Joshua observó cómo pasaban los mundos cual páginas de un libro ilustrado. Además, en su continuo avance rumbo al oeste geográfico, superaron una frontera por derecho propio: los montes Urales, un pliegue norte-sur del paisaje que perduraba en la mayoría de los mundos.
Pero los mundos ya habían cambiado. El Mark Twain había dejado muy atrás tanto el Cinturón de Hielo como el Minero. Las Tierras que estaban sobrevolando eran mundos del Cinturón del Cereal, como les gustaba llamarlos a los capitanes de expedición y exploradores estadounidenses: mundos ricos, cálidos y, por lo menos en Norteamérica, cubiertos de herbazales y praderas salpicados por árboles y matorrales de aspecto familiar, y poblados por numerosas manadas de animales de apariencia saludable. Mundos maduros para granjearlos. Las Tierras que surcaban superaban ya el número cien mil, según el terrómetro de Lobsang. Los expedicionarios tardaban nueve meses en llegar hasta allí a pie. Al dirigible le habían bastado cuatro días.
Siempre que paraban, Lobsang hacía un barrido en busca de transmisiones de radio de onda corta, que deberían superar la curvatura de cualquier Tierra con ionosfera. Hicieron una pausa para escuchar en un par de mundos del Cinturón del Cereal, uno de los cuales fue Oeste 101.754, donde captaron un boletín de noticias largo y locuaz procedente de una colonia situada en una Nueva Inglaterra paralela: una chica, oriunda de Madison, precisamente, que blogueaba leyendo de su diario. Sería una más de toda una sucesión de poblaciones optimistas parecidas, imaginó Joshua, esparcidas a lo largo de los continentes de la Tierra Larga. Y todas, supuso, tendrían su propia historia que contar…
«Saludos, mis fieles oyentes. Al habla Helen Green, vuestra bloguera rústica dispuesta a atascar las ondas una vez más. Este trozo es de hace tres años. Era el cinco de julio, que ya sabréis que es el día siguiente al Cuatro de Julio. Ahí va:
“¿Será esto lo que llaman resaca?
¡Me-mue-ro!
¡Ayer fue el Día de la Independencia! Yupi. Llevamos ocho meses aquí y nadie ha muerto todavía, ¡yupi! Eso sí que es una buena excusa para montar una fiesta. Somos estadounidenses, oficialmente esto es Estados Unidos y ayer era Cuatro de Julio, y se acabó.
De todas formas, cualquiera que nos viese este primer verano diría que somos indios. Vivimos todos en cobertizos, tipis, chozas de lona y grandes casas comunales cuadradas, y algunos todavía utilizan las tiendas de campaña del viaje. Hay gallinas y cachorros, que la gente se trajo a la espalda, correteando por todas partes. No labramos. El año que viene será la primera cosecha. Tenemos turnos establecidos para limpiar los campos: quemar, segar, quitar piedras… Puro trabajo físico, y sin nada más que músculo humano para hacerlo. Pensando en el futuro hemos traído semillas: maíz, judías, lino y algodón, suficientes para sobrevivir a años de malas cosechas si hace falta. Ah, y ya hemos plantado calabazas, calabacines y judías en el terreno desbrozado que hay cerca de las casas, nuestros ‘jardines’.
Pero de momento ¡somos cazadores-recolectores! Y es una tierra generosa para cazar y recolectar. En invierno pescamos percas en el río. Del bosque sacamos unos bichos que parecen conejos y otros que parecen ciervos, y algunos de esos caballitos tan curiosos, aunque eso nos dio un poco de reparo a todos porque era como comerse un poni. Ahora en verano pasamos más tiempo en la costa, donde pescamos y cogemos almejas.
Es como vivir en la naturaleza en estado puro. En casa, en el Datum, vivía sobre siglos de esfuerzos ajenos por domesticarlo todo. Aquí el bosque no ha probado la sierra, nadie ha drenado los pantanos, el río no ha sufrido presas ni estancamientos. Es raro. Y peligroso.
Creo que mi padre opina que algunas de las personas también son peligrosas. Todos vamos descubriendo más cosas sobre los demás, pero poco a poco, porque las apariencias a veces engañan. Hay gente que no ha venido para llegar a alguna parte, sino para escapar de algo. Un veterano del ejército, una mujer que mi madre cree que sufrió abusos de pequeña, otra que perdió un hijo. En fin, no tengo problemas con nada de eso.
Sea como sea, aquí estamos. Y si sales a explorar por el bosque o río arriba, verás las pequeñas columnas de humo que suben desde las casas, y oirás las voces de los que trabajan en los campos. Para apreciar la diferencia basta con cruzar un mundo o dos a cualquier lado. Un mundo habitado por humanos, frente a otro que no. De verdad, lo digo en serio, se siente en la cabeza.
Tuvimos una discusión enorme sobre el nombre que le pondríamos a nuestra nueva comunidad. Los adultos celebraron una reunión para debatirlo, pero se convirtió en el habitual desmadre de palabrería. Melissa estaba decidida a que le pusiéramos algún nombre inspirador como ‘Nueva Independencia’ o ‘Liberación’, o tal vez sencillamente ‘Nueva Esperanza’, pero esa hizo reír a mi padre, que hizo un chiste sobre La guerra de las galaxias.
No estoy segura de si fue sugerencia mía o de Ben Doak, pero se nos ocurrió un nombre que gustó. O por lo menos que nadie odió lo bastante para vetarlo en voz alta. Cuando se aprobó, papá y un par más plantaron un cartel, en el camino que sube de la costa: BIENVENIDOS A REINICIO. FUNDADA EN 2026 D. C. POB. 117.
—Ahora solo nos falta un código postal —dijo mi padre”.
Y ahora escucharemos un fragmento de un año después, ¡escrito por mi padre! Bueno, la verdad es que siempre me ha echado una mano con este diario, entre otras cosas con la ortografía, je. ¡Gracias, papá!
“Me llamo Jack Green. Supongo que, si estás leyendo esto, sabrás que soy el padre de Helen. Me ha dado permiso especial para añadir unas notas a su diario, que se ha convertido en un documento bastante valioso por sí mismo. En estos momentos Helen anda ocupada con otras cosas, pero es su cumpleaños y quería asegurarme de que el día quedara señalado como es debido.
A ver, ¿por dónde empiezo?
Ya hemos construido nuestras casas, a grandes rasgos. Y los campos poco a poco van quedando despejados. Por lo general no doy abasto de trabajo, como todos, pero de vez en cuando me permito un paseo por el pueblo y veo cómo le vamos ganando terreno a la vegetación.
El aserradero ya funciona. Fue el primer gran proyecto comunitario. Lo oigo ahora mismo, mientras escribo; intentamos mantenerlo en marcha día y noche, con ese característico sonido de dos tiempos con el que poco a poco procesa bosque y lo convierte en pueblo. Tenemos un horno para cerámica, una calera y un caldero para hacer jabón, y por supuesto nuestra forja, gracias a nuestro niño prodigio británico, Franklin. Los mapas geológicos eran exactos. En algunos aspectos, es increíble lo rápido que hemos podido avanzar.
Sin embargo, hemos podido contar con ayuda exterior. Pasó por aquí una familia amish, siguiendo una indicación del reverendo Herrin, nuestro predicador itinerante. Son gente extraña pero muy amable, y muy competente en lo que hace. Por ejemplo, nos ayudaron a montar nuestro horno cerámico, que es como una caja con chimenea. Nuestras ollas son chapuceras a más no poder, pero no te puedes imaginar el orgullo que se siente al colocar un jarrón que has torneado en un estante que has construido, lleno de flores que has cogido en el jardín que cavaste en la tierra virgen.
Pero eso no es nada comparado con las primeras herramientas de hierro salidas de la forja de Franklin. No podríamos funcionar sin nuestros instrumentos de hierro y acero, por supuesto, pero el hierro ha ejercido un efecto extraño en nuestra economía interior. Cuando llegamos, los cien que éramos terminamos diseminados a lo largo de una estrecha franja de mundos vecinos, en vez de instalarnos en uno solo. ¿Por qué no? Había sitio. Pero claro, no puedes transportar hierro de un mundo a otro, ni siquiera el de fabricación local. De modo que la gente poco a poco va volviendo al 754, el mundo que tiene forja, en vez de empezar el proceso de cero en alguna otra parte (aunque Franklin se ofreció a hacerlo por múltiplos de sus honorarios).
Me llama la atención que todo lo relacionado con el modo en que la humanidad se extiende por la Tierra Larga venga condicionado por un único hecho: que no se pueda cruzar con hierro metálico. A modo de ejemplo, tuvimos la idea de sembrar campos paralelos en las Tierras contiguas para que ninguna cosecha se perdiera por culpa de una plaga o el mal tiempo. No vale la pena: es más práctico emplear las herramientas de hierro que ya tenemos aquí para ampliar nuestros sembrados en el 754.
Nuestra manera de pagar sus servicios a los visitantes como los amish es curiosa, por cierto. Bueno, por lo menos a mí me lo parece. ¡Dinero! ¿Qué tiene valor, aquí en la Tierra Larga, donde todo hombre puede poseer su propia mina de oro? Es una pregunta teórica interesante, cuando uno se para a pensarlo, ¿no?
Entre nosotros sí que usamos las monedas del Datum. Desde que se produjo la recesión de la Tierra Larga, el yen y el dólar estadounidense han aguantado el tirón, sobre todo porque son infalsificables. La libra británica se desplomó antes, cuando la mitad de la población huyó de aquella isla pequeña y superpoblada, entre ellos Franklin, nuestro preciado herrero. Pese a todo, Gran Bretaña mostró al mundo el camino para superar la adversidad, y no por primera vez en la historia. En sus años de derrumbe económico desarrollaron el ‘favor’, una moneda de valor flexible. En pocas palabras, era una unidad imaginaria de moneda cuyo valor acordaban el comprador y el vendedor en el momento de la transacción; eso la hacía bastante difícil de gravar, de modo que funcionó muy mal en el Datum, pero es la moneda ideal en los nuevos mundos, algo nada sorprendente dado que el sistema se usó antaño en los Estados Unidos de América embrionarios, cuando no había moneda en circulación ni un gobierno eficaz que validara su uso, aunque alguien la tuviese.
Veréis, en lugares como Reinicio, la vida está llena de pequeños intercambios. Hierves grasa animal para fabricar sebo y, como has hecho de sobras, a lo mejor tu vecina necesita un poco, y resulta que sí y que a cambio te ofrece una libra de hierro. Eso a ti no te sirve de mucho, pero a Franklin el herrero desde luego que sí, de modo que se lo das a cambio de un favor, que te cobrarás en algún momento del futuro. Y así, desde ese momento se te debe un favor, que puede ser algo tangible o tal vez el ofrecimiento de traerte artículos comprados en tienda la próxima vez que tenga que ir a Cien Mil o al Datum. O lo que sea.
No es sistema en el que basar una civilización, pero funciona bastante bien para una colonia de cien personas a cada una de las cuales conoces personalmente, como ellas a ti. No tiene sentido hacer trampas; eso sí que tendría poco recorrido. Al fin y al cabo, nadie quiere ser la persona a la que le cierran la puerta en la cara cuando necesita ayuda desesperadamente.
Y así, todos los días sumas tus favores, positivos y negativos, y si te salen las cuentas a lo mejor puedes tomarte el día libre e irte a pescar. A las enfermeras y comadronas les va especialmente bien. ¿Cuántos favores vale un parto sin complicaciones? ¿Qué precio tiene una mano herida y tratada con tanto mimo que puedes volver al trabajo?
El sentido común funciona bien en una comunidad pequeña como esta, donde todo el mundo depende en última instancia de la buena voluntad y el buen humor de todos los demás. Eso vale incluso para el modo en que tratamos a los vagabundos, como los llamamos nosotros, que de vez en cuando aparecen, de uno en uno, en nuestro paisaje. Gente que deambula por los mundos de la Tierra Larga, sin dar signos de tener la menor intención de asentarse como nosotros, gente que se conforma con recorrer la naturaleza y recoger la fruta madura. Bueno, ¿por qué no? En la Tierra Larga hay sitio de sobras para quien quiera vivir así. Acuden a nosotros atraídos por el humo de las hogueras; les damos la bienvenida, les ofrecemos de comer y hacemos que nuestros médicos los atiendan si es necesario.
Dejamos claro que esperamos algo a cambio, por lo general unas horas de trabajo o quizá solo noticias interesantes de casa. La mayoría aceptan el trato de mil amores. La gente, libre de trabas, sabe cómo vivir, cómo tratar al prójimo. Imagino que el hombre de Neanderthal aprendió todo esto. Aunque supongo que a veces la lección no cala. A veces parecen como aturdidos, como si llevaran demasiado tiempo mirando el horizonte y les resultase difícil quedarse quietos en una sola Tierra. Lo llaman el síndrome de la Tierra Larga, por lo que tengo entendido.
Hemos tenido contactos más formales con nuestro antiguo hogar. ¡Hay un cartero cuya ruta pasa por aquí! Un buen hombre llamado Bill Lovell. Gracias al correo descubrimos que una remota agencia federal ha validado nuestras diversas reclamaciones de tierras. La carta más importante para mí fue un informe anual del Crédito Pionero, la institución gubernamental que se montó para gestionar los asuntos de los emigrantes. Mi cuenta bancaria y mis fondos de inversión siguen funcionando. Por supuesto, mantengo a Rod, nuestro hijo ‘fóbico’, nuestro ‘soloencasa’, como los llama el argot moderno del Datum, según me cuentan. Tilda opina que es como hacer trampas, en cierta manera, y que no casa con el espíritu pionero, pero mi intención nunca fue que uno de nosotros sufriera. ¿Por qué debería hacerlo? Esta es mi solución, mi punto intermedio para garantizar que mi familia está protegida.
No hemos recibido carta de Rod, ni una. Nosotros sí que le escribimos; no ha respondido. Para bien o para mal, no hablamos del tema. A mí me rompe el corazón poco a poco, sin embargo.
Quiero acabar estas líneas con algo alegre.
Ya han pasado veinticuatro horas o más desde que Cindy Wells se puso de parto; es el primer nacimiento de la colonia. Cindy llamó a sus amigas y Helen, que está aprendiendo obstetricia, se apuntó. Solo tiene quince años, por el amor de Dios. En fin, el parto fue largo, pero terminó sin contratiempos. Mientras escribo, apenas pasado el amanecer, todavía siguen todas con Cindy.
No tengo palabras para describir lo orgulloso que estoy. Y además el día del cumpleaños de Helen. (¡Gracias, papá!).
De modo que hoy tengo una tarea adicional que realizar. Habrá que modificar el cartel de nuestro pueblo: BIENVENIDOS A REINICIO. FUNDADA EN 2026 D. C. POB. 117 118”».
Y en un cielo del otro lado del mundo, un vistoso dirigible flotaba a la luz del amanecer, escuchando esas historias susurradas, para luego desaparecer y adentrarse en las realidades de mundos paralelos más profundos.