigió su posición para que entrara por completo, deslizándose por su útero, hasta el fondo.

—Señor…

Nick le dio una cachetada en la nalga. Eso hizo que los músculos internos lo apretaran, lo sintieran y después se relajaran. En ese instante, él volvió a apretar y a tensarla por dentro, hasta que de un empujón se metió todo entero.

¡Zas! Dolor y placer. Cielo e infierno.

Lo que nunca había conseguido con ella por miedo a hacerle daño, ahora lo lograba poseyéndola como los caballos, encadenada a una pared… Dominándola.

Y maldita sea… Sophie lo estaba disfrutando.

Nick apretó los dientes. Estaba a punto de correrse de lo apretada que la sentía. Miró hacia abajo y no vio lo que siempre veía. Su vara estaba completamente dentro; solo los pelos rubios de su sexo descansaban entre las nalgas de su sumisa; los testículos estaban sobre su clítoris.

Sophie se mordía el labio para no quejarse. Él era como un consolador muy grande, con los que ella nunca había conseguido jugar por completo. Era como estar ensartada por algo enorme a la altura del estómago y entre las piernas. Le ardía. Le escocía… ¡Era tan bueno!

—¿Estás preparada? —le preguntó él al oído.

Sophie negó con la cabeza y tragó saliva insegura. Eso le iba a doler. Pero lo estaba esperando con ansias. Esperaba la posesión, el éxtasis, la furia y el salvajismo incomprendido de Nick… Ese era él. Y ella lo quería.

Pero, entonces, él se apretó todavía más, entrando hasta donde parecía imposible, y le colocó la parte del micrófono negro y algo blando sobre el clítoris.

Aquello era un vibrador descomunal. Algo que la destruiría al cabo de pocos segundos, muerta de placer. Apretaba los músculos y veía que no podía estimularse más porque tenía el miembro de Nick alojado en lo más profundo.

—Oh, por favor… —Sophie dejó caer la cabeza hacia delante e intentó curvar la espalda.

Nick sonrió. La inmovilizó con una mano y empezó a penetrarla a un ritmo hipnotizador, con la fuerza exacta.

—Así es como me gusta hacértelo. Que no haya un centímetro de ti que no me sienta, que no haya un espacio en tu interior que no me resguarde… —gruñó.

Los testículos golpeaban por delante la perola del vibrador, que estaba extraestimulando el clítoris, hinchado como nunca.

—Nick…

Él la cogió por el pelo, sabiendo que eso también le gustaría. Sophie era una sumisa sorprendente. Desconocía qué le había enseñado Thelma para que lo disfrutara tanto… Para que aprendiera a relajarse y a tomarlo así, pidiendo más, absorbiéndolo.

Pero le daba las gracias. Y, a la vez, le enfurecía, porque eso debió habérselo enseñado él.

—¿Quién soy?

—Mi amo… —susurró ella cerrando los ojos por el placer.

—¿Por qué demonios no me temes, Sophie? —Imprimió más velocidad a sus caderas, sin retirar la perola vibradora.

—Eso ya no va a pasar más, señor… —murmuró queriendo ceder al placer—. Yo no te temo.

—Hace un tiempo no fue así.

—Hace un tiempo, señor, tú me sorprendiste y… ¡Oh, Dios! No pares…

—Ah, no, no… —Le dio otra cachetada en la nalga—. Te corres cuando yo te lo diga. Nunca antes. Si lo haces, te castigaré.

Sophie sabía retener su orgasmo, pero aquello era tan bueno que no quería retrasarlo. Aunque Nick se lo pedía, y ella quería complacerle. Deseaba mostrarle su verdad. Su arrepentimiento. Su aceptación. Y su amor. Un amor que nunca desapareció, que solo se enturbió por miedos absurdos.

—Sí, señor.

«Sí, señor… Pero ya estoy a punto».

Nicholas se detuvo, cogiendo aire y cerrando los ojos a medio camino entre el agradecimiento y la estupefacción. ¿Eso estaba pasando de verdad?

Miró a su alrededor y a la mujer sumisa y encadenada a la que poseía, como si fuera un sueño. Era Sophie. Sophie Ciceroni. Su exmujer.

Y estaba ahí, entregándose a él.

Alguien la estaba persiguiendo y la había marcado, y Nick estaba dispuesto a descubrir quién era y matarlo. Matarlo, nada de llevarlo ante la ley. Los virus y las plagas debían aniquilarse. Nick, visto lo visto con el FBI, solo creía en su ley y en la de sus amigos.

Sin embargo, incluso siendo consciente del peligro que le rodeaba, estaba dominando a Sophie en su mazmorra. Le estaba haciendo el amor como si fuera una terapia para romper el hielo y alejar los temores y la tensión.

La adrenalina acumulada desde el día anterior tenía que salir por algún lado.

—A la mierda —dijo Nick, sacudiendo la cabeza, decidido a buscar el placer en el cuerpo de Sophie. Se lo merecía. Se lo merecía por todo lo que había tenido que soportar. Y ella también se lo merecía, para que viera lo que había dejado escapar.

Nick la saqueó por dentro, la desvalijó dejándola completamente desnuda. La posesión fue tan dura y estuvo tanto rato con ella que sabía que cuando acabara estaría irritada.

Sophie se corrió una vez, gritando y llorando de placer. Cuando pensó que la penetración cesaría y que él se saldría, Nick no retiró ni el vibrador ni tampoco su pene, que seguía moviéndose inclemente, triturándola.

—Nick… Por favor…

—¿Por favor qué?

No la iba a escuchar. No sabía lo que sucedería en un futuro, pero su alma solo descansaría si marcaba a Sophie a su manera, si le demostraba que el sexo con él podría haber sido todo un mundo lleno de posibilidades.

Un cuerpo de gladiador como el suyo estaba hecho para luchar y para dar placer, desafiando a su mujer, poniéndola en guardia y poseyéndola como un animal. Y sabía que, haciéndolo así, desataría las pasiones más oscuras y secretas de la educada y reprimida Sophie, nunca del otro modo, en el espacio seguro, entre la línea del decoro y de lo vainilla. No. Sophie no se detonaba así. Una mujer tan dada a la protección y al control solo podía volar libre con alguien que la desafiara y la empujara al abismo.

Y ese era él.

De nuevo la llevaba a ese abismo de colores y fuegos artificiales, a ese lugar de un placer tan mágico y divino que no parecía ni terrenal.

El segundo orgasmo fue incluso mejor y más doloroso que el primero. Sophie estaba tan mojada y lubricaba tan bien, aun estando hinchada, que el sonido del sexo era incluso afrodisiaco para ellos.

—Así, princesa… —se le escapó.

No quería decírselo con tanto cariño. Pero tampoco le importó llamarla de ese modo cuando Sophie estaba tan entregada y expuesta. Era preciosa. Su pelo liso suelto por su espalda, el tatuaje en su hombro y su brazo… Sus nalgas rojas por el spanking. Nick se endureció todavía más, dobló las rodillas y aprovechó la posición para penetrarla más intensamente. Y en medio del tercer y fulminante orgasmo de Sophie, él se dejó llevar, corriéndose en su interior, queriendo darle más que solo eso…, pero sin atreverse.

Cuando los recuerdos espasmódicos del éxtasis desaparecieron, Nick se desmoronó sobre la espalda de Sophie, deseando que ella los sostuviera a ambos. El silencio se hizo pesado. Las palabras que ninguno se atrevía a decir brillaron por su ausencia. Aunque, en ese momento, ni uno ni otro eran capaces de sumar dos más dos.

Nick detuvo el vibrador y lo dejó caer al suelo con un golpe seco. Sophie aún palpitaba a su alrededor, igual que él. Y mantenía los ojos cerrados y el rostro cubierto por su propio pelo.

Se llevó la mano al bolsillo del pantalón y sacó las llaves para abrir las esposas de las cadenas.

Nick la liberó, pero no se salió de su interior. La reacomodó sobre su pecho y rodeó su vientre plano con sus manos.

—¿Qué va a pasar cuando te suelte? —le preguntó, inseguro. Estaba preparado para otro nuevo desplante, para nuevas acusaciones y nuevas denuncias. Pero de nada servirían, pues esta vez todo estaba grabado—. Hagas lo que hagas, Sophia, no te va a servir de nada frente a un juez.

—Maldito seas, Nicholas… —murmuró lastimera—. Te dije que no iba a hacer nada. No me has dado miedo. No me asustas. Confío en ti y…

—Bien, porque, si me denunciaras de nuevo, quedarías en evidencia. Está todo grabado.

Sophie se envaró como pudo, pues aún él la mantenía presa en su interior, bien cogida por su lanza.

—Suéltame —dijo ella, indignada—. No lo dices en serio.

—Sí lo digo. Mira, ahí y ahí. —Señaló las esquinas—. Hay dos cámaras que lo graban todo. Puedes saludar, si quieres…

Nick se deslizó hacia fuera y salió por completo, pero no la soltó, aún la rodeaba con los brazos.

—¿Y qué harás con eso? ¿Se lo enviarás a mis padres?

—No soy tan mezquino. Aunque estaría bien que entendieran cómo es su hija en realidad.

—Ellos no necesitan saber cómo soy para darse cuenta de que ya no soy la misma. Eres imbécil, Nick.

—Soy precavido.

—No. Estás ciego.

—¿Te enfadas porque quiera cubrirme las espaldas?

—Me enfado porque no sé qué quieres… No sé qué necesitas de mí. —Se frotó las muñecas—. No sé qué hacer para demostrarte que no soy la misma y que me gustaría que me dieras otra oportunidad.

Sophie se libró de su amarre y lo encaró, con lágrimas en los ojos. Lágrimas desatadas por los orgasmos y por su falta de confianza. Lo miró de arriba abajo. Lo que vio la ofendió más que todo lo demás. Parpadeó atónita y lo miró como si fuera un extraño.

—¿Llevabas un condón?

Nick alzó una ceja rubia y se encogió de hombros.

—Por supuesto.

—¿Por supuesto? —repitió ella, algo perdida. ¿Qué se pensaba que era eso? Una reconciliación. Caray, estaba muy lejos de redimirse. Nick se lo había hecho con protección, como si fuera una extraña.

—No sé con cuántos hombres has estado, Sophia… ¿Rob está sano?

Sophie frunció los labios, estudiando a Nick como si fuera un dictador, alguien cruel y desconocido para ella.

—Me apetece girarte la cara ahora mismo. ¿Estás sano tú de la cabeza? —gruño, afligida—. ¿Cuántas veces te tengo que decir que entre yo y Rob no hay nada?

—Las que sean necesarias, Sophia —contestó, serio—. Las que sean necesarias. Ese tío sabe más de mi hija que yo. No creo que esté exagerando. Durante meses, él ha hecho mi papel. Tal vez también lo hizo en tu cama.

—Y tal vez a ti te acabe matando ese rencor que guardas en tu interior. Acabas de hacerme el amor encadenada en tu mazmorra… ¿Qué más necesitas que haga?

—Estoy muerto desde hace meses, preciosa. Tendrás que hacer más para devolverme a la vida, ¿no crees? ¿Qué te parecen diez meses de agonía?

Sophie buscó una salida de la mazmorra. No le gustaba estar desnuda y vulnerable frente a ese Nick. Sobre todo porque lo que decía le parecía lógico. Pero ella nunca tuvo nada con Rob. No le gustaba como hombre. De hecho, el único hombre al que amaba y que la volvía loca era el gladiador inclemente, sudoroso y medio excitado que tenía delante. Y no lo podía domar. Nunca se podría domar a un domador.

—Solo ha habido un hombre en mi vida. Y ese eres tú. ¿Puedes decir lo mismo? —le provocó ella.

—Puedo —afirmó él—. Pero eso no cambia nada.

Lo que cambiaba o no cambiaba que ninguno de los dos hubiera tenido otra pareja no lo sabían.

Pero estaban juntos en eso.

Ahora lo único que importaba era mantenerla a ella a salvo. Aunque para Sophie la mayor amenaza era Nick.

Después de una sesión tan intensa, él esperaba cuidar de su sumisa, no discutir con ella. Además, Sophie debía valorarlo completamente. Lo mejor eran siempre las atenciones, los cuidados y los mimos después de una doma. Y él era muy mimoso.

—Hagamos una tregua. Tiempo muerto, ¿de acuerdo? —Le ofreció la mano. El pelo rubio y despeinado se le había pegado a la frente del sudor. La miró con inconscientes ojos suplicantes, esperando a que ella aceptara irse con él—. Basta de charlas, Sophia. Vamos a dormir. Mañana nos espera un día muy largo.

Ella observó su mano y negó con la cabeza.

—Me tiemblan las piernas. No sé ni cómo me mantengo en pie. No puedo caminar.

En un suspiro, Nick la había cogido en brazos y cargaba con ella para salir de la mazmorra.

—Entonces te llevo yo.

Se quitó el condón con una mano y lo metió en la papelera metálica que había al lado de las escaleras.

Sophie miró sin que él se diera cuenta. La bolsa de basura estaba limpia, negra e impoluta.

—Nicholas…

—¿Qué? —le preguntó él subiendo las escaleras de madera.

—No has usado ningún objeto de la mazmorra con nadie.

Él no la miró. Abrió la puerta y salieron al pasillo que daba al salón, para ascender de nuevo las escaleras que lo llevarían a las habitaciones.

—No —contestó él.

No. Esa mazmorra la había estrenado ella, pensó satisfecha.

Y saberlo, estar tan segura de eso, le dio un nuevo rayo de esperanza.

Nick la había estado esperando, agarrándose a la esperanza de que algún día ella regresaría. Se había ido a vivir a Luisiana, y la casa estaba justo al lado del zoo, porque Cindy y ella adoraban los animales.

No era una mera coincidencia. Todo tenía su propósito.

Aunque el orgulloso amo no quisiera desenmascarar de nuevo su corazón, ella lo conseguiría.

Porque el odio solo se destruía con amor.