El dirigible paró otra vez, en un mundo yermo cuyo aire apenas resultaba respirable cuando Joshua lo probó, pero que apestaba a ceniza bajo un cielo encapotado hacia el que ascendieron los consabidos cohetes-sonda.
—Un mundo postapocalíptico —dijo Lobsang—. Posiblemente tuvo un impacto de asteroide, aunque mi primera hipótesis sería un Yellowstone, tal vez hace un siglo. Puede que haya vida en el hemisferio meridional, pero la naturaleza tardará mucho en hacer limpieza.
—Es un erial.
—Por supuesto que lo es. La Tierra mata a sus hijos una y otra vez. Pero ahora las reglas son diferentes. Sabemos que el volcán que hay debajo del Parque Nacional de Yellowstone en la Tierra Datum se volverá agresivamente activo en el futuro cercano. ¿Y qué es lo que pasará? Que la gente cruzará a otro mundo. Por primera vez en la historia humana, semejante calamidad será una molestia, en vez de una tragedia. Hasta que muera el Sol mismo siempre quedarán otros mundos, y la humanidad resistirá, en alguna parte de la Tierra Larga, inmune a la extinción.
—Me pregunto si para eso será la Tierra Larga.
—Todavía no estoy cualificado para responder.
—¿Por qué hemos parado, Lobsang?
—Porque recibo una señal en una frecuencia de AM. La recepción es bastante mala. El transmisor está muy cerca. ¿Te apetece ir a ver quién llama? —En la cara de Lobsang apareció una simulación perfecta de sonrisa.
Joshua tenía que reconocer que el restaurante del dirigible disponía de una mesa de banquetes bastante buena, desde luego mejor que el estante improvisado de la cubierta de observación que empleaba cuando no tenía compañía. El ingrediente básico de la comida que tenía delante era una carne blanca y bastante sabrosa.
Alzó la vista y sus ojos se encontraron con los de Sally.
Ella había aportado la carne.
—Es una especie de pavo silvestre que se ve por los mundos de la zona —estaba explicándole—. Buena comida si quieres tomarte la molestia, pero son una especie presa y corren casi más que los lobos. A veces capturo unos cuantos y se los vendo a los pioneros…
Para ser casi una ermitaña, la verdad era que hablaba por los codos, pensó Joshua. Pero entendía por qué. Él, entretanto, se limitaba a comer y disfrutar. A lo mejor se estaba acostumbrando a la compañía de las mujeres. O de esa mujer, por lo menos.
Lobsang entró con una bandeja.
—Sorbete de naranja. Las naranjas no son autóctonas del Nuevo Mundo, pero he traído semillas para plantarlas en lugares apropiados. Buen provecho. —Les sirvió, dio media vuelta y desapareció por la puerta azul.
Sally se había mostrado razonablemente educada al enterarse de la identidad y naturaleza de Lobsang. Bueno, desde que había conseguido parar de reír. En ese momento bajó la voz.
—¿A qué viene lo de ir en plan Jeeves?
—Creo que quiere que te sientas bienvenida. Le dije que mandarías una señal, ¿sabes?
—¿Cómo lo sabías?
—Porque yo lo habría hecho en tu lugar. Venga, Sally. Has vuelto a buscarnos, y suponemos que es porque quieres algo de nosotros. O sea que negociemos. Sabes lo que necesitamos descubrir de ti. ¿Cómo demonios has llegado tan lejos?
Sally lo miró.
—Te daré una pista. No estoy sola. Somos más de los que te imaginas. De vez en cuando, una caja cruzadora tartamudea, por así decirlo. Me encontré a un hombre a veinte mil clics del Datum que estaba seguro de encontrarse a un solo cruce de Pasadena, extrañado porque no conseguía volver a casa. Lo acompañé hasta un albergue de paso y lo dejé allí.
—Siempre me he preguntado por qué me topaba una y otra vez con tantas personas desconcertadas. Creía que eran tontas y punto.
—Es posible que muchas lo fueran.
La voz de Lobsang flotó en el aire.
—Soy consciente del fenómeno que mencionas, Sally, y querría aprovechar la oportunidad para agradecerte que le hayas puesto un nombre tan pertinente. «Tartamudeo». Pero he sido incapaz de duplicarlo.
Sally fulminó el aire con la mirada.
—¿Has estado escuchando todo lo que decíamos?
—Por supuesto. Mi nave, mis reglas. A lo mejor serías tan amable de responder a la pregunta de Joshua. Solo has dado una explicación parcial; el misterio aún nos separa. ¿Cómo has llegado hasta aquí? Me atrevería a decir que ha sido por medios más intencionados que el tartamudeo.
Sally miró por la ventana. Fuera reinaba la oscuridad, pero las estrellas centellaban que daba gusto verlas.
—Todavía no confío del todo en vosotros dos. En la Tierra Larga todo el mundo necesita un as en la manga, y este es el mío. Os diré una cosa: si avanzáis mucho más, os encontraréis problemas que vienen de la otra dirección.
Joshua nunca dejaba de tener presente el latido de su cráneo.
—¿Qué es lo que viene?
—Ni siquiera yo lo sé. Aún no.
—Ha causado la migración de los trolls y los demás humanoides, ¿no es así?
—¿O sea que lo sabíais? Supongo que no tiene pérdida.
—Lobsang y yo creemos que es preciso que lo investiguemos. Queremos descubrir qué la provoca.
—¿Y qué más, salvar el mundo?
Joshua se estaba acostumbrando a sus burlas. No la habían impresionado lo más mínimo ni el dirigible del tesoro de Lobsang, ni sus grandilocuentes discursos y sueños ni, por lo visto, la reputación de Joshua.
—Entonces ¿por qué has vuelto? ¿Para reírte de nosotros o para ayudarnos? ¿O por lo que podemos hacer por ti?
—Entre otras cosas. Pero puede esperar. —Se puso en pie—. Buenas noches, Joshua. Que Jeeves prepare otro camarote, por favor. Uno que no quede contiguo al tuyo, a poder ser. Oh, no pongas esa cara, que no dudo de tu honor. Lo que pasa es que ronco, hombre.