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Partido Lobsang hacia su extraño encuentro, la tripulación restante del Mark Twain observó la estela de la viajera hasta que se perdió de vista, mucho antes de llegar al horizonte. La guardia de honor de pájaros, peces y otros animales se alejó volando, nadando y serpenteando.

El espectáculo había terminado. La feria se había marchado de la ciudad. El hechizo estaba roto. Y Joshua sentía que algo había desaparecido del mundo.

Miró fijamente a Sally y sintió el desconcierto que veía en su cara.

—Primera Persona Singular me daba miedo —dijo—. Y algunas veces Lobsang también me daba miedo, aunque por otros motivos. Pensar en los dos juntos, y en lo que podrían llegar a ser…

Sally se encogió de hombros.

—Hemos hecho todo lo posible por salvar a los trolls.

—Y a la humanidad —añadió Joshua con delicadeza.

—Y ahora ¿qué hacemos?

—Comer, sugeriría yo —dijo Joshua, que se dirigió hacia la cocina.

Al cabo de unos minutos, Sally agarraba una rebosante taza de café como si fuese una cuerda de salvamento.

—¿Te has fijado? La viajera cruza debajo del agua. Eso es nuevo.

Joshua asintió, mientras pensaba: «Eso es, empieza con las preguntas más triviales, soluciona primero los problemas pequeños, en vez de dejarte abrumar por los misterios cósmicos». O el problema de cómo iban a volver a casa, sin ir más lejos, aunque empezaba a formarse una idea al respecto.

—¿Sabes? Algunas de esas criaturas que llevaba dentro del casco, que debían de proceder de mundos muy lejanos, me sonaban. ¡Uno de los bichos flotantes parecía un canguro grande! Las cámaras estaban grabando, así que podemos repasar el vídeo juntos. Los naturalistas se volverán locos.

Llegó un sonido suave desde la puerta. Joshua bajó la mirada y se encontró con Shi-mi. En verdad era una gata muy elegante, robótica o no.

Y habló.

—Número de ratones y roedores similares introducidos en el vivario para su reubicación al tomar tierra: noventa y tres. Número de ejemplares dañados: cero. Se dice que con un corazón firme, el ratón puede levantar a un elefante, pero me complace decir que no en esta nave. —La gata los miró a los dos con gesto expectante. Tenía una voz suave y femenina que, pese a ser humana, recordaba a un felino.

—Lo que faltaba.

—Sé amable, Sally —susurró Joshua—. Shi-mi, gracias.

La gata esperó paciente otra respuesta.

—No sabía que pudieras hablar —probó Joshua.

—Antes no había necesidad. Presentaba mis informes a Lobsang por medio de una interfaz directa. Además, las tonterías que decimos son como espuma en el agua; las acciones son gotas de oro.

Sally miró a la gata con la cara algo ladeada, una señal de aviso según la experiencia de Joshua.

—¿De dónde viene ese proverbio?

—Del Tíbet —respondió Shi-mi.

—No serás un avatar de Lobsang, ¿verdad? Confiaba en que nos hubiéramos librado de él.

La gata apartó la mirada de la pata que se estaba lamiendo.

—No. Aunque yo también soy una personalidad basada en gel. Adaptada para la conversación insustancial, los proverbios, la captura de roedores y la cháchara casual con un sesgo cínico del treinta y uno por ciento. Por supuesto, soy un prototipo, pero en breve formaré parte de una nueva línea de mascotas comercializadas por la Corporación Black. Contádselo a vuestros amigos. Y ahora, si me disculpáis, mi trabajo todavía está incompleto. —La gata se fue.

Cuando hubo desaparecido, Joshua dijo:

—Bueno, tienes que reconocer que es mejor que una ratonera.

Sally estaba irritada.

—Justo cuando pensaba que este Titanic vuestro no podía ser más ridículo… ¿Seguimos sobre el océano?

Joshua echó un vistazo por el ojo de buey más cercano.

—Sí.

—Tendríamos que dar media vuelta. Poner rumbo a la orilla.

—Ya hemos girado —dijo Joshua—. He fijado los controles después de que dejáramos bajar a Lobsang. Llevamos ya media hora volviendo.

—¿Estás seguro de que ese trasto robótico nadador tiene batería para llevarnos hasta la orilla? —preguntó Sally, a todas luces nerviosa.

—Sally, el Mark Twain fue diseñado por Lobsang. La unidad marítima tiene energía suficiente para circunnavegar la Tierra. Lobsang toma precauciones de emergencia para sus precauciones de emergencia. Ya lo sabes. ¿Pasa algo?

—Ya que lo preguntas, el agua no me entusiasma. Sobre todo cuando no se ve el fondo. Por norma general, vamos a intentar mantener unos árboles bajo la quilla, ¿vale?

—Estabas acampada en la costa cuando te conocí.

—Eso era la playa. ¡Agua poco profunda! Y esto es la Tierra Larga. Nunca se sabe qué va a salir a la superficie debajo de ti.

—Imagino que no pasaste mucho tiempo en el único mundo acuático que nos encontramos Lobsang y yo. Había una bestia en ese océano que…

—Cuando llegué a ese mundo había cruzado desde la ladera de un monte. Caí dos metros hasta el agua salada, nadé hasta un punto desde el que sabía que podría volver y crucé, todo eso justo antes de que un par de fauces se cerraran sobre mí. No llegué a fijarme en qué llevaban pegado detrás. Tal y como lo veo yo, mis antepasados dedicaron mucho esfuerzo a salir del condenado océano, y no creo que debamos hacerles el feo de tirar a la basura tanto trabajo duro.

Joshua sonrió mientras trabajaba en la comida.

—Mira, Joshua, yo digo que volvamos a Buen Viaje. ¿Qué te parece? De repente tengo ganas de ver a más gente… Ah, pero tenemos que llevarnos el Mark Twain, ¿no? Con todo lo que queda de Lobsang. Por no hablar de la gata. Podemos encontrar una manera de mover el Mark Twain lateralmente, aunque tengamos que arrastrarlo a pulso. Pero ¿cómo va a cruzar sin Lobsang?

—Tengo una idea para eso —dijo Joshua—. Puede esperar. ¿Más café?

Trataron el resto de ese día como si fuera un domingo, es decir, lo que cabría esperar de un domingo. Los conceptos grandes, nuevos y complicados necesitan tiempo para poder asentarse en el cerebro poco a poco, sin dañar a lo que ya hay. Era algo que al final le había pasado hasta a Lobsang, comprendió Joshua.

Después, a la mañana siguiente, Joshua dejó que Sally los guiara hasta lo que intuía que era un sitio blando, un atajo que los llevaría de vuelta a Buen Viaje, pero a cierta distancia de la costa. Bajaron al suelo. El Mark Twain flotaba sobre la playa, donde la unidad marítima lo había llevado. La nave estaba conectada a Joshua y Sally mediante largas cuerdas que sostenían con la mano.

A la orilla del agua había una reverberación que hasta Joshua podía distinguir: el sitio blando que Sally había encontrado.

—Me siento como una cría con un globo de cumpleaños —dijo Sally agarrando su cuerda.

—Estoy seguro de que funcionará —afirmó Joshua.

—¿El qué?

—Mira, cuando cruzas puedes llevarte todo lo que seas capaz de cargar, ¿verdad? En cierto modo, cuando estaba a bordo, Lobsang era el dirigible, o sea que podía cruzar. Ahora estamos nosotros agarrando el Mark Twain que, aunque tiene un montón de masa, técnicamente no pesa nada en absoluto. ¿Cierto? Así, si cruzamos ahora mismo, lo transportaremos, ¿o no?

Sally lo miró de hito en hito.

—¿Y esa es tu teoría?

—No doy para más.

—Si el universo no pilla tu chiste, puede que nos arranque los brazos.

—Solo hay un modo de descubrirlo. ¿Estás lista?

Sally vaciló.

—¿Te importaría que cruzásemos cogidos de la mano? Podríamos meternos en un lío si nos separamos durante este numerito.

—Muy cierto. —Joshua le agarró la mano—. Vale, Sally. Te toca.

Sally pareció desenfocar la mirada, como si ya no fuera consciente de la presencia de Joshua. Olisqueó el aire, estudió la luz y realizó unos movimientos extraños como de taichi, gráciles, tentativos, inquisitivos, casi como si tal vez buscara agua como una zahorí.

Y cruzaron. El salto en sí fue más intenso de lo habitual, acompañado de una breve sensación similar a la caída por un tobogán de agua, y dejó a Joshua una sensación de frío, como si el proceso de algún modo absorbiera energía. Aparecieron en otra playa, en otro mundo invernal e inhóspito. Por tanto, los sitios blandos no te llevaban adonde quisieras de golpe. Y Joshua apreció de inmediato que no ocupaban el mismo lugar geográfico. Cada vez le parecían más extraños. Una vez más, Sally se volvió a un lado y al otro, buscando.

Necesitaron cuatro cruces en total, pero al final llegaron a Buen Viaje, con el Mark Twain sobre sus cabezas.

La gente se llevó una alegría al verlos, aunque también una sorpresa. Todos se mostraron simpáticos, genuinamente simpáticos. Era Buen Viaje, ¿no? Cómo no iban a ser simpáticos. Los caminos todavía estaban limpios, barridos e impecables. El salmón aún colgaba en pulcras hileras de secaderos. Hombres, mujeres, niños y trolls convivían felices.

Y una vez más, Joshua sintió una extraña incomodidad, la leve sensación que se tiene cuando todo es tan correcto que podría haber dado la vuelta entera al universo para volver metamorfoseado en erróneo. Desde su última visita había olvidado, en realidad, lo persistente que era esa sensación. Por no mencionar la omnipresente peste a troll.

Sin más ceremonia, les ofrecieron alojamiento a los dos en una de las casas rurales del centro del pueblo, pero, tras cruzar una mirada, prefirieron pasar la noche a bordo del Mark Twain. Como era inevitable, varios cachorros de troll los siguieron cable arriba. Joshua preparó la cena con deliciosa comida fresca: una vez más, la gente había hecho gala de una generosidad pasmosa regalando comida y bebida.

Más tarde, mientras se envenenaba otra vez con café instantáneo, que era el único disponible en el baqueteado Mark Twain, y los trolls haraganeaban dispersos por toda la cubierta de observación, Sally dijo:

—Venga, desembucha, Joshua. Yo también observo a la gente. Veo la expresión de tu cara. ¿Qué te reconcome?

—Lo mismo que a ti, sospecho. Aquí pasa algo malo.

—No —replicó Sally—. Malo, no. Hay algo raro, eso seguro… He estado muchas veces, pero lo noto más cuando te tengo enfurruñado al lado. Claro que lo que nosotros percibimos como malo podría ser una expresión del significado del lugar. Pero…

—Sigue. Hay algo que quieres contarme, ¿no?

—¿Has visto a algún ciego por aquí, Joshua?

—¿Ciego?

—Por aquí hay gente con gafas, ancianos con lentes de leer, pero ningún ciego. Una vez repasé los archivos del ayuntamiento. Hay informes de gente a la que le falta un dedo de la mano o el pie, y se descubre que es resultado de algún descuido manejando el hacha, pero no parece que a Buen Viaje llegue nadie que venga de salida con una discapacidad grave.

Joshua reflexionó.

—Tampoco son perfectos. Les he visto emborracharse en los bares, por ejemplo.

—Sí, ya, saben pasárselo bien, eso está claro. Pero lo interesante es que todos y cada uno de ellos saben cuándo parar y, créeme, ese talento escasea bastante. Y no hay nada parecido a un cuerpo de policía, ¿te has fijado? Según los registros del ayuntamiento, nunca se ha producido una agresión de motivación sexual contra una mujer, un hombre o un menor. Jamás de los jamases. Ni una disputa de tierras que no se haya resuelto por las buenas mediante negociación. ¿Te has fijado en los niños? Todos los adultos actúan como si todos los niños fueran suyos, y todos los niños, como si todos los mayores fueran sus padres. El pueblo entero es tan cívico, sensato y agradable que dan ganas de gritar, y después maldecirte a ti mismo por los gritos. —Sally acarició a un cachorro de troll, cuyo ronroneo habría sacado los colores a cualquier gato: puro gustillo líquido.

Eso hizo que Joshua dijera de sopetón:

—Son los trolls. Tienen que serlo. Ya lo hemos hablado otras veces. Aquí viven humanos y trolls codo con codo. Solo aquí, en ninguna otra parte que sepamos. No hay otra comunidad humana que se le parezca.

Sally le miró.

—Bueno, ahora sabemos que las mentes se dan forma unas a otras, ¿verdad? Eso por lo menos lo hemos descubierto. Demasiados humanos, y los trolls huyen. Pero si hay la cantidad exacta de gente, se quedan. Y para los humanos, quizá nunca sobren los trolls. Buen Viaje es un baño caliente de comodidad y buenos sentimientos.

—Pero no hay ningún discapacitado. Nadie lo bastante ofuscado para cometer un crimen violento. Nadie que no encaje.

—A lo mejor les impiden la entrada, puede que sin darse cuenta siquiera. —Sally le miró—. Una criba. La idea es bastante siniestra, ¿verdad?

A Joshua se lo parecía.

—Pero ¿cómo? No hay nadie que ronde con una porra para expulsar a los indignos.

—No. —Sally se recostó y cerró los ojos, pensando—. No creo que la cuestión sea que los lugareños excluyan a algunas personas de manera consciente. Entonces ¿cómo sucede? Nunca he visto indicios de que haya nadie detrás de Buen Viaje, en el sentido de un diseñador o controlador. ¿Es el sitio mismo el que elige quién viene? Pero ¿cómo puede ser eso?

—¿Y con qué fin?

—Solo puedes tener un fin si tienes mente, Joshua.

—No hay mente de por medio en la evolución —señaló Joshua, que recordaba las intensivas baterías de ejercicios con la hermana Georgina en el Centro—. Ni fin, ni intención ni destino. Y aun así es un proceso que transforma a los seres vivos.

—Entonces ¿Buen Viaje es una especie de analogía del proceso evolutivo?

Joshua la estudió.

—Dímelo tú. Hace mucho que vienes por…

—Desde que era pequeña, con mis padres. Solo que, desde que os conocí a vosotros dos, supongo que las preguntas que tenía desde siempre se han intensificado. Tendría que llevar puesta una pulsera con la inscripción: «¿Qué pensaría Lobsang?».

Joshua soltó una risotada.

—¿Sabes? Este sitio siempre me pareció un auténtico jardín del Edén… pero sin serpiente, y me preguntaba dónde estaría. Mi familia se llevaba bien con la gente de aquí, pero yo nunca quería quedarme. Nunca tuve la sensación de que encajara. Jamás me atreví a llamarlo hogar, por si acaso yo era la serpiente.

Joshua trató de interpretar la expresión de Sally.

—Lo siento.

Al parecer fue un comentario desacertado, porque ella apartó la vista.

—Sí que creo que este sitio es importante, Joshua. Para todos nosotros. Toda la humanidad, quiero decir. Es único, a fin de cuentas. Pero ¿qué pasará cuando los colonos empiecen a llegar aquí? Me refiero a los normales, la primera oleada, con sus picos, sus palas y sus armas de bronce, y sus maltratadores y defraudadores. ¿Cómo va a sobrevivir este sitio? ¿A cuántos trolls matarán a tiros, masacrarán y esclavizarán?

—A lo mejor quien sea o lo que sea que dirige el experimento empieza a defenderse.

Sally se estremeció.

—De verdad que estamos empezando a pensar como Lobsang. Joshua, vámonos de aquí a algún sitio normal. Necesito unas vacaciones.