Según la historia oficial de la familia, le pusieron Nelson en honor al gran almirante. Pero en realidad es probable que debiese su nombre a Nelson Mandela. Según su madre, ese segundo Nelson estaba sentado a la derecha de Dios, y Nelson júnior, de pequeño, concluyó que eso era bueno, ya que Mandela se hallaría en posición de impedir que el vengativo dios de los israelitas descargase más problemas todavía sobre la espalda de la humanidad.
Su madre lo había criado en la fe de Jesús, como decía ella, y por su madre perseveró y, al final, tras una carrera algo complicada y un periplo filosófico más complicado todavía, se ordenó sacerdote. Con el tiempo lo invitaron a Gran Bretaña para que llevara la buena nueva a los paganos: una prueba irrefutable de que donde las dan, las toman. Le gustaban bastante los ingleses. Tendían a disculparse mucho, lo que era muy comprensible dado su legado y los crímenes de sus antepasados. Por algún motivo, la arzobispa de Canterbury lo envió a una parroquia rural que era tan blanca que deslumbraba. A lo mejor la arzobispa tenía sentido del humor, o quizá quisiera decirle algo con la elección, o tal vez fuese mera curiosidad por ver qué pasaba.
No estaba en el Reino Unido del que su madre, fallecida hacía mucho tiempo, le había hablado de pequeño, eso estaba claro. El Londres por el que caminaba contenía una población muy multicolor. Apenas se podía ver un informativo en televisión presentado por un periodista cuyos antepasados cercanos no hubieran caminado bajo las estrellas africanas. Qué caramba, había hasta negros y negras para explicarte si iba a llover en la cuna de la democracia. Eso, a pesar del efecto fantasmagórico que causaba un país en trance de vaciarse, una capital abandonada barrio a barrio.
Intentó transmitirle esa impresión al ex titular recién jubilado de St. John on the Water, el reverendo David Benedict, un hombre que sin duda respaldaba la teoría del determinismo nominativo y que, al ver a Nelson Azikiwe por primera vez, le había dicho: «¡Hijo mío, no te faltarán invitaciones a cenar durante los próximos seis meses por lo menos!». Fue un acto de auténtica profecía por parte del reverendo Benedict, que se jubilaba antes de tiempo gracias a un dinero de su familia e iba a instalarse en una casa de campo para, en sus propias palabras, «no perderme la diversión cuando dé usted su primera misa».
Dejó la rectoría a Nelson, que la tenía para él solo aparte de una anciana que le hacía la comida a diario y limpiaba un poco. No era una mujer muy locuaz y él, por su parte, no sabía de qué hablarle. Además, bastante tenía ya en la cabeza con el presbiterio, que no tenía el más mínimo aislamiento contra las corrientes pero sí un sistema de cañerías que hasta el mismísimo Dios tendría problemas para entender. A veces la cadena se tiraba sola en mitad de la noche sin motivo aparente.
Era una parte de Inglaterra a la que milagrosamente no había tocado la Tierra Larga. O ni siquiera, por lo que Nelson veía, el siglo XXI. Los ingleses del centro del país eran los zulúes de los británicos, concluyó. A Nelson le parecía que todos los demás hombres de la aldea habían sido guerreros en algún momento, muy a menudo de alto rango. Retirados, cuidaban de sus jardines y pasaban revista a las patatas en vez de a sus hombres. Sin embargo, su cortesía lo pilló desprevenido. Sus esposas le hicieron tantas tartas que tuvo que compartirlas con el reverendo Benedict (jubilado), de quien Nelson sospechaba que había recibido instrucciones de esperar e informar a las autoridades del palacio arzobispal de Lambeth sobre los progresos del recién llegado.
Estaban hablando en la casita de David mientras la mujer del reverendo asistía a una reunión del Instituto Femenino.
—Por supuesto que siempre habrá gente perennemente retrógrada —dijo David—. Pero no encontrarás a muchos de ellos por aquí, porque los reflejos del sistema de clases inglés toman las riendas, ¿comprendes? Tienes buena planta y hablas inglés considerablemente mejor que sus propios hijos. Y cuando en el funeral del viejo Humphrey citaste pasajes de Vida de un pastor, de W. H. Hudson, después del responso, que por cierto diste de maravilla, varios se me acercaron para preguntarme si había sido cosa mía. Por supuesto, les dije que no. Y créeme que, cuando corrió esa noticia, en fin, te ganaste el aprobado. Se dieron cuenta de que no solo dominas el inglés, sino también Inglaterra, lo que significa mucho por estos lares.
»Además, por si fuera poco, has arrendado un huerto y la gente te ve cavando, sembrando y en general labrando esta buena tierra, y eso ha puesto a todo el mundo de tu lado. Verás, la gente se inquietó un poco al enterarse de que venías. Esperaban, cómo decirlo, que fueses algo más… ¿ansioso por agradar? Se te ve notablemente preparado para tu misión entre nosotros.
—En cierto sentido, mi vida entera me ha preparado para esto, sí —dijo Nelson—. Verás, de pequeño tuve suerte, mucha suerte para ser un bongani que correteaba por la Sudáfrica de aquella época. Mis padres supieron ver un futuro mejor para aquellos dispuestos a trabajar por él. Podrían considerarse unos padres duros, y supongo que con razón, pero me mantuvieron fuera de las calles y me hicieron ir a clase.
»Después, por supuesto, la Corporación Black dio a conocer su programa “En busca del Futuro” y mi madre se enteró de su existencia y se aseguró de que lograse una entrevista, y después de eso fue como si el destino me hubiera escogido. Al parecer di en el clavo en todas las pruebas que me pusieron. De repente la corporación descubrió que tenía entre manos un reclamo publicitario andante, un niño africano pobre con un CI de 210. Con otras palabras, me dijeron que podía pedirles hasta la Luna. Pero yo no sabía qué quería hacer con mi vida. No hasta el Día del Cruce… ¿Dónde estabas tú el Día del Cruce, David?
El anciano cura se acercó a un gran escritorio de roble, sacó un grueso diario, pasó las páginas y dijo:
—Veo que me estaba preparando para vísperas cuando me enteré de lo que pasaba. ¿Qué pensé al respecto? ¿Quién tuvo tiempo para pensar con coherencia?
»Por aquí no fue tan terrible. El campo no es como la ciudad, ya lo sabes. La gente no sucumbe al pánico con tanta facilidad, y no creo que hubiera muchos críos del pueblo interesados en trastear con artilugios electrónicos. Bueno, el sitio más cercano con material disponible sería Swindon. Pero todo el mundo estaba pendiente de lo que pasaba por televisión. La gente de por aquí miraba hacia el cielo por si veía esos otros mundos, para que veas si lo entendíamos poco. Pero el viento seguía soplando entre los árboles, a las vacas había que ordeñarlas y supongo que las noticias nos llegaban más por la radio que otra cosa, entre episodio y episodio de The Archers.
»La verdad es que no recuerdo haber adoptado ninguna clase de postura hasta que se anunció de forma definitiva que, en efecto, había otros mundos, millones de ellos, tan cerca de nosotros como un pensamiento y, al parecer, a nuestra entera disposición. Eso sí que picó la curiosidad por aquí. ¡Era una cuestión de tierra! En el campo se presta atención a la tierra. —Contempló su copa de brandy, vio que estaba vacía y se encogió de hombros—. En pocas palabras, reconozco que empecé a pensar: “¡Lo que ha hecho Dios!”.
—Libro de los Números —identificó Nelson por instinto.
—¡Así me gusta, Nelson! Y además tengo el placer de decir que fueron las primeras palabras oficiales que envió Samuel Morse por telégrafo eléctrico en 1838. —Rellenó su copa de brandy y, mediante un gesto complejo y discreto, preguntó a Nelson si le apetecía otra. Pero el joven parecía distraído.
—¿Y qué es «Lo que ha hecho Dios»? Deja que te cuente lo que ha hecho Dios, David. Llegó el Día del Cruce y nos enteramos de que existía la Tierra Larga, y de repente el mundo se llenó de nuevos interrogantes. Para entonces yo había leído todo cuanto se había escrito sobre Louis Leakey y el trabajo que hicieron él y su esposa en la garganta de Olduvai. Me emocionaba la idea de que todos los habitantes del mundo fueran africanos, en el fondo. Así que dije a la Corporación Black que quería saber cómo el hombre se había hecho hombre. Quería descubrir por qué. Sobre todo quería saber qué se supone que pintamos en el nuevo contexto de la Tierra Larga. En pocas palabras, quería saber para qué estamos aquí.
»Por supuesto, mi madre y su fe ya me habían perdido para entonces. Era demasiado inteligente para mi propio Dios, por así decirlo. Había buscado tiempo para leer sobre los sucesos de los cuatro siglos que siguieron al nacimiento del niño Jesús, y en realidad para examinar el errático avance del cristianismo desde entonces. Me parecía que, fuera cual fuese la verdad del universo, desde luego no era algo que pudiera haber discernido un hatajo de vetustos eclesiásticos peleones.
David soltó una risotada.
—Y me encantaba la paleontología. Me fascinaban los huesos y lo que podían contarnos. Sobre todo ahora que tenemos herramientas que los investigadores de hace tan solo veinte años no podrían ni haber soñado. Ese era el camino hacia la verdad. Y se me daba bien. Extremadamente bien; era como si los huesos me cantaran…
El reverendo Benedict guardó un silencio sabio.
—Así pues, no había pasado mucho tiempo desde el Día del Cruce cuando me llamó la gente de la Corporación Black para decirme que lo tenían todo dispuesto para que yo organizara y dirigiera expediciones a tantas iteraciones de la garganta de Olduvai como permitieran los fondos. A la cuna de la humanidad, en los nuevos mundos.
»La cuestión es que, cuando hablamos de la Corporación Black, los fondos son básicamente ilimitados. El problema que teníamos era la escasez de personal cualificado. Fue muy buena época para ser paleontólogo, y formamos a muchos jóvenes. Cualquiera con una titulación apropiada y una pala podía trabajar en su propia garganta particular. No sé los demás, pero los cazadores de huesos habían encontrado su Eldorado.
»Pues bien, hay algo parecido al gran valle del Rift que persiste a lo largo de muchos mundos de la Tierra Larga; la geología es relativamente constante. Y tal y como esperábamos, en muchas ocasiones encontramos huesos en la región que eran, sin lugar a dudas, de homínido. Trabajé en el proyecto durante cuatro años. Ampliamos nuestras parcelas de trabajo, y siempre nos encontrábamos con lo mismo: sí, había huesos, siempre había huesos. Seleccioné otros enclaves probables del mundo que podrían haber sido hogar de una Lucy distinta, de una rama china, por ejemplo, resultado de una difusión temprana a partir de África.
»Sin embargo, tras más de dos mil, ¡dos mil!, excavaciones en Tierras contiguas, practicadas por expediciones financiadas por la Corporación Black y otras entidades, jamás encontramos ningún indicio del desarrollo de una humanidad incipiente más allá de esos primeros huesos tempranos, algunos deformes, otros destrozados por las fieras, la mayoría muy pequeños. No había nada más allá de los Australopithecus, las Lucys. Las cunas de la humanidad estaban vacías.
»Todavía hay trabajadores buscando, y hasta el año pasado yo aún dirigía el programa, pero al final el vacío de la Tierra Larga, al menos en cuanto a humanos se refiere, me alteraba tanto que dimití. Acepté la generosa suma que la Corporación Black me dio como regalo de despedida, aunque sé que esperan que algún día vuelva al redil.
»Me había hartado de esos cráneos vacíos, ¿comprendes? De esos huesecillos. Se veía el esfuerzo, pero no sus frutos. Y un día, de pronto, me encontré preguntándome dónde habría fallado todo, en aquellos otros mundos. ¿O tal vez el fallo había ocurrido aquí? Tal vez la evolución de la humanidad es una especie de broma cósmica macabra.
—¿Y volviste a la Iglesia? Todo un cambio de rumbo.
—Me dijeron que no ha habido nadie en la historia reciente que tomara el hábito con tanta rapidez. Tengo entendido que en épocas pasadas la Iglesia de Inglaterra era benigna con las personas que, en aquellos tiempos, se consideraban filósofos naturales. Muchos párrocos pasaban las tardes de domingo metiendo alegremente en frascos especies nuevas de mariposa. Siempre pensé que debía de ser una vida maravillosa: la Biblia en una mano y una buena botella de éter en la otra.
—¿No empezó Darwin así?
—Darwin no llegó a recibir las sagradas órdenes. Lo distrajeron los escarabajos… Y por eso hoy me tienes delante. Necesitaba un nuevo marco de trabajo, supongo. Pensé: ¿por qué enfrentarme a la teología? Tomármela en serio, a ver qué puedo sacar de ella. Mi conclusión preliminar provisional, por cierto, es que Dios no existe. No te ofendas.
—Ah, no me ofendo.
—Eso significa que debo descubrir qué es lo que sí existe. Pero ahora mismo, si hablamos de mi filosofía, hay una cita que la resume bastante bien: «Cuando te levantes por la mañana, piensa en el privilegio precioso que es estar vivo: respirar, pensar, disfrutar, amar».
El reverendo Benedict sonrió.
—Ah, el bueno de Marco Aurelio. Pero Nelson, ¡él era pagano!
—Lo que viene a demostrar que estoy en lo cierto. ¿Te importa que me sirva otra chispa de brandy, David?
—Nelson dio más o menos en el clavo —dijo Lobsang a Joshua—. La línea homínida, y los simios de los que procedía, tenían sin duda un gran potencial evolutivo. Sin embargo, si la capacidad de cruzar tuvo su origen en el Datum, es evidente que los humanoides cruzadores pronto se desplazaron muy lejos de la Tierra Datum y dejaron pocos rastros en el registro fósil. Solo en el Datum se encuentran huesos que ilustren la lenta marcha hacia la humanidad.
—¿Qué significa eso, Lobsang? Era la pregunta de Nelson. ¿Para qué existe la Tierra Larga?
—Supongo que eso es lo que hemos venido a descubrir. ¿Procedemos?