Los mineros de las azufreras de mi pueblo llaman antimonio al grisú. Entre ellos, existe la leyenda de que el nombre proviene de anti-monaco, porque antiguamente lo trabajaban los monjes y morían a causa de su falta de precaución al manipularlo. Hay que añadir que el antimonio es uno de los componentes de la pólvora, también de los caracteres tipográficos y, en la Antigüedad, lo fue de los cosméticos. Todas ellas sugestivas razones, en mi opinión, para que este cuento lleve por título «El antimonio».