En la cubierta de observación reinaba el silencio. Joshua estaba solo. Nada más volver a bordo, Lobsang se había retirado de inmediato al otro lado de la puerta azul, y Sally a su camarote.
De repente el Mark Twain empezó a brincar de un mundo a otro como un bailarín de claqué pasado de anfetas. Joshua se asomó. Fuera los cielos pasaban con un parpadeo estroboscópico, los paisajes se fundían entre sí, los ríos se retorcían como serpientes y los mundos Bromistas resaltaban como bombillas encendidas. En el dirigible todo lo que podía chirriar chirriaba como en un antiguo clíper cargado de té que doblara el cabo de Hornos, y los propios cruces se volvieron un traqueteo en lo más profundo de Joshua, una granizada. Estimó que estaban atravesando muchos mundos por segundo.
Sally llegó a la cubierta escupiendo plumas.
—¿Qué coño se cree que hace?
Joshua no tenía respuesta, pero una vez más se preocupó por la extraña inestabilidad e impulsividad de Lobsang.
La unidad itinerante salió con paso vivo por la puerta azul.
—Amigos míos, me consterna si os he alarmado. Ahora estoy ansioso por avanzar en nuestra misión. Ya os he dicho que he descubierto muchas cosas gracias a los trolls.
—Sabes lo que está espantándolos —dijo Sally.
—Sé más, como mínimo. En pocas palabras, los trolls y probablemente también los elfos y el resto de humanoides en efecto huyen de algo, pero no de algo físico; es algo que se les mete en la cabeza, por así decirlo. Y eso confirma la información que obtuvimos de los trolls de Buen Viaje.
»La sensación es como un dolor acosante, como una oleada de ataques de migraña, que se extiende barriendo los mundos de oeste a este. Ha habido suicidios. Criaturas que preferían tirarse por un precipicio que sufrir semejante agonía.
Joshua y Sally se miraron.
—¿Un monstruo de la migraña? —dijo Sally—. ¿Qué es esto, Star Trek?
Lobsang parecía perplejo.
—¿Te refieres a la serie original o…?
—Esto sí que es de locos. Joshua, ¿este dirigible tiene controles manuales?
—No lo sé, pero sí sé que Lobsang tiene un oído muy fino.
—Joshua está en lo cierto acerca de eso, Sally…
—¿Entienden los trolls lo que se acerca? ¿Alguno de ellos ha visto algo, con sus propios ojos?
—Por lo que he podido entender, no. Pero se imaginan que es enorme, físicamente hablando. Para ellos es una mezcla de físico y abstracto. Como si se aproximara un incendio forestal, tal vez. Un muro de dolor.
Las quejas de la estructura del Mark Twain empezaban a inquietar a Joshua. No tenía ni idea de cuál era la máxima velocidad segura de cruce que la nave era capaz de alcanzar. Además, entrar a ese ritmo en mundos desconocidos por completo, con peligros ignotos, le parecía imprudente cuando menos. Vio que los terrómetros, disparados, se acercaban cada vez más a la marca de los dos millones.
Pero Lobsang seguía hablando sin parar, en apariencia ajeno a tales preocupaciones.
—No es momento para compartir con vosotros dos todo lo que he pensado. Baste con decir que está claro que nos las vemos con alguna clase de fenómeno psíquico genuino.
»Esta es mi hipótesis: los humanos retransmiten su humanidad de alguna manera. Nos detectamos unos a otros. Lo que pasa es que, desde hace tiempo, hemos evolucionado para vivir en un planeta absolutamente saturado de pensamientos humanos. Ni siquiera nos damos cuenta.
—Hasta que dejamos de captarlo —dijo Joshua.
Sally lo miró con curiosidad.
—Sugiero que, antaño, varias de estas criaturas, elfos, trolls y puede que otras variantes, cruzaban de vez en cuando hasta el Datum, donde quizá residieran durante una temporada, estancias que originaron montones de mitos. Pero eso fue en los tiempos en que la población humana era relativamente baja. Ahora el planeta está hasta los topes de humanos y, para unas criaturas que pasan la mayor parte del tiempo en la calma irreflexiva de los bosques y las praderas, debe de ser como si se celebraran a la vez todas las fiestas de adolescentes del mundo. De modo que últimamente se mantienen alejados del Datum. Sin embargo, las especies cruzadoras que migran desde el oeste huyen de algo que los empuja de forma irrevocable de vuelta hacia allí. Están entre la espada y la pared. Y a veces sucumben al pánico. Joshua y yo hemos visto lo que pasa en ese caso: hasta los trolls son capaces de hacer daño cuando se alteran, y recuerdas la Iglesia de la Estafa Cósmica, ¿verdad, Joshua?
Joshua miró a Sally de reojo. No esperaba de ella más que escepticismo, pero, para su sorpresa, la encontró cavilosa.
—¿Qué estás pensando, Sally? —le preguntó.
—Todo eso está muy cogido por los pelos, y aun así… O sea, yo soy como tú. Puedo entrar en una ciudad si tengo un objetivo, pero me pone tan nerviosa como un gato de cola larga en una sala llena de mecedoras. No veo la hora de salir, como si me echara, de vuelta a los mundos vacíos. Donde me siento más cómoda.
—Pero no huyes corriendo, ¿verdad? Y no lo notas el resto del tiempo. Igual que los peces no notan el agua.
Sorprendentemente, Sally sonrió.
—Eso es muy zen. Casi de Lobsang. —Lo miró con detenimiento—. ¿Qué piensas tú?
«Lo sabe —pensó Joshua—. Lo sabe todo sobre mí». Y aun así vaciló antes de responder.
Entonces habló, a bordo de aquel dirigible desbocado, con más libertad que a cualquier otro interlocutor, incluidas la hermana Agnes y la agente Jansson, sobre sus propias sensaciones internas.
Les habló de la peculiar presión que sentía en la cabeza cada vez que volvía al Datum. Una renuencia que a la larga desembocaba en rechazo físico.
—Es una sensación en mi cabeza. Es como cuando eres pequeño y tienes que ir por la fuerza a alguna fiesta donde todo el mundo va a encajar menos tú. Como si físicamente no pudieras dar un paso más, como si un campo magnético te empujara en la dirección opuesta.
Sally se encogió de hombros.
—Nunca fui a muchas fiestas.
—Además tú eres antisocial, Joshua —observó Lobsang—. Creo que eso ya lo sabíamos. ¿Qué intentas decir?
—Vamos a ver. Signifique lo que signifique, sea lo que sea lo que causa esto, llevo un tiempo sintiendo algo parecido aquí, en el dirigible. Una presión que me hace más difícil seguir avanzando. —Cerró los ojos—. Y está empeorando cuanto más al oeste vamos. Lo siento ahora mismo. Es como un rechazo en las entrañas. Lo llevo mejor cuando estamos parados, pero se vuelve difícil de aguantar cuando viajamos, y va a peor.
—¿Algo en el lejano oeste que te repele? —preguntó Lobsang.
—Sí.
—¿Por qué no me lo has contado antes? —preguntó Sally enfurecida—. Me dejaste parlotear sobre los sitios blandos, los secretos de mi familia. Me sinceré contigo —dijo casi enseñando los dientes—. ¿Y todo este tiempo me has estado ocultando esto?
Joshua la miró sin decir nada. No se lo había contado porque uno se guardaba sus debilidades para sí mismo, en el Centro y en la mayoría de los lugares en los que había tenido que sobrevivir desde entonces.
—Te lo cuento ahora.
Sally se calmó con esfuerzo.
—Vale —dijo—. Te creo. O sea que todo esto es real. Ahora lo reconozco: estoy oficialmente asustada.
Lobsang parecía emocionado.
—¿Veis ya por qué estoy tan ansioso por adelantar este encuentro? ¡Vamos en pos de un misterio, Joshua, Sally! ¡Un misterio llegado de los confines de la Tierra Larga!
Joshua no le hizo caso y mantuvo su atención centrada en Sally.
—Los dos estamos asustados, pero vamos a afrontar esto, ¿vale? No huirás. Los animales huyen. Los trolls tienen que huir. Nosotros seguimos adelante, intentando descubrir lo que nos asusta y plantarle cara. Es lo que hacemos los humanos.
—Ya. Hasta que nos mata.
—Eso sí. —Joshua se levantó—. ¿Hago café?
Más tarde, Joshua cayó en la cuenta de que debería haber prestado atención, sobre todo en los últimos minutos. Debería haberse fijado en el último par de cientos de mundos, donde el tranquilo verdor de la superficie se veía quebrado por cráteres horadados como enormes huellas en el suelo. Tendría que haber estado alerta, a pesar de la presión de su cabeza. Tendría que haber dado la alarma.
Tendría que haber detenido el viaje, mucho antes de que el dirigible cayera en la Brecha.