Theo tiene ocho años…
y posee dos cobayas y media
En casa de Theo acaba de producirse un acontecimiento. No, el ojo morado no tiene nada que ver. Eso se debe a un pequeño accidente laboral acontecido en la escuela. Por algún motivo inexplicable Theo fue a dar con la esquina de la mesa. Pero tampoco hay que contarlo a los cuatro vientos. Quien no sabe dar, al menos debería saber guardar. Hay que saber dosificar la información. Así es que ni una palabra más de la sombra de ojos natural.
El suceso de casa es mucho más explosivo.
—¿Sabes qué ha pasado?
Theo se precipita sobre mí cuando todavía estoy en la puerta. Su voz chirría cuando alcanza las cotas más altas. El aparato de ortodoncia castañetea. Tiene las orejas como dos dispositivos de señalización de peligro.
—Ni idea —le digo. De esta manera consigo relajar un poco la situación.
Theo me toma de la mano y me guía hasta su habitación. Y allí soy testigo de un pequeño milagro de la naturaleza en toda su extensión.
Pero vayamos al principio: a Theo le regalaron en octubre, para su octavo cumpleaños, dos conejillos de Indias. Bueno, como todos, él también tenía que pasar en algún momento por esa fase. Todos los niños que quieren tener una mascota, pero no pueden, acaban recibiendo como regalo de consolación una cobaya.
—Yo quiero un cobaya —decía al principio.
—Ni lo sueñes —era la respuesta de su padre.
—Pues quiero dos.
Y fueron dos: Micky y Mausi. Uno es negro y blanco y el otro blanco y negro; parecen uno el reflejo del otro y, cada vez que se encuentran frente a frente, se asustan de tal manera, que están prácticamente todo el tiempo temblando. Según parece, Micky y Mausi son hermanas o, al menos, en cualquier caso, dos cobayas hembra. De lo contrario, en momentos de aburrimiento, se les podría ocurrir ponerse a hacer tonterías. Y hay que decir que un conejillo de Indias se aburre veinticuatro horas diarias. Por cierto: cuando se aburren, o comen o duermen. En este caso concreto, suponemos que Micky se decanta por el sueño mientras que Mausi se entregaría más a la comida. Últimamente, de hecho, estaba bien redonda.
La adquisición ha resultado tener un inconveniente: Theo tendría que limpiar la caca de la jaula cada dos días (más o menos). Se libra por poco; al final siempre acaban haciéndolo papá y mamá. Además, todo el mundo le habla sobre sus conejillos. Muchos simplemente preguntan: «¿Les tienes cariño?». Theo se esfuerza por resultar bondadoso y se arranca con un: «Sí, claro». Pero podría ser que en el fondo no le importaran mucho, lo cual es recíproco. A una cobaya no le importa nada: durante veinticuatro horas al día todo le da igual.
Pero también hay quien espera que Theo le cuente a todas horas las últimas aventuras de Micky y Mausi (lo cual resulta bastante laborioso). Lo más emocionante que había logrado transmitir hasta ahora era: «Bueno, comen pepino, zanahoria, diente de león, perejil, manzana, frutos secos, heno… ¿El pepino ya lo he dicho?». Así de emocionantes suelen ser los conejillos de Indias.
Pero ¡ahora agárrense fuerte! Subo las escaleras con Theo, entramos en la habitación, nos inclinamos sobre la jaula… ¿Y qué vemos? Micky, delgada, como siempre; Mausi que, evidentemente, ha adelgazado y… un recién nacido. Sí, sí, un diminuto bebé cobaya, tumbadito, tranquilo, haciendo como si no pasara nada.
¿Qué explicación hay para esto?
«A lo mejor son lesbianas».
Una segunda variante, más probable: Micky es macho. Si es así, dentro de poco la jaula se les va a quedar pequeña. Tercera variante (la más plausible): Mausi ya estaba preñada cuando llegó; debió de suceder en la tienda de animales. Esperemos que el padre no fuera un macho de marta o un turón; pero lo mejor será no ponerle nombre al pequeño de momento. Tampoco sabemos cuál va a ser su sexo. Un macho no sería lo más adecuado (ustedes se imaginarán por qué).
Ahora ya basta de disertaciones biológicas. Si vamos a mencionar y a coronar el mayor mérito de Theo durante el año 2002, entonces tenemos que hablar de su memoria. Se podría decir que el chaval se ha tragado un par de discos duros; su cabeza tiene una capacidad de almacenamiento ilimitada. Lo único que le falla es la tecla «borrar»; Theo es incapaz de olvidar nada. Lo retiene todo; da igual que sea importante o no. Si pasamos con él por delante de una obra, nos dice qué están construyendo y cuál es la fecha de finalización, qué grúa se ha utilizado qué día, durante cuánto tiempo y con qué dedo se hurgó la nariz el conductor. Si, en cambio, paseamos con él por el bosque, nos dice cosas como: «¿Cuándo llegaremos a la cueva de Oberrettenstein y al molino del arroyo de Wiesenbach?». Y nosotros: «¿Ein? ¿Qué cueva? ¿Qué molino? Pues, ni idea». Theo: «Lo ponía en aquel árbol». Y entonces sale a la luz que, hace dos horas, Theo leyó en un cartel sinóptico los nombres de los lugares a los que se dirigían las rutas senderistas de la zona y éstos quedaron grabados en su memoria.
Teniendo esto en cuenta, podemos dar por tratado el tema «escuela» con pocas palabras: Theo va a segundo B y absorbe todo lo que le transmiten. Le gusta especialmente el cálculo; jugando con números se muestra en plena forma. De tanto en tanto, cuando la concentración es intensa, da la sensación de que en el azul de sus ojos aparecen reflejadas cifras con comas. Los problemas matemáticos nunca le resultan demasiado difíciles y raras veces suficientes; se muestra totalmente motivado y dice: «Hago todo lo que puedo». (Tranquilos, ya cambiará).
Dibujar, por el contrario, no es nada imprescindible; y lo de cantar también se podría evitar. ¿Escribir? Bueno, así, así. La religión le gusta; siempre les cuentan historias muy bonitas sobre el amado Dios. Lo que no sabemos es si asimila los mensajes que pretende transmitir ese profe de reli tan simpático.
Theo: Sí, en Navidades hay que portarse bien; pero eso ahora no es importante.
Después de la escuela lo recoge el autobús escolar y lo lleva a… (No puedo decirlo. Protección de datos).
—Theo, ¡háblale al tío Dani de la comida de la escuela! —propone su mamá.
Theo se muestra tímido.
—Hay barritas de pescado —dice.
¿Todos los días? No, desgraciadamente, no.
—Dile que la comida no te gusta —le insta su madre.
—No, no se lo voy a decir, porque luego lo escribe y lo pueden leer —replica Theo.
—Pues claro, que lo escriba, y entonces os pondrán comida mejor —opina mamá.
Theo se niega.
—¿Qué es lo que no te gusta? —pregunto con pedagogía y delicadeza.
—Arroz —responde él.
Ha sido una respuesta evasiva. Mi sospecha: Theo encubre a los cocineros del comedor; probablemente ellos le sobornan con barritas de pescado.
Ahora ya le divierte tocar la flauta.
—Necesita que alguien le marque el compás mientras practica —señaló la profesora hace unas semanas.
Y ahora el encargado es su abuelo, quien, por cierto, lo hace magníficamente, aunque de momento no se ha requerido su presencia durante las clases de flauta en la escuela popular para adultos.
En el tiempo libre, lo que más le gusta hacer a Theo es jugar al… Exacto. ¿Por qué debería haber cambiado? El que tuvo retuvo; antes fútbol y siempre fútbol. El tanque de medio campo, el hombre con el número 6 del SC MauerbachSub-9 (ahora es menor de 9 años) pasa revista a una temporada llena de éxitos.
Al principio los de Mauerbach parecían invencibles. 7:1 contra los indolentes de Tulbing, 8:2 contra los flojos de Langenlebern. El tercer rival se llamaba St. Andrä; aquel St. Andrä que había caído ante el Langenlebern por 0:11. Theo al principio ni siquiera estaba motivado para jugar. Su fulminante conclusión era: si el Mauerbach ha ganado 8:2 contra el Langenlebern y el Langenlebern ha aniquilado al St. Andrä con un 11:0, entonces el resultado Mauerbach contra St. Andrä es exactamente 19:2. La realidad fue que los arrogantes del Mauerbach tuvieron que darse por satisfechos con quedar en tablas; el partido terminó con un 3:3. Theo tiene pendiente presentar una reclamación ante la FIFA.
Del campo de fútbol le viene también a Theo su conocimiento del lenguaje popular y las expresiones procedentes del Kabarett[8] vienés. Uno de sus compañeros de equipo, M, que de mayor será futbolista profesional, perdió una vez un balón, innecesariamente, en su propia área. La mamá de M, con la emoción, profirió un grito descontrolado desde las gradas en dirección al campo, que venía a decir algo así como: «Cusha, si vuelve a haser eso, te vaj a ir a freír shurro». Es una de las frases favoritas de Theo. Puede llegar a citarla hasta cinco veces en una hora.
Además del fútbol y la buena literatura (Los tres detectives, Los cinco y Alfred el oso y Samuel el perro salen de la caja de cartón), los buenos viajes también se encuentran entre las aficiones de Theo. En las vacaciones de invierno fueron a esquiar a… (No lo puedo desvelar. Protección de datos. Esta vez Theo ha insistido mucho).
—Escribe «a Austria» y ya está —me aconseja.
En verano estuvo dos semanas en Croacia en el mar. Y parece ser que vivió allí algunas aventuras, pero de momento no las quiere compartir con nosotros.
Por otro lado, el amor de Theo por los números no se limita a hacer cuentas y a estudiarse las tablas de resultados de los equipos de fútbol; también se relaciona con el dinero.
—Es un poquillo tío Gilito —confiesa mamá—. Ya tiene ahorrados más de 900 euros.
—930 —precisa Theo—. 105 en casa y 824,86 en la libreta —afirma, y se pone serio—. Pero de intereses sólo son tres euros.
Theo empieza a ganar dinero bien temprano. Los días laborales, a las siete menos cinco de la mañana, con el «juego de los buenos días». Antes de que den las siete y media tiene que completar siete actividades: lavarse, lavarse los dientes, peinarse, vestirse, hacer la cama, doblar el pijama y desayunar; por cada actividad que realice dentro del tiempo estipulado gana un punto. En total puede acumular hasta treinta y cinco por semana. Estos puntos son canjeables por dinero: treinta puntos equivalen a un euro, con lo cual Theo puede ganar hasta 4,50 euros semanales. Menos da una piedra. Hay mucha gente que tiene que levantarse y lavarse los dientes todos los días y nadie les da nada a cambio.
La Nochebuena la pasará Theo este año en el noroeste del país, en la maravillosa zona boscosa del Waldviertel que, presumiblemente, por esas fechas se encontrará cubierta de nieve. (En casa de tía Lisi y tío Dani, más concretamente). Tal vez antes se realice una visita a las ruinas del castillo de Schauenstein. Ésa es la idea; ya el verano pasado Theo conoció el lugar y preguntó con aire legendario: «Tía Lisi, ¿cuántos años tiene el castillo? ¿Es como tú de viejo?». (El castillo es del siglo XII).
Por lo que se refiere a los Reyes Magos, en marzo hubo unas cuantas lágrimas de despedida. A Theo no le va a gustar leer esto, pero la conversación fue más o menos así:
Theo: ¡Papá! ¿Los Reyes Magos existen o no?
Papá: Sssííí. Bueno, no sé… en realidad, no.
Theo: Me lo imaginaba.
Papá: Algun día tenías que enterarte.
Theo: Entonces seguro que tampoco existe el ratoncito Pérez ni Papá Noel.
Papá: ¿Estás muy decepcionado?
Theo: No. (Entonces llegaron las lágrimas). Theo (furioso): Os habéis estado riendo de mí todo el tiempo. ¡Ya no voy a creeros nunca nada!
Papá: A nosotros nos pasó lo mismo de pequeños; nosotros también nos lo creímos.
Theo: ¿Y eso a mí que me importa?
Como castigo, Theo este año ha escrito una carta a los Reyes con una lista desorbitada de regalos. Que haya dinero por medio y se enteren de lo caro que puede salirles reírse de él.
Theo tiene los ojos clavados en mi bolígrafo.
—Pero no puedes escribir que los Reyes Magos no existen —me dice—. ¿Qué pasa si lo lee algún niño pequeño?