Capítulo 15

El barrio Francés tenía catorce calles. En una de ellas, Bourbon Street, se encontraba la Laffite’s Blacksmith Shop. Justo al lado, estaba el club clandestino de BDSM más famoso de Nueva Orleans. Aunque famoso solo para bedesemeros.

Lo regentaba una familia criolla de Nueva Orleans. Todos sus miembros eran mujeres, amigas de Lion Romano.

La dueña se llamaba Nina. Era una esbelta mujer de color, con el pelo leonado, lentillas azules y una boca frondosa y llamativamente pintada de rojo sado.

Para entrar y usar las instalaciones del club, debías de llamar a uno de los botones plateados (siempre el adecuado) y dar la contraseña: «traigo un botín». Estaba pensada en honor del famoso pirata Laffite.

Lion había pronunciado las palabras mágicas. Subieron a la planta superior. Nina les dio la llave de una de las mazmorras, ubicadas en la planta subterránea del edificio.

Nick, Markus y Lion se disponían a interrogar al japonés, al que Nick acababa de lanzarle un cubo de agua para que espabilara.

No sabía cómo, pero Prince le había dado justo en un punto que lo había dejado KO.

Había atado a Daisuki a una silla. La única lámpara de la sala se movía de un lado al otro y lo iluminaba de arriba abajo, creando todo tipo de sombras a su rostro.

Por supuesto que era un yama. Tenía el torso y la espalda completamente tatuada con motivos de dragones, hannya, y símbolos de muerte.

Daisuki abrió los ojos de golpe y cogió aire por la boca, como si se estuviera ahogando. Centró la mirada perdida, sin reconocer aquel lugar oscuro. Inmóvil, empezó a soltar todo tipo de improperios en japonés.

—¡Soltadme, hijos de puta! ¡Os mataré a todos! ¡No sabéis quién soy! —gritaba fuera de sí.

Lion y Markus esperaban de brazos cruzados, apoyados en la espartana y fría pared de cemento a que Nick iniciara su interrogatorio.

—¿Cómo va la herida de tu pierna? Tengo buena puntería, ¿no crees?

El japonés le escupió. Nick alzó las cejas, impresionado. Entonces, con inquina, le clavó los dedos en la herida del muslo.

Daisuki gritó como un loco, hasta que Nick detuvo la tortura.

—Daisuki, más vale que me digas ahora mismo por qué habéis ido a por mi mujer.

Nick hablaba un japonés perfecto. Daisuki alzó la cabeza, impresionado por que supiera cómo se llamaba y por que hablase su idioma tan bien, sin fisuras y sin cambios de entonación. Para acabar de impresionarlo, Markus se acercó a él y le dio dos táseres con los que poder jugar y torturarlo.

En ese sentido, no atendían mucho al protocolo. Durante años, habían seguido las normas del FBI y de la SVR, pero ahora ya solo eran fieles a las suyas. Ellos decidían qué era lo correcto y que no lo era.

Y para Nick, lo que Daisuki hizo con Sophie era tan injusto como que alguien golpeara a un animal.

El agente juntó las dos cabezas metálicas del táser. De ellas emergió un chispazo azul eléctrico potentísimo.

El japonés no las tenía todas consigo. No era tonto. Tragó saliva y se puso a temblar como un cobarde.

—Daisuki, ya no me queda ni un gramo de compasión en el alma —le explicó Nick, que se acuclilló ante él y le mostró los dos táseres—. Estás mojado y esto que tengo en las manos provoca descargas eléctricas. Quiero que me digas exactamente qué y por qué has decidido marcar a Sophie, y qué mierda pinta aquí tu hermano, el Emperador. Te doy cinco segundos para empezar a hablar —le dijo—. Uno…

—No, no, espera… Por favor.

—Dos… —Nick encendía y apagaba los táseres.

—Yo solo obedezco órdenes…

—Tres.

—¡Si te lo digo, me matarán! —exclamó, con el cuerpo hacia delante—. No puedo romper mi promesa… ¡Por favor!

—Cuatro… —Nick no iba a escuchar ni una súplica de ese mal nacido.

Daisuki respiraba por la boca, rápidamente. Entonces, en medio de lo que parecía un ataque de ansiedad, y demostrando que era un mandado cobarde que se doblegaba ante la fuerza, empezó a cantar como un gallina.

—¡Es para devolverle la afrenta a los Sumi! —gritó.

Nick se detuvo a su espalda y observó la cabellera negra de Daisuki.

—¿Qué afrenta tenéis que devolverle a los Sumi en relación con Sophie?

—Todo tiene que ver con un torneo en las Islas Vírgenes.

—¿Dragones y Mazmorras DS? —preguntó, atónito.

Daisuki lo miró por encima del hombro y asintió.

—Varios líderes yakuzas pujamos por algunas de esas sumisas. Mi hermano, el Emperador, estaba entre ellos, al igual que Sumichaji Kai, el líder del clan Sumi.

Nick no lo entendía… Si Sophie no lo hubiera seguido hasta ahí, estaría a salvo, nunca le habría sucedido nada.

—Continúa. —Le dio una bofetada.

—Sí, sí —sollozó Daisuki—. Daichi y Sumichaji Kai pujaron por la misma sumisa.

—¿Para qué la querían?

—Para… sus negocios de prostitución. Para… usarlas.

Nick, en un arrebato de furia, alzó las táseres para electrocutarlo en la cabeza. Pero Lion se apresuró a detenerlo.

—¡Joder, Nick! —Romano lo sostuvo como pudo, pero sentía unas ganas incontenibles de matar a aquel tipo. Markus también tuvo que intervenir para pararle los pies.

—¡No! ¡No! —gritó Daisuki, encogiéndose como un bicho bola.

El ruso lo clavó en su lugar y lo miró directamente a los ojos, para hacerlo entrar en razón.

—No entiendo ni una palabra de lo que te está diciendo. Pero, si todavía no has acabado el interrogatorio, más vale que lo acabes antes de freírlo, o nos vamos a quedar sin información.

—Nick, tranquilízate —le ordenó Romano.

Como pudo, se libró de ellos. Asintió, cogiendo aire por la nariz, intentando controlar su respiración y los arreones de su ira.

Cuando vieron que tomaba de nuevo el control, se alejaron y permitieron que siguiera con la interrogación.

—Así que queríais a Sophie para prostituirla, ¿verdad?

—Sí…, sí… —repuso el japonés, al que le castañeteaban los dientes—. Las occidentales están muy al alza en el mercado japonés. Pero fue mi hermano quien pujó más… Cuando el FBI hizo la redada e inmovilizó la cuenta única para pujar, tanto Kai como Daichi perdieron mucho dinero con la sumisa, pero la puja quedó como una derrota para Kai Sumichaji, que se sintió ofendido por no poder conseguirla. Se habían quedado sin dinero y sin sumisa. Pero Daichi no iba a dejar que las cosas se quedaran así. Los Sumi mataron a mi padre hace seis meses.

Nick, que escuchaba cada palabra con atención, recordó lo que le había contado Karen.

—¿El enfrentamiento por controlar Roppongi y la zona de casino, burdeles y discotecas?

—S…, sí… —Los ojos oscuros de Daisuki se habían enrojecido por las lágrimas—. Mi padre murió a manos de Ryu, el único hijo de Kai. Y ahora, mi hermano y yo buscamos vengarnos de los Sumi. Kai Sumichaji busca a la sumisa, pero nosotros nos hemos adelantado y la hemos encontrado antes. Para marcarla y arrebatársela, tal y como él nos arrebató a nuestro padre.

Nick negaba con la cabeza. Trataban a Sophie como un mero producto, una moneda de cambio entre yakuzas asesinos y crueles. Si la querían viva, era para hacerle daño y obligarla a prostituirse. Lo increíble era que él estaba marcado como los Sumi, como un miembro más por su etapa en Japón. Y que volvía a encontrarse con Ryu y con Kai. ¿Sabrían quién era él? O el destino, demasiado juguetón y osado, todavía le guardaba cierto respeto, y que se fijaran en Sophie había sido fruto del inconsciente magnetismo que tenía como mujer, y no tenía nada que ver con su historia con él.

Fuera como fuera, tenía una pieza clave con Daisuki.

—Así que viniste aquí para marcar a Sophie como propiedad de los Yama.

—Sí —contestó, serio.

—¿Solo le querías hacer eso?

Daisuki se quedó callado, sabedor de que su respeto merecería castigo.

—Mi plan era marcarla por completo —dijo finalmente—. El tatuaje debía ocupar toda la espalda, como el mío. Después tenía que matarla y enviarle las fotos a Ryu para que las mandara al clan Yumi como un aviso. Más tarde la iba a dejar en su casa de Chalmette de nuevo, donde la quemaría.

—¿Tú provocaste la explosión?

—Sí. Antes de llevármela en el aeropuerto de Nueva Orleans, ya había dejado el explosivo en su casa.

Nick se agachó de nuevo frente a él, con lentitud, y fijó sus ojos dorados en los negros y vacíos de Daisuki. Necesitaba saberlo todo. Después, ya pensaría qué hacer con él.

—¿Cómo la encontraste?

—Me…, mediante fotos y reconocimientos faciales. —Levantó el rostro y sonrió como un cínico—. ¿No sabes que la Yakuza es Japón? Tenemos a todas las agencias de inteligencia a nuestra disposición.

Nick lo miró sin parpadear, atravesándolo con el fuego de sus ojos.

—¿Queríais matar a Sophie?

—Sí —contestó sin compasión, encarándose con él—. Soy el hermano menor del Emperador. Tengo que ganarme el respeto del clan. Decidí prestarme a mí mismo para buscar a la sumisa. Eso haría que mi hermano y el clan me tuvieran en cuenta. Él dejaría de protegerme. Soy un hombre de honor.

—¿Y qué honor encuentra un hombre en drogar a una mujer, tatuarla durante horas y después matarla? ¿Qué honor hay en el mal?

Daisuki inclinó la cabeza hacia un lado. A pesar de la situación, lo miró como si Nick fuera un mosquito y no valiera nada.

—¿Acaso no lo sabes?

—¿Qué tengo que saber?

—El mal está en todas partes. Y yo no estoy solo… Ryu viene hacia aquí. Le dije que estaría en el Cat’s Meow, con los demás grupos de turistas japoneses que hacen la ruta del barrio Francés. Viene a buscarme.

—¿Te has puesto en contacto con él?

Daisuki rio alto.

—Por supuesto. Le envié la localización. Mi hermano vendrá y me sacará de aquí y de donde sea que esté —contestó con desdén—. Me encontrará. Y créeme que acabará lo que yo no pude acabar. La sumisa debe morir.

Nick se levantó, con la cabeza gacha. Buscó su teléfono en los bolsillos del pantalón del japonés. Cuando encontró el Smartphone HTC, se lo dio a Markus para que lo guardara.

—Nos vamos a quedar con esto —les dijo sin mirarlos.

Markus y Lion se lo quedaron mirando mientras él se encaraba de nuevo con Daisuki.

Parecía ofuscado y estaba decidido a hacer lo que tuviera fuera menester, sin que le importaran las consecuencias.

—Y contéstame a una cosa, Daisuki Yamaguchi. —Levantó la cabeza y sonrió con maldad—. ¡¿Crees que tu hermano te sacará del hoyo en el que te voy a meter?! —Nick alzó los táseres, los encendió, dispuesto a electrocutarlo.

* * *

Sophie tenía la mirada clavada en el techo de una de las habitaciones del precioso castillo que poseía Leslie Connelly en la calle Tchoupitoulas. Era una suite confortable y preciosa. Leslie le había contado que se la había comprado con el dinero que habían ganado en el torneo. No habían devuelto el bote, que les pertenecía por haber arriesgado sus vidas y haberlo hecho tan bien. Los ganadores habían sido Nick y Thelma, pero, como la dómina había muerto, su exmarido decidió repartirlo entre Lion Romano, Cleo, Leslie y él. Quinientos mil por cabeza.

Nick era bueno hasta en eso. Nada ambicioso, nada avaricioso… Siempre dispuesto a ayudar.

Las hermanas le preguntaban en todo momento si necesitaba algo. Karen había entrado una vez para hablar, pero Sophie no le había hecho demasiado caso, entretenida como estaba en la baraja del torneo de Dragones y Mazmorras DS entre sus manos, recordando lo que había vivido allí para no sentirse tan muerta como se sentía.

Ya no sabía qué era lo que quería ni qué necesitaba. Ya no tenía casa. Todo el esfuerzo por construir su propio hogar se había ido al garete de un plumazo.

Pero ni siquiera a eso le daba importancia. Solo quería recuperar parte de su vida junto a Nick y que aquella pesadilla se acabara de una vez por todas. Y lo quería a él.

Lo amaba con todo su corazón despechado, pero ya no sabía cómo demostrárselo. Parecía que para Nick nada era suficiente.

¿Cuándo lo vería de nuevo? ¿Estaría bien? ¿Sabrían algo las Connelly y no se lo habían dicho aún?

Tenía los nervios a flor de piel.

La puerta de la habitación se abrió de par en par. El hombre que ocupaba el cien por cien de sus pensamientos, que le había robado el corazón, apareció en el marco de la puerta, a contraluz, su silueta recortada y oscura, iluminado por la luz del rellano de la planta superior.

Sophie se incorporó en la cama, asustada por aquella irrupción algo brusca, pero feliz de verlo bien, aunque parecía más que preocupado.

Nick cerró la puerta y se apoyó en ella, mirando a Sophie entre sus largas pestañas rubias, tanto como su pelo. El pendiente en forma de serpiente resplandeció en su oreja.

Nick nunca había llevado pendiente, pero no le quedaba mal. Lo hacía parecer más salvaje de lo que ya, con su espectacular percha de gladiador, era.

—¿Nick? —preguntó ella con un susurro—. Me alegra tanto verte…

—Lo he cogido. —Desvió la mirada a las cartas tan familiares de Dragones y Mazmorras DS, que yacían boca arriba sobre la cama.

—¿Ha… ido todo bien? ¿Lo lleváis a comisaría?

—No. Esto aún no ha acabado. Dentro de una hora, me vuelvo a ir. Tengo una cita con unos cuantos japoneses que estarán bastante cabreados conmigo y contigo. Tal vez no salga vivo de esta. —Se encogió de hombros.

—No digas eso, Nick… Podemos irnos de aquí y coger el primer avión, bien lejos —sugirió, desesperada—. Si no nos podemos llevar a Cindy todavía —añadió, mirándolo fijamente—, nos sacrificaremos, la dejaremos con mis padres, hasta que pueda venir a recogerla.

—No digas gilipolleces, Sophie. Nadie puede huir de la Yakuza. Nadie. O acabamos con ellos, o ellos acabarán con nosotros. Solo tengo esta noche para cambiarlo todo. O ellos, o yo.

—No… No, Nick. No entiendo muy bien lo que está pasando ni tampoco las decisiones que debes tomar… Pero —se incorporó poco a poco— tal vez no haga falta ser tan radical, ¿no crees? Debemos llamar a la policía y que ellos se ocupen. —Sophie no se había quitado la ropa. Solo se había descalzado para echarse en la cama, que ni siquiera había deshecho.

Nick no le contestó. Se mantuvo en silencio, como un animal a punto de saltar sobre su comida, observándola. Y, al estar en penumbra, ni siquiera Sophie podía adivinar su expresión.

—¿Sabes qué es lo que no hace falta, Sophie?

—No… No lo sé.

Dio un paso hacia delante, y otro y otro más, hasta cernirse sobre la cama en la que descansaba.

—¡Lo que no hace falta es que te expongas al peligro cuando no debes! ¡Lo que no hace falta es que hagas las locuras que a veces haces! ¡Porque te expones, te pones una diana en ese culo que tienes! ¿Qué crees que iba a pasar cuando bailaras con Sharon en ese jodido podio con cientos de ojos clavados en vosotras?

Nick se sentía frustrado y completamente perdido. Sophie había ido a buscarlo, se había metido en el mundo BDSM por él, porque lo quería y deseaba demostrarle que estaba dispuesta a todo por recuperarlo… Y por eso ahora estaba en peligro, y, si él no acababa el trabajo esa misma noche, sus vidas se convertirían en una auténtica pesadilla. La Yakuza iría tras ellos. Y Nick solo tenía una oportunidad: se la jugaba al todo o nada.

—¡Vas a conseguir que te maten! ¡Conseguirás que nos maten a los dos!

Sophie, afectada por sus palabras, se quedó de rodillas sobre el colchón. Le temblaba la barbilla, los labios le hacían mohínes incontrolables que indicaban que estaba a punto de echarse a llorar.

—¡Al menos, al bailar con Sharon, mi perseguidor ha salido de su madriguera! —dijo—. ¡¿Cuéntame qué… ha pasado?!

—¿Sabes de qué te conocen? ¡¿Sabes por qué van tras de ti?! —exclamó, cogiéndola de la parte superior de los brazos, zarandeándola sin compasión.

—¡No! —gritó asustada.

—¡Por tu brillante idea de ir a por mí y participar en el torneo!

—¿Cómo? —repitió sin comprender.

—Les gustaste. ¡Te compraron, Sophie! Con tan mala suerte que un par de jefes de la Yakuza querían tus servicios para sus prostíbulos emergentes —espetó furioso, rodeando sus mejillas con una sola mano—. ¡Pagan muy bien por las caritas occidentales tan bonitas como la tuya! ¡Y ahora te quieren usar para afrentarse entre ellos, por pura venganza! ¡El que te posea gana! ¡Joder, Sophia! ¡Mira dónde te ha metido tu maldita cabeza de niña mimada y caprichosa!

Comprendía la rabia de Nick, la desesperación que sentía por verse involucrados en una trama de tales características. Pero él no comprendía algo sobre ella, que no actuaba así por capricho ni rebeldía, sino que todo aquello lo había hecho por amor. Un amor que él se negaba a redimir.

Sophie apartó su mano con un manotazo y se enfrentó a él como nunca. De rodillas, el colchón la colocaba a su misma altura, se medían casi de igual a igual, aunque Nick le sacara dos cuerpos y medio de ancho.

—¡No estoy así por mi mala cabeza! ¡Esto es culpa de tus secretos! ¡De tus mentiras! —Lo empujó hasta desequilibrarlo un poco—. ¡Estoy en peligro desde que me metí en tu mundo! ¡Desde que me atreví a recuperarte! ¡¿Y sabes qué?! —Cogió un cojín de la cama y le golpeó la cara con él, con fuerza—. ¡Que, a pesar de que he perdido mucho y que han volado mi casa de Chalmette por los aires, volvería a meterme en todo lo que me he metido solo para conocer al hombre con el que me casé y que era un completo desconocido para mí! ¡Sí! ¡Sé lo de mi casa! ¡Me lo ha contado Cleo! ¿También me lo ibas a ocultar? —Nick entrecerró los ojos controlando su carácter explosivo todo lo que podía y más—. ¡Pero me da igual! ¡Me importas tú! ¡Así que si me tienen que matar por ello, Nicholas, que me maten, porque meterme en tu mundo es lo mejor que he hecho en mi vida! ¡Y saber quién eres no provoca rechazo en mí, sino que ha hecho que me vuelva a enamorar de ti, de un modo más fuerte que la primera vez!

—Mientes —susurró él.

¿Cómo iba a enamorarse de lo que era y de lo que hacía? Esa noche, se convertiría en un asesino por ella, y mataría, vendería su alma para que dejaran en paz a la mujer de su vida. Dejaría atrás códigos morales y leyes para convertirse en un vengador, en un sicario. Eran gajes del oficio, pero él ya no estaba de servicio para el FBI… Era una persona con contactos, medios y armas como para hacer de su voluntad la ley. Y lo conseguiría. Por ella, era capaz de dejar de ser humano, si así lograba mantenerla a salvo.

—¡No miento, estúpido resentido! ¡Estoy así porque nunca he dejado de quererte, aunque no te lo creas! —Lo cogió de la camiseta y lo acercó a ella para besarlo, pero Nick no respondió al beso, esquivo y malhumorado como estaba—. ¡¿Has venido aquí solo para reñirme?! —lo provocó—. ¡¿Eh, enorme gruñón testarudo?! ¡¿Dices que esta noche te lo juegas todo?! ¿Y aprovechas el tiempo que nos queda para esto? ¿Para castigarme? —Sophie intentó besarlo de nuevo, pero Nick volvió a apartar la cara—. Nick… —susurró—. Nick… Mírame, te lo ruego… —Volvió a besarlo, hasta que pudo apresar sus duros labios para no soltarlos.

Un dolor sordo aprisionó el pecho de Nick, sus emociones, como una cárcel que, presa de sus increíbles sentimientos, estallarían por la presión, como una bomba.

Sophie derramó dos enormes lagrimones.

—Nick…, mi amor. —Pegó su frente a la de él—. ¿Te vas a ir pensando en que lo he hecho mal? No quiero que te vayas así. Me estás defendiendo… Me estás protegiendo. Quiero que te vayas sabiendo que acepto cada una de tus máscaras, cada rincón oscuro de tu corazón. Eres el hombre de mi vida, y lo que hagas estará bien. Por mí estaría bien quedarme aquí y esperar que nos arrebaten la vida juntos… O huir y escapar de la muerte, pero hacerlo uno al lado del otro… Porque no quiero vivir más tiempo alejada de ti.

—Cállate.

Ella negó con la cabeza.

—No quiero callarme. Te quiero, Nick, y si vas a luchar en mi nombre, quiero que lo hagas sabiendo que de nada servirá lo que nos está pasando si no regresas con vida a mi lado.

—Maldita seas —gruñó él, emocionado.

Sentía correr la adrenalina. Se iría dentro de nada, había trazado un plan para sacarse de encima a la Yakuza, pero no iba a ser fácil. O lo lograba, o moría en el intento.

Markus, Karen y Lion lo ayudarían: eran compañeros con todas las letras, lo iban a arriesgar todo por él.

Nick no se podía creer cómo había cambiado su vida en tan poco tiempo… Sin embargo, lo que no había cambiado en absoluto, a pesar del rencor, era el amor y el sentimiento tan grande que tenía hacia esa mujer que lo había destrozado, pero que también lo había hecho revivir.

—Imagínate que es nuestra última noche —dijo ella, iluminada por el resplandor de la noche que entraba en la habitación a través de los cristales del balcón—. Utiliza esa frustración y canalízala conmigo… Sé que estás enfadado. —Le acarició el rostro—. Está bien… —intentó tranquilizarlo—. Estará bien lo que decidas hacer conmigo.

Las aletas de la nariz de Nick se estremecieron, al igual que sus ojos, que parecían más oscuros. Y entonces la impotencia, la rabia y la decepción consigo mismo por haber llevado las cosas tan lejos, por creer que una mentira era mejor que una verdad, explotaron en su interior, arrollándolo y convirtiéndolo en un amasijo de pasión de alto voltaje.

Ella era la persona más importante de su vida. Era su amor y su compañera. Nunca debió haberlo negado. Nunca debió haber ocultado el hombre que era.

Lo empujó la necesidad loca por dejar libre la tensión que hervía en él y que amenazaba por matarlo. Por eso, abrazó a Sophie como si se quisiera fundir con ella, la levantó hasta colocarla de pie en la cama. Las cartas se desperdigaron por encima, y empezó a quitarle la ropa con prisa y manos temblorosas.

—¿Nick?

Le bajó los pantalones de un tirón. Ya le había quitado la camiseta y el sujetador. Estaba en braguitas, con aquella cola alta y el maquillaje que no se había quitado de la cara.

Nick se bañó de aquella imagen y la grabó profundamente en su cabeza. Volvería de la muerte con tal de verla así de nuevo, para poder verla junto a su hija…

La atrajo hacia él y, doblando un poco las rodillas, empezó a saborear sus pezones y a besarlos con intensidad, bebiendo de ellos.

—Dios, Nick… Los tengo muy sensibles. No tan fuerte…

Pero él no hablaba, solo quería tocarla, comerla, saber que esa noche la imagen que se llevaba de ella era la de carne y hueso. La real. Su Sophie, tan hermosa, tan femenina y elegante que lo dejaba siempre sin argumentos.

Ella lo abrazaba con fuerza por la cabeza y permitía que él la succionara de aquel modo tan fuerte y a la vez tan sensible.

La soltó para quitarle las braguitas y bajárselas por las piernas. Y cuando estuvo completamente desnuda, Nick se llevó una de sus piernas al hombro y, abierta como estaba, expuesta ante él, introdujo la lengua en su interior y le hizo el amor con la boca.

Sophie siseó y se agarró a su pelo rubio, tirando de él.

La movía de arriba abajo, torturando su clítoris. La lamía como si jamás no tuviera suficiente, y la penetraba con su lengua húmeda y larga hasta la locura, la enajenación.

Después, cuando estuvo hinchada y lista, le introdujo tres dedos de golpe, sin dejar de succionarla con la boca. Ella gimió y se mordió el labio inferior.

—Voy a correrme dentro de nada si me haces eso… —musitó ella con ojos vidriosos.

Él continuó con su tortura durante unos largos y agonizantes minutos. Cuando ella palpitaba a su alrededor a punto de correrse, Nick le daba un azote en la nalga para dispersar la sangre que se agolpaba en su punto de excitación, para que más tarde regresara con la fuerza suficiente como para que las rodillas no la sostuvieran. Y el placer y el dolor se alargaron, hasta que Sophie no sabía si quería llegar al orgasmo o disfrutar de aquella mortal y lenta agonía.

Pero él ya había decidido por ella, por los dos. Esa noche, él sería el responsable de arreglar sus vidas, y, en ese momento, también decidía y dominaba el cuerpo de su mujer. Se apartó de ella y sacó los dedos de su vagina. Se desabrochó el pantalón y permitió que su erección se liberara. Estaba hinchado y grande hasta decir basta. Pensaba poseerla y marcarla para siempre.

La tomó de la cintura y la levantó, cogiéndola en brazos, obligándola a abrirse y a que le rodeara las caderas con sus piernas. Tomó sus nalgas y empezó a jugar con el diminuto agujero trasero de placer, al tiempo que, sin mediar palabra, la penetró por delante con su durísima vara.

Sophie abrió los ojos de par en par por la impresión. Nick la estaba poseyendo por delante, y hurgaba en su ano con el pulgar.

Movía las caderas con maestría, rozando toda su parte delantera y su clítoris, al mismo tiempo que se introducía hasta el fondo de su cuerpo. Poco a poco, presionaba su pulgar para meterse también, como si la penetrara por dos lados a la vez.

Nick tenía los labios entreabiertos, los dientes blancos dibujaban una línea perfecta y tensa; sus ojos transmitían un placer tormentoso que Sophie quería combatir como fuera.

Nick no tenía que sufrir más. Debía disfrutar de ella y amarla, igual que ella lo amaba a él.

—Acógeme. Ábrete más —le ordenó Nick, entrando y tensándola hasta un límite doloroso. Los testículos golpeaban su pulgar, que no dejaba de moverse y de imitar los movimientos de la posesión—. Voy a llenarte —gruñó, abriendo la boca y llevándose un pezón a los dientes. Lo mordió duramente.

Y Sophie gritó presa del placer y la lujuria, moviéndose sobre él, exigiendo más de su entrega, y entregándose a su vez.

Nick caminó con ella hasta la pared más cercana. La apoyó para seguir sacudiéndola al ritmo de una taladradora, empujando a su cerviz hasta el punto de entrar en él.

Y, en ese momento, el placer recorrió sus nalgas y su espina dorsal, y regresó a sus testículos…, donde explotó, llenándolo de luz y de liberación.

Sophie se corrió al mismo tiempo, cuando sintió que la rellenaba con su semilla. Se corrió por los dos lados a la vez, pues el dedo seguía moviéndose al igual que su pene.

Ninguno de los dos dijo nada, no les salían las palabras, pegados por el sudor y unidos por sus sexos.

Cuando todo acabó, Nick se salió poco a poco de su interior, la dejó en el suelo y le dio la vuelta contra la pared.

Sophie se aguantó con las manos, pegando la cara al hermoso papel que cubría la habitación. Lo miró de manera interrogante.

—Si solo nos queda este tiempo —jadeó en su oreja—, voy a aprovecharlo bien. —Volvía a estar hinchado. Tomó su erección y la guio a su ano, presionando y obligándola a aceptarlo—. Así, nunca me olvidarás…

Sophie sonrió con tristeza. Tomó la mano de Nick y la guio a su parte delantera, para que la acariciara mientras él la poseía por el otro lado.

—Tienes que volver a mí —le dijo ella—. ¿Y si me has dejado embarazada de nuevo? —lo provocó—. La manera en la que me lo has hecho estas últimas veces, sin condón… No me puedes dejar sola. No me podría olvidar de ti nunca. Te quiero. Regresa a mí, Tigre.

Nick no le prometió nada. Mientras le hacía el amor de una manera en la que nunca lo habían hecho, pensó en ella embarazada de nuevo. El rostro se le suavizó.

Él no quería morir. Quería vivir junto a ella. Ambos habían arriesgado demasiado para ser quienes eran en ese momento. Tenían derecho a disfrutar de sus vidas y de ese amor que parecía imborrable, por mucho dolor que hubieran sufrido.

¿Saldría vencedor de esa noche o lo perdería todo? No lo sabía.

Pero, hasta que no se fuera, se encargaría de dejar una marca indeleble en el cuerpo de Sophie. No habría lugar ni recoveco que él no poseería como lo que era: el amo y el esclavo de su mujer.