Fijaba la mirada en la cuna vacía que tenía al lado y no lo comprendía. Esa cuna no era suya. Ni esa habitación era ninguna de su casa. Parpadeó luchando por encontrarle sentido a lo que estaba viendo.
Las cortinas malva de las ventanas ondeaban por la suave brisa mañanera. El sol refulgía sobre el suelo de parqué y en parte de la alfombra blanca que lo cubría como un parche.
Olía a campo ahí afuera.
El hombro izquierdo le escocía. Desvió sus adormecidos ojos hacia el foco de dolor y, en vez de ver carne, descubrió la cara de una mujer japonesa, sonriente, con cuerpo de serpiente o de dragón…
Sophie frunció el ceño. Un tatuaje. Un tatuaje…
—No puede ser —susurró empezando a sudar, inhalando por la nariz y sacando el aire por la boca—. ¿Qué es esto? —Se quitó el plástico e intentó borrar la tinta con la mano, pero dolía, lo tenía sensible, y no, no se iba.
El corazón se le disparó. Estaba a punto de darle otro ataque de ansiedad, e iban unos cuantos desde que se divorció de Nick. Se levantó y tocó con los pies la alfombra de tacto relajante. Tan mullida… Quien fuera que viviera allí tenía dinero, pues todo el mobiliario era de diseño y aquella habitación estaba decorada con un gusto exquisito.
¿Qué hacía ahí? ¿Y esa cuna de quién era? ¿Qué hora era?
—¿Cindy? —preguntó con voz ronca.
Se levantó con dificultad. Le costó erguirse. Tenía que escapar. Tenía que huir. Su hija la necesitaba…
Sus padres estarían muy preocupados por ella.
Llevaba una camiseta de tirantes de hombre tan grande que le llegaba por debajo del muslo, hasta casi las rodillas.
Se volvió a mirar el tatuaje, observándolo entre el horror y la estupefacción, y entonces escuchó el sonido de las suelas de unas botas subir unas escaleras.
Agarró la diminuta lámpara de la mesita de noche y la arrancó del enchufe. Se dio la vuelta de golpe y corrió descalza para buscar un buen refugio. Alguien aparecería por esa puerta en cualquier momento. Histérica, se arrimó a la pared, detrás de la puerta, deseando que la cobijara y que después pudiera pillar a su secuestrador de improviso.
La puerta chirrió al abrirse. Un hombre enorme de pelo rubio entró en la estancia y se detuvo al ver que no había nadie en la cama.
Sophie levantó la lámpara sobre su cabeza.
Pero, entonces, el secuestrador se agachó, se dio la vuelta y la agarró por la muñeca con la fuerza suficiente como para detener el golpe.
Sophie gritó de impotencia hasta que Nick la hizo retroceder, llamándola por su nombre y aplastándola contra la pared, reduciéndola en lo que dura un suspiro.
—¿Nick? —preguntó con voz temblorosa, sin dejar de pelear. No se rendía. Su cuerpo no se rendía.
—Chis, Sophie… Está bien. Estás a salvo. Soy yo. Sophie, mírame… Soy yo. —La tomó del rostro, obligándola a que le prestara atención.
Ella reaccionó al contemplar aquellos ojos dorados protectores, aquellas facciones marcadas y hercúleas.
—¿Me ves, Soph? —le preguntó él con dulzura—. Te rescaté. Estás conmigo. A salvo.
—¿De verdad? ¿Nick? —Entonces entró Dalton y empezó a lamer sus piernas desnudas. Sophie parpadeó con las pupilas dilatadas por el miedo. La lámpara resbaló entre sus dedos y cayó al suelo. La barbilla le tembló y bajó la cabeza, como rindiéndose—. Nick… Dalton…
Verla así le rompió el corazón en mil pedazos. El grito de rabia que había ocultado desde que la rescató amenazó con salir. Pero no quería parecer un salvaje; en ese instante, lo más importante era ella, no darle rienda suelta a sus instintos.
Sophie dio un paso hacia adelante y apoyó la frente perlada de sudor en el robusto pecho de Nick. Los hombros se estremecieron, y se apretó más contra él, buscando el cobijo del único hombre al que había amado. Del único que podía alejar sus pesadillas.
—Sé que no crees que lo merezca… Pero… ¿Puedes abrazarme, por favor?
Nick bajó la mirada hacia ella, que no quería mirarlo a los ojos, que no quería enfrentarse a nadie… Solo necesitaba un refugio donde descansar, un refugio en el que poder recuperar fuerzas.
Y ese refugio era él. No podía desatender al ruego de una mujer, y menos al de su exesposa, por mucho que la odiara, por mucho rencor que sintiera hacia ella, por muy despechado que estuviera… Necesitaba que la compadecieran.
Y Nick la abrazó, aunque creyera que en él ya no quedaba ni un gramo de compasión. La rodeó, cubriéndola por completo, hasta que apenas se veía el tronco superior de la joven, sepultada bajo sus músculos.
Sophie lloró. Estaba muy asustada por lo que le había sucedido, todavía desubicada. Pero se sentía más segura, porque era Nick, su Nick, quien la tenía entre sus brazos.
Él no intentó calmarla. Permitió que llorase, que se expresara. Toda la angustia, toda la confusión… Todo eso tenía que salir.
Sin saber muy bien cómo, Nick acabó sentado sobre la cama, con Sophie sobre sus piernas, como si fuera una niña necesitada de amor. Le frotaba la espalda y le acariciaba el pelo, evocando épocas mejores entre ellos. Maldita melancolía.
Dalton apoyó la cabeza entre sus piernas, mirándola con adoración. Estaba feliz de verla de nuevo.
—Dalton, cariño —murmuró Sophie—. Tenía muchas ganas de verlo —reconoció.
Nick no dijo nada. Solo se limitó a sostenerla.
—¿Cómo me encontraste? —preguntó Sophie, sorbiendo las lágrimas, más tranquila. Empezaba a recordar vagamente lo que le había pasado.
—Tu anillo.
Sophie se miró el anular y frunció el ceño. La sortija de su abuela brillaba y relucía como si permaneciera inalterada en el tiempo, algo que no pasaba con su relación con Nick.
—¿Qué le pasa a mi anillo?
—Le puse un localizador por si…
De repente, ella levantó la cabeza, dándole un ligero golpe en la barbilla.
—¿Cómo dices? —Se lo sacó y le echó un vistazo.
Nick sonrió al ver la concentración con la que miraba la alianza.
—Está por dentro. Pegado al acero…
—¿Pusiste un localizador en mi anillo?
—Sí. —Y no se avergonzaría de ello.
Sophie parpadeó, incrédula.
—¿En el anillo de mi abuela?
—Sí.
—Pero ¿por qué?
—Por tu seguridad. Ya ves… Gracias a eso, he podido encontrarte. No sabía que lo seguías llevando…
El color castaño de sus ojos se oscureció, salpicado de una ligera bruma de ira.
—Lo llevo desde hace meses. No como tú.
—Ya ves. Me lo quité —mintió—. ¿Para qué llevarlo?
—Joder, Nick. —Sophie se presionó el puente de la nariz—. ¿Cuántas veces has mirado el localizador y me has tenido controlada?
—Ni una. Esta es la primera.
—¿Y te tengo que creer?
—Ah, no hace falta —replicó con sarcasmo—. Siempre crees lo que te da la gana…, y ya sabemos adonde nos lleva eso…
Ambos se dirigieron miradas veladas de rencor y de recuerdos pasados, llenas de recriminaciones y reproches.
Nick la estaba juzgando. Sophie cedió, pues estaba agotada. Aún con lágrimas en los ojos, miró a su alrededor, todavía sin comprender dónde se suponía que estaba.
—¿Dónde me encontraste?
—En Bayou Goula.
—¿En la iglesia abandonada?
—Sí.
—¿Qué hacía ahí?
—Sophie… Cálmate. Veamos, ¿qué es lo último que recuerdas?
—Lo último que recuerdo… —repitió, apagada—. Salir del aeropuerto de Nueva Orleans y meterme en el baño… En algún momento, sentí un pinchazo en el cuello, entre el trayecto del baño al taxi… —Se llevó la mano a la nuca.
—¿Viste algo que pueda ayudarme a identificar a tu secuestrador?
—Yo… No lo sé. Me cogió por la espalda y…
—¿Nada extraño días antes de viajar?
Ella lo miró como si fuera un muro de piedra.
—¿Te refieres a lo que te dije de que me sentía perseguida? Por cierto, gracias por ignorarme con aquella frialdad…
—Sophie, pudo haber sido un trastorno debido a lo que te sucedió en el torneo. Las víctimas…
—Gilipolleces. Soy más fuerte de lo que crees, Summers —le espetó, algo resentida—. Por supuesto que tenía miedo, pero no tanto como para imaginarme nada. Y ya ves que no estaba equivocada.
—¿Creías que te vigilaban?
—Sí.
—¿En qué te basas para eso? ¿Acaso has visto algo que pueda demostrar que lo que dices es cierto?
—Un coche.
—¿Un coche?
—Un Jaguar dorado…
Eso despertó el interés de Nick.
—¿Dónde?
—Lo vi más de una vez aparcado en el barrio Francés. Justo cerca de los locales que yo frecuentaba. Y una vez más en Chalmette, donde…, donde ahora vivo —señaló, un tanto incómoda.
—¿Viste a alguien dentro?
—No. Tenía las ventanas tintadas.
—¿Y no has visto nada extraño, además de eso?
—No. Nada más. Pero ese coche no me gustaba…
Nick no estaba por la labor de darle credibilidad a la teoría de persecución de Sophie, pero ahora no le quedaba más remedio que escuchar cualquier detalle que le ofreciera su exesposa.
—De acuerdo. Voy a ver si Cleo y Lion me echan una mano y me ayudan a localizar ese jodido Jaguar…
Sophie asintió, sin saber qué más decir, un tanto insegura ante la mirada de Nick.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó—. Debes de estar hambrienta. Te he traído el desayuno… Menos mal que no me ha dado por entrar con él; lo habrías echado todo a perder. —Vio la lámpara en el suelo y medio sonrió.
—Estaba asustada y perdida… ¿Alguien ha avisado a mis padres? ¿Ellos están bien?
Nick asintió, salió de la habitación y se agachó para recoger la bandeja con comida.
—Han pasado aquí la noche, con Cindy.
—Cindy… —Sophie se cubrió la boca y se volvió a emocionar; le había aterrado la posibilidad de no volver a ver a su hija—. Mi niña… ¿Dónde está? ¿Mis padres han pasado la noche aquí? ¿Dónde se supone que estoy? ¿Por qué se han ido mis padres?
—Se han ido. Es mejor que no estén aquí y compliquen la situación con Cindy de por medio. Solo quiero tener ojos para ti.
En otro tiempo, en otro lugar, esa frase la habría puesto caliente.
—Ahora estás en mi casa, en Tchoupitoulas Street. Justo al lado del zoo Audubon.
—¿Qué? —No se podía creer que viviera allí—. ¿Desde cuándo?
Nick se encogió de hombros y apoyó la bandeja sobre la cama.
—Tienes que relajarte y comer algo.
—No, Nicholas, ni hablar. —Lo repasó de arriba abajo—. ¿Desde cuándo vives aquí? ¿Vivías aquí ya cuando te llamé asustada?
—Es posible.
Le sirvió el desayuno con parsimonia. Vertió el zumo de naranja en el vaso de cristal y le untó con mantequilla y crema de cacahuete una tostada. Recordaba cuánto le gustaba la crema de cacahuete… A él también le gustaba.
—Te pedí que vinieras a pasar una temporada conmigo y con Cindy… Me dijiste que no estabas en Luisiana —le recriminó, intentando mantener su orgullo intacto. Le dolía en el alma que la hubiera ignorado de aquel modo.
—No pensé que fuera serio. Y no me apetecía ir a tu casa para nada. —Sin mirarla, colocó un mato de mermelada sobre la alfombra de mantequilla y añadió—: Además, ya tienes a Rob. Si fue tan hombre como para acompañarte al juzgado y protegerte de mí, es igual de hombre para hacerte compañía y guardarte las espaldas, ¿no crees, Sophia? —Sabía cuánto odiaba que la llamase así.
—Hablas demasiado de Rob …
—¿Y te molesta?
—A mí no. Pero a ti sí.
Nick sonrió de medio lado, con frialdad y sin ninguna emoción en sus ojos de oro.
—Pues claro que sí. Se la tengo jurada. Un hijo de puta que no me conoce de nada se atrevió a llamarme maltratador en mis narices. No se lo voy a perdonar.
—¿Y a mí? ¿Me lo vas a perdonar a mí? —No era justo ponerlo entre la espada y la pared. Acababa de salvarle la vida, y ella ya lo estaba presionando para arreglar las cosas.
Nick relinchó como los caballos y arqueó las cejas, mirándola como si estuviera de broma.
—Ya veo… Menudo témpano de hielo estás hecho, ¿eh, Nick? —Negó con la cabeza, perpleja ante tanta indiferencia—. Ha tenido que ser una tortura venir en mi busca y encontrarme. —Se acercó a la cama, caminando como una zombi, triste al saber que él la había dado de lado. Y bien mirado, ¿qué esperaba? Ella le había jodido la vida.
—Come y descansa, Sophia.
—Ya estoy bien. Solo quiero ver a Cindy. Quiero irme. Pasaré un tiempo en Thibodaux…
—No lo comprendes, joder.
—¡Necesito mi ropa!
—¡No te vas a ir de aquí! —gritó—. Les pedí a tus padres que trajeran ropa. Sorprendentemente, me hicieron caso.
—Las cosas han cambiado, Nicholas. Ellos ya saben quién eres. Y te respetan…
—Y una mierda, Sophia. Pero no me importa. Lo único que cuenta es que ahora estás bajo mi protección, métetelo en la cabeza.
—¿Tú me vas a proteger? Pero si me odias. Si no me puedes ni ver —sentenció con amargura.
—Me tomo mi trabajo muy en serio. No voy a mezclar mis emociones en esto. Ya lo verás.
—Pues fantástico. Ya era hora de conocer al Nicholas policía, ¿no? Pasaste demasiados años engañándome, relacionándote emocionalmente conmigo, siendo un marido demasiado permisivo, demasiado bueno… —añadió, sarcástica. Mordió una tostada y se dejó caer en el colchón con desinterés—. Al menos, ahora podré verte en acción.
—Sí. Y vas a tener que obedecerme, porque esto no pinta nada bien. Estás en peligro.
—¿Estoy en peligro porque un gilipollas con ínfulas de artista japonés me ha tatuado? Porque te aseguro que aún no tengo ni idea de qué es lo que me ha pasado y por qué me lo han hecho a mí.
—¿La señorita Ciceroni diciendo tacos? —Fingió asombro.
—Ya te he dicho que las cosas han cambiado.
—Ahora eres una barriobajera. Ya veo. Ahora que trabajas, tienes tu cadena de comida italiana y quieres ser una mujer empresaria y emprendedora, hablas como una del Bronx.
—Y tú eres un arrogante rencoroso. —Levantó la barbilla, ofendida.
—Sí. Puede ser —admitió él, que parecía entretenido con aquella discusión. Sophie había pasado por algo traumático. Pero ahí estaba, dándole la réplica sin dejar que la pisara—. Pero que te entre en esa cabecita de sangre azul que lo que llevas en el cuerpo no es solo un dibujo japonés. —La corrigió con seriedad—. Necesito asegurarme de lo que significa. No sé lo que habría hecho si yo no llego a tiempo, ¿comprendes? Esto es muy serio. He de llamar a un compañero especialista en marcas.
—¿Un especialista? ¿Y también vendía juguetes? ¿Qué vendía? ¿A Bob Esponja?
Nick sabía que Sophie iba a estar soltándole puyas constantemente. Aquello no sería nada fácil.
—Una vez que desayunes, puedes echar un vistazo a la casa, si quieres —respondió, ignorando su último comentario, y se levantó de la cama—. Me voy a poner en contacto con mi compañero. Necesito su ayuda. De paso, hablaré con Cleo, para que busque colaboración y barran Nueva Orleans en busca de tu Jaguar. También he de llamar a Leslie, para ver si alguien le puede pasar los resultados de las pruebas de ADN. Mientras tanto… —hizo una reverencia principesca en la puerta de la habitación—, estás en tu casa.
Sophie se quedó quieta mirando la puerta cerrada y el desayuno.
¿Qué broma era esa? ¿Iba a estar con Nick ahí? ¿En calidad de qué?
¿De rehén o de protegida?