Sophie se sentía devastada. No podía creer lo que había pasado el día anterior. No entendía nada. Después de pedirle a Nick que regresara, después de que él le hiciera el amor como si fuera la primera y la última vez, la drogó.
Le pinchó algo en la nuca, sintió el aguijonazo y el frío del líquido fluir y cerró los ojos para dormir durante toda la noche.
Por la mañana, Cleo la acercó a Thibodaux siguiendo las órdenes de Nick, para que se sintiera más protegida y por fin pudiera estar con Cindy.
Cleo le había dicho que todo había salido bien, que no tenía que preocuparse más por su seguridad, y la había dejado allí al cuidado de sus padres, que no cabían en sí de gozo y de alegría al ver que todo había acabado.
Carlo y Maria la cubrieron de besos, y Sophie lloró con Cindy en brazos durante más de media hora, sin poder contenerse, empapando la cabecita de su niña con sus lágrimas de alegría, descargando todo el miedo pasado, toda la agonía. Cindy ya estaba recuperada de su alergia, lo cual era la mejor de las noticias.
Pero, aunque todo hubiera acabado, ella no era feliz. Porque, después de todo, Nick no había ido a por ella.
¿Se suponía que no quería verla nunca más?
¿De verdad entre ellos todo se había acabado?
¡No podía ser! ¡Lo había dado todo por él! Pero estaba claro que él ya no sentía nada por ella, si no, hubiera ido a buscarla nada más dejarlo todo atado.
Sentada en la chaise longue que daba a su terraza le daba vueltas a aquello. La noche empezaba a enfriarse sobre los campos de azúcar. Sophie contemplaba cómo la lluvia bañaba todo el horizonte, cómo los truenos retumbaban en la lejanía, avisándola de que, tarde o temprano, llegarían hasta donde ella estaba.
Había dormido a Cindy hacía una hora. Su bebé descansaba en su cunita, en la misma habitación que ella.
Sin embargo, Sophie no podía dormir. Estaba escuchando Yesterday, de Toni Braxton, como si no fuera suficiente tortura sentirse como se sentía.
Su padre le había dicho que era decisión de Nick regresar y darles la oportunidad de quererlo como a un hijo. Lo habían tratado mal, ella también. ¿Qué derecho tenía a exigirle nada?
Ninguno. Ningún derecho.
La tormenta ya no la asustaba. Nick le había quitado los miedos y los traumas a base de noches de amor y pasión, cuando aún estaban casados. Pero, si la abandonaba, el miedo regresaría.
Hundió su rostro entre las rodillas y sostuvo la taza de leche caliente con té y canela entre las manos, esperando recibir un calor que no calaba en sus huesos. Lloraba abatida, igual que el cielo.
Nick no le había prometido nada, pero juraría que la noche anterior, hundido como estaba en su cuerpo, la había perdonado. Le había parecido que quería entregarle de nuevo su corazón.
Pero no. Supuso que se lo había imaginado, que solo habían sido sus ganas.
Se levantó de la chaise-longue estampada, decidida a meterse en la cama para limpiar sus lágrimas en la almohada.
Entonces, oyó el ladrido de un perro. Y no de uno cualquiera. Era Dalton. Sophie se detuvo, impresionada por sus propias alucinaciones.
Pero un ruido a sus espaldas la alertó y se dio media vuelta.
Allí, frente a ella, vio a Nick, vestido con tejanos azul claro y un polo negro que delineaba su pecho como ninguno otro. El pelo mojado se le pegaba al cráneo, estaba completamente empapado por la lluvia.
* * *
Nick la miró de arriba abajo. Incluso cuando se iba a dormir con unos harapos, con aquella camiseta de franela negra larga un par de tallas más grande, Sophie era elegante y única. Tenía el pelo liso perfectamente peinado, el flequillo le cubría aquellos ojos llorosos y aniñados que ocho años atrás le robaron el corazón nada más verla, pero ahora era más mujer que hacía unos años, y todavía lo volvía más loco.
Porque sí. Estaba loco por quererla como la quería, a pesar de por todo lo que habían pasado.
Sophie dejó sobre la mesita de noche la taza negra y lo encaró temblorosa de nuevo. Esperando que fuera él el primero en hablar.
Nick se acercó, mojando el parqué de la habitación a cada paso que daba con sus Vans blancas.
—Pensarás que soy tonto. —Tragó saliva, inseguro, y caminó con lentitud hacia ella, procurando no asustarla—. Pero les tengo pánico a las tormentas.
Sophie se cubrió la boca con la mano en la que llevaba la alianza de oro de su abuela y sus hombros se estremecieron por el llanto.
—Me muero si estoy solo —continuó él con voz ronca—. ¿Tú… podrías pasarme el brazo por encima?
Sophie no se lo podía creer. Nick estaba repitiendo las palabras que ella le había dicho la primera noche que habían pasado juntos. Parpadeó para limpiarse los ojos, pero no fue capaz de decir nada. Tenía la garganta atorada con una bola de pena, arrepentimiento y alegría.
—Yo… Te quise odiar, Soph —murmuró Nick, que colocó una mano bajo su barbilla para alzársela con cuidado—. Te quise odiar con todas mis fuerzas. Pero… no supe. No…, no lo supe hacer. ¿Cómo se puede odiar cuando se ha amado tanto? —preguntó de frente—. Jamás me quité la alianza. La fundí. —Se señaló la oreja, donde llevaba aquel pendiente de la serpiente de oro—. Y la llevé siempre conmigo, a pesar de parecer un macarra de por vida —sonrió contrito.
—Nick… —susurró ella, perdidamente enamorada.
—Sé que he cometido errores. Lamento mucho no haberte dicho qué era… Pero estaba tan enamorado de ti que me daba miedo que me dejaras. —Se encogió de hombros pidiendo que lo excusara—. Después conocí a tu familia y supe que jamás podría contártelo. Pero mi amor por ti era real, Soph. Siempre lo fue. —Le acarició la mejilla con el pulgar—. Por eso, cuando pasó lo que pasó…, cuando me denunciaste…, me rompiste por dentro, me destrozaste… —Nick se acongojó y se detuvo, porque apenas podía hablar—. Y yo solo quise alejarme de ti. Pero ni aun así pude sacarte de mi mente. —Juntó su frente con la de ella, agachando la cabeza—. Has sido la única mujer con la que he estado en todos estos años. No me he acostado con ninguna otra, te lo juro.
—Nick… Yo tampoco. No he podido. No podría estar con nadie más —murmuró, con la barbilla temblorosa—. Estoy tan arrepentida por lo que hice. Me moría al pensar que no podría recuperarte, o que no podrías estar con Cindy por mi culpa. —Mientras lo miraba a los ojos, no podía dejar de llorar—. Pero me moría porque había apartado de mí al hombre al que amaba. A mi amigo, a mi compañero… ¡Al amor de mi vida!
Nick la abrazó con todas sus fuerzas. Sophie se agarró a su espalda y a su polo mojado como si fueran sus salvavidas.
—Te quiero, Nick. Te quiero mucho… Por favor, vuelve conmigo y te haré el hombre más feliz del mundo —musitó contra su pecho, sin dejar de hipar ni de llorar.
Nick sonrió enternecido, acarició su cabeza y le besó en la coronilla. Esa mujer seguía oliendo tan bien… A él. A ella. A su hija. A los tres juntos.
—Entonces, lo correcto es que yo te pida que me permitas volver a tu lado, Sophie. ¿Me lo permites?
—Sí, claro que sí…
—Tenemos mucho que perdonarnos. Y tal vez —se llevó la mano al bolsillo del pantalón y sacó las dos alianzas de calavera con las que se casaron en Las Vegas— podamos empezar esta noche. —Se arrodilló frente a ella, que, emocionada, no pensó que mereciera tanto y tan pronto, pero que no iba a decir que no jamás—. ¿Quieres, Sophie Ciceroni, empresaria de éxito, maravillosa cocinera y la mejor hija y madre del mundo, recasarte conmigo y convertirte en mi reesposa?
—Por Dios…
—Yo… —La miró como si ella fuera un ángel de la mañana y lo bañara de luz—. Soy agente del FBI, hacker, hablo tres idiomas, me he apropiado de un dinero que no era mío, he matado a personas y soy un amo. Pero estoy loco por ti y me muero de ganas de que Cindy sepa que soy su padre, y de que tus padres me quieran.
Sophie le tomó el rostro entre las manos, se agachó, se arrodilló frente a él y lo besó en los labios, con toda su alma y su corazón.
Fue un beso de pasión y de alegría. Un beso de promesas, un «te quiero» mezclado con lágrimas y perdones.
Le dio el mejor beso de todos; aquel que le decía que le aceptaba tal como era.
Y cuando paró de besarlo, solo fue para decirle:
—Sí quiero. Quiero estar contigo para siempre, Nick Summers, amo, agente, asesino o lo que seas… Tsuneni.
—Tsuneni —repitió Nick, llorando con ella, abrazados y arrodillados sobre el parqué.
Un proverbio japonés decía: «Encontrarse es el comienzo de la separación». Nick y Sophie querían demostrar que después de los errores y del perdón siempre había oportunidad para los inicios.
Y que, en su caso, la separación era el comienzo de encontrarse.