Él tiene que ganar siempre

Theo tiene siete años…

y se entrega al juego de naipes «El Turco»

¿Ustedes (también) tienen la impresión de que este año el tiempo pasa el doble de rápido que el año pasado? Entonces ustedes (también) se encuentran en el camino que va directamente a la bien merecida jubilación.

Theo les recomienda pasarse tres horas diarias aporreando con los dedos el teclado de una Playstation mientras dejan que los sentidos se pierdan dentro de la pantalla correspondiente. Este ejercicio activa la circulación sanguínea y pone esa mirada de rayos X que le mantiene a uno los ojos abiertos incluso en los momentos más duros (como por ejemplo, la hora de dormir). Mantiene jóvenes a los jóvenes y despiertos a los viejos.

El problema: a Theo sólo le dejan disponer del ordenador, como máximo, una hora al día. Buscando alternativas idóneas para pasar el tiempo, él (también) muestra los primeros signos de estar acercándose a la edad del pensionista: juega a las cartas. Es adicto. Pero no crean que juega a las siete y media, a burro o a alguno de esos juegos familiares con los que fueron atormentados los niños en los años setenta y ochenta. Aquí somos auténticos tahúres y jugamos a «El Turco»; cuando, donde y con quien queremos y durante todo el tiempo que nos apetece.

No, por favor, no me digan que no conocen «El Turco» divino. ¡Theo, mira, no te lo vas a creer, pero realmente todavía hay quien no sabe qué es «El Turco»! Bueno, en otra ocasión ya explicaremos las reglas.

«El Turco» es tan sensacionalmente emocionante que, durante la partida, Theo incluso rompe con la agradable tradición de ser lo contrario a un parlanchín. Sepan ustedes que Theo, a sus siete años, es un niño admirable, prudente y tranquilo, que sólo habla cuando no le preguntan. Pero en las partidas de «El Turco» pierde la sensatez, los nervios le flaquean y se pone como un flan. Cuando se trata de Theo, la victoria y la derrota se encuentran tan cerca como él y sus contrincantes. En resumen: Theo gana siempre. Y si alguna vez la cosa se pone seria y existe un peligro real de que no gane, entonces dejamos de jugar o hacemos como si no lo hubiéramos hecho; eso lo decide Theo sobre el tapete verde (o, mejor dicho, con la cara verde mirando hacia el tapete).

Cuando los nervios empiezan a flaquear y la tensión ya pesa, Theo comenta sin parar el devenir de la partida; la mayoría de las veces lo hace para sí mismo. En esas situaciones se han producido sus máximas más expresivas del año 2001: de profundidad filosófica a la par que de altura política. Por ejemplo: «Ya han caído todos los reyes». O: «El que tiene la mejor baza es el que gana». O: «Las reinas me las guardo para mí». O: «En la próxima vuelta acabo con vosotros». O: «Ahora voy a sacar todos mis ases».

Pero para Theo, lo mejor de jugar a las cartas es lo que viene inmediatamente después. El clásico homenaje al ganador, sin embargo, no le resulta demasiado espectacular; así es que suele suceder una conversación parecida a la que aquí se presenta.

Theo: ¿Quién ha ganado?

Uno de los perdedores: Tú, Theo.

Theo: ¿Quién es el ganador?

—Tú, Theo.

Theo: ¿Quién es el que menos tantos tiene?

—Tú, Theo.

Theo: ¿Cuántos tantos tengo yo?

—48 puntos.

Theo: ¿Y quién se ha quedado segundo?

—La tía Lisi.

Theo: ¿Cuántos tantos tiene la tía Lisi?

—112.

Un minuto de pausa. Theo pide papel y boli y empieza a calcular.

Theo: La tía Lisi tiene 64 tantos más que yo.

—Sí, eso es, Theo.

Theo: ¿Quién se ha quedado el último?

—Mamá.

—¿Cuántos tantos tiene mamá?

—246.

(Theo sonríe satisfecho pero avergonzado).

Theo: ¿Y cuántos tantos tengo yo?

—48.

Theo: ¿Y mamá?

(Es que no había entendido bien).

—246.

Theo le lanza a su madre una mirada espantosamente compasiva y dice (bien alto): «246 tantos».

—Sí, 246.

Un minuto de pausa. Theo escribe y hace la resta.

Theo: ¡Mamá tiene 198 tantos más que yo!

(…)

La conversación acaba cuando todos, excepto Theo, han abandonado la mesa de juegos.

Si ustedes han leído con atención, habrán observado que Theo ya sabe restar. Y hay un motivo para ello. Es que va a la escuela. Desde hace tres meses y medio. Y, por lo que parece, podría ir para largo; porque, según cuenta él mismo, allí se siente bien. Muy bien. Muy, muy bien. Muy, muy, muy bien.

¿Tienen ustedes alguna sospecha? Bueno, yo se lo pregunto.

—¿Theo? ¿No me dirás que eres un pelota empollón?

Él sonríe.

Yo: ¿Theeeooo? Dime la verdad. ¿Eres el primero de la clase?

Theo (avergonzado): No. El que va más adelante.

(¿Qué pasa? ¿Qué va a una escuela de atletismo?). Cortésmente menciona también a su apreciada compañera Lena, que también va muy avanzada y, además, es rubia.

Mi enhorabuena a la Escuela Pública situada en el camino Mondweg de Penzing; dejan que cada niño vaya avanzando día a día en el aprendizaje según su propio tempo. Lo único que está mal visto es que no hagan absolutamente nada. Lo contrario, afortunadamente, sí está permitido. Y éste es el motivo por el cual, cuando le pregunto a Theo sobre un tema de absoluta actualidad: «Theo, ¿sabes qué es un euro?», él me deja pasmado con un «trece coma, siete, seis, cero, tres chelines». Y para demostrar que no ha sido una casualidad, añade voluntariamente: «Y dos euros son veintisiete, coma, cinco, dos, cero, seis chelines». Ante mí se presenta el escenario del horror. Si esto sigue así, dentro de poco el ser humano acabará sustituyendo a los ordenadores.

Por suerte, Theo también tiene sus puntos débiles. Se trata de la clase de ejem, ejem. Ejem, ejem es m (…), y las clases las da la profesora de ejem, ejem. Más no podemos decir. Antes de la entrevista Theo les ha pedido encarecidamente a sus padres que no mencionemos el tema ejem, ejem. Porque si la profesora de ejem, ejem se entera de que a Theo cada vez le gusta menos ejemejemear, porque parece ser que, según la profesora de ejem, ejem, no lo hace bien (por mucho que haya practicado en casa), entonces el poco gusto que le saca Theo a la clase de ejem, ejem todavía iba a ser menor. Un pequeño consuelo: ejem, ejem no va a hacer que el mundo sea mejor. Ni que lo sea Theo tampoco.

Mucho más grato es el tema fútbol. Con su equipo habitual, el localmente famoso SC Mauerbach, Theo ya se ha hecho un nombre, como motor de medio campo del equipo Sub-8, y un hueco en el corazón de sus seguidores luciendo su camiseta con el número 6. A él le gusta más jugar en el pabellón que en el campo descubierto.

—Es pequeño, pero se puede ver a la abuela —informa.

Y la abuela es, sin duda, la más fiel admiradora de Theo.

Este año ya se ha hecho siete torneos y ha lanzado cuatro buenos tiros a puerta. Pregunta: Theo, ¿cuál fue tu mejor gol? ¿Lo recuerdas?

Theo (serio): Sí.

—¿Y cómo fue?

Theo (cansado): Yo no hice nada; sólo disparé y ya estaba dentro.

Andi Herzog tampoco habría sabido formularlo mejor.

—¿Quieres verlo? —pregunta Theo con cierta sorpresa.

Y es que tres de sus goles se encuentran grabados en vídeo; aunque todavía no están a la venta en comercios especializados.

—El primer gol, por desgracia, mamá no lo grabó porque estaba muy nerviosa —explica Theo.

¿Cómo seguirán las cosas entre Theo y el fútbol? Él dice: «Cuando sea mayor, a lo mejor voy al Rapid». (Si es que el Rapid no viene a él).

Y para terminar, una pregunta que ya le hemos planteado varias veces y que pretende medir el grado de madurez de Theo; motivo por el cual, él, hasta ahora, nunca la ha respondido con seriedad: ¿Qué tres cosas te llevarías a una isla desierta?

Theo (sin pensárselo): Una manguera, una regadera y una bicicleta.

Un momento de reflexión.

—¿Por qué?

Theo: La manguera para poder ducharme y la regadera para poder ir a buscar agua.

Un momento de reflexión.

—¿Y la bicicleta?

Theo (compasivo): Para montar en bici.

Ah, bueno, claro. Los viejos a veces tenemos una manera de complicar las cosas…