Lion no sabía cómo reaccionar. Cleo enrojeció hasta la raíz de su pelo. Karen carraspeó, incómoda. Y Nick… Nick apretó los dedos contra sus palmas, tensando los puños. Sophie tenía razón, pero estaba equivocada en una cosa: Karen y él jamás se habían acostado. Practicaron juntos para las domas. Al principio, él como amo, y después como sumiso. Ejercitaban el uso de los floggers, su correcta manipulación, el uso de las cuerdas, de las esposas, de las pinzas… Necesitaban conocer aquellas herramientas y, sobre todo, comprender el perfil psicológico de alguien acostumbrado a mandar y de alguien que adoraba someterse.
En Amos y Mazmorras aprendió mucho. Pero nunca intimó con Karen hasta esos niveles. Jamás.
—Mi trabajo exige una serie de sacrificios. Instruirme y meterme en la piel de un personaje… Las domas eran parte del trabajo.
—¿Domas? ¿Tú hacías domas con ella? —Sophie se levantó de la mesa, acusadoramente. Tiró la servilleta con fuerza sobre el plato ya vacío.
—Las domas no tienen por qué ser… —intentó explicarle Nick. Ni siquiera sabía por qué tenía que darle explicaciones. Ya no eran pareja.
—Sé perfectamente cómo es una doma, Nicholas. —Lo señaló con el dedo—. Y no porque tú me las enseñaras. ¡Lo he aprendido yo sola!
—Bien. Entonces sabrás que muchas veces… es solo trabajo —contestó él.
—¿Para Cleo y Lion también fue solo trabajo? ¡Míralos! ¡Están enamorados!
La pareja se miró con asombro y algo de vergüenza, hasta que Lion le pasó el brazo por encima a Cleo y le plantó un beso en toda la boca.
—Reconócelo, pelirroja. Estás enamorada de mí —le dijo en voz baja.
—Lion, no bromees… Esto es serio. Creo que deberíamos irnos —añadió, incómoda al ver a Sophie tan al borde del llanto.
—Es mi profesión —continuó Nick levantándose de la silla como Sophie—. La misma que tú tanto temes. La misma que tu familia negó para su hija. La misma que hace que hoy pueda estar aquí protegiéndote. Soy agente del FBI, es mi trabajo, joder.
—Claro, Nicholas —respondió, dándole la razón como a los locos—. Y los actores no dejan de ser profesionales mientras trabajan, pero eso no les impide magrearse y darse el filete cientos de veces, toma tras toma, hasta que logran la perfección.
—Nick es un caballero y un gran profesional. Nuestra buena relación es solo laboral. Solo somos amigos —aseguró Karen, que no sabía dónde meterse.
Sophie desvió la atención hacia Karen.
—Tú no te metas. No tengo nada contra ti. Excepto el hecho de que mi marido ha jugado contigo sexualmente cuando aún estábamos casados.
—Eso no fue así —dijeron los dos a la vez.
—¿Más mentiras? —les preguntó de frente.
—Bueno… Esto empieza a ser demasiado incómodo —murmuró Karen levantándose de la silla con una sonrisa de disculpa. Comprendía que Sophie se sintiera celosa y engañada, y que nada de lo que ella dijera le haría cambiar de opinión. Pensaría lo que quisiera de ella y de él, hasta que Nick la convenciera de lo contrario—. Todo estaba riquísimo. Muchas gracias, Sophia.
—De nada. Un placer conocer al ama de mi exmarido.
Karen se disculpó con Nick por irse tan rápido. Cleo y Lion hicieron lo mismo. Ella abrazó a Sophie para darle las gracias por la cena, intentando transmitirle algo de energía positiva.
—Sophie… —le dijo al oído—. Entre Nick y ella no hay nada. Lion y yo somos un caso aparte. Igual que mi hermana y Markus. —Aquello solo avivó más el fuego.
—Ahora sí que lo has arreglado —le dijo Sophie, apretando los dientes, despechada, furiosa—. ¿Markus y tu hermana también se quieren? —Se sentía traicionada y ni siquiera encontraba palabras para justificar adecuadamente su indignación.
—Mañana te llamo y hablamos.
Sophie asintió haciendo pucheros cuando Cleo la besó en la mejilla. Karen pasó por su lado y pareció querer decirle algo más, pero no era el momento. Lion y sus increíbles ojos azules se detuvieron frente a ella. Le dio un beso en la frente muy paternal y le dijo en voz baja:
—Nos largamos para que hagáis las paces. Pero que sepas que, si yo estuviera en la piel de Nick, no tendría clemencia contigo.
—Lárgate —le gruñó Sophie.
Lion fue el último en salir y cerrar la puerta a sus espaldas, dejándolos solos en el comedor. Entre ellos se abrió un vacío que no tardarían en llenar con acusaciones de todo tipo.
* * *
La mesa seguía puesta. Uno a cada extremo de esta. Ella estaba a punto de echarse a llorar como una niña. Se había controlado delante de todos, de los amigos de Nick, a los que casi había invitado a irse con su poca educación. Pero ahora la presa rebosante de ira de su interior amenazaba con desbordarse.
Ya casi no le quedaba orgullo. Se había ido al montar aquel espectáculo.
Pero, en ese momento, frente al hombre al que amaba y que la había traicionado… Era capaz de incendiar la casa.
—Me asombras. Nunca habías sido tan maleducada —la reprendió Nick.
—Nunca me habían traído a la amante de mi exmarido a cenar a casa.
Nick dio un paso hacia el lado; Sophie hacia el contrario.
—Karen no es mi amante. Jamás la toqué.
—Vete a la mierda, Nick. ¡Ocho años de mi vida! ¡Ocho! ¡Viviendo en la inopia contigo! ¡Maldito cobarde embustero!
—No me insultes, Sophie —la amenazó.
—¿A ella sí la enseñaste bien? ¿Karen no huyó de ti la primera noche?
Aquello lo hirió en su amor propio. Jamás quiso asustarla. Pero Sophie se descontroló, se tomó las cosas por donde no eran y todo se fue al traste. Y por eso… ahora estaban así.
—¿Sabes qué? Me alegro de hacer lo que hice. —Sophie se secó las lágrimas con un antebrazo.
—¿Te alegras de haberme denunciado y haberme jodido la vida? Porque eso es justo lo que hiciste.
—Gracias a eso he descubierto lo que haces, quién eres y qué es lo que te gusta. De lo contrario, habría vivido engañada el resto de mi vida. Así que deja de hacerte el ofendido, porque tú me has decepcionado aún más de lo que yo te he decepcionado a ti.
—¿Eso crees? ¡¿Que mi mujer me denuncie después de que yo le enseñara mi lado dominante crees que no es decepcionar?! ¡Me humillaste, Sophia! —exclamó furioso—. ¡Me privaste de mi hija! ¡Me avergonzaste ante los míos!
—¡Tenía miedo! —replicó ella.
—¡Me pusiste a la altura del asesino de tu hermano! —le gritó él, sin poder controlar sus emociones.
Sophie no dijo nada.
Nick dio otro paso lateral, y Sophie hizo lo mismo. Los dos empezaron a caminar alrededor de la mesa, como hienas que persiguieran a su presa.
—¿Podías dormir tranquilo? ¡¿No te entraba mala conciencia al mentirme con tanto descaro día tras día?! —Agarró una copa de vino, un brillo amenazador cruzó sus pupilas y se la lanzó con todas las fuerzas. Rebotó contra el pecho de Nick y cayó al suelo, donde se rompió en mil pedazos—. ¡Estaba embarazada de tu hija y jugabas a amos y sumisas con Karen! ¡Cerdo!
La camiseta gris de Nick quedó estampada de lamparones rojizos. Incluso su rostro chorreaba el vino de la uva morada. Una enorme gota se deslizaba a través de su pétrea barbilla.
—Como vuelvas a lanzarme algo, te cogeré, Sophia, y te daré tu merecido. Te voy a encerrar en el cuarto oscuro y voy a ponerte las nalgas del color de las manzanas rojas.
Nunca había imaginado que Sophie fuera tan celosa, tan posesiva. Pero lo estaba vacilando como vacilaba una esclava a su amo, para que jugara con ella.
—Mira cómo tiemblo —contestó ella agarrando un panecillo aún tierno. ¡Zas! Se lo lanzó y le dio en la mejilla izquierda—. No me das ningún miedo, Nick. Ninguno. ¡No tengo miedo de nada! —Abrió los brazos y se miró el tatuaje japonés que parecía lucir con orgullo—. Salí de Amos y Mazmorras viva… Salí viva del maldito secuestro exprés con el japonés. Ya no soy la misma ingenua y mimada que conociste. He cambiado.
—No eres inmortal. Todavía corres peligro —le dijo él, preocupado por su seguridad.
—Ya lo sé, estúpido. Pero no me va a asustar que ahora vengas tú a perseguirme y a amenazarme con tus jueguecitos de tres al cuarto.
Nick sonrió ladinamente, jurando venganza por aquello.
—¿Estúpido? ¿Jueguecitos de tres al cuarto? Tú ni siquiera te imaginas lo que puedo hacerte, Sophie.
Ella respiró con tranquilidad. Satisfecha por no sentir duda ni terror ante el gigante rubio y hercúleo en el que se había convertido Nick. No soportaba imaginar a Nick tocando a otra que no fuera ella de aquel modo, le sacaba de quicio.
Sentía celos, pero le podían las ganas de conseguir que él la tocara del modo en el que ella le prohibió una vez. Quería demostrarle a él y a sí misma que ella, y no Karen, era su verdadera compañera de juegos. Que era su esposa y que lo seguía siendo de corazón, aunque el divorcio legal dijera lo contrario.
Lo seguía amando. Incluso con más ganas que antaño.
—No tienes el tesón de Karen —la provocó él—. Llorarías como una gallina y después me denunciarías otra vez. No voy a caer en tu juego.
—No es un juego.
—Me engañarías.
—Tú también sabes de eso, Nicholas… Ocho años fingiendo ser un simple comercial… No sé tú, pero en mi pueblo eso es ser un maestro de las trolas.
—Estás enfadada conmigo. Si te domino, te ofenderás y volverás a jugármela. Vamos a dejar la discusión aquí. Pero que te quede claro que nunca tuve nada con Karen. Todo fue estrictamente profesional.
—No, Nick. No. —Negó con la cabeza y tragó saliva, queriendo demostrarle que hablaba muy en serio—. Ponme a prueba —le pidió—. Me lo debes.
—¿Qué te lo debo? ¿Por qué? —preguntó, ofendido.
—Por engañarme. Por hacerme creer que me casé con el hombre que no eras. Dame la oportunidad de conocer al que sí eres de verdad. Tal vez, a ese hombre aún pueda gustarle. O, incluso, él pueda gustarme a mí.
Nick la miró entrecerrando los ojos. Queriendo creer en ella, pero a la vez lo temía. Se sentía como un esquizofrénico.
Y Sophie sabía muy bien a lo que estaba jugando. Solo esperaba que sus desafíos surtieran efecto en él. Quería volver a sentir a Nick, aunque fuera de ese modo. Quería que se enamorase de ella de nuevo. Demostrarle que también le gustaban esos juegos, una vez que los había asumido.
—No. Ahora dices eso, y después irías corriendo a tus padres para…
—¡Maldito seas, Nick! ¡Fui al torneo buscarte! —Empezó a lanzarle todo lo que encontraba por encima de la mesa. «Escúchame, tonto. Dame la oportunidad de ponerme en tus manos y demostrarte cuánto confío en ti y cuánto te quiero»—. ¡¿Qué más tenía que demostrarte?! ¡Me metí allí por ti! ¡Dame esta oportunidad! ¡No me des la espalda ahora! ¡¿Y si mañana me matan?!
—No digas tonterías.
—¡¿Y si mañana me secuestran de nuevo?! ¡¿Y si no tengo la suerte de sobrevivir otra vez?! ¡¿Cómo me recordarás?! ¡¿Cómo la cobarde que te denunció y te alejó de todo lo que te importaba?!
—Mientras estés conmigo, no te va a pasar nada. Ahora, relájate y sube a tu habitación a descansar.
Ella no se amilanaba, desesperada por provocarlo y llamar su atención. Apretó los puños con rabia y gritó con toda su impotencia:
—¡Thelma tenía más valor que tú! ¡Ella sí que me enseñó! ¡Tú no! ¡Tú te limitaste a rendirte y a darme de lado y a seguir jugando con Karen! ¡No me diste la…!
Y, en un visto y no visto, sin saber muy bien cómo ni cuándo, se encontró cargada sobre el hombro de Nick como un saco de patatas. Pero él no subió las escaleras para llevarla a su cuarto y encerrarla allí.
No fue eso lo que hizo, sino que abrió con llave una puerta blanca que Sophie no había abierto en su inspección, porque estaba cerrada. Y lo que ella se imaginó que era una puerta falsa o un trastero interior, resultó ser, ni más ni menos, que la habitación del dolor y del placer.
Una mazmorra.
* * *
—Ahora sí que te vas a callar, Sophia.
Nick la manipulaba como si no pesara nada. La dejó de pie en medio de una sala en la que había un trono de amo, donde seguramente haría spankings…
—¿Crees que me rendí? ¿Eh? —Le sacó la camiseta por encima de la cabeza, con cuidado de no hacerle daño en la zona del tatuaje. Ya había dejado de supurar, y Sophie se lo lavaba y lo curaba muy bien. Ese tatuaje le gustaba—. ¡Tú me alejaste! Pusiste a la ley de por medio.
Su voz de acero retumbaba en sus oídos y en su corazón.
—¿Y ahora quieres resarcirme? ¿Quieres jugar conmigo? ¿Crees que puedo olvidar lo que me hiciste? ¿Olvidar insultos, órdenes de alejamiento y la vergüenza que me provocó que me señalaras como a un abusador? Durante años, luché por ti, anulé una parte de mí mismo, solo para conseguir tu aprobación, la seguridad de que no me dejarías, así como el respeto de tus padres, que no me querían para ti. Buscaba siempre tu felicidad, por eso intentaba tenerlos a ellos contentos, como un perro que buscara mimos…
—Nicholas, me mentiste. Y yo me equivoqué… Los dos hemos cometido errores.
—Cállate. ¿Quién te ha dado permiso para hablar? —Fijó su mirada en su sostén negro. Sí, tenía los pechos hinchados y más grandes. La lactancia los había agrandado.
Y entonces todos los reparos que tenía sobre mostrar a Sophie de nuevo su lado dominante desaparecieron ante la posibilidad de verla así. El cuerpo de Sophie le gustaba tanto…
Y ya estaba. Ahí estaba. La dominación en cada célula de su cuerpo, en su profunda mirada de oro, en sus labios duros y en su ceño algo fruncido.
Sophie tragó saliva y su cuerpo, debidamente adiestrado por quien había sido su maestra, reaccionó ante la mirada caliente de aquel hombre que ahora era su amo con todas las letras.
Jamás hubiera imaginado que le gustaran las órdenes sexuales. Siempre se consideró conservadora en ese ámbito, pero ahora sabía que no lo era, que siempre había querido y necesitado más, por mucho que lo hubiera ignorado.
Nick llevó sus dedos al botón delantero de su tejano y lo abrió con ímpetu. Después le bajó los pantalones de un tirón, dejándola solo con las braguitas negras transparentes.
—Debo de estar loco por hacer esto de nuevo —se dijo a sí mismo, centrando toda su atención en la silueta de su exesposa—. Pero si quieres huir cuando te vayas…
—Ya te he dicho que no voy a huir…
—Silencio. —Su mirada convertía en piedra al más valiente—. ¿Acaso Thelma no te enseñó a obedecer?
Sophie alzó la barbilla. Sus ojos almendrados lanzaron un destello hiriente.
—Sí, señor. Fue una dómina maravillosa. Y no quiero que hables de ella. No es justo. Ella murió y era mi amiga. Igual que tú perdiste a Clint.
—Clint no está aquí. Y tú vas a tener que olvidar a Thelma, porque aquí, en mi cuarto, yo soy tu amo.
Sophie se calló ipso facto. Conocía su rol. La sumisión. Él deseaba que ella se comportara díscolamente, para castigarla. Porque Nick estaba furioso. Lo estaba desde hacía casi diez meses. Tal vez se tomara la revancha de ese modo. Una de las normas del juego era que el amo nunca realizara una doma enfadado emocionalmente con la sumisa. ¿Nick sería capaz de herirla?
—Tienes la mirada de una gacelita asustada. —Nick se agachó y le desabrochó los zapatos. Sophie tenía unos pies muy bonitos y siempre muy cuidados—. La misma que me dirigiste después del role play que hundió nuestro matrimonio. —Se incorporó y descubrió que la altura de los zapatos era ficticia. Ella seguía siendo muy pequeña a su lado—. Si quieres huir, Sophia, tienes la puerta abierta. Pero como me la juegues otra vez, no te protegeré. No sé quién va detrás de ti, todavía. Pero, si decides denunciarme de nuevo, olvídate de contar conmigo para averiguarlo. Puedes insultarme una vez, pero no dos.
Introdujo los pulgares por las tiras del tanga y, en vez de deslizarlo, como había hecho con toda su ropa, tiró de la cuerda fina y lo rompió, para dejarla completamente desnuda. Podía escuchar el corazón frenético de Sophie desde donde estaba. ¿Miedo o excitación? Fuera lo que fuera, ella se lo estaba permitiendo.
La sala tenía cadenas que colgaban de una pared roja.
Una cruz de san Andrés pegada a otra.
Un potro detrás del trono dorado y rojo en el que él se había sentado.
Y muchos instrumentos de placer tortuoso y dolor extasiante.
Sophie iba a probarlo de verdad, por primera vez, sin máscaras, sin cuidados.
¿Estaban listos para la primera prueba de fuego?