Sueños de la Tierra Larga. Sueños de la frontera. Sí, diez años después del Día del Cruce, Jack Green lo había entendido. Porque habían sido los sueños de su mujer y Jack había temido que estuvieran destrozando su familia.
1 de enero. Madison Oeste 5. Hemos venido a pasar unos días a un hotel por Año Nuevo después de celebrar la Nabidad Navidad en casa, pero tendremos que bolver volver al Datum cuando empiecen las clases. Me llamo Helen Green. Tengo onze once años. Mi madre (la doctora Tilda Lang Green) dice que deveria devería debería llevar un diario en este livro libro que ah ha sido un regalo de Navidad de la tía Meryl porque alo a lo mejor no hay aparatos eléctricos electrónicos esto no tiene revisor ortográfico me estoy volviendo LOCAAA!!!
Jack Green volvió con cuidado las páginas del diario de su hija. Era como un libro grueso encuadernado en rústica, aunque tenía la rugosidad basta de gran parte del papel que se producía allí en Oeste 5. Estaba solo en la habitación de Helen, que había salido a jugar a softball en el Parque Cuatro aprovechando el buen tiempo de esa tarde de domingo. Katie también se había ido, no estaba muy seguro de adónde. Tilda se encontraba en el piso de abajo charlando con un grupo de amigos y compañeros a los que había logrado vender la idea de formar una compañía para viajar al Oeste.
—… los imperios vienen y van. Mira Turquía, por ejemplo: en su momento fue un gran imperio y cualquiera lo diría ahora…
—… si eres de clase media, miras a la izquierda y ves a activistas que socavan los valores americanos, y a la derecha te encuentras con que el libre comercio ha exportado nuestros empleos…
—… creemos en Estados Unidos. Ahora parece que estemos empantanados en la mediocridad, mientras los chinos cogen la delantera…
La voz de Tilda:
—La noción de destino manifiesto es históricamente sospechosa, por supuesto, pero no puede negarse la importancia que tuvo la experiencia de la frontera en la forja de la conciencia estadounidense. Pues bien, la frontera está abriéndose de nuevo, para nuestra generación y puede que para incontables generaciones venideras…
La conversación del grupo se deshizo en un coro general de susurros, y Jack olió un intenso aroma. Hora del café y las galletas.
Volvió al diario. Por fin encontró una entrada que mencionaba a su hijo. Leyó, pasando por alto las faltas de ortografía y los tachones.
23 de marzo. Nos hemos mudado a nuestra nueva casa en Madison Oeste 5. Nos lo pasaremos muy bien en verano. Papá y mamá se turnan para volver, tienen que trabajar en el Datum para conseguir dinero. Y tuvimos que dejar a Rod otra vez con la tía Meryl porque es fovico [quería decir fóbico, incapaz de cruzar; Jack tropezó con esa falta] y no puede cruzar es muy triste esta vez lloré después de irnos pero Rod no lloró si no fue cuando ya habíamos cruzado. Le escribiré en verano y volveré a verlo ES TRISTE porque aquí el verano será divertido y Rod no puede venir…
—Muy mal. —La voz de su mujer—. Eso es privado.
Se volvió con cara de culpabilidad.
—Lo sé, lo sé, pero estamos viviendo tantos cambios… Siento la necesidad de saber qué les pasa por la cabeza. Creo que eso se impone a la intimidad, aunque sea de momento.
Su mujer se encogió de hombros.
—Como veas. —Le llevaba un café, una taza alta llena a rebosar. Se volvió y se colocó frente al gran ventanal, el mejor de la casa, con la hoja de vidrio plano de fabricación local menos defectuosa que habían podido encontrar. Contemplaron Madison Oeste 5, en el que apenas empezaban a alargarse las sombras de la tarde. Tilda llevaba corto su pelo rubio rojizo, en el que asomaban las primeras canas, y la silueta de la grácil curva de su cuello se recortaba contra la ventana—. Sigue siendo un día precioso —dijo.
—Y un sitio precioso, también…
—Sí. Casi perfecto.
«Casi perfecto». Bajo esa frase acechaba una auténtica trampa para osos.
Madison Oeste 5 se extendía cómodamente sobre lo que era a grandes rasgos el mismo paisaje que dominaba su hermano mayor en el Datum. Sin embargo, ese era un lugar lleno de gracia, luz y espacios despejados, habitado por una mera fracción de la auténtica población de Madison. Eso no quitaba que muchos edificios fueran enormes. Los estilos arquitectónicos que habían evolucionado en los Estes y Oestes Bajos se caracterizaban por el peso. La materia prima iba regalada en los mundos vírgenes, lo que significaba que edificios y muebles a menudo podían ser variaciones sobre el tema del bloque. Así, el ayuntamiento tenía unos muros dignos de una catedral y unas vigas cortadas con láser a partir de árboles enteros. Sin embargo, también circulaba mucha electrónica y demás muestras de inteligencia, ligeras y fáciles de importar desde el Datum. De modo que se veían pequeñas cabañas de troncos de pioneros con pintura solar en el techo.
Con todo, era imposible olvidar que aquello no era la Tierra, por lo menos la Datum. En el perímetro de la ciudad había un ancho complejo de vallas y fosos, diseñado para contener a una parte de la fauna más exótica. La migración de una manada de mamuts de Columbia había provocado una vez una precipitada evacuación de la periferia.
En los primeros años que siguieron al Día del Cruce, muchas parejas como Jack y Tilda Green, con carreras, hijos y ahorros en el banco, habían empezado a examinar los nuevos mundos con miras a comprar un terrenito extra, un lugar donde sus niños pudieran jugar. Descubrieron enseguida que Madison Oeste 1 era demasiado esclavo del Datum, un batiburrillo de ampliaciones apresuradas de hogares y edificios de oficinas. Al principio los Green habían alquilado una cabañita en Oeste 2, pero el lugar pronto empezó a parecer un parque temático. Demasiado organizado, demasiado cercano a casa. Y el terreno ya pertenecía a otros.
Pero entonces descubrieron el proyecto de poblar Madison Oeste 5, partiendo de cero, con alta tecnología, vocación ecológica de partida y la intención de ser algo más que otra ciudad cualquiera. Los dos se habían entusiasmado y habían invertido una buena parte de sus ahorros para participar desde el principio. Jack y Tilda habían contribuido mucho a la finalización de los planes, pues él era ingeniero informático y trabajó en los detalles que hacían inteligente la ciudad, y ella como profesora de historia cultural ideó formas novedosas de gobierno local y foros comunitarios. La única desgracia era que allí no ganaban lo suficiente para vivir y los dos tenían que regresar al Datum a sus trabajos ordinarios.
—Esta es nuestra ciudad, pero ¿solo te parece «casi perfecta»? —dijo él.
—Ajá. Vivimos un sueño, pero es ajeno. Quiero mi propio sueño.
—Ya, pero nuestro hijo el fóbico…
—No uses esa palabra.
—Bueno, es lo que dice la gente, Tilda. Él no podrá compartir ese sueño.
Tilda dio un sorbo a su café.
—Tenemos que pensar en lo que es mejor para todos nosotros. También para Katie y Helen, además de Rod. No podemos dejar que eso nos ate las manos. Es un momento único, Jack. Ahora mismo, bajo la normativa de la égida y las nuevas leyes urbanísticas, el gobierno está prácticamente regalando las tierras de los Estados Unidos paralelos. Es una ventana que no permanecerá abierta para siempre.
Jack gruñó.
—Es pura ideología. —«La nueva frontera»: esa era la consigna, que habían tomado prestada de un viejo discurso electoral de John F. Kennedy. El gobierno federal fomentaba la emigración a los nuevos mundos de sus ciudadanos, y a decir verdad de cualquiera, con la única condición de que bajo la égida estadounidense acatarían las leyes estadounidenses y pagarían los impuestos estadounidenses: serían estadounidenses, en suma—. El gobierno federal solo quiere asegurarse de que todas esas versiones de Estados Unidos queden colonizadas antes de que se instale algún otro.
—Eso no tiene nada de malo. La misma clase de impulso propició la expansión hacia el oeste en el siglo XIX. Por supuesto, tiene su interés intelectual que la mayoría de los estadounidenses elijan ir al oeste, aunque sea solo una designación arbitraria sin referencia alguna al oeste geográfico. También he oído que la mayoría de emigrantes chinos se dirigen al este…
—Dios mío, si solo el viaje ya lleva meses. Todo por tener la oportunidad de soltar a los niños en un paraje sin civilizar. ¿Y de qué sirve un informático ahí fuera? O una profesora de historia cultural, ya puestos.
Tilda sonrió con cariño. Lo sacaba de quicio: notaba que no lo estaba tomando ni remotamente en serio.
—Lo que necesitemos saber, lo aprenderemos. —Dejó su café y le envolvió con los brazos—. Creo que lo necesitamos, Jack. Es nuestra oportunidad. Nuestra generación. La oportunidad de nuestros hijos.
«Nuestros hijos —pensó él—. Menos el pobre Rod». Allí estaba su mujer, una de las personas más inteligentes que había conocido, con la cabeza llena de idealismo sobre el futuro de Estados Unidos y la humanidad, y aun así planteándose abandonar a su propio hijo. Apoyó la mejilla en el pelo entrecano de Tilda y se preguntó si alguna vez la entendería.