Capítulo 7

Lo directo de la pregunta hizo que David se detuviese en seco y lo mirase a la cara.

—Vas directo al grano, ¿eh? —murmuró—. ¿Qué quieres preguntarme?

Álex chasqueo la lengua con impaciencia.

—Vamos, David, no juegues conmigo. Me has hecho un tatuaje que no me permite tocar a tu hermana sin ver las estrellas. No sé si eso es magia o no lo es, pero, por raro que pueda parecerte, la primera opción ya no me parece tan absurda como al principio. Sobre todo, después de ver el empeño que puso Jana en intentar convencerme de que todo eso de la magia eran majaderías. David emitió una carcajada breve y cantarina.

—Veo que empiezas a conocerla —dijo, reanudando la marcha—. No se lo tengas en cuenta, Álex. A su manera, supongo que está intentando protegerte. Y tiene un talento maravilloso para mentir… Me sorprende que te hayas dado cuenta.

—Yo no sé si miente o no miente —replicó Álex, intuyendo que había dicho demasiado—. Lo que sé es que tú me engañaste para hacerme el tatuaje, haciéndome creer que Jana estaba de acuerdo. Y no lo estaba. Sin dejar de caminar, David asintió con la cabeza.

—Es cierto, te engañé —dijo, evitando su mirada—. Pero tenía buenos motivos para hacerlo.

¿Ah, sí? ¿Qué motivos?

David reflexionó un momento con los ojos clavados en la arena que iban pisando. Luego, miró a Álex de soslayo.

—Tenía que conseguir que confiaras en nosotros —dijo en voz baja.

Aquello era demasiado. A Álex se le escapo una carcajada de incredulidad.

—Que confiara en vosotros —repitió—. Me engañaste para que confiara en vosotros.

Es una estrategia un poco rara, ¿no? David asintió sin dejar de caminar.

Tenía que demostrarte que no estamos locos, que lo de la magia de los tatuajes va en serio. Y sabía que no me creerías si no lo experimentabas en carne propia. Álex no podía dar crédito a lo que estaba oyendo.

—O sea, que querías convencerme de que la magia existe. Pues tengo que decirte que lo has conseguido. Nunca me he tomado en serio esa clase de historias, pero lo del tatuaje… La verdad, no sabía que pudieran sentirse cosas así. David se giró hacia él con viveza.

—Entonces, ¿lo has sentido? ¿Qué has sentido exactamente? —preguntó, ansioso—. Explícamelo, necesito saberlo todo. Álex parecía cada vez más incómodo.

—Oye, ¿qué te pasa? ¿Por qué te interesa tanto lo que yo sienta? Se supone que tenéis un montón de clientes, pregúntaselo a ellos…

En los ojos de David apareció una expresión de súplica que contrastaba del modo más extraño con su cínica sonrisa. Álex, por favor. Colabora un poco… No te he hecho el tatuaje por capricho. Tengo mis razones, y si me das tiempo, te las explicaré. Pero antes necesito saber si ha funcionado. Álex calló durante unos instantes.

—Al principio percibía las cosas con una intensidad que casi me dolía —murmuró por fin—. Los sonidos, los colores, los olores…

Era como si el mundo hubiese cambiado de repente, como si se hubiese vuelto más nítido. Después, poco a poco, el efecto se ha ido pasando… O he aprendido a controlarlo, no sé. Si me concentro, todavía puedo sentir las cosas con la misma intensidad que ayer. Pero solo si me concentro.

David continuaba caminando a su lado con el ceño fruncido y una intensa concentración en la mirada. A la luz del sol, parecía más pálido aún que en la penumbra de su taller de tatuaje.

¿Y con Jana? —preguntó—. —¿Qué sentiste al tocarla?

—Sentí como si se hubiese desatado el infierno. Un dolor insoportable, por todas partes… Pero también un desgarro terrible al alejarme de ella. Un deseo constante de volver a verla, de intentar tocarla otra vez. Aunque quizá eso no sea culpa del tatuaje.

—Quizá no —coincidió David—. Álex, respecto a eso, la verdad es que también te mentí…

Álex sintió una piedra en la boca del estómago. Tenía una idea bastante aproximada de lo que David intentaba decirle.

—No es pasajero, ¿verdad? —le ayudó—. No se pasará cuando el tatuaje cicatrice… —David se detuvo y lo miró a los ojos—. Veo que ya lo intuías. Es cierto, no es algo pasajero. El tiempo no hará que mejore… No podrás volver a tocar a Jana. Nunca. Lo siento.

Álex apretó los puños dentro de los bolsillos. La tensión de la piel sobre sus nudillos llegó a ser dolorosa. Por un momento, consideró la posibilidad de liberar aquella tensión descargando un buen puñetazo sobre el atractivo rostro de David.

Pero no podía hacerlo. Era el hermano de Jana. Aceleró el paso para dar salida a su furia.

—Supongo que ahora me explicarás por qué lo hiciste —susurró—. Habrá algún motivo…

—Ya te lo he dicho. Tenía que convencerte de que lo que hacemos Jana y yo es algo fuera de lo normal. Algo mágico y peligroso. Jana quería ir revelándotelo poco a poco, vencer tu resistencia a través de la seducción. Estaba segura de que lo conseguiría. Y yo también, pero habría llevado demasiado tiempo. Y yo estoy cansado de esperar.

—Pues yo también me estoy cansando, David. Quiero respuestas concretas, y tú no haces más que irte por las ramas. ¿Para qué tanto empeño en convencerme de que vuestros tatuajes son mágicos? Si estáis buscando un socio capitalista para vuestro negocio, os habéis equivocado. Mi familia ya no es rica. Mi padre murió arruinado.

Avanzaron media docena de pasos más por el sendero antes de que David se decidiese a contestar.

—¿Qué sabes de la muerte de tu padre? —preguntó finalmente. Álex ralentizó sus pasos, desconcertado.

—¿Y eso qué tiene que ver con mi pregunta? —Quiso saber—.

—Tiene mucho que ver. ¿Sabes cómo murió?

Transcurrieron unos cuantos minutos en silencio.

—Se suicidó —repuso Álex por fin—. Tenía problemas en los negocios… ¿Tú lo sabías?

David asintió.

—Ésas fueron las conclusiones de la policía. Si, lo sabía —admitió—. Pero también sé que eso no es cierto.

Un remolino de hojas cobrizas se cruzó ante los muchachos, acariciando la arena mojada antes de remontar el vuelo e ir a caer un poco más allá, sobre la hierba.

—Yo también creo que no es cierto —confesó Álex—. ¿Pero tú qué sabes? ¿Qué tiene que ver contigo la muerte de mi padre?

Por toda respuesta, David se sacó un folio doblado en cuatro del bolsillo del chaquetón y se lo tendió. Álex lo desplegó con impaciencia. Era una fotocopia. Una fotocopia de un informe policial, o de una parte de uno.

—Estas observaciones desaparecieron del informe que elaboró la policía sobre la muerte de tu padre. Tengo clientes con influencias, y a veces no me importa utilizarlas… Léelo, si quieres. Es parte de la declaración inicial del forense. Dice que la muerte de tu padre no se produjo en su despacho de la compañía Tecnos. Dice que lo llevaron allí cuando ya estaba muerto. Álex recorrió a toda prisa los renglones escritos a mano de la fotocopia. En el lenguaje técnico de la policía científica, alguien enumeraba las pruebas materiales que demostraban que el disparo que había puesto fin a la vida de Hugo Torres no se había efectuado en el lugar donde apareció el cadáver. Las salpicaduras de sangre de la pared no coincidían con la supuesta trayectoria de la bala ni con la forma en que ésta había irrumpido en el cuerpo. Eran una falsificación… Pura y simplemente.

Álex buscó con la mirada el banco más cercano y, caminando hacia él, se dejó caer sobre el asiento húmedo de rocío. David, después de unos instantes de indecisión, le imitó. Dos palomas se acercaron contoneándose y estiraron el cuello hacia ellos con la esperanza de obtener algo de comida. Después de revolotear un momento entre sus pies, se alejaron volando, decepcionadas.

¿Por qué desapareció esta parte del informe final? -Preguntó Álex, como hablando consigo mismo.

David arqueo las cejas.

—Alguien considero que no debía estar allí —repuso—. Alguien con muchas influencias.

De modo que Hugo Torres no se había suicidado, y allí estaba la prueba. Su esposa casi había enloquecido intentando encontrar evidencias que demostrasen que la hipótesis del suicidio no era la correcta, pero al final se había visto obligada a rendirse sin conseguir nada. Y ahora, de repente, Álex se encontraba con aquella información sin buscarla, casi por casualidad, un domingo por la mañana en un parque cualquiera. Todo gracias a David. ¡Qué extraño!

—Pero si no se suicidó, eso quiere decir que lo mataron…

Álex se interrumpió, tratando de ordenar sus ideas.

—Ahora empiezas a entender —dijo David—. Lo mataron porque sabía demasiado.

Nuevo silencio. Las palomas habían encontrado debajo de otro banco los restos del sándwich de algún ejecutivo apresurado. Por la zona del parque había varias empresas importantes, y no era raro ver a sus empleados consumiendo precipitadamente su almuerzo en cualquier rincón bajo los árboles.

—¿Qué es lo que sabía? —preguntó Álex al fin, sin creerse del todo que estuviese formulando en serio aquella pregunta.

—Cosas sobre nosotros —replicó David en tono apagado—. Mejor dicho, sobre mi madre. Todo lo que sabemos lo aprendimos de ella… El poder de transformar a los hombres a través de los dibujos que grabamos en su piel. El poder de las brujas Agmar. Álex recordó de pronto el libro sobre tatuajes que había descubierto la víspera en la biblioteca de su padre. Alzo la vista hacia un grupo de castaños de Indias cuyas copas amarillas contrastaban con la oscuridad de la tierra debajo de ellos, al otro lado del camino.

—Mi padre no era de esa clase de personas —murmuró, tratando de convencerse a sí mismo—. No le iban nada el esoterismo ni las ciencias ocultas. Era un hombre práctico, apegado a la realidad del día a día. Si es cierto que lo mataron, no creo que tenga nada que ver con vuestros secretos. David se encogió de hombros. La sonrisa cínica había vuelto a aparecer en su rostro.

—El amor cambia a las personas —dijo a la ligera—. No sé lo que hubo entre él y mi madre, pero estoy seguro de que hubo algo. Quedaban en secreto de vez en cuando, en un pequeño hotel de la costa, yendo por la carretera sesenta. Lo descubrí por casualidad… ¿Te sorprende? Álex asintió, incapaz de pronunciar una sola palabra. Era imposible. Su padre y su madre habían formado la pareja más unida que él había conocido jamás. Resultaba inconcebible que, a espaldas de su familia, Hugo hubiese mantenido una aventura con otra mujer. ¡Y para colmo, de todas las mujeres del mundo habría ido a elegir a la madre de Jana!

Observo a David de reojo. Sus sentidos ya no eran tan receptivos como la mañana anterior, en el jardín, pero, aun así, intento concentrarse en la expresión del muchacho y leer lo que escondía. La conclusión a la que llego fue que David no estaba mintiendo. Él creía en la verdad de lo que le acababa de contar. Sin embargo, tenía que estar equivocado.

—A mi madre también la mataron, ¿sabes? —Explicó en un susurro el hermano de Jana—. Bueno, a los dos. Mi padre y mi madre tenían un lejano parentesco entre ellos, aunque él no podía hacer lo que hacia ella. Nuestra familia es muy matriarcal, ya te habrás dado cuenta… El poder lo tienen las mujeres. De nuevo callaron durante un rato. Álex arrastro una de sus zapatillas repetidas veces sobre la arena húmeda, hasta formar un pequeño agujero.

—Y, según tú, ¿quién los mató?

La respuesta de David no se hizo esperar. La misma persona que mato a tu padre, Álex. Por eso te necesito. Las piezas de aquel absurdo puzzle empezaban a encajar pero la imagen que iba cobrando forma ante los ojos de Álex no era más que una visión incomprensible, una pesadilla sin ningún sentido.

—¿No sabes quiénes fueron? —preguntó.

Una sombra de miedo atravesó fugazmente el iris verdoso de David. Duró solo un segundo.

—Tengo mis sospechas —dijo—. Pero es pronto para hablar de eso… Antes, tengo que asegurarme de que estás completamente de nuestra parte.

—No te entiendo. ¿Qué quieres de mí?

David se levantó del banco y se quedó mirando a Álex desde arriba. Su sonrisa destilaba odio, y un destello de crueldad iluminaba sus pupilas.

—Quiero venganza, Álex. Quiero que los venguemos, a tú padre y a los míos. Juntos, ¿me entiendes? Juntos hasta el final, hasta conseguir lo que queremos.

Álex sostuvo su mirada sin demostrar la menor turbación. Cuando David terminó, sonrió con frialdad.

¿Y no se te ha ocurrido que quizá yo no quiera lo mismo que vosotros? Los ojos de David se ensombrecieron.

—¿No quieres vengarte? —preguntó.

Álex reflexionó un momento.

—Todavía no lo sé —dijo—. Antes tengo que saber. Tengo que entender lo que pasó.

David puso cara de paciencia, como si estuviese siguiéndole la corriente a un niño desconfiado.

—Está bien. Lo averiguaremos. Estoy seguro de que, cuando lo sepamos todo, querrás lo mismo que nosotros. Venganza.

¿Eso significa entregar a los asesinos a la policía?

La pregunta pilló a David desprevenido.

—Bueno, quizá… ¿Por qué no? -Farfulló. Aunque también es posible que la policía no pueda hacer nada en este caso. Nuestros enemigos no son gente corriente.

El dramatismo de aquella declaración obligó a Álex a contener la risa. Ya… ¿Y qué son, entonces? ¿Supervillanos? ¿El lado oscuro de la fuerza o algo así? David frunció las cejas ligeramente.

—No deberías tomártelo a broma. Dices que el tatuaje ha agudizado tus sentidos, que ahora percibes las cosas de otra manera…

¿Por qué no utilizas todo eso para mirar a tu alrededor? ¿De verdad te parece que esta ciudad es un sitio corriente? La Antigua Colonia, por ejemplo, o el parque de San Antonio… ¿No notas su oscuridad, su misterio?

Álex dejó de sonreír. Si, David estaba en lo cierto. Había algo profundamente enigmático en algunos lugares de aquella ciudad, y no hacía falta ningún tatuaje mágico para captarlo. Y luego estaba Jana; su oscuridad, su misterio… Eso sí que lo había captado. Y le dolía.

—Ojalá hubieras dejado que Jana aplicase su sistema —murmuró con cansancio—. Os habría ayudado igual… Ella me interesa de verdad, David. Es terrible lo que me has hecho.

David seguía allí plantado frente a él, con expresión entre burlona y culpable.

—Bueno, ahora ya no tiene remedio. Créeme, Álex, es mejor así… De la otra manera, habrías terminado confundiendo las cosas. Y es mejor que te concentres en esto.

Oyeron voces de niños a lo lejos, y el eco de un balón al rebotar contra el suelo. Muy pronto el parque empezaría a llenarse de animación.

¿Y crees que ésta es la mejor forma de concentrarse? No puedo dejar de pensar un minuto en ella. Es aún peor que antes… En serio, ¿no existe ninguna manera de arreglar esto?

—Quizá exista —replicó David con cautela—. Y si nos ayudas a conseguir nuestro objetivo… Bueno, es posible que podamos hacer algo. Un chantaje. No podía creerlo… ¡David le estaba chantajeando! Por desgracia, lo hacía con tan poca convicción que resultaba difícil confiar en sus palabras.

—No puedo confiar en ti si no me dices toda la verdad, David —dijo con firmeza—. Eso de que querías apartarme de Jana para que me centrase en «tus planes» es una estupidez, y no me lo creo.

David echó a andar por el sendero de arena, y Álex lo siguió. El hermano de Jana parecía decidido a evitar su mirada. Se le veía irritado, molesto.

—Piensa lo que quieras. Hay cosas que no te puedo explicar todavía. Es mejor ir poco a poco… Solo voy a decirte una cosa, y esta vez más vale que me creas: quiero a mi hermana, Álex. Ella es lo único que tengo en el mundo, y no permitiré que nada ni nadie le hagan daño.

Álex sintió un estremecimiento al oír esas palabras.

¿Crees que yo le haría daño? —Preguntó, herido—. No intencionadamente. Pero lo que tú eres puede suponer un peligro para ella. Lo siento, Álex, no puedo hablar con más claridad por el momento. Tendrás que confiar un poco en mí, aunque sé que no he hecho mucho por ganarme tu confianza. Por primera vez, Álex notó la intensa emoción de David bajo su máscara irónica.

—Entonces, ¿tú crees que Jana está en peligro? -Preguntó, buscando su mirada.

David asintió con lentitud.

—Creo que si —murmuró—. Aunque no sé si ella se da cuenta. Siguieron mirándose durante unos segundos.

—¿Y por qué no has empezado por ahí? —preguntó finalmente Álex, relajando sus facciones.

¿Eso significa que nos ayudarás?

Esta vez Álex no necesitaba meditar su respuesta.

—Si —dijo casi con alegría—. Por supuesto que sí.