Capítulo 4

Alex se levantó de su asiento y se abalanzó hacia el cuerpo inconsciente de Jana, pero antes de que pudiera llegar hasta ella, un brazo largo y musculoso lo detuvo, asiéndolo por el codo.

—Déjala, se pondrá bien —dijo Erik, sin soltarle—. Ya la has ayudado bastante.

Álex miró a la cara a su amigo, que aflojó la presión sobre su brazo.

—¿Lo he hecho yo? —Preguntó, incrédulo—. Ni siquiera sé cómo ocurrió, grite por instinto…

—Había algo en tu voz, un poder extraño que actuó sobre Jana, o tal vez sobre la piedra. En fin, mejor así. Todo ha terminado.

Lenya y Eilat habían acudido a ayudar a Jana. Entre los dos la habían sentado contra una pared, y Lenya soplaba repetidamente sobre sus labios.

—Solo quiero asegurarme de que está bien —dijo Álex en tono casi suplicante.

Vamos…

—Ahora no —le cortó Erik—. Mi padre quiere hablar contigo, y tiene que ser ahora mismo. Ya que te dije que tenía algo que proponerte.

Álex alzó la mirada hacia Óber, que esperaba al extremo de la mesa, completamente tranquilo, aunque algo pálido.

—Pero ese trato ya no sirve —objetó Alex—. Jana se ha ganado por derecho propio la herencia de su madre. Lo ha hecho delante de todos los jefes de los clanes… Ahora ya no necesita la protección de Óber, nadie se atreverá a desafiarla.

—Quizás la necesite más que nunca —replicó Erik, impaciente—. Vamos, no se hace esperar al señor de los Drakul… Ven conmigo, te llevaré a un lugar discreto donde podréis hablar sin testigos.

Álex se dejó conducir hasta el límite de oscuridad donde comenzaba aquella abertura al vacío que contenía el estrado de los hechiceros Salmodiantes. Erik tiró de él, y ambos se internaron en aquella negrura durante unos segundos, para emerger finalmente en una pequeña estancia rectangular que no parecía tener ni puertas ni ventanas.

—Mi padre vendrá ahora —dijo Erik; y, antes de que su amigo pudiera preguntar nada, atravesó una de las paredes aparentemente sólidas del cuarto y desapareció de su vista.

Álex observó el lugar donde se encontraba mientras una sensación de nauseas crecía en su interior desde la boca del estómago. Las paredes, el techo y el suelo de aquella habitación parecían tallados en el rubí más puro y deslumbrante que pueda imaginarse. Aquel rojo perfecto y transparente, que se quebraba aquí y allá en múltiples cascadas de brillo y fluorescencias, mareaba a todo el que intentase fijar la vista en él, produciéndole una insoportable sensación de vértigo. Era como estar dentro de un acuario de sangre…

La entrada de Óber distrajo a Álex de aquellos pensamientos.

—Buena actuación —le saludó el padre de su amigo, sonriéndole con sus atractivos ojos azules—. Jana tendrá que estarte agradecida toda su vida.

—Yo no he hecho nada —repuso Álex sin mucha convicción—. No creo que haya hecho nada…

Los ojos de Óber dejaron de sonreír, y en sus pupilas brilló un destello amenazador.

—Déjate de juegos conmigo, muchacho. No tengo tiempo para jugar al ratón y al gato. Sé quién eres, y sé que tú también los sabes. Elath y algunos otros creen todavía que podrías convertirte en el Último, pero tú y yo sabemos que eso no es más que tonterías. Tu padre hizo algo muy sabio antes de morir, no sé si estás al corriente.

Habló conmigo, decidió confiar en mí… Fue su forma de protegerte.

—Por lo visto, no le sirvió para protegerse a sí mismo —replicó Álex, luchando por controlar su ira—. Al fin lo mataste.

Óber arqueó las cejas.

—¿Crees que fui yo? —preguntó alegremente—. Vamos, no seas estúpido… ¿Por qué iba querer yo matar a tu padre? Lo necesitaba. No sabes cuánto lo necesitaba.

—Pero yo lo vi —insistió Álex—. Vi al monstruo que lo mató. Tenía alas… Es un demonio que está al servicio de los Drakul desde hace mucho tiempo, Jana me lo dijo.

—Te equivocas, Álex, te equivocas por completo —dijo Óber con un acento de sinceridad que sorprendió al muchacho—. No sé qué fue lo que viste o creíste ver, pero te aseguro que no fuimos nosotros. ¿No lo entiendes? Él era el último de los Kuriles, conocía el arte de cabalgar en el viento… Solo él podía leer el libro.

Álex recordó lo que su padre le había contado, y se preguntó qué parte de aquella historia conocería Óber.

—El libro desapareció después de su muerte —aventuró, jugándoselo todo—. Yo no lo tengo… Si era eso lo que querías preguntarme, ya tienes la respuesta.

Óber dio un puñetazo en la pared roja, desencadenando bajo la cristalina superficie un flujo de ondas concéntricas.

—Sé que no tienes el libro, ¿crees que soy idiota? Pero si tu padre podía leerlo…, quizás tú también puedas. Eso es lo que necesito averiguar cuanto antes.

—Para eso, antes tendríamos que encontrarlo —dijo Álex con cautela—. Y no creo que sea fácil…

—¿Tienes sus poderes? —insistió Óber con brusquedad.

Álex le miró directamente a los ojos.

—No lo sé —dijo—. Es posible que sí.

—¿No lo sabes? —Óber parecía a punto de estallar de impaciencia—. ¿Esperas que me trague eso? Si pudieras cabalgar en el viento, lo sabrías. Habrías visto los posibles futuros, habrías aprendido a navegar por ellos… Si nunca has tenido una de esas visiones, es poco probable que vayas a tenerlas a ahora.

—El arte de cabalgar en el viento se aprende, y mi padre no tuvo tiempo de enseñármelo. Pero también hace falta unas cualidades innatas…, y yo creo que las tengo.

—¿En serio? ¿Qué te hace pensar en eso?

Álex pensó por un momento en hablarle a Óber de su encuentro con Hugo en la torre de los vientos, pero enseguida desechó la idea. Ya tendría tiempo de contárselo más tarde, si no le quedaba otra opción… Por el momento, le pareció más juicioso guardarse aquella carta en la manga.

—No lo sé —replicó, encogiéndose de hombros—. Es solo una intuición… Además, piensa en lo que acaba de ocurrir en el combate entre Jana y las hijas de Pértinax. Tú mismo piensas que fui yo quien detuvo la piedra azul al gritar… Si eso es cierto, significa que tengo alguna capacidad para la magia, ¿no?

Óber arqueó las cejas, sonriendo.

—Es una posibilidad, lo admito —reconoció—. Pero, de todas formas, necesito estar seguro. Quiero someterte a una prueba, Álex. Una prueba definitiva, para averiguar si has heredado el poder de los Kuriles.

—Ya… Supongo que es el precio que tendré que pagar a cambio de que me liberes del maldito tatuaje.

Óber lo miró con una sonrisa de incredulidad.

—¿Librarte del tatuaje? ¿Para qué? ¿Para que puedas divertirte un poco con esa encantadora criatura que acaba de destruir a sus tres enemigas? Te advierto que puede ser una diversión muy peligrosa.

—¿Eso significa que no me los vas a quitar, o que no me lo vas a quitar?

Óber esbozó una mueca de desdén.

—Podría engañarte, pero no voy a hacerlo. ¿Para qué? Si realmente has heredado el arte de tu padre, averiguaras la verdad de todas formas… Y si no lo has heredado, nada de lo que puedas pensar me interesa. Ni yo ni ningún otro miembro de los clanes tiene el poder suficiente para romper el hechizo de David. Ese muchacho es una rareza, un… ¿Cómo lo llamaríais vosotros, los humanos? Un artista. Lo malo de los artistas es que sus obras son únicas. Se les puede imitar, pero no igualar. Y cuando su obra, en lugar de ser un cuadrito o una escultura, es un hechizo, lo que hacen es complicar absurdamente las cosas… No es la primera vez que surge alguien así entre los Agmar. Son decididamente incómodos.

Álex trató de ordenar sus ideas.

—Entonces, si no puedes ayudarme a liberarme del tatuaje, ¿cómo piensas convencerme de que te ayude? Porque lo que tú quieres es que te ayude a encontrar el libro, ¿no es así?

Óber asintió después de un momento.

—Lo que quiero es que lo leas. Que leas en el libro. Solo si conseguimos leer los futuros posibles, encontraremos la forma de derrotar al Último… Pero para eso necesitamos actuar unidos. ¿Has visto la primera visión invocada por Jana? ¿Has entendido su significado?

—He visto a Drakul con la espada, a Agmar con la piedra y a Céfiro con el último de los libros de los Kuriles. Los tres objetos mágicos más poderosos de los Medu… Pero no sé qué hacían allí los tres juntos, ni para qué se habían reunido.

Aquella afirmación sorprendió sobremanera a Óber.

—¿Tu padre no te lo dijo? Tal vez esperaba que lo descubrieses tú solo, por tu cuenta —añadió, pensativo—. ¿Ni siquiera te lo imaginas?

Álex hizo un gesto negativo con la cabeza. Los reflejos rojos de las paredes oscilaban sobre el rostro de Óber como las sombras de una hoguera sangrienta.

—Se trata del Último —dijo el jefe Drakul, con un repentino acento de cansancio.

Sabemos que está a punto de volver y que esta vez puede ser la definitiva. Nunca hemos estado tan débiles como ahora. Me duele admitirlo, pero es la verdad. La desaparición de Alma y los enfrentamientos posteriores entre los Agmar y los Varulf nos han dejado muy tocados.

—Quizás podrías haberlo previsto antes de ordenar el asesinato de Alma.

Los ojos de Óber relampaguearon, y una sombra de duda atravesó su rostro. Álex supo al instante que, esta vez, había dado en la diana, y que Óber se estaba preguntando si su acierto era fruto de la casualidad o de las dotes mágicas heredadas de su padre.

—Necesitábamos a Alma para derrotar al Último —reconoció el padre de Erik, mirando fijamente hacia la pared roja, como si no pudiese sustraedse a un penoso recuerdo—. Hice todo lo posible para obtener su apoyo, pero ella me traicionó. No tuve más remedio que eliminarla… Fue como matar un aparte de mí mismo. Pero no dejó otra alternativa. Dejarla con vida habría puesto en peligro la supervivencia de los Medu. Su ambición no tenía límites… Lo entenderás cuando te lo explique el significado de la visión.

Se hizo un largo silencio, durante el cual Óber no dejó de mirar hacia la pared, intentando ordenar sus pensamientos.

—La última vez que tuvimos que enfrentarnos a los guardianes… corría el siglo XV, y ellos nos estaban venciendo. El Último, entonces se llamaba Arión, y su poder superaba a todos los demás guardianes juntos. Drakul, mi antepasado, hizo un pacto con unos antiguos demonios conocidos como los Olvidados para conseguir la espada Aranox. A cambio tuvo que renunciar a muchas cosas y, aun así, los guardianes seguían llevando la iniciativa de la guerra. Entonces regresaron ellos… Céfiro y la muchacha que había escapado con él. Los últimos Kuriles, ¿entiendes? Ofrecieron su ayuda a Drakul a cambio de la promesa de que, sí vencían, podrían reconstruir su clan. Ellos cabalgaban en el viento, poseían los objetos necesarios para hacerlo: el último de los libros de los Kuriles y el zafiro de Sarasvati. Con la unión de la espada, el libro y la piedra, los Medu lograron derrotar al Último.

Álex observo el rostro sombrío de Óber, con los destellos de rubí reflejándose en sus ojos.

—La visión invocada por Jana fue una reconstrucción de aquel glorioso momento.

Los demás no lo entendieron… Drakul no quiso que los otros clanes lo supieran.

—¿Por qué motivo?

Óber no contesto de inmediato.

—Digamos que no cumplió del todo la promesa que había hecho. Después de derrotar al Último, le dijo a Céfiro que le permitiría reconstruir su clan…, pero solo si renunciaba a sus poderes de cabalgar en el viento. Ya nos había traído demasiados problemas, ¿comprendes?

—Acabas de decirme que salvaron a los Medu de la destrucción…

—Es cierto, pero, una vez pasado el peligro, Drakul no volvió a pensar el Último. Tal vez creyó que había logrado destruirle por completo, que no tendríamos que enfrentarnos con él nunca más. El caso es que sus preocupaciones pasaron a ser otras… Si lo Kuriles reconstruían su clan con su antiguo nombre y su antiguo poder, tarde o temprano querrían recuperar el trono. Y Drakul no deseaba eso. Había pagado muy alto precio por su primacía entre los Medu, y no estaba dispuesto a perderla. Así que le dijo a Céfiro que solo podría volver a la comunidad si renunciaba a dominar el futuro, y él se negó.

—Jana me contó algo de eso —murmuró Álex—. Fue cuando Céfiro se convirtió en el Desterrado.

—En realidad, eso ocurrió algún tiempo después. Fue el heredero de Drakul quien tomó la decisión de ascender al trono. Su primera acción como rey fue expulsar a Céfiro de la comunidad de los Medu… Pero su prometida no quiso acompañarle en su infortunio. Ella tenía sus propias ambiciones, y llegó a un acuerdo con los Drakul.

Fundaría su propio clan, a cambio de renunciar a la manipulación del futuro. Su magia quedaría muy reducida… Pero ella se las arregló para engañar tanto a Céfiro como a los Drakul, quedándose, al final, con la piedra Sarasvati. Sin los libros Kuriles, la piedra no servía para cabalgar en el viento, pero sí conservaba el poder de materializar algunas visiones del futuro y del pasado… Tal y como, hoy mismo, nos lo ha demostrado Jana.

—O sea, que aquella mujer, la prometida de Céfiro, era Agmar…

—Era Agmar, sí, y le traicionó. Y ahora tú te has enamorado de su heredera… Tú, ¡un descendiente de Céfiro! Grotesco, ¿no te parece?

—Puede que los Kuriles nos sintamos especialmente atraídos por las mujeres Agmar —repuso Álex—. Quizás a los Drakul no les ocurra lo mismo… ¿o sí?

Un relámpago atravesó los ojos fríos de Óber, iluminándolos brevemente.

—La diferencia es que los Drakul siempre hemos debido anteponer el deber a nuestros sentimientos —murmuró Óber, retándolo con la mirada—. No se puede decir lo mismo de tus antepasados.

—Quizás tenemos ideas distintas sobre lo que significa la palabra.

Óber sonrió con condescendencia.

—Es posible —repuso—. De todos modos, no te he traído aquí para discutir cuestiones filosóficas… Necesito saber si has heredado los poderes mágicos de tu clan. Al fin y al cabo, eres un Kuril, te guste o no; si queda alguien en el mundo que pueda cabalgar en el viento y leer en el libro de Céfiro, ese eres tú.

Álex pensó de inmediato en su hermana Laura. También ella era descendiente de Céfiro, y, por lo tanto, también ella podría poseer, en teoría, la magia de los Kuriles.

Su padre le había dicho que Laura era completamente humana, pero Óber no tenía por qué saberlo. Tal vez, si él le fallaba, intentaría utilizar a Laura para encontrar el libro perdido y leerlo. Esa idea le produjo un estremecimiento de angustia… Lo último que deseaba era que Óber involucrase a su hermana en los problemas de los Medu.

—Cuando el Último regrese, debemos estar preparados. Tenemos la espada, y hoy averiguamos que Jana ha conservado la piedra Sarasvati, que Pértinax afirmaba haber heredado. Solo nos falta el libro… Y no podremos recuperarlo y utilizarlo si no es con tu ayuda.

Álex asintió y miró a Óber a los ojos, que reflejaban los destellos de color sangre de las paredes.

—Haré lo que pueda, pero es posible que no haya heredado los poderes de mi padre…

—Como te he dicho antes, eso es justamente lo que me propongo averiguar. Si quieres demostrarme tu buena voluntad, harás lo que voy a decirte: seguirás a Garo hasta la entrada del laberinto Necher y, una vez allí, lo atravesarás. Es decir, lograras encontrar la salida solo si tus visiones te ayudan. Si no, te quedaras atrapado hasta morir.

Álex no pudo evitar lanzar una carcajada.

—Gracias por presentarlo de ese modo. Es una invitación muy atractiva, ¿quién podría rechazarla?

Óber lo observaba con el ceño fruncido.

—Le prometí a Erik que no te engañaría —gruñó—. Es tu oportunidad para averiguar si has heredado el arte de cabalgar en el viento. A menudo, nuestra magia solo se manifiesta en momentos de intensa presión. Si eres capaz de ver el futuro, saldrás del laberinto, y si no… Bueno, sintiéndolo mucho, todo habrá terminado.

—¿Y qué te hace pensar que voy hacer lo que me pides?

—Podría obligarte si quisiera, pero no hará falta. No, es mejor que entres por tu propia voluntad… Y eso es lo que vas a hacer. Y lo vas a hacer porque quieres a Jana, y ella pertenece a nuestro pueblo. Si el Último regresa y no estamos preparados, Jana desaparecerá con todos nosotros. Estoy seguro de que harías cualquier cosa para evitar ese final, ¿no es así?

Álex había dejado de reír. Sus ojos contemplaron fijamente las ondas cambiantes del suelo de rubí. Era como estar dentro de una pequeña víscera cristalizada.

Jana, que le había mentido tanta veces, que había intentado alejarle de todo aquello, que nunca podría ser suya porque un absurdo dibujo grabado en su piel les impedía tocarse… Jana estaba en peligro y él podía hacer algo por ella, aunque eso significase, de paso, salvar a todo su pueblo, a aquellos siniestros linajes de sombras que llevaban siglos manipulando a los hombres a través de la magia de los símbolos y las palabras.

Recordó lo que le había dicho Erik antes de entrar en la Fortaleza. Él, en su lugar, se arriesgaría. Haría lo que fuera con tal de salvarla.

Estaba seguro de que no mentía al decir aquello. Pero, por mucho que Erik amase a Jana, él la amaba más; y estaba dispuesto a demostrarlo.

—Entraré en tu laberinto —afirmó, apretando los puños—. Y saldré de él. El amor también es una forma de deber, ¿sabes? Y yo quiero demasiado a Jana como para fracasar en esto.