Capítulo 4

A partir de aquella mañana, la recuperación de Erik no dejó de progresar, y en pocos días pudo abandonar la cama e incluso dar cortos paseos por los pasillos de la Fortaleza. Jana le acompañaba a menudo en sus salidas de la habitación, aunque detestaba el ambiente silencioso y opresivo que reinaba en el cuartel general de los Drakul. La curación del heredero había tranquilizado bastante los ánimos dentro del clan, pero el ataque de los guardianes y la muerte de Óber aún estaban demasiado recientes en el ánimo de todos. Los sacerdotes con los que se cruzaban en los corredores miraban con recelo a la joven Agmar que acompañaba a su amo. La mayoría rehuía su mirada y evitaba responder a sus saludos, incluso si eso les granjeaba una reprimenda por parte de Erik.

David seguía también en la Fortaleza, aunque apenas salía de los aposentos que Erik había ordenado preparar para él. Las noticias que llegaban del exterior eran cada día más confusas y contradictorias. Por un lado, parecía que la situación se estaba normalizando después de las escaramuzas surgidas entre los clanes a raíz del ataque, pero, por otro, se rumoreaba que Pértinax había muerto, y que la jefa Lenya había desaparecido. El gran beneficiado de aquellos enfrentamientos parecía ser Glauco, quien, ayudado por sus Ghuls, iba ganando terreno día a día… Sin embargo, aquello no era lo que más preocupaba a los Drakul. La principal preocupación se centraba en los guardianes y en lo que podían estar tramando después del éxito de su anterior incursión. A esas alturas ya nadie dudaba de que Álex era el Último y de que se había unido a los suyos para preparar la gran batalla final contra los Medu. Faltaba saber cuándo y dónde se produciría… Pero, fuese como fuese, los Drakul tenían claro que debían estar preparados.

Cuando los jefes guerreros acudían a Erik para pedirle instrucciones al respecto, éste, invariablemente, les contestaban que obrasen como lo creyesen conveniente. No hacía nada para evitar los preparativos de la guerra, pero tampoco colaboraba en ellos. Jana observaba aquella actitud con curiosidad, pero había decidido no hacer preguntas antes de que el muchacho se encontrase completamente restablecido.

Erik, no obstante, intuía que los dos hermanos estaban impacientes por hablar con él.

David le había dejado caer que Óber les había prometido información a cambio de oficiar el ritual de la espada, y aunque no hubiese sido así, él era consciente de que antes o después tendría que compartir lo que sabía con los Agmar, y más concretamente con Jana.

Por esa razón decidió adelantarse a los acometimientos, y una tarde citó a Jana en el jardín privado de Óber situado en uno de los patios interiores de la Fortaleza.

Cuando entró en el jardín. Jana no pudo menos que admirar los delicados frutales en flor, así como la belleza de los rosales trepadores y el frescor de las tres fuentes alineadas en el centro.

—No sabía que existiera un lugar así en la Fortaleza —dijo mirando a Erik, que la esperaba sentado en un banco de piedra, junto a un pequeño estanque—. Me gusta mucho…

—Tendría que habértelo enseñado antes —se disculpó Erik—. Llevas mucho tiempo encerrada, y aquí al menos se puede respirar.

—Todavía no tengo claro si soy tu prisionera o tu invitada —comentó Jana sonriendo, aunque sus ojos reflejaban cierta ansiedad.

Llevaba un vestido claro, ceñido a las caderas y con algo de vuelo a la altura de las rodillas. Un Ghul se lo había entregado de parte de Erik la tarde anterior, junto con algunas otras prendas.

Erik le cogió una mano y la acarició con suavidad.

—Tú nunca serás mi prisionera, y menos después de lo que ha pasado.

—Pero David y yo hemos provocado la muerte de Óber, aunque fuese por orden suya…

Erik asintió.

—No tenéis que preocuparos por eso. Nuestros sacerdotes recibieron instrucciones muy claras de mi padre, y aunque desconfíen, no se atreverán a tramar nada contra vosotros.

Jana se sacudió la melena hacia atrás y cerró los ojos un instante.

—La verdad es que me ha sorprendido que Óber cumpliese su promesa. Quiero decir que, después de lo que hice…, debía de estar deseando eliminar a todos los Agmar del mapa.

Erik la observó pensativo.

—No —murmuró—. Él sabía que los necesitamos. Por eso se aseguró de que los suyos te respetaran, no por fidelidad a su promesa. Para mi padre, ante todo estaba su clan.

—Pero dio su vida por ti…

—Sí, es cierto —Erik frunció el ceño—. Nunca habría imaginado que fuese capaz de algo así… Supongo que pensó que era lo mejor para los Drakul.

A Jana le pareció raptar un deje de resentimiento en la voz del muchacho, mezclado con cierta dosis de tristeza. Siempre que salía a relucir el sacrificio de Óber, el rostro de Erik se ensombrecía. Recordando lo que había sentido tras perder a sus padres, Jana podía hacerse una idea bastante aproximada de lo que el joven Drakul experimentaba en ese momento. Amargura, pero también perplejidad, y rencor…

Estaba segura de que, en su fuero interno, aún no había asimilado lo ocurrido, y de que tardaría mucho tiempo en asimilarlo.

—En todo caso, me alegro de que Óber tomase esa decisión —dijo, mirando a Erik a los ojos—. Gracias a ella estás vivo. Si hubieses muerto… Nunca me lo habría perdonado.

Erik le sonrió en silencio, y ella le devolvió la sonrisa. El rumor del agua en las pilas de mármol de las fuentes ponía una agradable nota de frescor en el ambiente. De pronto, sin entender por qué, Jana se sintió casi feliz.

—Ojalá pudiésemos estar así para siempre, sin enfrentarnos a lo que pasa fuera —dijo, estirando los brazos por encima de su cabeza.

—Si —coincidió Erik—. Y sin mirar atrás…

Sus ojos volvieron a encontrarse. Ambos sabían que aquello era imposible.

—¿Crees que volveremos a verle? —preguntó Jana con un leve temblor en la voz.

No hacía falta que aclarase a quién se refería. Erik la había entendido de inmediato.

—No lo sé —murmuró—. Álex ya no es como nosotros lo conocimos. Ahora se ha convertido en uno de ellos… Debemos considerarlo nuestro enemigo.

—Pero él no nos odia, de eso estoy segura. Al menos no nos odia a ti y a mí.

—Puede que ahora lo vea todo de otra manera —razonó Erik—. Puede que sus sentimientos hayan cambiado… Los guardianes no son como nosotros, Jana. Ellos presumen de su humanidad, pero no sienten aún como los seres humanos. Y si Álex se ha convertido en un guardián… Bueno, no creo que sigamos interesándole.

Jana bajó la mirada y permaneció muy quieta en su asiento de piedra, mirando fijamente las briznas de hierba. No quería que Erik notase hasta qué punto le habían dolido sus palabras.

—¿Por qué me has traído aquí? —Preguntó por fin, dominándose—. Dijiste que querías contarme algo…

Erik echó la cabeza hacia atrás y dejó que el sol bañase largamente su rostro, todavía demacrado, antes de contestar.

—Mi padre os prometió información a cambio de que me salvaseis —dijo, sin mirar a Jana—. David me lo contó… Bueno, creo que ha llegado el momento de saldar mi deuda.

—Todavía no estás del todo bien —comenzó Jana—. No hace falta que hablemos ahora, no hay prisa…

—En eso te equivocas —la interrumpió Erik—. Sí hay prisa, mucha más de la que puedas imaginarte. La historia que te voy a contar es algo más que una historia. En realidad es una especie de guía de actuación para momentos difíciles. Existe un modo de vencer a los guardianes. Jana; de vencerlos para siempre… Pero, para lograrlo, tenemos que estar juntos.

Jana asintió mecánicamente, pendiente de los labios de Erik.

—En el pasado, ya una vez estuvimos a punto de lograrlo —continuó el muchacho.

Habría sido el fin de nuestros enemigos, y el comienzo de una nueva era para los Medu. Pero, en el último momento, todo se vino abajo… Y la culpa fue de mi antepasado Drakul.

—¿Drakul? —repitió Jana, perpleja—. No te entiendo. Él fue quien salvó a los Medu de la destrucción del Último…

—Así es, pero no llegó a completar su obra.

El muchacho arrancó una hoja de un rosal cercano y la acarició suavemente con los dedos.

—¿Recuerdas la visión que invocaste durante tu duelo con las hijas de Pértinax? —preguntó—. ¿Conoces su significado?

Jana hizo un gesto ambiguo con la cabeza.

—Sé que uno de los personajes que aparecían era Drakul, y que llevaba tu espada. Y la mujer, por lo que pude deducir, era Agmar. Al otro personaje, el del libro, no logré identificarlo…

—Se trataba de Céfiro —explicó Erik, jugueteando aún con la hoja que había arrancado—. Céfiro, el último de los Kuriles… Lo que todos vimos gracias a ti fue el momento en que los tres Medu más poderosos se unieron para derrotar al Último Guardián. Céfiro había descubierto su secreto, y les había revelado a los otros dos la forma de vencer en aquella guerra.

—He oído esa leyenda —confirmó Jana—. Pero nadie sabe cuál era ese secreto. Cuando los Drakul desterraron a Céfiro, esa información se perdió para siempre…

—En eso te equivocas. Ese secreto no se perdió. Yo lo conozco, porque mi padre me lo contó. Y también lo conocía tu madre.

Jana esperó en silencio a que Erik continuase. El nerviosismo le había puesto un nudo en la boca del estómago.

—Fue Céfiro el que lo descubrió, casi por casualidad. Él era un Kuril, como sabes, y a pesar de su juventud, había avanzado mucho en la comprensión de los libros antiguos. Ya sabes lo que se cuenta de esos libros: que tenían vida propia, que consignaban los hechos que sus dueños iban olvidando… Pero, en uno de ellos, Céfiro encontró algo muy diferente. Encontró la antiquísima historia de Arawn, el primero de los guardianes, y, con ella, el camino hacia el centro de su poder, conocido como la Caverna.

—La Caverna —repitió Jana con aire ausente—. Nunca había oído hablar de eso…

—La Caverna es el lugar donde los guardianes encierran los símbolos cada vez que derrotan a los Medu. Allí celebran un sacrificio: el Último se sienta en un trono y deja que todos los símbolos robados se adhieran a su piel, hasta destruirlo por completo.

De ese modo despojan a nuestros clanes de todo significado. A partir de allí, los Medu se ven obligados a empezar otra vez de cero, y tardan siglos en reconstruir el edificio de símbolos que sustenta nuestro poder.

—¿Y dices que el libro explicaba cómo llegar a la Caverna? O sea, que, en algún momento, nuestros antepasados supieron dónde estaba…

—Al menos supieron cómo llegar hasta ella. La Caverna no es simplemente un lugar, es algo más. Es una especie de refugio espiritual, y yo sospecho que para cada uno tiene un aspecto diferente. En todo caso, Céfiro encontró el libro donde se explicaba cómo penetrar en ese refugio, y cuando huyó de los suyos, se lo llevó con él. Ése fue el único libro de los Kuriles que se salvó. Como sabes, Drakul ordenó que todos los demás fueran quemados, para que nadie volviese a practicar el arte de cabalgar en el viento.

—O sea, que Céfiro salvó el libro, y cuando los clanes estuvieron en peligro, acudió a Drakul para ofrecerle su ayuda y conducirlo hasta la Caverna.

Erik sonrió de un modo enigmático.

—Bueno, fue algo más complicado que eso —explicó—. Para leer los libros Kuriles hacían falta unas piedras especiales, unas piedras que normalmente se encontraban bajo la custodia de las mujeres del clan. Sin las piedras, los libros resultaban incomprensibles. Afortunadamente, cuando Agmar huyó con Céfiro, se llevó la piedra que tenía bajo su custodia. Luego, durante la guerra con los guardianes, ambos volvieron y le leyeron a Drakul el contenido del libro. Y Drakul comprendió de inmediato su importancia.

Jana esbozó una mueca de impaciencia.

—El camino a la Caverna, sí. Pero ¿por qué era tan importante esa información para vencer al Último?

Erik arrojo la hoja de rosal al suelo y miró fijamente a la muchacha.

—El libro no se limitaba a señalar el camino de la Caverna —repuso—. También explicaba cómo vencer a los guardianes. Entre todos los símbolos que éstos habían ido robándoles a los Medu a lo largo de los siglos, había uno muy antiguo, conocido como la Esencia de Poder. Se trataba de una especie de corona de fuego blanco que no dejaba de arder nunca. Según el libro, si alguien lograba extraer esa corona de la Caverna, el poder de los guardianes desaparecería para siempre. Perderían la capacidad de arrebatarnos los símbolos y de encerrarlos en ese lugar mágico. No podrían hacernos daño nunca más… ¿Lo entiendes ahora? Robar la Esencia habría supuesto el fin completo de la guerra.

Jana asintió con la cabeza. En aquel momento, el jardín, con sus fuentes y el rumor del viento entre las hojas de los frutales, había dejado de existir para ella. Lo único que veía eran los labios de Erik desgranando aquella antigua historia: una historia que podía cambiar el presente y el futuro, si es que la había comprendido bien.

—Pero si Céfiro y Drakul conocían ese secreto, ¿por qué no lo aprovecharon? —se atrevió a preguntar—. ¿Por qué no robaron la corona de fuego blanco?

—Lo intentaron —contestó Erik ensimismado—. Después de derrotar al Último con su espada mágica. Drakul estaba furioso porque no encontraba la forma de matarlo.

Céfiro le reveló entonces que la única forma de acabar con Arión consistía en robar la Esencia de Poder que Arawn había encerrado en la Caverna. Los dos hombres, junto con Agmar, usaron el libro de los Kuriles para llegar hasta las mismas puertas de la Caverna… Ése fue el momento que revivimos a través de tu visión.

—¿Y qué sucedió luego?

—Parece ser que Drakul entró él solo en la Caverna y robó la Esencia de Poder. Pero a la salida, mi antepasado cometió un error fatal. Después de mostrarles a sus compañeros la corona de fuego blanco que había robado, empezó a juguetear con ella. Céfiro le advirtió de que era peligroso, pero Drakul, para demostrarle que no tenía ningún miedo, se la puso. Al momento, su cuerpo quedó reducido a un puñado de cenizas negras… Agmar y Céfiro solo pudieron contemplarlo durante un momento.

Un instante después, estaban en el lugar de partida de su viaje, un lugar llamado la torre de los Vientos. La corona, por supuesto, había desaparecido… Intentaron volver a la Caverna para recuperarla, pero todo fue inútil. El libro no quiso dejarse leer de nuevo y, no encontraron el camino.

Jana meneó la cabeza de un lado a otro, impresionada.

—No puedo creerlo —murmuró—. No puedo creer que no lo lograran, después de haberlo tenido tan cerca.

Erik acarició la rugosa piedra de su asiento con una mano.

—El resto de la historia ya debes de conocerlo. El hijo de Drakul culpó de lo ocurrido a Céfiro y lo desterró para siempre. Agmar no quiso acompañarlo, y se quedó con sus antiguos enemigos.

—¿Y el libro?

—Céfiro se lo llevó con él y Agmar se quedó con la piedra. Desde entonces, tus antepasadas la han utilizado para ayudarse en sus visiones… Pero su verdadera utilidad cayó en el olvido.

—¿Y dices que mi madre conocía esta historia?

Erik alzó los ojos hacia Jana.

—Sí. Se la contó Hugo. Y también fue él quien se la contó a mi padre.

Jana notó cómo la sangre abandonaba sus mejillas. La Cabeza empezaba a darle vueltas.

—¿Hugo? —preguntó, perpleja—. ¿El padre de Alex? No entiendo…

Erik le cogió una mano y la apretó con fuerza.

—Hugo era descendiente de Céfiro, Jana. Era el Último de los Kuriles. Él tenía el libro… Por eso conocía la historia.

Los ojos de Jana se nublaron. Impidiéndole distinguir el rostro de Erik. La muchacha tardó unos segundos en comprender que estaba llorando. Rápidamente, se llevó el dorso de la mano a los párpados, para secarse las lágrimas.

—Entonces, Álex también es descendiente de Céfiro…

—Así es —confirmó Erik—. Podría haberse convertido en un Kuril.

Jana desprendió su mano de la del heredero Drakul. Durante unos instantes lo contempló fijamente, esforzándose por controlar sus sentimientos.

—¿Por qué hablas en pasado? —murmuró—. Que nosotros sepamos, todavía no está muerto…

—Para nosotros es como si lo estuviera. Se ha ido con ellos, con los otros guardianes, terminó con Arión, Jana. Él es el Último… No le des más vueltas.

Jana se puso en pie y comenzó a caminar nerviosamente por el sendero de gravilla blanca, de un lado a otro, sin alejarse demasiado del banco donde Erik continuaba sentado.

—Pero no puede ser el Último —razonó—. Es uno de los nuestros… No puede ser nuestro enemigo, ¿no te das cuenta?

Erik la miró con tristeza.

—Estás intentando convencerte de que aún hay esperanza porque no puedes soportar la idea de haberlo perdido para siempre —dijo—. No te culpo, a mí me pasa lo mismo. Era mi amigo, mi mejor amigo… Pero los hechos son tus hechos. Destruyó a Arión. Se fue con los guardianes, y desde entonces no ha vuelto a dar señales de vida.

Jana se detuvo ante Erik y lo miró orgullosamente desde arriba. La brisa arremolinaba el vuelo de su vestido blanco alrededor de sus piernas.

—¿Crees que su padre sabía que era el Último? —preguntó con sequedad.

—No lo sé. Si lo sabía, se guardó mucho de contarlo. Supongo que querría protegerlo… Pero él veía el futuro, tenía que saberlo. Jana dio una patada a la gravilla, manchándose el zapato de polvo blanco.

—Ojalá mi madre hubiese vivido lo suficiente para contarme todo eso —murmuró con rabia—. Ella habría sabido qué hacer…

—Aunque hubiese vivido, no te lo habría contado, Jana —dijo Erik lentamente.

Pértinax estaba en lo cierto. Alma no te quería a ti como heredera. Confiaba mucho más en sus hijas… Lo siento, pero era así.

Jana se encaró fieramente con el muchacho.

—¿Y tú qué sabes? —le gritó—. Ni siquiera tengo por qué creerme toda esa extraña historia que me has contado. Los Drakul y los Agmar han sido enemigos durante siglos, y tu padre ordenó la muerte de mi madre. ¿Eso también lo sabías?

Erik hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Sus mejillas se habían puesto muy blancas.

—Lo siento. Jana. Lo único que puedo decirte es que Óber no quería hacerlo. Pero no le quedó más remedio… Alma le había traicionado, y se había convertido en un peligro para los Medu.

Un pesado silencio cayó sobre los dos jóvenes. Incluso la brisa se había detenido.

Desde una rama muy cercana, un pájaro entonaba su quejumbroso canto.

—No te creo —murmuró Jana por fin—. Mi madre solo quería lo mejor para su clan, como tu padre para el suyo.

—Es cierto que quería lo mejor para su clan. Pero no supo entender que lo mejor para los Agmar no era enfrentarse a los Drakul, sino aliarse con nosotros. Cuando Hugo apareció contando su historia, lo hizo con un objetivo muy claro: deseaba una alianza con ellos para reencontrar el camino de la Caverna y triunfar donde nuestros ancestros fracasaron. Sabía que él solo no podía conseguirlo. Tenía el libro, pero necesitaba la piedra para leerlo, y la espada Aranox para enfrentarse a los guardianes, en caso de que estos intentasen impedirle el acceso al interior de la Caverna. Por eso se lo contó todo a Óber y a Alma. Y ellos prometieron ayudarle.

—Era lo mejor para todos —coincidió Jana, impaciente—. No tiene sentido que mi madre se echase atrás…

—Todo habría salido bien si Hugo no hubiese sido asesinado. Ni Alma ni Óber lograron averiguar nunca quién lo hizo. Ambos se acusaron mutuamente de su muerte, y comenzaron las disputas. Óber insistía en continuar con el proyecto de ir a la Caverna, aun sin Hugo. Pero Alma tenía otros planes. No sé cómo se las arregló para robar el libro de los Kuriles, que hasta entonces había estado en manos de Hugo.

Y una vez que tuvo el libro y la piedra, la ambición pudo con ella. Se propuso aprender ella sola el arte de los Kuriles y leer en el libro para cambiar el futuro, fingió que estaba dispuesta a colaborar en la expedición a la Caverna, pero su plan no era el de Hugo, sino otro muy distinto: ella decidió manipular los acontecimientos para que yo, el heredero Drakul, cayese en la tentación de repetir el error de mi antepasado. Si me ceñía la corona, caería fulminado al instante y los Drakul perderían la supremacía entre los clanes. Así su clan subiría al poder… Lo tenía todo muy bien pensado.

—Es absurdo —protestó Jana—. ¿Mi madre prefería derrotar a los Drakul a vencer para siempre a los guardianes? No tiene sentido…

—Supongo que pensaba que, una vez eliminada nuestra dinastía, podría ir a la Caverna ella sola y robar una vez más la Esencia de Poder. Creyó que podría tenerlo todo.

—¿Y tú cómo sabes todo eso? No son más que suposiciones… Las excusas que tu padre empleo para justificar su asesinato.

Erik meneó la cabeza con gravedad.

—No es cierto, Jana. Había alguien que espiaba a tu madre para nosotros, alguien en quien ella confiaba plenamente y que estaba muy cerca de vuestra familia. Alma adoraba a sus hijas, estaba entusiasmada con sus poderes. Veía en ellas a sus continuadoras.

—¿Estás hablando de Pértinax? —preguntó Jana, sin dar crédito a lo que estaba oyendo.

—Él fue quien descubrió lo que Alma estaba haciendo, y se asustó muchísimo. Sabía que era una locura y una temeridad, y se lo contó todo a mi padre. Entonces Óber decidió que Alma debía morir… El resto ya lo sabes.

—No, Erik, no lo sé. Una vez muertos Hugo y Alma, ¿qué pasó con el libro?

—Ah, eso es justamente lo que mi padre nunca consiguió averiguar. Lo busco por todas partes, pero esos libros tienen voluntad propia, y nunca logró encontrarlo. Él estaba persuadido de que el libro jamás aparecería mientras él llevase las riendas del clan. Por eso me lo contó todo. Me dijo que tendría que acabar lo que él había empezado. Creía que a mí el libro no me rehuiría. Pero para eso debía evitar caer en sus mismos errores: por eso me colocó desde la infancia muy cerca de Álex, porque sospechaba que, sin la colaboración de un Kuril, el libro jamás vendría a nosotros. Y por eso ha continuado toda su vida vigilando a los Agmar, esperando el momento para conseguir la piedra… Pértinax le había asegurado que la tenían sus hijas, pero sospecho que él nunca le creyó del todo.

La brisa regresó al jardín y agitó los oscuros cabellos de Jana. La muchacha parecía aturdida por lo que acababa de oír. Se veía en su rostro que no ponía en duda la veracidad de la historia de Erik, a pesar de que le habría gustado hacerlo.

—Así que eso era lo que Óber quería que supiera… ¿Por qué? —preguntó en tono apagado.

—Porque todavía podemos conseguirlo, Jana. Tú tienes la piedra, y yo la espada. Si encontramos el libro, haremos lo que nuestros padres no llegaron a hacer. Iremos a esa caverna, robaremos la corona de fuego blanco y derrotaremos para siempre a nuestros enemigos.

—Te olvidas de algo: para leer el libro hace falta un Kuril

—Sí —confirmó Erik—. Nos habría venido muy bien contar con Álex. Pero él ya no está, así que tendremos arreglárnoslas solos. Piensa en lo que logró tu madre, Jana.

Llegó a leer el libro y a cabalgar en el viento. Estoy seguro de que tú también puedes hacerlo. Al fin y al cabo, también procedes de los Kuriles, a través de Agmar. Si encontramos el libro, no necesitaremos a Álex para nada.

Jana arqueó las cejas con escepticismo.

—No creo que encontremos el libro, Erik. No creo que el libro quiera que lo encontremos.

—¿Por qué no? Nosotros no hemos cometido ningún delito; ni tú ni yo somos culpables de los errores de nuestros padres. El libro no nos rehuirá… Al menos tenemos que intentarlo, ¿no crees?

Jana asintió sin mucha convicción.

—Si al menos supiésemos por dónde empezar a buscar…

—Lo sabemos —la interrumpió Erik con un destello de entusiasmo en la mirada.

Hay una construcción muy antigua, un edificio octogonal conocido como la torre de los Vientos. Desde siempre, esa torre ha estado vinculada a los Kuriles y al arte de cabalgar en el viento. Si el libro se ha refugiado en alguna parte, tiene que ser allí…

—¡Conozco ese lugar! —exclamó Jana, muy excitada—. Tuve una visión estando con Álex. Fuimos allí. Es un edificio octogonal, y por la ventana se ven algunas de las construcciones más viejas del colegio.

Erik la observaba con el ceño fruncido.

—¿Una visión con Álex? ¿La provocaste tú? —preguntó con aparente frialdad.

Jana lo miró con una sonrisa desafiante.

—El tatuaje era un incordio, ya sabes. Le dije que podíamos estar juntos de otra forma… Sin ningún peligro.

—Como aquella vez conmigo —murmuró el muchacho en tono apenas audible.

Jana asintió. Había dejado de sonreír, pero en sus ojos seguía brillando la misma expresión retadora.

—Al principio, estábamos… Bueno, ya sabes, pendientes el uno del otro —continuó explicando—; pero luego, no sé por qué, Álex se distrajo. Yo creo que vio algo…

Algo que yo no vi.

—A lo mejor estabas demasiado ocupada para ver nada —le espetó Erik en tono irónico—. La verdad, no entiendo cómo Álex pudo distraerse… Si estuviste la mitad de bien que conmigo, debe de ser de piedra.

Jana le volvió la espalda. Su cabeza se mantenía muy erguida sobre los hombros.

—Ya basta —dijo—. No tienes ningún derecho a recriminarme nada. Yo no te pertenezco, nunca te he pertenecido…

Se interrumpió bruscamente, como si de pronto se sintiese insegura de sus palabras.

Notó en sus cabellos una larga caricia, infinitamente delicada.

—Perdóname —murmuró Erik, mientras su mano se deslizaba desde el cuello hasta la nuca de la joven. Tienes razón, no tengo ningún derecho a recriminarte nada…

Además, todo eso forma parte del pasado. Un pasado que nunca volverá.

Al oír aquello. Jana rehuyó la caricia del muchacho y, volviéndose hacia él, lo miró fijamente.

—Puede que nunca vuelva, pero eso no cambia nada para mí —replicó, tajante.

Erik no intentó acariciarla de nuevo. Permaneció en silencio, soportando su mirada con gesto rígido.

—Entonces, si estuviste en la torre, quizá puedas regresar —concluyó al cabo de un rato—. Al menos ya es algo…

—Intenté volver más tarde, sin Álex. Pero no lo conseguí —confesó la chica de mala gana—. Busqué en los terrenos del colegio, guiándome por el paisaje que se veía por la ventana. Hubo un momento en que me pareció vislumbrar algo, pero cuando la sensación pasó, me encontré en un patio interior donde no había nada.

Erik se puso en pie y se esforzó por recomponer su sonrisa.

—Al menos es un punto de partida. Volveremos a ese patio, Jana. Volveremos juntos… Esta vez la encontraremos, estoy seguro. No tienes ni idea de lo fuertes que podemos llegar a ser tú y yo unidos… No tienes ni idea de lo que podemos llegar a construir.