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Día tres (desde Richmond Oeste 10)

¡Tres días ya! Pero el capitán Batson dice que nos llevará cien días cruzar el Cinturón de Hielo. Y luego tardaremos varios meses más en cruzar el Cinturón Minero, sea lo que sea. Tenemos que llegar a donde vamos antes de que sea invierno. Y el invierno llega al mismo tiempo en todos los mundos.

Llevamos un ritmo de más o menos un cruce por minuto, durante unas seis horas al día. Tomamos pastillas para no ponernos malos todo el rato, pero aun así es un esfuerzo. Intentan llevarnos a sitios donde el nivel del suelo no cambie mucho de un mundo a otro. Te llevas un susto si caes de repente, y es imposible cruzar si los tobillos te fuesen a quedar un palmo bajo tierra. Pero da gusto ver cómo doscientas personas con sus mochilas y todos sus trastos desaparecen en un abrir y cerrar de ojos y luego aparecen de golpe en el mundo siguiente, una y otra vez.

Echo de menos internet.

¡¡¡Echo de menos mi teléfono!!!

Echo de menos el colegio. O por lo menos a alguna gente del colegio. A otros, no.

ECHO DE MENOS A ROD. Aunque a veces fuera un bicho raro.

Echo de menos ser animadora.

Papá dice que también debería escribir sobre lo que me gusta, o sino este diario no será entretenido para sus nietos. ¿Nietos? Ya le gustaría a él.

Día cinco

¡Me gusta acampar!

En Oeste 5 lo hacíamos de vez en cuando y también en clase de pioneros, pero aquí es mucho más divertido.

Después de unos cuantos días nos hemos hecho amigos de una familia, los Doak. Tienen cuatro hijos, dos niños y dos niñas, y lo hemos organizado de manera que yo duermo con las dos chicas, que se llaman Betty y Marge, ¡y es como ir a pasar la noche a casa de unas amigas todos los días!

¡Sé encender un fuego! Tengo una lente para prenderlo y entiendo de leña, ramitas y qué madera quema mejor. Puedo encontrar cosas de comer, hierbas, raíces, setas. Sé de avellanas, fruta y demás, pero ahora no es temporada. Sé hacer sedal para pescar con hilos viejos y hasta con tallos de ortiga. Sé dónde buscar peces. Mola.

Hoy el señor Henry nos ha enseñado a montar una trampa para truchas en el río. Se hace una especie de piscina cerrada y ellas entran nadando y no saben salir. El señor Henry sonríe cuando mata a golpes a los pescados. A mí me dan ganas de llorar. El señor Henry dice que Los Jóvenes Tienen Que Aprender.

¡Marge Doak era animadora! Practicamos coreografías.

Día ocho

Ayer topamos con una franja de hielo.

Seguíamos una ruta marcada. Hay indicadores y tal, y montoncitos de piedras y carteles que te enseñan el número del mundo en el que estás, como señales de tráfico, y a veces reservas de provisiones. Hasta cajitas en las que puedes meter correo para que lo lleven al este o al oeste, según quién pase.

O sea que llegamos a un cartel que ponía: VIENE HIELO. El primer o segundo día atravesamos un puñado de mundos en glaciación, pero sueltos, de manera que pudimos cruzarlos a toda prisa y ya está. Esta vez nos esperaba una franja de ellos. Tuvimos que parar todos, y los porteadores repartieron los abrigos y pantalones para la nieve, los pasamontañas y toda la pesca. A la mañana siguiente el capitán Batson hizo que nos atásemos en grupos de ocho o diez personas con unas cuerdas y se aseguró de que los bebés estuvieran bien acurrucaditos en sus mochilas, sin que asomara ningún dedo.

Cruzamos, y fue deslumbrante, un cielo azul brillante sin nubes, y no mucho hielo, pero el suelo estaba congelado y duro como si fuera de roca. Y entonces me golpeó el frío, como agujitas que se me clavaran en las mejillas.

Y seguimos cruzando, una y otra vez. Más mundos invernales. A veces aparecíamos en mitad de un banco de niebla blanca de nieve, o en plena ventisca. Otras veces hacía un poco más de calor y entonces la tierra estaba encharcada y dejábamos huellas al caminar, y había unos árboles enanos muy raros, todos torcidos. ¡Y mosquitos! Vi un ciervo enorme, con las astas como un candelabro (lo ha deletreado papá). Ben Doak dice que vio un mamut lanudo, pero nadie cree nada de lo que dice.

Por eso teníamos que viajar tan al sur, hasta Richmond, para cruzar hacia el oeste. Porque la Tierra Datum está en el centro del Cinturón de Hielo, un montón de mundos que atraviesan una glaciación, de modo que hay que ir al sur del hielo para poder cruzar. Pero hasta lejos de los casquetes de hielo el mundo entero está afectado por el frío.

Algunos dieron media vuelta después de la primera noche de frío intenso. Dijeron que nadie les había avisado de eso, aunque estaba claro que sí y que tendrían que haber prestado atención.

Día veinticinco

Por la noche hay que apiñarse en unas tiendas de campaña muy pequeñas. Es un poco agobiante. Viajamos con desconocidos, a fin de cuentas. Marge Doak me cae bien, pero Betty se escarba los dientes. Y ronca.

Mamá se peleó con el señor Henry, ¡que dice que solo las mujeres deberían ocuparse de cocinar y lavar! El capitán Batson dice que aquí no manda el señor Henry. Pero no se lo ha dicho a la cara, según papá.

¡Bronca y mal rollo!

Día cuarenta y tres

Siempre me olvido de escribir en el diario. Estoy demasiado cansada. Además, pasan demasiadas cosas.

Entre los mundos de hielo vamos encontrando otros más templados que son como el nuestro, mundos «interglaciales» (lo ha deletreado papá). Los mundos interglaciales están LLENOS de animales. He visto unas manadas enormes que resultaron ser de caballos, y unas vacas, antílopes y camellos muy raros. ¡Camellos! Papá dice que son como los animales que probablemente había en América antes de que llegaran los humanos. Lobos, coyotes, alces, zarapitos… ¡Osos! Hay osos pardos en los tramos de bosque, según el capitán Batson, o sea que no nos metemos en ellos. Serpientes por todas partes, hay que ir con cuidado. Cuervos, cornejas, buitres de cuello rojo, búhos… De día se oye a los pájaros y de noche el croar de las ranas y el zumbido de los mosquitos, si estás cerca del agua. A veces los hombres cazan. Conejos, patos y hasta antílopes.

¡Hay armadillos! Y grandes, no como los del zoo. Papá dice que tal vez procedan de Sudamérica, donde evolucionaron. Al parecer hay gente que ha visto simios, en América. A veces los continentes se juntan y los animales cruzan de un lado a otro, y a veces no. Nadie lo sabe muy bien. Nadie tiene un mapa de ninguno de estos mundos.

En algunos no encontramos ni un solo árbol. Entonces tenemos que recoger «astillas de búfalo» para encender el fuego. ¡¡Cacas!! Arden bien, pero ya os imagináis qué peste, queridos.

Y hay mundos raros, donde todo es como ceniza, o como un desierto o algo así. Siempre sueltos. Suele haber carteles si son peligrosos y tenemos que ponernos sombrero o taparnos la boca con mascarillas. El capitán Batson llama a esos mundos Bromistas.

A veces pasamos por donde ha vivido gente. Sitios en mal estado, ruinas de cabañas, tipis quemados. Hasta cruces, clavadas en el suelo. En la Tierra Larga no basta con ser optimista, como dice el señor Batson.

Día sesenta y siete

Ben Doak se ha puesto enfermo. Bebió de una poza que nadie había comprobado. El pis de los búfalos las contamina. Le han inyectado antibióticos para parar un tren. Espero que se cure. Hemos tenido unos cuantos enfermos, pero nadie ha muerto.

Se ha echado atrás más gente. El capitán Batson intenta convencerles de que no, y el señor Henry se ríe y les llama débiles. No creo que sea debilidad reconocer que has cometido un error. Eso es señal de fuerza, en mi opinión.

Debemos de tener unas pintas muy raras para los animales que viven aquí y no han visto nunca a un humano, probablemente. ¿Qué derecho tenemos a pasearnos y desordenarlo todo?

Día ciento dos

¡Hemos salido del Cinturón de Hielo! ¡Y con solo dos días de retraso sobre lo previsto!

Se hace raro pensar que hemos recorrido treinta y seis mil mundos, pero la distancia que hemos cubierto de lado no pasa de unos pocos kilómetros. En fin, en esta Tierra en concreto sí que vamos a viajar de verdad, unos cientos de kilómetros al norte, hasta el estado de Nueva York. Después cruzaremos otros sesenta mil mundos o así hasta llegar al lugar donde queremos instalarnos.

Pensaba que tendríamos que caminar. ¡Pues no! Aquí hay todo un pueblo, bueno, un pueblecito, un lugar de paso. Aquí podemos cambiar nuestro equipo para el Cinturón de Hielo por cosas más apropiadas para los mundos del Cinturón Minero.

¡Y hay una caravana esperándonos! Con grandes carromatos cubiertos que según papá se llaman conestogas. Parecen barcos sobre ruedas, tirados por caballos; de aspecto raro, pero caballos. Aquí tienen una fundición para hacer el hierro que necesitan, y los carros tienen neumáticos en las ruedas, como los coches. ¡Al ver los carros nos hemos puesto a gritar de alegría y correr! ¡Conestogas! Me pregunto si será más divertido que el viaje en helicóptero.

Día ciento noventa y nueve

Estamos en la Tierra Oeste Setenta Mil y Pico, como diría papá. Escribo a primera hora de la mañana, antes de levantar el campamento. Ayer por la noche los adultos estuvieron despiertos hasta tarde discutiendo sobre las faenas. Pero cuando ellos parlotean en sus Reuniones de Grupo, los jóvenes podemos escabullirnos, aunque sea por un ratito.

Tampoco es que hagamos nada malo. Bueno, casi nada. Más que nada, (Pausa para pensar. Búsqueda de palabra). Observamos. Eso es. Observamos. Sé que a papá le preocupa que nos estemos convirtiendo en zombis porque aquí no hay nada que hacer excepto las faenas del campamento y las clases que intentan darnos a la fuerza. Pero no es eso. Solo observamos, sin nada que nos distraiga. Por eso estamos callados. No porque tengamos el cerebro hecho papilla. Porque observamos.

Y vemos cosas que los adultos no ven.

Algunos animales y plantas muy, muy raros que no encajan en ningún libro ilustrado sobre la evolución que haya leído nunca.

Los Mundos Bromistas, en mitad de estos aburridos y áridos mundos del Cinturón Minero. Los adultos creen que están básicamente muertos. No lo están. Creedme.

Y los grises.

Los llamamos así, aunque son naranjas. Parecen niños pequeños peludos, pero si alguna vez ves a uno de cerca y te fijas en la dotación de esa entrepierna naranja, creedme, no son críos. Y tienen los ojos grandes, como marcianos de dibujos. Aparecen y desaparecen alrededor del campamento. Un segundo y fuera. Es evidente que cruzan.

¡Animales que cruzan!

La Tierra Larga es más extraña de lo cree todo el mundo. Hasta papá. Hasta el capitán Batson. Hasta el señor Henry.

Sobre todo el señor Henry.

Día doscientos ochenta y uno

¿Es noviembre? Papá lo sabrá.

¡Lo hemos logrado!

¡Hemos llegado a la Tierra Oeste 100.000! O, como la llamamos nosotros, los pioneros veteranos, la Cinco Ceros. El principio del Cinturón del Cereal.

La Cinco Ceros tiene una tienda de regalos, nada menos. Puedes comprar camisetas y tazas. «He cruzado hasta la Cinco Ceros». Pero ¡en la etiqueta pone Made in China!

Los mundos llevan un tiempo cambiando. Más verdes y húmedos. Un conjunto distinto de animales. Y lo más importante: árboles. Árboles, madera, eso es lo que hace falta por encima de todo para construir una colonia y un pueblo y todo lo demás. Por eso hemos tenido que viajar tan lejos. En el Cinturón Minero no hay árboles suficientes. Aquí hay pradera, lluvia y árboles: buena tierra para granjeros. Nadie sabe hasta dónde llega el Cinturón del Cereal. Aquí hay sitio de sobras, y cuesta pensar que se vaya a llenar en un futuro cercano.

Sea como sea, ya estamos aquí. Y por si quedan dudas, detrás de la tienda tienen un par de campos donde hay rastrojos de maíz y ovejas que pacen, igual que en casa. ¡Ovejas! Papá me dijo que eran descendientes de los corderitos que tuvo que traer aquí en brazos desde el Datum la gente que cruzaba, porque no hay ovejas nativas de Norteamérica en ninguno de los mundos que se han encontrado.

En la tienda se volvieron como locos con nosotros los jóvenes. Tenían cerveza y limonada, de esa casera con pepitas dentro que ha sido la bebida más deliciosa que he probado nunca. Nos hicieron preguntas sobre lo que pasaba más al este, en el Datum y las Tierras Bajas. Parloteamos y fanfarroneamos, y contamos nuestra historia, la de nuestra travesía. Todos los años cambia un poquito, al parecer.

Una inglesa que se presentó como Hermione Dawes escribió nuestra historia en una especie de libraco enorme, en una pequeña biblioteca llena de crónicas parecidas. La señora Dawes contó a mamá que su misión en la vida era tomar nota de las cosas, y que se alegraba de estar aquí, de tener algo de historia de verdad que relatar. Lo más probable es que se quede aquí para siempre, escribiendo a medida que pasa la gente. La gente es rara, pero si así es feliz, me alegro por ella. Al parecer está casada con una vaquera.

¡Fuimos de compras! Menudo lujo.

Entretanto, los adultos tuvieron que ir a registrar sus concesiones. Hay un funcionario del gobierno de Estados Unidos, que va rotando cada tantos años, para revisar y validar los documentos de propiedad de las tierras que compramos en el Datum antes de partir. Pusimos en común todos los formularios de nuestras concesiones para decidir adónde íbamos. Al final los adultos escogieron un mundo al azar, el Oeste 101.753. Un fácil paseo de una semana. Pasamos revista: los Doak y Harry Bergreen con su violín, yupi, y Melissa Harris, bueno, vale, y Reese Henry, sin comentarios. Cien, en total.

Y partimos. Cruzamos y acampamos con una disciplina que habría hecho enorgullecerse al capitán Batson. Aunque la señora Harris siguió sin cumplir sus turnos de lavandería.

Una semana más tarde, cuando llegamos al 101.753, llovía. O sea que nos miramos, nos dimos la mano formando nuestros grupos habituales e hicimos otro cruce buscando el Sol.

Y así es cómo escogimos un mundo y no otro. ¡Porque resultó que hacía sol cuando llegamos! Podría haber habido montañas de diamantes en Australia allá en el 753 y no lo sabríamos nunca. Daba igual. Tierra Oeste 101.754: nuestra Tierra. ¡Aquí estamos!