Sueños de la Tierra Larga, de punta a punta del viejo mundo. Algunos eran nuevos, y al mismo tiempo muy, muy antiguos…
Los compañeros estaban sentados cerca del coche, en pleno campo, bebiendo cerveza y reflexionando sobre el cambiante mundo y las cajas cruzadoras que todos habían fabricado y que reposaban sobre la arena roja. Por encima de sus cabezas, el cielo del centro de Australia estaba tan cuajado de estrellas que algunas tenían que esperar turno para parpadear.
Al cabo de un rato, uno de ellos dijo con tono lúgubre:
—Algo le arrancó las tripas a Jimbo de un zarpazo, lo dejó hueco como una piragua. Lo sabéis, ¿no? ¡No es ninguna broma! ¡Y luego entró un poli y salió sin cara!
Billy, que tendía a no hablar hasta haber pensado durante un tiempo, como una semana, por ejemplo, respondió:
—Son cosas del Tiempo del Sueño, compañero, como antes de que llegaran aquí nuestros antepasados. ¿No te acuerdas de lo que nos dijo una vez aquel científico? ¡Excavaron los huesos de unos animales gigantescos que estaban por todas partes, la hostia de grandes! Comida grande y lenta, pero con los dientes gigantescos. ¡Todos esos mundos nuevos bajo el mismo cielo! Y ni una persona a la vista en ninguno, ¿verdad? ¡Como este mundo antes de que lo jodieran! ¡Imagínate lo que podríamos hacer si saliéramos ahí fuera!
Alguien habló al otro lado de la hoguera.
—Sí, compañero, podríamos joderlo otra vez. ¡Y a mí mi cabeza me gusta con cara!
Hubo risas, pero Albert dijo:
—¿Sabes lo que pasó? Nuestros antepasados se los cargaron a todos y se los merendaron. Exterminaron todo menos lo que nos queda ahora. Pero no hace falta que nosotros hagamos lo mismo, ¿vale? Dicen que el mundo de ahí fuera es igual que este, solo que no hay hombres, mujeres, policías, ciudades ni pistolas, solo terreno y más terreno. ¡La poza de aquí es la poza de allí, lista para nosotros!
—No, no es verdad. La poza queda medio kilómetro hacia allí.
—Muy cerca, ya me entiendes. ¿Por qué no lo intentamos, chicos?
—Ya, pero este es nuestro país. Este de aquí.
Albert se inclinó hacia delante, con los ojos centelleantes.
—Sí, pero ¿sabes qué? ¡Esos también! ¡Todos ellos! Oí hablar a los científicos. Todas las rocas, todas las piedras, todo está allí. ¡Es cierto!
Por la mañana el grupillo, algo resacoso, lanzó monedas al aire para decidir quién lo intentaba.
Billy regresó al cabo de media hora entre horribles arcadas, salido de la nada. Lo recogieron, le dieron agua y esperaron. Él abrió los ojos y dijo:
—Es cierto, pero ¡joder, allí está lloviendo, compañeros!
Se miraron unos a otros.
Alguien dijo:
—Sí, pero ¿qué pasa con todas esas criaturas de las que hablan, las de la antigüedad? ¡Canguros con dientes! ¡La hostia de grandes! ¡Bichos grandes con garras!
Se hizo el silencio. Entonces Albert intervino:
—Bueno, ¿es que somos menos que nuestros antepasados? Ellos se deshicieron de aquellos cabrones. ¿Qué nos lo impide a nosotros?
Hubo un arrastrar de pies.
Al final, Albert anunció:
—Mirad, mañana yo me voy para siempre. ¿Quién se viene? Está todo allí, compañeros. Ha estado todo esperándonos allí desde el principio…
Para el final del día siguiente las líneas de las canciones habían empezado a extenderse, a medida que el nunca-nunca empezaba a convertirse en el siempre-siempre. Aunque a veces los compañeros volvían para echar una cerveza.
Más tarde surgieron los pueblos, poco familiares, había que reconocerlo, y las nuevas formas de vivir, una mezcla de pasado y presente, donde las viejas costumbres se entrelazaban sin fisuras con las nuevas. Además la comida era buena.
Y más tarde aún, los estudios demostraron que en la gran migración que siguió al Día del Cruce, dejó la Tierra Datum para siempre una proporción mayor de aborígenes australianos que de cualquier otra etnia del planeta.