De repente Joshua estaba cayendo. Se elevaba por los aires, despegado del suelo. La cubierta de observación seguía a su alrededor —el armazón, los ventanales—, pero los relucientes paneles de visualización de las paredes empezaban a agrietarse uno tras otro. Por las ventanas vio el resto del dirigible, con el globo dañado y los jirones de tela plateada que se estaban despegando del esquelético armazón.
Más allá solo se veía el sol, deslumbrante, sobre un fondo negro. Estaba en el mismo sitio que antes, pero era lo único que quedaba del mundo exterior, como si el resto, el cielo azul y el mundo verde, hubieran sido un escenario que se hubiera desmontado y retirado para revelar la oscuridad. Pero en ese momento, hasta el sol se estaba desplazando lentamente hacia la derecha. A lo mejor la cabina estaba dando vueltas.
Lobsang guardaba silencio. Su unidad itinerante seguía pegada a la cubierta pero inmóvil como una estatua, al parecer apagada. La gata flotaba en el aire, nadando con las patas y con una expresión de aparente miedo en su carita sintética. Y había una mano sobre el hombro de Joshua: Sally, suspendida en el aire, con el pelo suelto ondeando alrededor de su cabeza como el de una astronauta de la estación espacial.
La cubierta chirrió. Joshua creyó oír el siseo de una fuga de aire. Parecía incapaz de pensar. El pecho le dolía cuando intentaba llenarlo de aire.
Entonces volvió la gravedad y reapareció el cielo azul.
Golpearon todos el suelo, que en aquellos momentos era la pared. Un hervidor lleno de agua cruzó la cubierta dando tumbos, para espanto aparente de Shi-mi la gata, que se levantó de un salto y huyó hacia un compartimento. Por encima de ellos, por debajo y a su alrededor sonaba una sinfonía de alta tecnología desensamblándose.
—Hemos encontrado al mayor Bromista de todos, ¿no? —dijo Joshua. Y entonces se le retorció el estómago y vomitó. Enderezó la espalda, avergonzado—. Nunca había tenido náuseas después de cruzar.
—No creo que haya sido el cruce. —Sally también se frotaba el estómago—. Ha sido la ingravidez. Y luego el regreso repentino de la gravedad. Ha sido como caer.
—Sí. Ha sucedido de verdad, ¿no?
—Eso creo —corroboró Sally—. Hemos encontrado una Brecha. Una Brecha en la Tierra Larga.
La cabina se enderezó poco a poco, pero las luces de cubierta se apagaron y dejaron solo la del sol. Joshua distinguió el sonido de unos componentes giratorios de metal que poco a poco iban dejando de girar, lo que resultaba preocupante.
De pronto Lobsang cobró vida, o por lo menos su cabeza y su cara, aunque el cuerpo siguió inanimado.
—¡Chak pa!
Sally miró a Joshua.
—¿Qué ha dicho?
—Una palabrota en tibetano, supongo. O a lo mejor en klingon.
Lobsang parecía extrañamente alegre.
—¡Vaya, vaya, se me cae la cara de vergüenza! Es un decir. Bueno, errar es humano. ¿Hay algún herido?
—¿Contra qué nos has estampado, Lobsang? —preguntó Sally.
—Os he estampado contra nada, Sally, contra la pura nada. El vacío. He cruzado atrás a toda prisa, pero al parecer el Mark Twain ha salido malparado. Algunos sistemas están inoperativos. Por suerte las bolsas de gas siguen intactas, pero varios de mis sistemas personales peligran. Estoy haciendo comprobaciones, pero pinta bastante mal.
Sally estaba furiosa.
—¿Cómo te las has ingeniado para topar con un vacío en la Tierra?
Lobsang suspiró.
—Sally, hemos cruzado a un sitio donde no hay Tierra. Un vacío total, el espacio interplanetario. En algún momento del pasado hubo una Tierra allí, sospecho, pero cabe suponer que la destruyó alguna catástrofe. Un impacto, probablemente. De los grandes, de los que dejarían el matadinosaurios a la altura de un niño disparando guisantes con un canuto a un elefante. De los que mirarían por encima del hombro hasta al gran impacto del que salió la Luna.
—¿Me estás contando que lo habías previsto?
—Como posibilidad teórica.
—Pero aun así has cruzado a ciegas y a toda velocidad. ¿Estás loco?
Lobsang carraspeó. Estaba mejorando su tosecilla con la práctica, observó una parte distraída de Joshua.
—Sí, lo había previsto. Realicé un estudio de las contingencias plausibles basándome en las perturbaciones de la historia de la Tierra y tomé las precauciones debidas, que incluían el módulo de cruce atrás automático que parece haber funcionado casi a la perfección. Aunque por desgracia nos haya sumido en un mar de problemas.
—¿Nos hemos quedado tirados aquí?
—«Tirados» comparativamente a salvo, Sally. Respiras un aire sano. Este mundo, aunque sea vecino de la Brecha, es del todo saludable, al parecer. Sin embargo, mi unidad itinerante ha quedado inservible a efectos prácticos; no puedo acceder a su función de autorreparación. Os aseguro que no todo está perdido. Allá en las Tierras Bajas, el programa de desarrollo aeronáutico de la Corporación ha continuado. El Mark Trine debería de estar finalizado a estas alturas y tendrá la capacidad de alcanzarnos en cuestión de días si cruza a toda máquina.
Habían ido encendiéndose más luces. Joshua empezó a recoger los trastos rotos. Desde donde estaban se veía todo en buen estado, aparte de los acabados y parte de la vajilla, pero le preocupaban mucho los desperfectos que podría haber al otro lado de la puerta azul de Lobsang.
—Pero claro —dijo—, los operadores del Trine, aun suponiendo que esté en condiciones de volar, no estarán al tanto de nuestro problema. ¿Verdad, Lobsang?
Con relativa calma, Sally repitió:
—¿O sea que sí nos hemos quedado tirados aquí?
—¿Estás preocupada, Sally? —preguntó Lobsang con suavidad—. ¿Qué pasa con esos famosos sitios blandos? ¿Y tú qué estás pensando, Joshua?
Joshua vaciló.
—La cuestión de fondo no ha cambiado, diría yo. Todavía tenemos que investigar al monstruo de la migraña. Dices que el globo está bien, ¿no? Entonces ¿puedes cruzar?
—Sí, pero no puedo maniobrar geográficamente, y tengo una potencia limitada. Las superficies de las células solares parecen intactas, pero gran parte de la infraestructura… El problema, al margen de la ruptura de los globos de gas y las conducciones, ha sido la evaporación de los lubricantes…
Joshua asintió.
—Vale. Entonces cruza hacia adelante. Sigamos.
—¿Atravesando la Brecha? —preguntó Sally.
—Bueno, ¿por qué no? Sabemos que los trolls y los elfos han huido por este camino. Por lo menos algunos deben de sobrevivir. Tienen que ser capaces de atravesar la Brecha de alguna manera, ya sabes, de hacer un cruce doble. No se tarda nada en cruzar. —Sonrió—. Volveremos a tener atmósfera mucho antes de que nuestros ojos exploten y se nos derramen por la cara.
—Vaya una imaginación gráfica que tienes, macho.
Pero Lobsang exhibió una sonrisa vidriosa.
—Me alegro de ver que prestaste atención durante 2001, Joshua.
—Hemos llegado hasta aquí —dijo Joshua—. Yo voto por que continuemos, aunque signifique que tengamos que acabar haciéndolo a pie. —Cogió la mano de Sally—. ¿Estás lista?
—¿Me tomas el pelo? ¡¿Ahora?!
—Antes de que nos convenzamos de lo contrario. Venga ese doble cruce, Lobsang.
Joshua nunca pudo encontrar mucho sentido al recuerdo de lo que sucedió a continuación. ¿De verdad sintió el frío punzante del espacio? ¿De verdad oyó el gemido del viento del olvido entre las galaxias? Nada parecía real. No hasta que se encontró contemplando un cielo encapotado y oyó el repiqueteo de la lluvia contra las ventanas de la cabina.
Se dieron un día para recuperarse y remendar el dirigible lo mejor que pudieran.
Después el Mark Twain siguió cruzando adelante, siempre rumbo al oeste, pero en lo sucesivo con cautela, solo un mundo cada pocos segundos, quizá a la mitad de su anterior velocidad de crucero, y solo de día.
Después de veinte o treinta mundos dejaron de ver los cráteres que acribillaban los que estaban en torno a la Brecha, que tal vez fuesen fallos por poco del objeto que había creado la Brecha, en las realidades más cercanas. A esas alturas ya habían superado la Tierra dos millones. Los mundos de allí eran anodinos, uniformes. En esas huellas profundas de América seguían sobrevolando la costa pacífica, y se ciñeron todo lo posible a la orilla para intentar evitar los peligros del bosque interior y también los del océano en sí. A Joshua le pareció una franja aburrida de mundos, carente de flores coloridas, insectos y pájaros, y con una vegetación dominada por enormes helechos arbóreos. Sin embargo, cerca de la costa a veces entreveían unas espectaculares criaturas pescadoras, ágiles corredores bípedos con grandes garras falcadas al final de los brazos, que sumergían para capturar grandes peces, uno tras otro, y lanzarlos volando hasta la playa.
Pasaron los días. El carácter de los mundos empezó a cambiar otra vez. El bosque se alejó del mar y dejó una franja costera más ancha de matorrales y árboles dispersos. El mar también cambió, se volvió más verde a ojos de Joshua. Más calmo, como si el agua en sí se hubiera hecho más glutinosa, más densa. No hablaban mucho. Ninguna de las cafeteras funcionaba, a pesar de su inteligencia experimental, lo que provocó que el humor de Sally se deteriorase a gran velocidad.
Y Joshua encontraba cada vez más difícil soportar los cruces.
Sally le dio una palmadita en el brazo.
—Nos acercamos a esa fiesta de adolescentes, ¿eh, Joshua?
Siempre le fastidiaba que la gente detectara cualquier debilidad en él.
—Algo así. ¿Tú notas algo?
—No. Ojalá lo notara. Ya te lo dije, Joshua, estoy celosa. Eso que tienes es un auténtico talento.
Por la tarde, mientras se relajaban lo mejor que podían y el dirigible seguía cruzando con cautela, Lobsang sobresaltó a Joshua hablando sobre el acceso al espacio.
—He estado pensando. ¡Qué oportunidad ofrece la Brecha!
Como apenas funcionaba nada de la cocina, Joshua estaba convirtiendo una difunta pieza de equipo en parrilla a base de martillazos.
—¿Oportunidad para qué?
—¡Para el viaje espacial! Bastaría con ponerse un traje presurizado y cruzar, directo al espacio. Se acabó el follón de escapar de la gravedad de la Tierra con cohetes. Cabe suponer que mantendrías una órbita solar, como la Tierra. En cuanto se tuviera instalada alguna infraestructura en la Brecha en sí, no habría más que zarpar. Sería mucho más económico en términos de energía llegar a Marte, por ejemplo.
»¿Sabes que siempre he sido aficionado al espacio? Incluso en los tiempos del Tíbet. He invertido algún dinero a título personal en el Centro Espacial Kennedy, donde ya ni siquiera cuidan de los cohetes que enseñan en el museo. Nuestro patético puñado de fábricas orbitales en microgravedad generan la ilusión de que seguimos siendo una especie que se asoma al espacio, pero el sueño ha muerto. Murió antes incluso de que la Tierra Larga se abriera. Por lo que sabemos, nuestro planeta es el único lugar del universo donde un ser humano puede existir sin protección. Y ahora que tenemos millones de Tierras a nuestra disposición, ¿quién querrá subir al vacío frío y abrasador en un traje espacial que huele un poco a orina? Podríamos haber estado allí fuera, presentando nuestra solicitud para unirnos a la federación galáctica, en vez de abrirnos paso a fuego y machete por infinitas copias del mismo planeta de siempre.
—Pero tú eres nuestra punta de lanza con el fuego y el machete, Lobsang —señaló Sally.
—Bueno, no hay motivo para que no pueda tener las dos cosas. Además, ¿no veis que si conseguimos desarrollar la Brecha a lo mejor encontramos una manera de hacerlo todo, a fin de cuentas? Desde la Brecha, el sistema solar se te abre como una ostra con salsa Kilpatrick. No olvides esta conversación, Joshua. Cuando vuelvas al Datum, reclama terrenos en las Tierras a ambos lados de la Brecha antes de que estalle la fiebre y la humanidad descubra que sí que existen los lanzamientos sin coste. ¡Piensa en lo que podría haber allí fuera! No solo los otros mundos de nuestro sistema solar; sin duda un universo que ha fabricado la Tierra Larga también habrá hecho un Marte Largo. Piénsalo.
Joshua lo intentó. Acabó mareado. Se concentró en terminar su parrilla. Los hornos de la cocina estaban averiados, pero tenía pensado hacer a la barbacoa una buena porción de lo que, si hubieran estado en la Tierra, podría haberse calificado de ciervo, el resultado de una enérgica expedición de caza de Sally.
El dirigible dejó de cruzar, sin previo aviso.
Y Joshua oyó…
No era una voz. Algo culebreaba dentro de su cerebro, una sensación clara y definida que no ofrecía más pistas que su propia existencia.
Solo que le estaba llamando a él.
—Lobsang, ¿tú oyes algo? —logró decir—. En las frecuencias de radio, me refiero.
—Claro que sí. ¿Por qué crees que he dejado de cruzar? Nos están saludando, con señales coherentes en un abanico amplio de frecuencias. Parece un intento de usar el lenguaje de los trolls. Me concentraré en descodificarlo, si me disculpáis.
Sally miró a uno y luego al otro.
—¿Qué está pasando? ¿Soy la única que no oye nada? ¿Viene de esa cosa que tenemos debajo?
—¿Qué cosa?
Joshua se asomó a una ventana de la cocina para mirar el océano.
—Esa cosa.
—Lobsang —dijo Joshua—, ¿tu cámara de babor funciona?