El dirigible cruzó a lo largo de toda la noche y, por una vez, Joshua tuvo la impresión de que notaba hasta el último salto. Concilió algo parecido al sueño momentos antes del amanecer y pudo descansar como mucho una hora antes de que Sally aporrease su puerta.
—Enseña la patita, marinero.
Joshua gimió.
—¿Qué pasa?
—Anoche di a Lobsang unas coordenadas a las que dirigirse. Hemos llegado.
Después de vestirse, Joshua bajó corriendo a la cubierta de observación. El dirigible estaba inmóvil. No se encontraban muy lejos de la costa del Pacífico en esa versión del estado de Washington. Y por debajo de ellos, en las profundidades remotas de la Tierra Larga, mucho más allá de donde se creía que había llegado el frente de la ola colonizadora, había una localidad donde ninguna tenía derecho a existir. Joshua no pudo hacer otra cosa que mirar atónito. El pueblo se extendía a lo largo de la ribera de un río de tamaño razonable, con una agrupación desordenada de edificios y varios caminos que serpenteaban entre un bosque espeso y húmedo. Pero no había campos, por lo que alcanzaba a ver, ni indicios de agricultura. Había gente por todas partes, haciendo lo que hacía siempre la gente cuando tenía una aeronave encima, que era señalar hacia arriba y parlotear con emoción. Pero sin granjas, ¿cómo podía sobrevivir una comunidad tan densamente poblada?
Mientras tanto, junto al río vieron unas formas grandes y familiares… no del todo humanas. No del todo animales.
—Trolls.
Sally lo miró de reojo, sorprendida.
—Así los llaman por aquí. Como ya sabías, obviamente.
—Como Lobsang sabía antes de que partiéramos.
—Supongo que debería estar impresionada. Habéis coincidido con ellos, ¿verdad? Joshua, si quieres entender a los trolls, si quieres entender la Tierra Larga, tienes que entender este sitio. Por eso te he traído.
»Te oriento, Joshua. Si esto fuera el Datum, estaríamos flotando sobre una localidad llamada Humptulips, en el condado de Grays Harbor. No estamos tan lejos de la costa pacífica. Por supuesto, varían los detalles del paisaje, el trazado del río. Espero que tengan al fuego la crema de almejas.
—¿Crema de almejas? ¿Tanto conoces este sitio?
—Pues claro.
A su manera, era tan irritante y repelente como Lobsang.
El dirigible se detuvo sobre un ancho cuadrado de tierra en pleno centro del pueblo. Los edificios de madera vieja repartidos alrededor de la plaza, algunos erigidos sobre bases de piedra de aspecto erosionado, llamaron la atención de Joshua en el acto por su antigüedad. Tuvo la impresión inmediata de que esa población, de quizá un par de centenares de personas, existía desde mucho antes del Día del Cruce. La plaza en sí estaba dominada por una maciza edificación comunitaria de madera que, según Sally, se conocía sencillamente como el ayuntamiento, y los condujo hasta su interior. El edificio, construido sobre un armazón de recias vigas de cedro, tenía el techo alto, suelos y muebles de madera encerada, ventanas sin vidrios a ras de los ojos y grandes puertas en ambos extremos. La hoguera del centro aportaba un resplandor bastante aceptable.
Lobsang había bajado con ellos en su unidad itinerante, vestido con una túnica de color azafrán para la ocasión. A pesar de sus hechuras de culturista ochentero, nunca había parecido más tibetano. Además, daba muestras de una inusual timidez, cosa que tampoco era de extrañar, dado que el salón estaba lleno de lugareños que lo miraban con descaro y sonreían, y de trolls, mezclados con las personas, que les hacían el mismo caso que una familia a sus perros durante un picnic. El aire estaba cargado de su característico olor almizclado y ligeramente desagradable.
En el ayuntamiento, en efecto, tenían crema de almejas cocinándose en varios calderos enormes, un manjar de lo más incongruente dado lo lejos que estaban del Datum.
El alcalde los saludó. Era un hombre menudo y acicalado de acento centroeuropeo. Sally lo conocía, por supuesto. Le entregó un pequeño paquete en cuanto se vieron, y él los llevó a una mesa central.
Sally vio que Joshua observaba de reojo la entrega.
—Pimienta.
—Haces muchos trueques, ¿no?
—Supongo. ¿Tú no? Y me quedo a temporadas. No solo aquí. Si encuentro colonos lo bastante interesantes, me instalo un tiempo y les ayudo con sus granjas o lo que sea. Así se aprende un mundo, Joshua. Mientras que vosotros dos, paseando a toda máquina en vuestro enorme pene celestial, no aprendéis nada.
—Te lo dije —murmuró Joshua discretamente a Lobsang.
—Tal vez —replicó Lobsang en voz baja—. Pero aun así, pese a todos nuestros defectos, ha vuelto a nosotros. Tienes razón, Joshua. Quiere algo. Entre todas estas distracciones, debemos perseverar para averiguar de qué se trata.
Sally seguía hablando.
—Este sitio es bastante único entre mis apeaderos, sin embargo. Lo llamo Buen Viaje.
—Salta a la vista que lleva aquí mucho tiempo —observó Lobsang.
—Muchísimo tiempo. Parece que la gente termina llegando aquí, sin más… Es como una especie de imán para las personas. Ya veréis.
El alcalde se presentó solo como Spencer. Mientras saboreaban la crema de almejas, habló de buena gana sobre su peculiar comunidad.
—«Imán para las personas». Sí, a lo mejor es algo así. Pero con el paso de los siglos la gente que ha ido llegando le ha puesto otros nombres, o lo ha maldecido, en una gran multitud de lenguas. Hay materiales de construcción muy antiguos y hemos encontrado huesos viejos, algunos metidos en toscos ataúdes. Siglos, sí. Llega gente desde hace mucho, mucho tiempo. ¡Milenios, incluso!
»Por supuesto, la mayor parte de la población que ven hoy en día nació aquí, como yo mismo, pero siempre hay un goteo de recién llegados. Ninguno de esos colonos nuevos sabe cómo ha llegado hasta aquí, y todos nos vienen con la misma historia: un día estás en la Tierra, el Datum, como la llaman ahora, ocupado en tus asuntos, y de repente apareces aquí. En ocasiones hay tensión de por medio, gente que intenta huir de algo, pero no es lo normal. —Bajó la voz—. A veces llegan críos solos, de la calle. Niños y niñas perdidos. Algunos muy pequeños. A menudo es la primera vez que cruzan. Siempre los acogemos con los brazos abiertos, pueden estar seguros. Prueben la cerveza, por favor, me gusta pensar que nos sale buena. ¿Un poco más de crema, señor Valienté? ¿Por dónde iba?
»Por supuesto, hoy en día nuestros hombres de ciencias se inclinan por la idea de que es alguna clase de singularidad física, una especie de agujero en el espacio, lo que conduce aquí a la gente. A diferencia de la antigua opinión de que este lugar está en el centro de alguna clase de misteriosa maldición o, posiblemente, dadas las circunstancias, bendición.
»En cualquier caso, aquí estamos, varados por llamarlo de algún modo, aunque me atrevería a decir que ningún náufrago arribó jamás a una orilla más hospitalaria. Poco podemos quejarnos. Por lo que cuentan los recién llegados, la mayoría de nuestros mayores se alegran de haberse perdido gran parte de los aspectos del siglo XX. —Spencer suspiró—. Algunos llegan pensando que han ido a parar al cielo. La mayoría están desorientados y a veces tienen miedo. Pero todos los que llegan son bienvenidos. Gracias a los recién llegados podemos enterarnos de cómo les va a todas las demás Tierras. Y agradecemos cualquier nueva información, conceptos, ideas y talentos; recibimos con los brazos muy abiertos a ingenieros, médicos y científicos. Pero me complace decir que hoy en día estamos desarrollando nuestra propia cultura, por así decirlo.
—Fascinante —murmuró Lobsang mientras introducía cucharadas de crema entre sus labios artificiales con esmero—. Una civilización humana indígena, surgida de forma espontánea en los confines de la Tierra Larga.
—Y un modo nuevo de viajar —añadió Joshua, un poco aturdido por aquel último salto conceptual—. Una manera de atajar y evitar la procesión cruce a cruce. —«O mejor dicho, otra manera», pensó al acordarse de Sally y del tartamudeo que había mencionado.
—Sí. Está claro que la Tierra Larga es más extraña incluso de lo que parece. Puede que aprendamos mucho sobre su conectividad estudiando este lugar. Pero está por ver lo útil que será este nuevo fenómeno.
—¿Útil?
—Menos, si es como un agujero de gusano fijo, un túnel entre dos puntos determinados…
—Como la madriguera de conejo que llevaba al País de las Maravillas —dijo Joshua.
—Debemos descubrir todo lo que podamos.
Sally, entretanto, observaba comer a Lobsang, boquiabierta.
—Joshua… ¿Come?
Joshua sonrió.
—¿No se vería más raro que no lo hiciera, en esta compañía? No parece inquietar a nadie más. Ya lo hablaremos.
Spencer se recostó en su silla.
—A Sally ya la conocemos muy bien, por supuesto. Háblenme de ustedes, por favor, caballeros. Es evidente que el mundo está cambiando, ¡y ese cambio nos ha traído su maravilloso zepelín! Usted primero, Lobsang. Disculpará la curiosidad que nos inspira su exótica presencia en particular.
Por primera vez en la experiencia de Joshua, allí, en aquel lugar abarrotado y social, con los trolls observándolos con actitud de público de cabaret, pareció que Lobsang estaba azorado. Fue uno de esos momentos en los que Joshua de verdad no sabía si Lobsang era en última instancia un auténtico ser humano o solo una simulación increíblemente ingeniosa, experta en imitar aspectos humanos tan sutiles como la vergüenza. Lobsang carraspeó.
—Para empezar, soy un alma humana, aunque mi cuerpo sea artificial. ¿Le resulta familiar el concepto de la prostética? El uso de extremidades artificiales, órganos para sostener la vida… Considéreme un caso extremo.
Spencer no se inmutó ni un ápice.
—¡Asombroso! Qué gran paso adelante. A mi edad uno empieza a preguntarse por qué el universo coloca la inteligencia en unos receptáculos tan frágiles como nuestros cuerpos humanos. ¿Puedo preguntarle si posee algún talento especial que desee compartir con nosotros? Es lo que preguntamos a todos los recién llegados, de modo que le ruego que no se ofenda.
Joshua gimió en su fuero interno, previendo la reacción de Lobsang.
—¿Talentos especiales? Sería más fácil enumerar las excepciones. No se me dan muy bien las acuarelas, todavía… —Echó un curioso vistazo a su alrededor—. Está claro que esta es una comunidad inusual, con una inusual historia de desarrollo. ¿Qué hay de la industria? Hierro tienen, es evidente. ¿Acero? Bien. ¿Plomo? ¿Cobre? ¿Estaño? ¿Oro? ¿Radio inalámbrica? Sin duda han dejado atrás la era del telégrafo. Además, imprentas, si tienen papel…
Spencer asintió.
—Sí, pero solo hecho a mano, me temo. Desde unos visitantes de la época isabelina. Hicimos mejoras, por supuesto, pero no hemos tenido la suerte de que llegara un artesano ducho en la fabricación de papel desde hace un tiempo considerable. Dependemos de los talentos aleatorios de quienes acaban encallando aquí.
—Si me proporcionan metales ferrosos, les fabricaré una imprenta que funcione con energía hidráulica… si conocen la energía hidráulica.
Spencer sonrió.
—Tenemos molinos de agua desde la época de los romanos.
Una vez más, Joshua se asombró ante la profundidad de tiempo que representaba aquel lugar. A Sally parecía hacerle gracia su reacción.
—En ese caso puedo construir un alternador resistente. Corriente eléctrica. Alcalde, puedo dejarles una enciclopedia de los descubrimientos en medicina y tecnología hasta el día de hoy, aunque les recomendaría ir poco a poco. El shock del futuro, ya saben.
Un murmullo generalizado de aprobación recorrió la multitud que se había reunido a su alrededor en el salón, atraída por la extrañeza de Lobsang.
Pero Sally, que llevaba un rato escuchando con impaciencia, dijo:
—Es muy amable por tu parte, Lobsang, pero todo este asunto en plan Robert Heinlein tendrá que esperar. Estamos aquí por el problema, ¿recuerdas? —Miró a Spencer—. Y vosotros sabéis muy bien de lo que hablo.
—Ah. ¿La migración troll? Por desgracia, Sally tiene razón. Hay claros motivos de preocupación. Es un problema de cocción lenta, podría decirse, pero que según creemos tiene serias repercusiones a lo largo y ancho de los mundos, la Tierra Larga, como dicen ustedes. Pero hasta eso puede esperar a mañana, Sally. Vayamos a disfrutar del sol. —Los acompañó al exterior del edificio—. Son muy bienvenidos aquí, no puedo insistir lo suficiente. Comprobarán que acogemos a hijos errantes de todas las familias de la humanidad. A Sally le ha dado por llamar a este sitio Buen Viaje, lo que nos parece divertido. Pero para nosotros es el hogar, sin más. Siempre hay sitio libre para dormir en el ayuntamiento, pero si prefieren la intimidad todas las cabañas familiares son espaciosas. Sean bienvenidos, bienvenidos…