Capítulo 10

Se habían reunido en casa de Leslie y Markus. Nick estaba comprobando junto con Lion el seguimiento de la matrícula del coche blanco que había recogido al tatuador y que lo había sacado del aparcamiento de Prince.

Y, mientras tanto, Sophie ayudaba a Leslie en la cocina. Cleo jugaba con Rambo, el cachorro de bull dog francés que había adoptado su hermana.

Era una extraña escena familiar, en medio del caos en el que se había convertido la vida de Sophie.

Se empapó de todos los detalles de aquel adorable castillo que aunaba comodidad, lujo y romanticismo a raudales. Pensó que ella ya no merecía ese tipo de felicidad parcial. Con toda la tristeza de su corazón, sintió una envidia sana.

Rambo añora a Milenka —dijo Cleo con el perro en brazos, haciéndole todo tipo de carantoñas.

—¿Quién es Milenka? —preguntó Sophie mientras cortaba el calabacín y la zanahoria en dados exactos y simétricos.

—Es la hija de Markus —contestó Leslie limpiándose las manos en el trapo de cocina. Bajó la temperatura de la vitro y la miró de reojo—. Y también es mi hija.

Sophie dejó el cuchillo en suspensión en el aire y arqueó las delineadas cejas castañas.

—¿Cómo dices? ¿Vosotros también teníais una hija en común como Nick y yo?

—¿Nick no te ha contado la historia de Markus? —Leslie estaba sinceramente sorprendida—. ¿No te ha hablado de mi pequeña rebelde con ojos adorables de diablo?

—¿Nick? —repitió Sophie, indignada, centrándose en cortar de nuevo los vegetales—. ¿Estás de broma? Nick me ha estado mintiendo durante ocho larguísimos años… Nunca me contó nada sobre su verdadera vida laboral. Él jamás… En fin, no sé ni por qué os digo esto. Seguro que estaréis al corriente de todo. Sabéis mucho más de él que yo.

Leslie y Cleo se miraron, sin saber muy bien dónde meterse. Conocían los problemas de aquella pareja, y su función era la de quitar hierro al asunto para que Nick volviera a sonreír y a Sophie le brillaran de nuevo los ojos.

—Bueno, si te sirve de consuelo —argumentó Leslie—, Markus tenía en secreto lo de su hija. Era un agente doble, de lo cual me enteré después. En una misión en Londres, juntos, él forzó su desaparición… Antes de fingir su muerte, me entregó un paquete que tuve que ir a recoger. Se trataba de su hija Milenka… Mira tú por dónde, me la dejaba a mí, para que cuidara de ella. Obviamente —dijo abriendo el horno para ver si la lasaña de carne estaba hecha—, Milenka y yo nos enamoramos al instante la una de la otra. —Se encogió de hombros—. Fue un flechazo.

—Bromeas —espetó, Sophie.

—No, claro que no. Me enamoré de la cría. Igual que de su padre. Pero a su padre le costó sangre, sudor y lágrimas reconocerlo, darse cuenta de que estaba loco por mí. —Cuando comprobó que el queso fundido aún no estaba suficientemente dorado, volvió a cerrar la puerta—. Ahora, vivimos los tres juntos. Y parece que lo estamos haciendo bien. Excepto por esa extraña manía que tiene de dejar por toda la casa los envoltorios de esos dichosos caramelos rusos …

Sophie meneó la cabeza, asombrada, al tiempo que echaba todos los dados de verduras en la sartén con el sofrito y la salsa picante.

—¿Vivís aquí los tres? ¿Por eso hay pelotas de plástico de las Bratz en el jardín y una bici rosa?

Cleo se echó a reír y dejó a Rambo en el suelo de parqué. El perro corrió a oler las piernas de Sophie.

—Claro. No pensarías que eso era mío, ¿no? —dijo Leslie señalándola con la pala de la cocina—. Cuidado con el perro, que tiene más incontinencia que un autocar de jubilados. Y, si no, que te cuente Markus lo que le hizo nada más verlo…

—¿Y dónde está Milenka ahora? —preguntó extrañada.

—Está con sus abuelos. Mi madre insiste en llamarla Milkybar, y la llevan a todos lados como si fuera un llavero. La adoran. Lo cierto es que agradezco mucho tenerlos cerca, porque Markus y yo también necesitamos nuestro tiempo… Ya sabes.

Sophie se mordió el labio inferior, contrariada. No debía extrañarse de que una pareja gozara de una vida sexual sana, aunque ella y Nick ya no disfrutaran de algo así con normalidad. Porque la doma de la noche anterior no entraría en lo que podrían llamarse relaciones conyugales…, ¿no?

—Sí, ya me imagino. —Intentó cambiar de tema mientras daba vueltas a lo que había en la sartén. El olor de la comida era algo maravilloso, que además cambiaba dependiendo del estado anímico con el que se cocinaba. El sofrito de verduras tenía aroma de frustración—. Tu madre es una mujer maravillosa, Leslie. Estoy muy contenta de colaborar con ella…

Leslie alzó la barbilla con orgullo y sonrió de oreja a oreja.

—Lo es. Y no conoces a mi padre en persona, pero…

—Oh, sé quién es. Fue un héroe nacional. —Asintió con seriedad—. Tu madre me lo recordó. Te felicito por ellos. Espero volver a hablar con ella en breve. Cuando se solucione todo lo de mi perseguidor…

—Tus padres también tienen que ser personas excepcionales, Sophie. No es fácil levantar una empresa como Azucaroni en Estados Unidos… —dijo Cleo—. Y, además, educaron a una mujer increíblemente valiente como tú.

—Lo hicieron lo mejor que pudieron. —Sophie se encogió de hombros, con voz apagada. No se sentía bien, rodeada de la admiración de esas mujeres y de la compasión que se callaban—. Había cosas buenas y cosas malas. Y yo decidí dejarme influir por todas… Ahora pienso que, tal vez, si hubiera sido más selectiva con sus lecciones, habría acertado más con mi vida… Desde el principio, habría hecho todo lo que yo consideraba apropiado sin pensar si a ellos los ofendía o no. Y con Nick… No sé. No sé si con él hubiera sido diferente. Ya no sé nada.

Leslie se acercó a ella y clavó sus ojos de niebla en los suyos almendrados. Sophie pensó que las Connelly eran hermosas y honestas.

—Las cosas son como son… Pero tienes tiempo para arreglar las que dejaron de ir bien, ¿no crees?

—Nick es un amor con los niños —dijo Cleo, que se sentó sobre la isla de la cocina y se comió un bollo caliente del cuenco de los panecillos—. Milenka está loca por él, y el ruso se muere de los celos. —Se rio—. Estos hombres cometen muchas equivocaciones y, a veces, pueden ser brutos —se sinceró, intentando hacerle ver que siempre había un rayo de esperanza—, pero tienen un corazón enorme para amar y para perdonar, Sophie. Nick seguro que es un padre maravi… —Se detuvo al notar que la mirada plateada de su hermana le ordenaba que se callase.

Porque Sophie ya no escuchaba. Su mente vagaba perdida, imaginándose a su guapísimo exmarido disfrutando de la dulzura de una niña que no era la suya, y todo porque ella se lo había prohibido. Porque ella le había prohibido todo y más. Por mucho que con el tiempo hubiera intentado arreglar las cosas, parecía que el roto ya no se podía coser.

—Denuncié a mi marido por malos tratos. Le jodí la vida. —Las miró a la cara, encarándolas con valentía, asumiendo su parte de culpa con un puchero que parecía anunciar el llanto. El arrepentimiento era demasiado pesado para liberarse con una confesión en voz alta—. Le pusieron una orden de alejamiento. Y le arrebaté la custodia de Cindy. ¿Creéis que hay redención para mí? ¿De verdad creéis que Nick tiene el corazón tan grande como para olvidarlo? Porque, sinceramente —se llevó la mano al corazón—, yo creo que no.

En ese instante, Nick entró en la cocina, con el móvil en la mano. En su cara, pudieron ver una repentina angustia.

Sophie cambió el semblante en cuanto lo vio.

—¿Qué te pasa? —le preguntó.

La situación ya era de por sí delicada, pero por su gesto comprendió que había sucedido algo aún más grave.

Nick dudó un momento, maneándose en sus palabras, hasta que dijo:

—Han ingresado a Cindy.

* * *

Su pequeña tenía la garganta inflamada y se ahogaba. Nick corría con el coche como si el motor rugiera desde el mismísimo Infierno, como si las llantas se deslizaran sobre un arcén de hielo.

Sophie arrugaba el pañuelo, húmedo por sus lágrimas, contra su boca, cubriéndola amargamente para no mostrar mohines ante Nick. Escuchaba a Maria al teléfono con atención. Su madre, nerviosa, le estaba contando lo que pasaba.

—Ahora está estable —dijo—. Te juro, cariño que… No me imaginaba…

—Tranquila, mamá. No lo podías saber.

Maria se quedó callada, hipando sin control.

—¡Le han tenido que poner un tubo…, un tubo por la boca para que pudiera respirar! —gritó desesperada—. ¡Pobrecita, mi pequeña!

—Mamá, por favor, cálmate… Ahora vamos para allá. —Sophie intentaba mantener una voz serena que inspirara confianza a su madre, pero la pobre no escuchaba a nadie—. Llegaremos en media hora. Avísame si hay cambios.

Se dirigían al hospital regional de Thibodaux. Allí tenían buenos doctores que los atenderían y que se asegurarían de que Cindy se recuperara.

Nick estaba sudando. Permanecía impasible mientras conducía con frialdad, incapaz de hablarle o calmarla cuando más lo necesitaba.

—Nicholas —se frotó la frente, cansada de tantos problemas—, si paramos frente a alguna farmacia necesito comprar un sacaleches. Ya hace cinco días que no doy de mamar a Cindy —le explicó, algo avergonzada—, y me duelen mucho los pechos… Como no puedo tocar ninguna tarjeta de crédito, necesitaré que me lo compres tú.

Nick se irguió y se encogió de hombros, sin saber muy bien qué contestarle, ni con el humor apropiado para hablar ni de leche ni de nada.

—Sé que estás enfadado, pero…

—Una intoxicación… —susurró, algo incrédulo—. ¿Cómo es posible que tus padres no supieran que Cindy era alérgica a eso?

—Eso no lo pueden saber —los defendió ella—. Habían salido a dar una vuelta con unos amigos y con Cindy. Y la mañana se les alargó. Llegó la hora de comer, y mi madre compró unos potitos de papilla de frutas y cereales como los que yo le doy a veces… Al parecer, esa papilla tenía algo de soja, y eso es lo que ha disparado la… anafilaxia. —Su voz se quebró.

Nick apretó el volante con fuerza. Se imaginaba a su pequeña enferma y ahogándose y le entraban ganas hasta de vomitar.

—Les dejé a Cindy para que la protegieran. Yo me ocupaba de su hija. Y ellos de la mía. Era un trato justo.

—Sé que odias a mis padres —sentenció Sophie—. ¡Pero no les vas a culpar de algo así! Ellos ya están suficientemente destrozados como para que les hagas sentir peor. Así que, te lo ruego, Nick, no seas duro con ellos. —Tragó saliva. El kohl de los ojos se le había corrido, y ya no tenía pinta labios que cubrieran su frondosa boca.

Nick la miró a través de los cristales de las gafas de sol. Su rictus se tornó severo.

—Creo, Sophie, que estoy siendo muy compasivo y misericordioso con todos, ¿no crees?

Ella no lo dudaba. Protegerla después de todo lo que le había hecho, y no solo a ella, sino permitir también que sus padres cuidaran de la hija que le habían prohibido ver, era un gran detalle por su parte.

Pero Sophie no quería detalles. Quería al Nick de antaño, aquel hombre que tenía un corazón enorme. Comprendía que nada volvería a ser como antes. Pero es que ella ya no quería volver al pasado. Quería que el Nick de ahora, amo, duro y agente del FBI, la amara con el mismo corazón de antes, aunque este se hubiera oscurecido.

—Sí, Nick —le replicó ella, molesta. Estaba harta de eso—. Pero te recuerdo que no estás obligado a cargar conmigo. No te he obligado a protegerme, ¿recuerdas? Has sido tú quien te has nombrado mi amo y señor. Has sido tú quien les has ordenado a mis padres para que se quedaran con Cindy. Yo no te he pedido que estuvieras aquí. Si lo ves todo tan mal, entonces, déjame aquí, en esta carretera. Ya me encargaré de sobrevivir como pueda.

—Sabes que eso no lo voy a hacer. Me pides tonterías.

—¿Tonterías? —Sophie se inclinó hacia él, con los nervios destrozados y muerta de miedo—. Lo único que te he pedido es que me perdones. Y eso es lo que no estás dispuesto a hacer.

Después de eso, Sophie decidió que no quería hablar más con un hombre que en un momento como aquel era incapaz de comportarse con empatía, así que encendió la radio y dejó que la música la abstrajera de lo miserable que se sentía.

Sin embargo, la canción de Pick up the pieces, de Jason Derulo, no la alejó de su dolor, sino que la sumió más profundamente en él, porque decía verdades como puños.

El amor es frágil, y los corazones se rompen con facilidad.

* * *

Hospital Regional de Thibodaux

No fue un trago fácil encontrarse de nuevo con Carlo y Maria, abatidos, sentados en la sala de espera. Pero mucho más amargo para Nick fue comprobar que Rob estaba ahí con ellos, acompañándolos. ¿Cómo se suponía que tenía que ser educado con ellos si se juntaban en una sola sala toda la gente que lo había acusado con tanta crueldad?

Nick no entró ni tampoco los saludó. Esperó pacientemente y se mantuvo alejado de los abrazos de amor y cariño que se prodigaban unos a otros. Cada vez que el pijo de Rob hablaba con Sophie y le preguntaba por su estado, Nick tenía que tragarse la rabia y las ganas de arrancarle la cabellera como hacían los indios en el Salvaje Oeste.

Se sentía fuera de lugar. Y en esos momentos, las dudas siempre le consumían. Tal vez, si hubiera sido sincero desde el principio, Sophie le habría dicho adiós y ella seguramente habría sido más feliz con alguien como Rob. Eran iguales, joder. Ambos eran ricos y guapos, y trabajaban en las plantaciones de azúcar. Pero Sophie parecía más mujer de lo que era Rob como hombre. Más valiente, más fuerte y más decidida que él.

Rob era un mierda acomodado que lo había prejuzgado por puro interés. Seguro que se moría de ganas de acostarse con Sophie y de heredar toda su fortuna.

Nick debió alejarse de ellos desde el principio, porque su vida y su vocación no tenían nada en común con los Ciceroni.

Pero fue egoísta. Decían que el amor, misericordioso, volvía a la gente. Pero Nick lo dudaba. Él lo había querido todo de Sophie, hasta que, de tan avaricioso, ella acabó dejándole sin nada.

—Oh, cariño. —Maria, que iba elegantemente vestida, tomó a Sophie del rostro y la besó en las mejillas. Lloraba fuera de sí y la abrazaba como si no la quisiera dejar ir jamás—. Tenía tantas ganas de hablar contigo… Siento tantísimo lo de Cindy. Ya ha bajado la inflamación, gracias a los antiestamínicos, y le han sacado el tubito… Dentro de nada se despertará. ¡Cómo lo lamento!

—Vamos, mamá. —Sophie intentó calmarla—. No pasa nada. No te culpo. Lo importante es que ella está bien.

Carlo también se unió al abrazo, aunque de vez en cuando miraba a Nick con una expresión que él no supo descifrar. Parecía una disculpa. Parecía avergonzado por algo.

Cuando acabaron los abrazos, Rob, que parecía haberse convertido en el mejor amigo de toda la vida de Sophie, le puso el brazo por encima, reteniéndola para que no se alejara.

Nick, al que jamás le habían salido úlceras, sintió una acidez y un ardor en la boca del estómago. Y es que era inevitable: Sophie era suya y odiaba que un tío de culo fino como ese, con pinta de surfero metido a empresario, vestido con ropa cara, polo verde oscuro y pantalones de pinza, se creyera no solo mejor que él, sino el mejor hombre para ella.

—¿Por qué no sé nada de ti desde que regresaste de Chicago? —Rob la arrimó a su cuerpo de manera cariñosa.

«Demasiado, capullo», pensó Nick, cruzado de brazos, sin apartarle la mirada.

—Tú tampoco llamas. Además, he estado muy ocupada —contestó.

Rob no podía saber lo que había sucedido. Ni él ni nadie. Solo los amigos de Nick y sus padres.

Él miró por encima del hombro a Nick, como si fuera una figura extraña fuera de ese lienzo Ciceroni.

—¿Qué hace él aquí? —preguntó Rob, algo enfurruñado—. ¿Por qué has vuelto a hablar con él? ¿Y ese horrible tatuaje que llevas?

—Rob —Carlo lo reprendió y negó con la cabeza—, ahora no es el momento.

—¿Cómo que no? —repitió Rob, completamente perdido—. Si necesitabas algo, Sophia, podrías haber recurrido a mí. —La miró decepcionado—. No tienes por qué ver a ese tipo más. No te entiendo. ¿O acaso has olvidado lo que…?

—Señor Ciceroni —Nick, que necesitaba salir de ahí para no aplastar la cara de Rob contra la pared, se alejó de la entrada y llamó a su exsuegro—, ¿le han dicho cuál va a ser la habitación de mi hija?

Carlo asintió y caminó hasta Nick, decidido.

—Sí. Vamos, te acompaño.

Sophie estudió a Nick por encima del hombro. Al ver aquella expresión tan pétrea y tensa, apartó el brazo que la cogía y se alejó de Rob, sin contestar a su abierta proposición.

—Sé cuidarme sola, Rob. Tengo mi propia vida. No te metas.

Estaba acostumbrado a que Sophia lo rechazara, pero aquel último ejemplo frente a Carlo y Maria lo avergonzó.

—¿Y qué hay de mí? —le preguntó—. Yo me preocupo por ti. —Se golpeó el pecho, sobreactuando—. No puede ser que te vea otra vez con este orangután que te hizo lo que te hizo…

—Rob —musitó Nick con voz asesina, alejándose con Carlo. Mejor dicho, Carlo lo cogió del brazo y lo arrastró para llevárselo con él y evitar un asesinato—. Creo que no es bueno que utilices a Sophie de esa manera para hacerte con Azucaroni. —Lo sabía. Rob era un trepa. Lo supo desde el primer momento. Esa simpatía de lameculos solo podía significar una cosa: quería la empresa—. Si eso es lo que quieres, asegúrate de meterte en la cama adecuada. Y no es la de Sophia. Es la de Carlo.

—Hijo de puta —gruñó Rob, yendo hacia él.

Las dos mujeres lo detuvieron.

Sophie se quedó con la boca abierta ante las palabras de Nick. Sabía que Rob jamás le había caído bien, y más aún después de la actitud sobreprotectora y algo cínica que tomó cuando le pidió que la acompañara el día del divorcio. Con el tiempo, ella misma había empezado a ver a Rob de otra manera. Ni siquiera era un buen amigo. Después de irse de Azucaroni, él no la llamaba para preguntarle cómo estaba, ni le hacía favores con Cindy, pues no tenía buena mano con los niños… Rob solo hablaba con ella y fingía preocuparse de ella cuando estaban sus padres delante, en sus visitas. Quería ganar puntos como futuro yerno, sin caer en la cuenta de que era a ella a quien debía enamorar. Y eso era imposible, porque Sophie se enamoró una vez de Nick. Y seguía enamorada de él, aunque él la odiara.

—Rob —dijo Maria intentando tranquilizarlo—, creo que debes irte. Nick es el padre de Cindy y tus comentarios no son apropiados.

—Pero ¿se han vuelto todos locos? Ese tipo es un maltratador —señaló, molesto.

—Agradezco que hayas venido a interesarte por nosotros —continuó Maria—, pero vamos a estar bien. Diles a tus padres que todo está controlado.

—Señora Ciceroni —dijo, ruborizado, incluso sus gafas se le habían torcido—, ¿cómo pueden permitir que Sophia se vea de nuevo con ese mal nacido?

Ella iba a saltar en su defensa, pero asombrada, comprobó que su mismísima madre, clavaba en su sitio a Rob con una mirada feroz de aquellos ojos oscuros.

—No te permito que hables así de él. Nicholas está cuidando de… —Se obligó a callarse, pues nadie debía saber lo que estaba pasando en realidad—. Las cosas nunca son lo que parecen. Él tiene todos mis respetos. Por favor, ahora vete. Te agradezco tu interés, Rob —concluyó con educación.

Rob fruncía el ceño, mirando a una y a otra.

—Basta de numeritos, Rob. Haz caso a mi madre. Adiós. —Sophie rodeó a Maria por los hombros y siguió a su padre que, acertadamente, se había llevado a Nick.

Un enfrentamiento a puñetazos entre Nick y Rob era igual que uno entre Hércules y Harry Potter.

No habría color.

* * *

En el ascensor, Nick tomaba aire por la nariz, intentando tranquilizarse para no bajar de nuevo y machacar a Rob, que era una nenaza provocadora y pelota.

—Nicholas, habíamos salido con los padres de Rob a comer. Nos los presentó hace un tiempo y tenemos buena relación. Por eso él se enteró de lo sucedido y vino hacia aquí. Ni yo ni mi mujer lo llamamos —aclaró, nervioso—. Sabemos que Rob no pintaba nada aquí… Pero no lo hemos podido evitar. Lo lamento.

—Perfecto entonces. Comida entre futuros suegros —añadió, sarcástico. Se apartó de Carlo y se arregló la camiseta—. Me alegro por ustedes. Rob no les dará problemas.

Carlo entrecerró los ojos, lamentando que no se pudieran llevar mejor. Nick les había mentido, pero era honesto y fuerte. Todo un protector, como demostraba una vez que su tapadera se había ido al garete. Y, aunque Carlo aún estaba asimilando todo lo que Sophie le había contado sobre su misión, su cargo en el FBI y todo lo relacionado con el torneo de dominación, estaba dispuesto a retomar la relación y a aceptar sus malas acciones respecto a Nick. Era un padre sobreprotector y lamentaba las consecuencias que eso tenía en los que rodeaban a Sophie.

—Opino de Rob lo mismo que tú. Y no lo quiero para Sophie.

—¿De qué me suena eso?

Carlo apretó los labios, con gesto frustrado.

—Nicholas… Creo que sabemos poco el uno del otro…

—Yo lo sé todo sobre usted. Pero usted no sabe nada de mí. —Se devolvieron la mirada con rencor.

—¿Y eso de quién es culpa? Pudiste decirnos la verdad.

—¿Para qué? —replicó—. Ya me habían hecho la cruz nada más verme. ¿Para qué iba a echar más leña al fuego?

El ascensor se detuvo en la tercera planta. Carlo y Nick salieron al pasillo en el que colindaban todas las habitaciones de los pacientes.

—Puede que no entiendas mi reparo hacia los policías… —continuó Carlo caminando detrás de él.

Nick se detuvo y se dio la vuelta.

—Oh, créame que lo entiendo. Perder a Rick tuvo que ser un mazazo. El dolor de perder a un hijo debe de ser lacerante y descorazonador —dijo—. No me imagino el dolor… Míreme, estoy temblando por ver a Cindy; la sola idea de que pueda pasarle algo me mata. Pero en su misión por proteger a Sophia de todo mal, estuvieron a punto de perderla en vida. —Nick volteó los ojos—. Tantas prohibiciones, tanto control, tantos «debería» y «sería conveniente»… Tendrían que haberla dejado vivir. Yo no soy el enemigo de Sophia. Jamás lo fui —explicó, dolido—. Era el único que cuidaba de ella y que la amaba por lo que era. Yo quería hacerla feliz, incluso si eso suponía anular mi verdadera identidad para siempre. Y, a pesar del maldito episodio de la denuncia…, sigo siendo el único que la protege de verdad.

—Lo sé. No tienes que darme explicaciones sobre lo de esa noche.

—Ah, don Carlo. Claro que no pienso dárselas —espetó con inquina.

—Entiendo tu actitud respecto a nosotros, incluso, hacia Sophie. Sé que va a ser difícil que nos des la oportunidad de actuar contigo como unos segundos padres. Y tal vez no nos lo merezcamos. Para nosotros, lo que ha pasado contigo ha sido toda una cura de humildad, Nicholas. Pero Sophie ahora quiere vivir su vida. Ha hecho mucho por desvincularse de todo lo que nosotros le dimos. No queremos perderla más.

—Entonces no lo hagan.

—No. No lo haremos —asumió—. Pero es mi responsabilidad decirte que, aunque Sophie se ha desvinculado de todo, no ha podido hacerlo de ti. Y lleva meses intentando conectarse de nuevo a tu vida. Pero tú la niegas, porque puede que tú también tengas miedo a sufrir otra vez. Y eso no te hace diferente a nosotros, aunque sí que hay una diferencia: yo sí perdí a mi hijo. —Su voz se rompió y tuvo que esperar varios segundos para recuperarse—. Pero Sophie sigue viva, Cindy también, y te quieren…

—Basta. Ahora no necesito esto. —Resopló dándose media vuelta, a punto de echarse a llorar.

—No quiero presionarte. Solo quiero que sepas que agradezco profundamente lo que estás haciendo por mi hija. Después de todo lo que te hicimos y después de todo lo que pasó, de las veces que la has salvado, que aún sigas cuidando de ella me dice mucho del hombre que eres. Y yo, aunque no sé muy bien cómo están las cosas respecto a su acosador, estaré en deuda contigo para siempre.

Nick asintió, pasándose las manos por la cara, sin querer mirarlo de nuevo.

—Solo espero que el tiempo permita que vuelvas a formar parte de mi familia, Nicholas —reconoció Carlo—. Te lo digo de corazón.

Él aceptó las disculpas de Carlo porque no le quedaba otra. Además, hablar con tanta franqueza con él le hacía sentirse incómodo y desnudo.

Levantó la mirada y vio a Sophie saliendo con Cindy en brazos, envuelta en una sábana blanca. La mecía con los ojos llenos de lágrimas, que se derramaban sobre la carita llena de manchitas rojas de la pequeña.

Sophie levantó los ojos, se relamió los labios y sonrió levemente.

—La han subido a planta. Ya está fuera de peligro, pero la mantendrán en observación.

Cuando las vio juntas en el pasillo del hospital, le vinieron a la mente la cantidad de veces que espiaba a sus dos mujercitas, una en brazos de la otra, mientras Sophie la mecía con la canción de La reina de mi corazón.

Y el mundo tan cruel, en el que llevaba tantos meses sumido, se abrió para que un rayo de luz y esperanza se colara a través de esa rendija, oprimiéndole el corazón. Y echó de menos todas y cada una de las veces que se había perdido ese momento durante su separación.