Theo tiene cuatro años…
y se esfuerza para aguantar a los músicos de Bremen
Con Theo va todo bien. Está en una fase… Es una fase en la cual cada dos minutos alguien dice de Theo (o delante de Theo o para que Theo se entretenga): «Es que está en una fase…». Y como es una fase… inevitable, pues gracias a eso Theo puede hacer libremente lo que más le gusta hacer desde hace cuatro años: lo que le dé la gana. O mejor dicho (y ésta es la parte de la fase que él más aprecia): No tiene por qué hacer cosas que él no quiere hacer.
Pongamos por caso (y vamos directos al ejemplo más brutal del año), pongamos por caso que alguien quiere escribir un retrato de Theo. Y pongamos por caso que ese alguien se dirige a Theo amablemente, con una sonrisa en los labios, y le dice: «Theo, ya es hora de hacer otra entrevista de ésas tan chulas». Theo levanta medio milímetro la ceja derecha y sobre ella se le dibuja una arruga del grosor de una aguja de abeto.
—Theo, es muy fácil. Sólo tienes que contarme lo que quieras, lo que te apetezca, nada más.
Theo cierra el ojo izquierdo medio milímetro y deja que su incisivo derecho asome sobre el labio inferior.
El hombre que quiere escribir el retrato de Theo empieza a ponerse nervioso.
—Theo, me puedes contar cualquier cosa.
Theo pone morros y golpea rítmicamente con la yema de los dedos sobre la mesa de la cocina (donde se está ventilando una fuente de galletas navideñas).
—Theo, no querrás dejarnos tirados —dice su biógrafo.
Por fin parece que empieza a dibujarse algo en la boca de Theo que podría anunciar una sonrisa.
—Theo, no puedes hacer esto. Estás echando por tierra todo el proyecto.
Ahora Theo se ríe a carcajadas. En primer lugar porque le encantan los rostros de adulto desesperado; en segundo, porque ya ha echado por tierra libros, vasos y platos, pero nunca un proyecto.
—Theo, venga, haz un esfuerzo, no seas inhumano, piensa en todos nuestros fieles lectores que se van a poner muy muy tristes si no les cuentas nada. Venga, por favor, por favor, por favor —mendiga el entrevistador.
—No —dice Theo y lo mira con severidad. (Desprecia los gestos de devoción de los adultos).
—¿Por qué no?
—¡Así no! —replica Theo.
—No me digas «así no».
—¿Por qué no?
(Por fin un diálogo refrescante).
—Porque «así no» sólo lo dicen los adultos cuando se quedan sin argumentos.
—¡Así nooooo! —replica Theo demostrando lo contrario.
—¿Me vas a contar algo? —pregunta el entrevistador, incisivo, por última vez.
—No —responde por última vez Theo más incisivo.
Queridos lectores, ¿qué le vamos a hacer? Es que está en una fase…
Pues bien, hablaremos nosotros sobre él. No son imprescindibles los datos personales, pero diremos que pesa 14,80 kilos, mide exactamente un metro (con lo cual viene muy bien para tomar medidas en casa) y, con respecto al calzado, se mantiene en el número 27; el contorno del cuello no se lo deja medir a nadie. Su horario de sueño está regulado (por él mismo), su vocabulario es ya muy completo (conoce incluso demasiadas palabras), su voz es lo suficientemente flexible como para no dejar pasar ninguno de sus deseos, y sólo falla en la pronunciación cuando lo considera necesario (la experiencia le ha enseñado que entonces se les afloja el monedero a los adultos), conoce el dialecto vienés y, como sabe que a los viejos les hace mucha gracia, intercala frases fuera de contexto sólo para atraer sus favores.
Sus aficiones: cabalgar (a lomos del abuelo), saltar (sobre el abuelo y también sobre la abuela), el rodeo (con el tío Michi), vuelo sin motor (con cualquiera que tenga dos brazos y sepa dar vueltas), pescar (con la cuchara en la sopa), percusión (con la cuchara, en vez de sopa). Theo en realidad no es nada musical, pero le gusta escuchar música; al menos la que él interpreta. Sobre todo, si alguien ya la ha calificado con las palabras: «¡Theo, puedes dejar de gritar de una vez, por favor!».
Si hace bueno, pasa el tiempo libre junto a la valla del jardín. No todo, porque la tía Erika no puede estar hablando sobre el tiempo mucho más de dos horas. Aquellas conversaciones básicas que mantenía con los viajeros que esperaban en la parada del autobús desde después del desayuno hasta que caía la noche…
Theo: ¿Qué estás haciendo?
Viajero: Esperar el autobús.
Theo: ¿Por qué?
Viajero: Porque voy a trabajar.
Theo: ¿Por qué?
Etcétera.
… Aquellas conversaciones empezaron a decaer en primavera porque le resultaban demasiado aburridas. Desde el verano ya habla sólo con los conductores.
Su especialidad es la voz oculta. Theo se esconde entre los matorrales y desde allí le habla al chófer del autobús. No es cierto: desde allí le grita.
—¡Hola, conductor!
Algunos reaccionan y se sienten incapaces de continuar el viaje. Otros se recuperan enseguida. Pero antes de que reinicien el viaje, es Theo el que prosigue: «¿Adónde vas? ¿Bajas a Mauerbach o subes a Hütteldorf?». Theo prefiere que vaya a Hütteldorf; es una de sus palabras del año, probablemente a causa de esa magnífica l que hace girar la lengua para unir Hütte con Dorf[7].
Si el conductor dice: «Mauerbach», Theo pregunta desilusionado: «¿No bajas a Hütteldorf?». Si el conductor dice: «Hütteldorf», Theo hace como que no ha entendido y pregunta: «¿Bajas a Hütteldorf?». Los que van a Mauerbach pueden proseguir su marcha; a los que van a Hütteldorf Theo les desea «¡Feliz trayecto!» o «¡Buen viaje!», según se imagine en cada momento la distancia que separa Hütteldorf de su casa.
Theo este año, por supuesto, también ha estado de vacaciones. Estuvieron una semana esquiando en Carintia (unos más que otros). A Theo le apuntaron a un curso de esquí pero sólo duró una hora. «Es que es demasiado pequeño», explica su padre. Theo le lanza una mirada despectiva; odia tanto la manera de formularlo como su significado, así como el gesto de compasión que ponen los que dicen eso de él.
En verano la familia se alojó durante una semana en el hotel familiarBrennseehof. «Allí me regalaron una mochila», informa Theo (y de esta manera rompe por primera vez su silencio). Especialmente simpática (de hecho se ha convertido en la mujer del año) era una tal tía Barbara. Y no sólo por la sonoridad de su nombre; Theo se sacó con ella el carné de conducir infantil. Desgraciadamente no tiene utilidad en las vías vienesas.
Con los abuelos volvió a Bibione, al camping Capalonga. Allí aprendió a montar en bici a la italiana (es decir, con cuatro ruedas y entre pizza y pizza). Theo toma aire y lo explica: «Yo al principio no quería montar en bici y después sí fui en bici. Y luego ya, de repente, sabía ir en bici y entonces digo, pues me voy a montar en bici. Y me fui y fui en bici. Pero primero yo no quería montar en bici…». ¡Gracias, Theo!
Por fin los padres se desprendieron de los abuelos y el viaje continuó en dirección Sur. En Ancona se alojaron en un lugar horrible. Nadie pudo dormir; nadie excepto Theo. A él le gusta estar estrecho y agobiado y, por lo que se refiere a sus suaves estertores cuando alcanza el sueño profundo, lo único que puede llegar a alterarlos son, como mucho, las reacciones de sus familiares. Al día siguiente decidieron mudarse. Theo se mostró contrario y dijo: «Si se busca un sitio hay que quedarse». Pero esta vez (sorprendentemente) no consiguió imponer su voluntad.
Una novedad en la vida de Theo es la guardería. Desde que va, se le oye recitar una serie de máximas como: «Ir a pie es sano». O también: «McDonald’s es para la gente que no tiene nada en casa». O, ya un poco más crítico con el sistema: «Ya aprenderé cuando sea mayor». O en tono filosófico: «Y entonces tengo… Y entonces tengo… Me pregunto qué tengo». O pragmático: «Empieza el más pequeño». (Ésta sirve tanto para los juegos como para los dulces). Además, se ha acostumbrado a decir cinco cosas a la vez mientras estalla en carcajadas celebrando su talento lingüístico. En caso de que sobrecargue el entorno acústica o intelectualmente, reprende a su interlocutor: «No oyes, ¿o qué?». Porque, si hay algo que Theo no aguante, es que no le entiendan.
Por cierto, a Theo le gusta ir a la guardería; eso dicen sus padres. Y Theo, ¿opina lo mismo? (Vale la pena intentarlo ahora que estamos todos juntos tan contentos).
—¿Te gusta ir a la guardería?
Theo se pone serio y reflexiona. Todo indica que va a sufrir un reavivamiento de su fase… y, de repente, dice: «¡A escribir!». Y a continuación comienza, concentrado, un dictado que durará unos diez minutos. Éstos son los puntos más importantes:
«En la guardería lo que más me gusta son las patatas y las espinacas. La tía Heidi es mi tía favorita. Mi amigo es Philipp». (Esta última frase tuvo que ser tachada por indicación de Theo. Versión corregida):
«Soy amigo de Philipp. También soy amigo de Raphael. También soy amigo de Sabrina. También soy…». (Theo tiene muchos amigos).
El dictado continúa: «Ayer una mujer me hizo una prueba de la vista y la mujer me llamaba todo el tiempo Lukas, pero yo no me llamo Lukas. ¡Yo me llamo Theo!».
Se cuela un grito: «¡Tu segundo nombre es Lukas!».
—Pero ése no es mi nombre —dice Theo y ruega que volvamos al asunto que nos ocupa: «¡A escribir!».
«De Christian no soy amigo. Christian es malo. Siempre que le digo algo, va y me pega».
—¿De verdad, Theo? Yo no sabía eso —apunta su madre—. ¿Y tú qué haces entonces?
—No le digo nada más —responde Theo. Y se le escapa una sonrisita maliciosa y audaz.
Ustedes ya se habrán dado cuenta: a Theo se le ha soltado la lengua; le ha pillado el gustillo y no deja de parlotear. No quiere estar en deuda con sus seguidores; de repente, ha vuelto a descubrir qué significa ser popular. No quiere dejar en la estacada a su humilde siervo escritor. Los dos tiramos de la misma cuerda, avanzamos juntos hasta el punto culminante de la crónica, a la parte más insoslayable del reportaje. La compañía de guiñol «Stöberkiste» pone en escena «Los músicos de Bremen». Acción total. Aventura pura. Exotismo absoluto. Y Theo en el centro de los acontecimientos. (O, por lo menos, no muy atrás: en las tres primeras filas se sientan demasiados niños y él prefiere estar un poquito más apartado, con los adultos, que dan la impresión de estar menos nerviosos).
La representación, con base musical y realizada con marionetas, como era de esperar, rayaba en la genialidad. Pero por desgracia, en el momento decisivo de la función, a Theo le sobrevino una grave crisis de su fase… Vamos a repasar ordenadamente el hilo conductor de la acción: un burro se dirige a Bremen (Theo desliza el labio inferior sobre el superior), el burro conoce a un perro (Theo se frota el ojo derecho con el metacarpo del índice), el burro y el perro conocen a un gato y los tres marchan hacia Bremen.
—¿Te gusta, Theo? —le pregunta en ese momento su acompañante, ya subyugado por las emociones.
—¿Qué? —pregunta Theo un tanto irritado.
El burro, el perro y el gato conocen a un gallo y los cuatro siguen juntos en dirección a Bremen.
—Ahora viene lo bueno —le promete el acompañante.
Theo abre de nuevo los ojos.
Los animales se topan con unos ladrones que han ocupado una casa, trepan uno sobre otro: el gallo arriba, sobre el gato, éste sobre el perro y abajo el burro (a Theo probablemente le hubiera gustado más al revés) y los ladrones salen huyendo. Los niños chillan de emoción y entusiasmo, a los adultos se les empañan los ojos, Theo con la cabeza baja, juega con la uña del índice de su mano izquierda.
—¿Has visto cuánto miedo tenían los ladrones? —le pregunta su acompañante.
—Mm —responde Theo. Y fuerza una sonrisa envalentonada.
—¿A que ha sido emocionante?
—Mm —dice Theo—. ¿Ahora me comprarás una salchicha y un zumo de manzana y un canutillo de hojaldre?