Capítulo 12

Iban de nuevo hacia la casa de Leslie y Markus, pero una llamada de Lion los desvió de su camino y les dirigió a la calle Decatur, cerca del barrio Francés. Romano aseguraba que el propietario del coche que había sacado al japonés del aparcamiento, cuyo nombre era Eita Makoto, vivía encima de un local que era una especie de centro de masajes de ambiente con final feliz. El local se llamaba Onegay. Y Eita era el dueño.

La fachada del local tenía motivos orientales, luces con farolillos rojos y estaba revestida de madera oscura y granate.

El atardecer caía sobre Nueva Orleans y teñía el cielo de unas nubes cargadas de tormenta que no hacían presagiar nada bueno.

Cuando aparcaron, Lion tocó la ventana de Sophie con la palma. Ella dio un brinco, asustada.

¿Se suponía que iban a intervenir en ese centro de masajes?

Empezaba a llover con fuerza. Romano estaba completamente empapado. Sus ojos azules miraban a Nick de frente. Señaló con el índice la fachada que le quedaba a la espalda.

—Es aquí. El tío no está en su casa. Probaremos en el local. Baja rápido del coche y entra con nosotros.

—Nick —lo detuvo Sophie por el brazo—, ¿qué vais a hacer?

—Tú quédate en la parte de atrás y no salgas.

—No, no… No me puedes dejar aquí.

Nick salió del coche a toda prisa y cerró, dejando allí a Sophie, que aún se estaba quitando el cinturón de seguridad.

Al oír el sonido de los seguros y verse encerrada, ella entrecerró los ojos y fulminó a Nick con la mirada.

—¡No me puedes dejar al margen de esto! —le gritó golpeando el cristal con los puños.

—Claro que puedo —le contestó él desde el otro lado—. Cleo está vigilándote desde el Wrangler plateado que hay ahí enfrente —dijo señalándola.

Sophie siguió su índice y se encontró con una Cleo sonriente tras el volante. La saludaba con la mano abierta

Aquello era el colmo. Ahí, encerrada, no podía ayudar a nadie. ¡Y ella quería aportar algo!

—¡Sácame de aquí, Nicholas!

—¿Nicholas? —repitió Lion caminando a su lado, y silbó—. Vaya… Parece cabreada.

—Lo está —contestó Nick, que se llevó la mano a la HSK que tenía a la espalda—. ¿Cómo vamos a proceder?

Lion se encogió de hombros y saludó a Markus, que los esperaba en la puerta de la entrada.

—Lo de siempre. Entrar. Gritar. Y arrasar.

—¿Y si viene la poli? —preguntó Nick, algo preocupado.

—Magnus y Tim están de nuestra parte. Ya le hemos informado al respecto. Nos dan carta blanca mientras no haya muertos.

—Pues no puedo asegurar nada de eso. —Nick hizo crujir los nudillos—. Porque si ese puto tatuador está ahí, voy a tener que cargármelo. Se lo he prometido a los padres de Sophie.

Markus asintió con una media sonrisa, mientras entraba tras ellos, analizándolo todo con su mirada amatista.

—Es un motivo de peso. No se puede romper la palabra que se le ha dado a la familia, rubia.

—Gracias, rusa —contestó Nick.

La recepcionista era una mujer japonesa con un acento americano envidiable. Vestía un precioso kimono rojo estampado con dragones. Tenía aberturas por todas partes, que mostraban estratégicamente unos trozos de carne que pondrían en guardia al más viril.

Pero los saludó con una voz de hombre un tanto aguda y forzada. Era un transexual.

—Mi nombre es Nami. ¿Qué desean unos vigorosos hombres como ustedes?

Nick dio un paso al frente y contestó en nombre de los tres.

—Estamos buscando al señor Eita Makoto. ¿Está aquí?

La mujer parpadeó con fingida naturalidad y sonrió sumisamente. Se dio la vuelta y caminó con pasitos cortos de geisha hasta la recepción, en la que otra mujer escuchaba con atención.

Nick afinó el oído y escuchó perfectamente cómo hablaban entre ellas en japonés. Nami le indicó que avisara al señor Eito; unos hombres extraños estaban preguntando por él. La recepcionista, con un teléfono rojo antiguo, pareció llamar a Eito. Contestaba a lo que él decía.

—Sí, señor… Lo siento mucho. Están aquí abajo. Entonces les digo que no está. No, señor… No parece que traigan placa. No… Sí, señor… Sin un permiso no les dejaremos pasar. Les diré que no está, que se ha ido de viaje. Sí. De acuerdo, señor.

La mujer, también una transexual hermosísima, sonrió a Nami, interpretando su papel.

—El señor Eito no quiere visitas —dijo—. Ahora está en la habitación de la Niebla, en medio de un masaje con Hotaru. No quiere interrupciones.

Nami asintió con la cabeza y, con expertos andares, se dirigió hacia ellos para comunicar el mensaje exacto que la recepcionista había dado.

—El señor Eito no está…

Nick no lo pensó dos veces y agarró a Nami por el pelo. A continuación, le encañonó la barbilla con su pistola y le dijo en un japonés perfecto.

—Guíame hasta la habitación de la Niebla o no habrá final feliz para ti.

La recepcionista iba a llamar a seguridad, pero Markus colgó el teléfono y arrancó el cable.

—Ni se te ocurra avisar a nadie —la amenazó, mostrándole el arma que guardaba en la cinturilla del pantalón.

Nami subió las escaleras de madera con los zuecos japoneses, en cuya suela había diminutos tablones de madera. Los zuecos resonaban por aquel silencioso local ambientado con música oriental.

Lion subió con ellos, por si necesitaba refuerzos.

Tras un largo corredor, con olor a incienso y a vapor, en el que había varios paneles que dividían salas de masajes, Nami se detuvo frente a la puerta del final.

Nick sabía que, quien fuera que estuviera al otro lado vería su enorme silueta y sabría que Nami subía acompañada, así que no lo dudó. Empujó a Nami al interior de la sala, y esta cayó al suelo.

Frente a él, un hombre vestido de geisha, con un cuerpo afeminado, pálido y nada musculado, caminaba sobre la espalda desnuda de Eito, que tenía el rostro levantado y miraba a Nick completamente inmóvil por el miedo.

La masajista bajó de encima de su paciente de un salto ágil. Lion lo apuntó con su pistola y le recomendó que se callara y no se moviese.

Nick sonrió con frialdad y agarró a Eito de la garganta. Lo levantó con una fuerza bruta de la camilla cubierta con una sábana blanca, llena de sudor y esencia de aceite y canela. Todo un afrodisiaco.

A Eito le gustaban los hombres.

Nick lo intimidó con su cuerpo, pues parecía el doble de grande que él. Habló en japonés.

—¿Dónde está el tipo que te llevaste del aparcamiento ayer por la tarde? ¡¿Dónde?! —gritó metiéndole el cañón de la pistola por debajo de la barbilla.

Eito sudaba profusamente. Se había puesto pálido.

—¿Cómo saben ustedes? ¿Cómo…?

—No me cabrees, Eito. Dime dónde está el tipo que te llevaste. ¡¿Lo tienes aquí?! —Nick lo zarandeó y le aplastó la cabeza contra la camilla, después apoyó el cañón de la pistola en su sien.

—No… No…, no está aquí.

—¿Cómo se llama?

—No lo sé…

—¿No lo sabes? —Nick le dio un puñetazo en los riñones. El hombre gritó como una mujer, juntando las manos como si rogara que lo dejara en paz—. ¿Te llama un tío que no conoces y lo pasas a recoger? Ahora, respóndeme…

—No lo conozco. Lo ju…, juro —siguió él—. Yo… Mi familia tiene una deuda con un clan de Japón. Me… Ellos nos ayudaron a montar este…, este negocio… Ese hombre es de ese clan.

—¿Qué clan?

—Yama. El clan Yama. Tienen mi contacto, por si alguna vez necesitan mi ayuda… Y ayer me llamó él. Él me llamó porque me necesitaba… Soy médico.

—¿Forma parte del clan Yamaguchi?

—Sí. Yo… Lo recogí y le sané. Lo curé de la pierna. Me dijo que esta noche lo pasarían a recoger en algún lugar… Espera a unas personas.

—¿Dónde? ¿Dónde se supone que lo van a recoger?

—No lo sé… Esta noche…, oí algo de una ruta en la calle Bourbon. Una cita especial en el Cat’s Meow.

—¿Una cita?

—Sí. Hay una fiesta extraña allí… Yo no sé qué es. Pero escuché que iba a ir allí.

Nick apretó los dientes y retiró el seguro de la pistola.

—Si me estás mintiendo…

—¡Le juro que no! ¡No! ¡No miento! —Empezó a llorar—. ¡Por favor, no me mate! ¡No me mate!

Nick lo dejó caer al suelo como si fuera gelatina. Eito se desmayó con lágrimas en los ojos.

—Lion… ¿Conoces el Cat’s Meow? —le preguntó.

Lion miró a Nick, consternado, con la ceja partida arqueada y un gesto de sorpresa en sus ojos.

—Joder. Sí.

—Este tío dice que nuestro hombre va a estar ahí esta noche.

—¿Y qué mierda pinta él ahí?

Esta vez, fue Nick quien le devolvió la mirada, preocupado.

—¿Acaso sabes lo que pasa ahí esta noche?

—Coño, bedesemero de pacotilla. ¿Y tú no lo sabes?

—¿De qué hablas?

—Una vez al mes, los bedesemeros de Nueva Orleans se reúnen en el Cat’s Meow.

—¿Ahí? ¿Para jugar?

—No. —Lion se rascó la barbilla con el cañón de su pistola—. El juego siempre está ahí entre nosotros. Se trata del maullido del gato, ¿sabes qué es?

—No.

—Cantar y divertirse. Es un karaoke.

* * *

Magnus y Tim se aseguraron de silenciar a los miembros que había en el Onegay. Tenían que vigilarlo durante veinticuatro horas, y cortar la luz y la energía para que de allí no saliera información alguna que pudiera alertar al tatuador sobre una posible redada. Ni llamadas. Ni ordenadores. Ni mensajes. Cogieron todos los móviles y los apagaron, y los dejaron incomunicados y con vigilancia.

Mientras tanto, Nick y Sophie llegaron a su casa. Ella estaba muy cabreada, y él intentaba aguantar el chaparrón.

—Sophie, esta noche también te vas a quedar aquí, con vigilancia… —Cerró la puerta tras él y la miró, esperando que le lanzara alguna cosa a la cabeza.

Ella se dio la vuelta, decidida a enfrentarlo y a masacrarlo a insultos.

—¡No puedes dejarme encerrada esperando a que llegues! ¡No puedes encerrarme en tu maldito coche y pensar que me voy a sentir halagada por que te preocupes por mí! ¡Haces que me sienta impotente!

—Pues más impotente te vas a sentir, porque esta noche te quedas aquí. Voy a por el desgraciado que te hizo eso y a acabar con esto de una vez por todas. No voy a ponerte en peligro solo porque tú quieras. Esto no es un juego. Ya te metiste de por medio en el torneo de Dragones y Mazmorras DS —explicó con calma. Se cruzó de brazos y se apoyó en la puerta.

—¡No me puedes echar eso en cara cuando yo ni siquiera sabía lo que pasaba ahí! ¡Fui allí a por ti! Esto es diferente. —Lo empujó con todas sus fuerzas, y su cuerpo enorme impactó de nuevo en la puerta. Después alzó el índice y le señaló—. No voy a permitir que me dejes aquí encerrada cuando todos os estáis jugando el pellejo por protegerme.

—Sí, lo vas a hacer. —Nick se agachó rápidamente y la cogió en brazos, cargándosela sobre un hombro.

—¡¿Qué haces, Nick?! ¡Bájame! —Pataleó y golpeó con fuerza la parte baja de su espalda, pero ese hombre estaba duro como una roca.

—Voy a encerrarte en la habitación del pánico de la planta de abajo. Te encierro, soluciono lo de esta noche y después te saco.

—¡Mal nacido! ¡No me puedes tratar así! —Intentó cogerle la pistola que tenía a la espalda—. ¡No puedes…!

Beep, beep. Magnus lo estaba llamándo. Nick cogió el teléfono con Sophie a cuestas. Tal vez había pasado algo en el Onegay.

—Dime, Magnus.

—¡Nick, suéltame ahora mismo, cretino!

—Lamento llamarte en este momento —se disculpó el jefe de policía de Nueva Orleans, futuro comisario, después del éxito obtenido tras el arresto de Yuri y la intercepción de un contenedor lleno de droga en el puerto de Nueva Orleans.

—No te preocupes, no es nada —dijo Nick—. Dispara. ¿Ha pasado algo en el centro de masajes?

—No, no. Aquí está todo controlado.

—¿Entonces?

—Ha pasado algo en Chalmette. Los agentes que vigilaban la casa de Sophie han resultado heridos. Han volado la propiedad.

Nick se detuvo. Sophie, boca abajo, con toda la melena cayendo hacia el suelo como una cascada marrón, se paralizó al sentir la tensión de Nick. Algo malo había pasado.

—¿Nick? —preguntó ella.

Él tragó saliva. La cercaban. Y cada vez estrechaban más el cerco. Iban a por Sophie. No la iban a dejar en paz.

—¿Los agentes están bien?

—Unas cuantas astillas y quemaduras. Fueron por la parte trasera. Entraron sin que los vieran. La activaron… Los agentes los vieron correr y huir de la casa. Les vieron coger el coche y derrapar a mucha velocidad para salir de ahí. Cuando ellos volvían a su vehículo, la bomba detonó.

—Ya veo.

—¿Nick? ¿Qué pasa? —insistía Sophie.

—Gracias por decirlo.

—Vamos a reforzar la seguridad respecto a tu mujer, ¿de acuerdo?

—Sophie no es…

—Bueno, tu exmujer.

—Muchas gracias, Magnus. Si pasa algo más, házmelo saber.

—Descuida. Suerte esta noche en el Cat’s.

—Gracias.

Cuando Nick colgó, sintió un enorme pesar estrangulando su pecho y su garganta. La casa de Sophie, de la que tan orgullosa estaba ella, en la que se había independizado, había volado por los aires. Destrozada por completo. ¿Cómo se lo iba a explicar?

—Nick, cuéntame qué ha pasado. Estás tan tenso que parece que vas a romperte. No son buenas noticias.

—No. No lo son —reconoció él.

—Bájame, por favor.

Ding dong.

Él miró por encima de su hombro. ¿Quién sería ahora?

—¡Nick! ¡Abre! ¡Soy Karen! —anunció la voz de su compañera al otro lado de la puerta.

Nick no sabía que Karen los visitaría. Y si su amiga estaba ahí, era porque tenía noticias. ¿Serían tan malas como las de Magnus?

—¡Mira! ¡La que faltaba! Abre a tu compañera de juegos —espetó Sophie, irascible.

Nick obvió la pulla. Bajó al suelo Sophie, que también estaba expectante ante esa visita. Fueron a abrir.

Karen traía un sobre blanco en las manos. Aquellos ojos negros y estilizados parecían portar malas noticias.

En cuanto la vio, como la conocía bien, Nick supo que lo que iba a escuchar no le gustaría nada. Sí, eran noticias tan malas como las de Magnus.

—Esto no te va a gustar nada —le anunció negativamente.

Nick la dejó pasar.

La desazón empezaba a surtir efecto en el centro de su pecho. En cuanto cerró la puerta, la guio al salón y le dijo:

—Dispara. ¿Qué es lo que está pasando?

Karen se relamió los labios, miró a Sophie y a Nick alternativamente e hizo una mueca de incomodidad.

—Tengo la identificación del sujeto, gracias al ADN que encontraste en Bayou Goula. Mis amigos de la Interpol se pusieron con ello enseguida, una vez que les di los resultados de los laboratorios. Han contrastado los datos con el banco de sangre de Japón.

Nick las llevó hasta la cocina, donde abrió la nevera y les sirvió unas cervezas. Se sentaron alrededor de la barra americana.

—¿Y bien?

—Antes de decirte quién es, déjame explicarte cómo están las relaciones entre las yakuzas de Japón. Ya te dije que los Yama son los más violentos. El tatuaje de Sophie es de un yama: utilizan el dragón y a Kiyo Hime para marcar a las mujeres de otros clanes, ¿cierto?

—Sí —dijo Sophie asumiendo la historia. Se le había quedado grabada en la memoria.

Karen abrió la botella de cerveza con los dientes, al igual que Nick. Sophie bizqueó como si no se pudiera creer que una mujer pudiese hacer eso. Si ella lo probaba, seguro que le saltaba una paleta. No iba a intentarlo, pues no quería quedar en evidencia.

—Bien. Hace seis meses, en Japón, se produjo un gran conflicto entre clanes con los Yama y los Sumi. Ambos clanes luchan por quedarse con el control total de la zona de ocio de Roppongi, en la que hay casinos, discotecas, pubs y clubs de alterne. El líder de los Yama murió en el tiroteo. Y ahora es su hijo quien lidera el clan. El nuevo jefe se llama Yamaguchi Daichi. Se le conoce como el Emperador.

Kotei —soltaron Nick y Sophie a la vez.

—Exacto —dijo Karen, que le dio un largo sorbo a su cerveza—. La prueba de ADN nos dice que el tatuador es Yamaguchi Daisuki. El hermano pequeño del Emperador.

Nick, frustrado y asustado por las noticias, reventó la cerveza en la pila de la cocina, y se apoyó en ella, concentrado en sus pensamientos y en las posibles consecuencias de que el líder de los Yama marcara a Sophie como una amenaza.

—¡Joder! —gritó impotente—. No puedo comprender qué relación hay con Sophie.

—¿Nick? —preguntó Sophie, asustada. Necesitaba respuestas. Aquello parecía ser mucho peor de lo que se había imaginado—. ¿Está todo mal?

—Sí, Soph. —Inspiró y la miró con determinación—. Pero no te va a pasar nada. Yo estoy contigo.

Se miraron, asustados ante lo que se les venía encima.

—Daisuki, por lo que me han dicho —continuó Karen—, lleva un tiempo fuera de Japón. Creen que está haciendo una prueba de fe para los Yama.

—¿Una prueba de fe?

—Sí: la iniciación para ser un yakuza adulto —le explicó Karen a Sophie.

—Sophie es su prueba de fe. Maldito hijo de puta —dijo Nick con los dientes apretados.

—Eso parece —admitió Karen.

—Pero sigo sin comprender con quién tiene relación Sophie como para que la marquen como una afrenta. ¿Una afrenta hacia quién?

—Eso no es todo. Mis amigos de la Interpol, que hacen el seguimiento de los movimientos de los miembros de las yakuzas, habían perdido el rastro de Daisuki. Se sorprendieron mucho al ver que estaba en Estados Unidos. Han decidido intervenir en el caso.

Nick cerró los ojos, consternado.

—Nadie puede hacerse cargo de Sophie. Solo yo. Nadie puede protegerla mejor que yo. No se pueden meter —repitió como un mantra.

—No lo dudo, Nick. Pero, joder… —Sonrió como si ya nada tuviera remedio—. Son yakuzas. Son los Yama. Si quieren algo, lo tendrán.

—Si Daisuki se ha puesto en contacto con alguien para pedir ayuda, tarde o temprano un grupo mayor de yamas aparecerán para ayudarlo —señaló Nick, buscando soluciones—. Entre los japoneses, lo más importante es el honor. Por eso Daisuki no puede irse de aquí sin la prueba de fe completada. Su hermano lo rechazaría como yakuza.

—¿Y en qué consiste la prueba de fe? —Sophie tenía los ojos llenos de lágrimas—. ¡¿En qué?! —Empezó a temblar—. ¡¿En matarme?! ¿En acabar conmigo o con mi hija? ¿O contigo? —Miró a Nick, destrozada—. ¡¿No han tenido suficiente con tatuarme?!

—Oh, Soph… —Nick acudió corriendo a abrazarla. Se sentó en el taburete y la sentó sobre sus piernas, dándole la tranquilidad y la protección que necesitaba. Todo aquello era demasiado. Sophie era su mujer y no podía estar relacionada con yakuzas. No lo podía comprender, por mucho que se esforzara en ello—. Tranquila, princesa —le susurró cariñosamente—. No voy a dejarte sola.

Sophie lo sabía, pero eso no impedía que se sintiera frágil y poca cosa; una vida menos a la que un grupo de personas decidía poner fin, sin importarle si tenía hija, marido o familia…

—Yo no he hecho nada. La única locura que cometí fue participar en el maldito torneo. ¿Y tú, Nick? —Hundió el rostro, empapando su cuello de lágrimas, calmándose con su contacto. Como siempre.

Nick miró a Karen, que parpadeaba con seriedad, esperando una respuesta que despejara aquellos interrogantes.

—Cuando estuve en Japón, no dejé cuentas pendientes con nadie —aseguró—. Clint y yo completamos la misión y nos fuimos.

Karen se encogió de hombros. No lo entendía.

—¿Has podido entrar en los datos de los pujadores de las sumisas del torneo?

Nick negó.

—El programa todavía está descodificando los datos. Estoy dentro de los archivos del FBI, pero voy con un camuflador. Eso hace que abrir el material cifrado sea un proceso más lento. Lo tengo en funcionamiento desde ayer. Aún le queda un veinte por ciento.

—Puede que la clave que nos falta esté en esos datos. Sea como sea… Con la Yakuza solo se puede negociar, Tigretón. Y solo se puede sobrevivir a ella si tienes a otro clan apoyándote. Necesitas ayuda, Nick. De lo contrario, jamás estaréis a salvo —concluyó.

Nick lo sabía bien, conocía las leyes de Japón. De todas las mafias temibles, la japonesa era la más cruel y persistente. Necesitaba ayuda para negociar. Y para negociar, lo principal era coger a Daisuki con vida. Esperaba encontrarlo esa misma noche en el Cat’s Meow. Si interrogaba al hermano menor del Emperador, tal vez tendría una oportunidad de salir con vida de todo aquello.

Porque una cosa estaba clara, por muchas diferencias que pudiera tener con Sophie, si a ella le pasaba algo, él se iría con ella.

—Bien. —Nick besó la cabeza de Sophie—. Vamos a prepararnos para ir al maullido del gato. Todo se puede resolver allí. Si doy con el hermano del Emperador. ¿Nos acompañas, Karen? —preguntó solícito—. Cualquier ayuda es buena.

—Por supuesto —contestó ella con una sonrisa—. Me apetece un poco de acción. Y nada mejor que buscarle las cosquillas a un grupo de yakuzas inofensivos, ¿verdad?

Sophie la miró extrañada y musitó:

—¿Eso es que no vienes?

Nick se echó a reír y dijo:

—Eso es que se va a meter de cabeza a repartir leña.