El amanecer siguiente llegó tarde, para desconcierto de Joshua. El sol reveló un páramo debajo de ellos, un mundo semidesértico que al parecer tenía poquísima agua y, por tanto, poquísimo de nada más.
Lobsang se le unió en la cubierta de observación.
—No es un sitio muy atractivo, ¿verdad? Pero tiene sus curiosidades.
—Como que el sol sale tarde.
—En efecto. Además, tanto elfos como trolls pasan por aquí, casi todos rumbo al este, y estoy sacando buenas fotos de ambas especies con las cámaras ventrales.
La cubierta se inclinó ligeramente.
—¿Descendemos? —preguntó Joshua.
—Sí, y me gustaría que Sally bajara a tierra con nosotros. Quiero capturar a un elfo, si es posible. Mi intención es intentar comunicarme con él.
Joshua soltó un bufido de escepticismo.
—No espero gran cosa del encuentro, pero nunca se sabe. Por si acaso, he fabricado cascos y armaduras para el cuello para vosotros dos. Así cualquiera que intente estrangularos desde atrás lo lamentará, cruce o no. Nos vemos en la grúa dentro de media hora.
Sally estaba vestida del todo cuando Joshua llamó a su puerta.
—¡Cascos! —protestó.
—Ha sido idea de Lobsang, lo siento.
—He sobrevivido en la Tierra Larga durante años sin niñeras como Lobsang. Vale, vale, aquí soy una pasajera, ya lo sé. ¿Alguna idea de lo que tiene planeado?
—Atrapar a un elfo, creo.
Sally sacó la lengua e hizo una pedorreta.
Lobsang detuvo el dirigible sobre un promontorio de roca muy erosionada. El terreno era un desierto de polvo color rojo óxido. Era una Tierra extraña hasta para los cánones de la mayoría de los Bromistas. Joshua se sentía pesado, como si tuviera los huesos forrados de plomo, y su mochila de siempre se le antojaba una carga. El aire era denso pero a la vez extrañamente insatisfactorio, y le costaba respirar. Soplaba un viento constante con un aullido vacío. En la yerma llanura no había hierba ni vegetación alguna, no había nada salvo una especie de pelusilla entre verde y violeta, como si la tierra no se hubiera afeitado esa mañana.
De vez en cuando Joshua veía, o mejor dicho, intuía un parpadeo. Algo que cruzaba, pensó, que llegaba y se iba con tanta rapidez que apenas había estado allí…
—¿Qué pasa con este sitio, Lobsang? —preguntó Sally—. ¡Parece un cementerio!
—Eso es, en efecto —dijo Lobsang—. Aunque un cementerio vacío hasta de huesos. —Se quedó inmóvil, como una estatua alrededor de la cual se arremolinaba el polvo—. Mirad a media altura del cielo, ligeramente a vuestra izquierda. ¿Qué veis?
Joshua entrecerró los ojos y se rindió.
—No sé qué busco.
—Algo que brilla por su ausencia —respondió Lobsang—. Si ocuparais este punto exacto en el Datum, ahora mismo estaríais viendo una tenue luna en el cielo diurno. Esta Tierra no tiene luna digna de tal nombre. Solo un puñado de rocas orbitando que no pueden distinguirse a simple vista.
Lobsang dijo que era una contingencia que había previsto. Era evidente que el impacto catastrófico que había creado la Luna de la Tierra Datum y la mayoría de sus hermanas no había tenido lugar allí. La Tierra sin Luna resultante tenía más masa que el Datum, motivo por el cual la gravedad tiraba más de ellos. La inclinación del eje era diferente, e inestable, y el mundo rotaba más deprisa, lo que provocaba un ciclo de días y noches diferente y un viento que azotaba sin tregua los continentes rocosos e inertes. No era un lugar para la vida: la ausencia de mareas hacía que se estancaran las aguas de los océanos, y no existía ninguna de las ricas zonas intermareales que tanto habían hecho en el Datum para fomentar la evolución de la vida compleja.
—Esa es la teoría general —dijo Lobsang—. Por si fuera poco, sospecho que este mundo no recibió su dosis de agua durante el gran chaparrón de finales de la creación del sistema solar, cuando los cometas caían como granizo. A lo mejor está relacionado de alguna manera con el gran impacto que creó la Luna, o su ausencia. Por desgracia, este planeta es un perdedor; lo más probable es que hasta nuestro Marte saliera mejor parado.
Sin embargo, tenía sus compensaciones. Cuando Joshua se hizo sombra en los ojos, distinguió una franja de luz, perfectamente nítida, que atravesaba el cielo de parte a parte. Aquella Tierra estaba rodeada por un sistema de anillos, como los de Saturno. Una imagen espectacular desde el espacio, con toda probabilidad.
—Ahora mismo, espero a un troll —explicó Lobsang—. Llevo quince minutos lanzando un aullido ultrasónico de socorro en lenguaje troll, y estoy extrudiendo feromonas de las suyas, que son muy fáciles de duplicar.
—Eso explica por qué me duelen los dientes —dijo Sally—. Y por qué pensaba que alguien no se había duchado hoy. ¿Es necesario que nos quedemos por aquí? Este aire es una mierda, y apesta.
Tenía razón en lo de la peste, pensó Joshua. Ese mundo olía como la casa vieja del extremo sucio de la calle a la que te decían que nunca fueses, la que habían cerrado y tapiado después de la muerte de su último ocupante. Le ofendía, más aún que el mundo de los cuasidinosaurios. Vale, los constructores de los Rectángulos se habían extinguido, pero al menos habían vivido, habían tenido una oportunidad.
«Pero quizá —pensó— los humanos podrían dar vida a este mundo desolado». ¿Por qué no? A él le gustaba reparar cosas, y ese lugar daba para un montón de reparaciones. Eso sí que sería algo digno de contar a los nietos. Seguía habiendo bolas de nieve de sobras en la nube de Oort, y una nave espacial bastante pequeña lanzada con la trayectoria adecuada podía alinearse para desviar una y llevar al planeta un poco de agua. «Una vez traída el agua, ya estaríamos a flote, valga la expresión…». Pero todo eso era una quimera. La humanidad había empezado a dar la espalda a cualquier exploración del espacio que fuese más allá de los medios electrónicos, antes incluso de que se descubriera la Tierra Larga, que ofrecía un sinfín de mundos habitables a un tiro de piedra.
Lobsang interrumpió las cavilaciones de Joshua.
—Hay trolls en camino. No han tardado mucho. Cruzan en manadas, claro, de modo que esperad un gran número. Quedáis avisados de que pienso cantarles. Acompañadme si lo deseáis. —Carraspeó teatralmente.
No fue solo la unidad itinerante la que empezó a cantar. El sonido de la voz de Lobsang arrancó como una ola, atronando desde todos los altavoces del dirigible:
—«Keep right on to the end of the road, Keep right on to the end. Tho’ the way be long, let your heart be strong, Keep right on to the end…» —Se elevaban los ecos, muy probablemente los primeros de una voz humana que había conocido aquel páramo muerto—. «Tho’ you are tired and weary still journey on, Till you come to your happy abode, Where all the love you’ve been dreaming of, Will be there at the end of the road…»[6]
Sally no pudo hacer otra cosa que mirarlo atónita.
—Joshua, dime que no se le han escacharrado los circuitos. ¿Qué demonios canta?
Con rapidez y discreción, Joshua le contó la historia del soldado Percy Blakeney y sus amigos rusos en una Francia desconocida, lo que pareció desconcertarla aún más.
Pero los trolls llegaron. Para el final de la canción, Lobsang estaba rodeado de criaturas que ululaban en armonía con él.
—Son buenos, ¿eh? ¡Eso es memoria colectiva y lo demás son tonterías! Y ahora, tened paciencia mientras intento averiguar qué les inquieta.
Mientras los trolls se apiñaban en torno a Lobsang como niños grandes y peludos alrededor del Papá Noel de unos grandes almacenes, Joshua y Sally se apartaron un poco, lo que supuso un alivio. Los trolls harían lo imposible por no pisar a un humano, pero al cabo de un rato su almizcle, aunque no apestara exactamente, acababa por apoderarse de los senos nasales.
Lo malo era que no se encontraban en el mejor mundo para dar un paseo mientras esperaban. Allí no había nada de nada, y punto. Joshua se arrodilló e hizo palanca al azar para levantar un poco de aquella pelusa verde. Debajo había un par de pequeños escarabajos, que ni siquiera tenían una iridiscencia interesante, pues eran marrones como el barro. Dejó caer otra vez el parche de pelusa.
—¿Sabes qué? —dijo Sally—. Si mearas ahí encima harías un favor a esos escarabajos. ¡De verdad! No miraré. Ese trozo de suelo tendrá más nutrientes que los que han visto en mucho tiempo. Lo siento, ¿te ha parecido ofensivo?
Joshua meneó la cabeza con aire distraído.
—No. Solo un poco incongruente.
Sally se rio.
—¡Incongruente! Lobsang canta Harry Lauder en un planeta desolado y ahora está rodeado de trolls. No sé por qué, pero «incongruente» no acaba de describirlo bien, ¿no te parece? Y ahora ya no me hormiguean tanto los empastes. Los trolls se van yendo, ¿lo ves?
Joshua lo veía. Era como si una mano invisible estuviera recogiendo piezas de un tablero de ajedrez, pero quitando primero las reinas y los peones, luego los alfiles y las torres y, por último, los caballos y los reyes.
—Las madres se van primero —explicó Sally—, porque le partirían la crisma a cualquiera que amenazase a sus crías. Los ancianos en medio y los machos los últimos, en la retaguardia de la columna. Los elfos atacan por detrás, ya lo sabes, o sea que no hay que dejar la espalda desprotegida.
Se fue el último troll y no quedó más que una ligera mejoría en la calidad del aire.
Lobsang se les acercó con andares desenfadados.
—¿Cómo lo hace? —dijo Sally—. ¡Ahora camina como John Travolta!
—¿No has oído cómo la cubierta de fabricación trabaja día y noche? Se mejora sin parar, se reconstruye a todas horas. Como harías tú en un gimnasio, ¿comprendes?
—Jamás en mi vida he ido a un gimnasio, caballero. Cuando te buscas la vida a solas en la Tierra Larga, o estás en forma o estás muerto. —Sally sonrió—. Aunque mira lo que te digo, ojalá tuviera unas piernas como esas.
—Tus piernas no tienen nada de malo. —Y Joshua lamentó esa frase nada más haberla pronunciado.
Sally se limitó a reír.
—Joshua, eres divertido, un buen compañero, de fiar y todo eso, aunque seas un poco raro. Algún día podríamos ser amigos —dijo con algo más de dulzura—. Pero por favor, no hagas comentarios sobre mis piernas. Has visto poco de ellas porque la mayor parte del tiempo están dentro de unos pantalones de primera calidad a prueba de espinas. Y fantasear es de mal gusto, ¿vale?
Para alivio de Joshua, Lobsang llegó hasta ellos, sonriente.
—Reconozco que estoy bastante pagado de mí mismo.
—Nada nuevo, entonces —comentó Sally.
—No hemos atrapado a ningún elfo —señaló Joshua.
—Ah, eso ya no es necesario. He cumplido mi objetivo. En Buen Viaje aprendí los rudimentos de la comunicación troll, pero aquella población sedentaria no pudo decirme gran cosa sobre las fuerzas que impulsan la migración. Ahora, estos trolls silvestres me han contado más, mucho más. ¡No digas ni una palabra, Sally! Responderé a todas vuestras preguntas. Subamos a bordo. Todavía nos queda por delante una larga travesía, quizá hasta el mismísimo final de la Tierra Larga. ¿Verdad que será divertido?