Por la mañana, Lobsang había vuelto. Joshua lo notó, percibió que una especie de resolución había regresado a la nave, antes incluso de que la unidad itinerante se le uniera en la cubierta de observación mientras se tomaba el primer café del día. Sally, evidentemente, aún dormía.
Iban cruzando suavemente, y los mundos desfilaban por debajo de ellos. Como siempre, la Tierra Larga consistía más que nada en bosques y agua, silencio y monotonía. A Joshua le alegraba verse libre de la extrañez de Buen Viaje, tan difícil de identificar, pero al retomar su avance hacia el oeste había regresado la creciente presión de su cabeza. Intentó sin éxito no hacerle caso.
Permanecieron los dos en silencio. No se hizo mención a los amigos trolls de Lobsang que se habían marchado, ni a su episodio de desconexión. Joshua no sabía interpretar el estado de ánimo de Lobsang. Se preguntó vagamente si se sentiría solo sin los trolls, decepcionado por su decisión de desembarcar, frustrado por dejar inacabada su investigación. Inquietaba un poco que Lobsang pareciese estar volviéndose más inestable, más impredecible. Una sobrecarga de experiencias nuevas, tal vez.
Al cabo de una hora de silencio, Lobsang dijo, sin previo aviso:
—¿Alguna vez piensas en el futuro, Joshua? El futuro lejano, quiero decir.
—No. Pero seguro que tú sí.
—La difusión de la humanidad por la Tierra Larga sin duda causará algo más que meros problemas políticos. Puedo prever una época en que la humanidad esté tan dispersa a lo largo y ancho de los múltiples mundos que surjan diferencias genéticas significativas en ambos extremos de la hegemonía humana. Quizá tendrá que imponerse alguna clase de migración cruzada para garantizar que la humanidad siga siendo lo bastante homogénea para permanecer unida…
Abajo, un bosque en llamas hizo que el dirigible bailara por un momento al compás de las turbulentas corrientes térmicas.
—No creo que necesitemos preocuparnos por eso todavía, Lobsang.
—Ya, pero yo sí me preocupo, Joshua. Y cuanto más conozco la Tierra Larga, más me impresiona su escala y más me angustio. La humanidad intentará controlar un imperio galáctico, a todos los efectos, en un solo planeta repetido hasta el infinito.
El dirigible se detuvo con un temblor. El mundo de abajo estaba envuelto en nubes bajas.
Sally entró en la cubierta, en albornoz y con el pelo metido en una toalla.
—¿De verdad? ¿Tenemos que copiar los errores del pasado? ¿Tiene que haber legiones romanas marchando sobre infinitos mundos nuevos?
—Buenos días, Sally —saludó Lobsang—. Espero que hayas descansado.
—Lo mejor de la cerveza de Buen Viaje es su pureza, como las mejores de las mejores cervezas alemanas. Nada de resaca.
—Aunque anoche hiciste todo lo posible por poner a prueba esa teoría —observó Joshua.
Sally no se dio por aludida y miró a su alrededor.
—¿Por qué viajamos tan poco a poco? ¿Y por qué, mejor dicho, hemos parado?
—Hemos viajado poco a poco para que pudieses dormir hasta tarde, Sally —respondió Lobsang—. Pero además he tomado en cuenta tus críticas. Vale la pena inspeccionar los pequeños detalles, y por eso he desacelerado el vuelo de nuestro pene celestial, como lo describiste con tanta gracia. Pequeños detalles como la reliquia de una civilización avanzada que tenemos justo debajo. Motivo por el cual hemos parado.
Joshua y Sally, estupefactos, cruzaron una mirada.
Mientras la nave descendía, escudriñaron la neblina.
—Mi radar devuelve imágenes del otro lado de la nube —dijo Lobsang, en apariencia mirando el vacío—. Veo el valle de un río que obviamente se secó hace mucho. Una llanura aluvial cultivada. No hay alta tecnología electromagnética o de otro tipo reconocible. Indicios de construcción planificada en la orilla… incluido un puente, roto hace mucho. ¡Y rectángulos en el suelo, amigos míos, rectángulos de piedra o ladrillo! Pero ninguna señal de que sobreviva vida compleja. No tengo ni idea de quiénes fueron los constructores. Quizá sea un desvío respecto de nuestra meta principal, pero estoy seguro de que hablo por todos nosotros si propongo que efectuemos un examen inicial de este fenómeno. ¿Acierto?
Una vez más Joshua y Sally se miraron.
—¿Qué clase de armas llevamos? —preguntó ella.
—¿Armas?
—Más vale prevenir.
—Si te refieres a armas portátiles —dijo Lobsang—, tenemos varios cuchillos, pistolas ligeras pero aun así muy útiles, ballestas que disparan un surtido de dardos adaptados a los tipos metabólicos que cabe esperar encontrarse y que oscilan en potencia desde «un poco soñoliento» hasta «muerto al instante», identificados por colores, con opciones en braille y con pictogramas. De estas municiones estoy bastante orgulloso. Instaladas en el dirigible tenemos una serie de armas de proyectil a mi disposición. En caso de necesidad, puedo fabricar un tanque pequeño pero muy sigiloso.
Sally resopló.
—No necesitaremos un tanque. Nos las vemos con una civilización extinta. Aunque las civilizaciones extintas pueden dejar sorpresas desagradables.
Lobsang guardó silencio por un instante.
—Por supuesto. Tienes razón. Hay que prepararse como es debido. Esperad, por favor.
Se puso en pie y atravesó su puerta azul. Joshua y Sally cruzaron otra mirada.
Después, al cabo de unos minutos, la puerta se abrió y la unidad itinerante salió a cubierta, equipada con un sombrero de ala, un revólver enfundado y, cómo no, un látigo.
Sally lo miró atónita.
—¡Bueno, Lobsang, acabas de superar mi test de Turing particular!
—Gracias, Sally, recordaré con placer ese comentario.
Joshua estaba anonadado.
—¿Has fabricado un látigo en unos minutos? Trenzar cuero lleva tiempo. ¿Cómo lo has hecho?
—Aunque me gustaría darte la impresión de que soy omnipotente, debo reconocer que ya había un látigo en el manifiesto. Un utensilio sencillo y versátil, que requiere poco mantenimiento. ¿Qué, vamos a explorar?
Descendieron a un desierto cercano. Joshua se descubrió en un valle ancho, con un puñado de árboles raquíticos en el suelo que luchaban por sobrevivir y, a ambos lados, acantilados perforados por cuevas. No había indicios de fauna, observó, ni tan solo un ratón del desierto. Divisó los restos del puente roto que les había mencionado Lobsang y los surcos rectangulares en el suelo.
Pero lo olvidó todo al instante, porque valle abajo había un edificio: un rectángulo condenadamente grande que desde el aire quizá no pareciera gran cosa, pero que allí abajo se antojaba la sede central de algún conglomerado internacional con aversión a las ventanas.
Partieron hacia él. Abrían la marcha Lobsang y su sombrero.
—En términos generales —dijo Lobsang—, como la realidad no tiene sentido de la narrativa, los emplazamientos antiguos no rebosan de cuchillas móviles que decapiten o paneles de roca que se retraigan para disparar dardos. Es una pena, ¿verdad? Sin embargo, he detectado una colección de símbolos enigmáticos que sí que es de libro. Los acantilados del valle parecen de piedra caliza gris pálida y han sido horadados a conciencia por criaturas desconocidas. A primera vista la simbología no guarda relación con ninguna escritura humana conocida. Por su parte, el gran edificio de delante está construido con bloques negros, de basalto quizá, no muy bien rematados en términos de mampostería. No se observa ninguna entrada obvia desde este lado, pero creo que desde el aire he visto en el lado opuesto del edificio algo parecido a una cara en pendiente, una sombra; una vía de entrada, tal vez. —Luego añadió, sin entonación—: ¿No es divertido? ¿Algún comentario?
Sally respondió:
—Solo que estamos a un kilómetro y medio de la cosa y no tenemos tu vista, Lobsang. Compadécete de nosotros, pobres mortales, haz el favor. ¿Por qué nos has hecho aterrizar tan lejos?
—Os pido disculpas a los dos. Me ha parecido prudente acercarnos con cautela.
—Lo hace por rutina, Sally —señaló Joshua.
Siguieron caminando mientras el dirigible flotaba a su espalda. Había pedregales amontonados al pie de las laderas del cañón y, aquí y allá, entre los escasos árboles, pequeños tramos de liquen, musgo y hierbajos que habían conseguido implantarse. Pero seguían sin ver vida animal, ni siquiera algo parecido a un buitre en el cielo. Era un lugar inhóspito, un lugar donde hacía mucho tiempo que no ocurría nada y seguía no ocurriendo en aquellos momentos. Y hacía calor: el sol, que asomaba entre las nubes, se reflejaba en las laderas, y el árido cañón ya parecía un horno solar. Eso no arredraba a Lobsang, que avanzaba a grandes zancadas como si entrenase para las Olimpiadas. Joshua, sin embargo, se sentía acalorado, rebozado en polvo y cada vez más inquieto.
Llegaron al imponente edificio y Sally dijo:
—Madre mía, ¿veis esto? ¡No te das cuenta de lo grande que es hasta que te acercas!
Y Joshua alzó la vista, y luego la alzó más aún, para abarcar la lisa fachada del edificio. No era lo que se dice un prodigio de la arquitectura: no tenía nada de especial, en realidad, aparte de su pura escala. Los bloques de roca negra parecida al basalto con los que estaba construido habían sido tallados toscamente para que encajaran, pero no eran de un tamaño uniforme. Incluso desde allí se veían brechas e imperfecciones, algunas de las cuales se habían rellenado aquí y allá con un mortero que parecía compuesto de guano y nidos, pero de aquello hacía ya mucho tiempo.
—Bonita arquitectura —comentó Sally—. Alguien encargó «grande, pesado y que dure para siempre», y eso le dieron. Vale, vamos a dar una vuelta hacia la entrada y esquivaremos la bola rodante de roca…
—No —dijo Lobsang bruscamente a la vez que paraba en seco—. Cambio de planes. He detectado un peligro bastante más insidioso. La estructura entera es radioactiva. Solo a corto alcance, imposible de detectar a distancia, mis disculpas. Sugiero que desandemos nuestro camino con suma presteza. Sin discusión. Por favor, no malgastéis aliento hasta que estemos a salvo.
No corrieron, exactamente; llamémoslo un paso muy decidido.
—¿Y qué es este sitio, entonces? —preguntó Joshua—. ¿Una especie de vertedero?
—¿Has apreciado una variedad de signos que indiquen que entrar en ese edificio sin la debida preparación equivale a la muerte? No, yo tampoco. El nivel tecnológico parece demasiado bajo para que esto sea una especie de reactor nuclear u otra instalación por el estilo. Sospecho que no sabían lo que tenían entre manos. Mi conjetura es que esta cultura topó con un mineral bastante útil y de interesantes propiedades, quizá una pila nuclear natural…
—Como en Oklo —dijo Joshua.
—En Gabón, sí. Una concentración natural de uranio. Aquí encontraron algo que hacía brillar el cristal sagrado, tal vez… Lo verían como una obra de los espíritus, ¿no os parece?
—Unos espíritus que acabaron por matar a sus acólitos —señaló Sally.
—Por lo menos podemos investigar algunas de las cuevas más alejadas antes de partir —dijo Lobsang—. En teoría están lo bastante separadas del templo, o lo que sea esto, para resultar seguras.
La primera cueva que exploraron era grande, amplia, fresca… y estaba abarrotada de muertos.
Por un momento los tres se quedaron quietos en la entrada de ese osario. La estampa consternó del todo a Joshua, pero a la vez, de algún modo, parecía una culminación apropiada para aquel lugar letal y decepcionante.
Entraron con paso cauteloso, pisando tierra despejada siempre que podían encontrarla. Los esqueletos eran frágiles, y muchos parecían a punto de desmigajarse. Debían de haber amontonado los cuerpos allí, pensó Joshua, quizá con prisas, en los últimos días de la comunidad, cuando no quedaba nadie para ocuparse de las honras fúnebres, fueran cuales fuesen. Pero ¿qué eran esas criaturas o, más bien, qué habían sido? A primera vista podrían haber sido más o menos humanas. Para el ojo inexperto de Joshua parecían bípedos, como le indicaban los huesos de las piernas y las caderas esbeltas. Pero no había nada humanoide en sus cráneos esculpidos como yelmos.
En el corazón de la cueva, la tripulación del Mark Twain se detuvo con una considerable sensación de impotencia. Lobsang giró la cabeza a velocidad constante con un leve zumbido, por una vez mecánicamente y sin artificio alguno para parecer humano, escudriñando y grabando los símbolos grabados en las paredes.
—¿Os habéis fijado? —preguntó Sally—. Ningún carroñero ha tocado estos cadáveres. Nada los ha alterado desde que los tiraron aquí.
Lobsang murmuró mientras trabajaba.
—He lanzado el dron de costumbre, por cierto. No hay trazas de tecnología ni de inteligencia avanzada en ningún otro punto de esta versión de la Tierra. Solo aquí. El misterio se amplía.
Sally gruñó.
—A lo mejor la sustancia venenosa que los atrajo aquí les sirvió de inspiración para alcanzar su apogeo cultural… antes de matarlos. Qué ironía. Por supuesto, existe otra posibilidad.
—¿Cuál? —preguntó Joshua.
—Que la pila nuclear de debajo del templo no tuviese nada de natural, sino que fuese muy, muy antigua.
Joshua y Lobsang no tenían respuesta para eso.
—Pero aun así —prosiguió Sally—, ¿una civilización de dinosaurios? Es un hallazgo único.
—¿Dinosaurios? —preguntó Joshua.
—Fíjate en esos cráneos con cresta.
—Una civilización constituida por descendientes evolutivos posteriores a los dinosaurios, tal vez —matizó Lobsang, quisquilloso—. Tenemos que ser precisos con los términos.
Joshua contempló un fragmento de hueso, que probablemente fuera un dedo, adornado por un anillo de oro enorme y con zafiros incrustados. Se agachó para recogerlo.
—Mirad esto. No puede ser más que un adorno. Eran muy parecidos a nosotros, dinosaurios o no. Eran sapientes. Usaban herramientas. Crearon edificios, al menos una ciudad, esta. Y tenían arte, ornamentación…
—Sí —dijo Lobsang—. Eran como nosotros en un aspecto esencial, en el que diferían de, pongamos, los trolls. Estas criaturas, al igual que nosotros, crearon un entorno cultural a su alrededor. Nuestros artefactos, nuestras ciudades, son almacenes externos de la sabiduría de tiempos pasados. No parece que los trolls tengan nada parecido, aunque a lo mejor sus canciones son un paso en esa dirección. Estas criaturas poseían esa facultad, está claro.
—Parece que hasta eran bípedos erguidos, como nosotros —dijo Joshua—. ¿O no?
—Quizá estemos viendo más universalitaes —respondió Lobsang—; el bípedo erguido es una forma apropiada para manejar herramientas, siempre que partamos de un diseño corporal de cuatro extremidades. Y a lo mejor las criaturas encarnadas e inteligentes que utilizan herramientas tienen una tendencia natural a concentrarse en algo parecido a las ciudades. Tal vez hasta sea común la atracción por los ornamentos brillantes. Aun así, todo se perdió. Se envenenaron y ahora nos están envenenando a nosotros.
Sally miró a Joshua.
—Me siento como si acabara de descubrir que tuve un gemelo que nació muerto.
—No tiene mucho sentido que pasemos más tiempo aquí —dijo Lobsang—. Es evidente que este sitio requiere una expedición arqueológica adecuadamente equipada, con trajes antirradiación. Se conservará, al fin y al cabo; estamos lejos del Datum y dudo que vengan turistas en mucho tiempo. Hala, niños. Vamos a casa. Aquí no hay nada para nosotros.
Mientras se dirigían de vuelta hacia la grúa, Joshua dijo con amargura:
—Vaya un desperdicio, ¿no os parece? Todos estos mundos. ¿Qué sentido tienen, sin mente?
—Así son las cosas —replicó Lobsang—. Adoptas la perspectiva equivocada. ¿Qué probabilidad hay de que encontremos vida inteligente en otros planetas? Los astrónomos han detectado varios millares de planetas de otras estrellas, pero de momento no hay nada que nos dé motivo alguno para creer que haya alguien más ahí fuera. Quizá sea difícil que evolucione la inteligencia capaz de emplear herramientas. Y quizá deberíamos estar agradecidos por haber estado tan cerca de conocer a estas criaturas, en un punto tan cercano del espacio de probabilidades.
Sally dijo:
—Pero si estas criaturas eran sensitivas, ¿por qué las hemos encontrado en un solo mundo? Habríamos visto pruebas de su existencia en los mundos vecinos, ¿no? Por lo menos en este enclave. ¿No podían cruzar, a pesar de su inteligencia?
—Tal vez no —contestó Lobsang—. O tal vez los cruzadores naturales fueron desterrados por los que no podían cruzar, como parece que está sucediendo en la Tierra Datum ahora mismo. Quizá esto sea un vistazo a nuestro futuro.
Sally y Joshua, dos cruzadores naturales que lo habían llevado en secreto, intercambiaron una mirada de comprensión.