Capítulo 4

Al salir de la habitación, a la mañana siguiente, le llegó un agradable olor a café y a pan tostado. Mecánicamente, se pasó los dedos de ambas manos por el pelo húmedo, echándoselo hacia atrás, y se dirigió a las escaleras. Abajo hacía más frío que en el piso de arriba. A través de la puerta de la cocina, la luz del sol bañaba el pasillo, claro y helado. Álex avanzó hasta el vestíbulo que le había indicado David la noche anterior y se detuvo ante el cuadro de la bisabuela de los dos hermanos, boquiabierto. Aquella joven de cabellos cortos, medio desnuda bajo un chal de colores salvajes y sentada de espaldas a una ventana, tenía exactamente los mismos rasgos que Jana. En realidad, si David no le hubiese explicado quién era, habría jurado que se trataba de ella. Por lo demás, el cuadro, que recordaba el estilo de Matisse, era de gran calidad, o al menos eso le pareció al muchacho. Sus jóvenes dueños debían de tenerle un gran aprecio, de lo contrario, lo habrían vendido… Le pareció oír un ruido a sus espaldas y se volvió bruscamente, como si le hubiesen sorprendido haciendo algo malo. Sin embargo, no vio a nadie… Las tres puertas que daban al distribuidor se hallaban cerradas. Una de ellas tenía un cristal polvoriento en la parte de arriba, a través del cual se filtraba la luz de la mañana. A su derecha había un espejo ovalado, sin marco.

Alex se miró un momento y en su rostro apareció una sonrisa irónica. Lo cierto era que no tenía muy buen aspecto. Aunque se había duchado, la ropa arrugada e impregnada aún del humo de la fiesta le hacía sentirse sucio, y el color ceniciento de su cara parecía reflejar la mugre de las paredes que le rodeaban. Intentando quitarse aquella impresión de encima cuanto antes, Álex llamo a la puerta que había frente al cuadro, suponiendo que era la del taller. Pasados unos segundos, como no le llegaba ninguna respuesta, empujo el picaporte hacia abajo y entró.

Dentro de la habitación reinaba una penumbra espesa a la que sus ojos tardaron en acostumbrarse. Cuando lo hicieron, Álex retrocedió un par de pasos, aturdido. Se había equivocado… Aquello no era el taller de David, sino un dormitorio, y sobre la cama dormía una chica completamente desnuda.

Estaba de espaldas, pero, aun así, Álex supo inmediatamente que se trataba de Jana. Sus largos cabellos castaños, esparcidos sobre la almohada, apenas dejaban entrever su perfil, Su respiración suave y acompasada era como la de un niño pequeño. La sabana, enroscada a sus pies, parecía haberse enganchado en la ajorca de plata que rodeaba uno de sus tobillos. Y sobre su espalda, descendiendo desde la base del cuello hasta la parte inferior de la espina dorsal, refulgía el tatuaje de una serpiente larga y sinuosa, una serpiente dibujada hasta en sus mínimos detalles, con miles de escamas perfectamente definidas reflejando la escasa luz que se filtraba a través de los postigos cerrados.

Álex se quedó un buen rato contemplando fijamente aquel tatuaje, paralizado. Sobre la piel blanca de Jana, el cuerpo interminable del reptil refulgía en ondas doradas que casi parecían vivas.

La danza del sol sobre las escamas transformaba su aspecto a cada instante, dando la impresión de que se estaban moviendo. El muchacho se pasó una mano por los ojos para obligarse a dejar de mirar. Luego, caminando de espaldas, buscó el picaporte de la puerta y salió bruscamente, haciendo más ruido del que habría querido.

En el vestíbulo, apoyado en la pared del cuadro, David lo observaba sin sonreír.

¿Qué estabas haciendo? Te dije la puerta junto al cuadro, ¿recuerdas?

Álex cerró la puerta del cuarto de Jana con suavidad, sin apartar los ojos de David.

—Me dijiste la puerta de enfrente —repuso en voz baja.

La expresión de gravedad de David se disolvió en una sonrisa burlona.

¿Estás seguro? No sé, puede que me equivocara. El taller es éste.

Abrió la puerta que tenía a su derecha y se dirigió al fondo de la estancia para subir las persianas. Álex lo siguió, todavía intensamente turbado por la imagen de Jana desnuda sobre la cama, con aquel extraño tatuaje que parecía vivo. Observó a David mientras el muchacho tiraba de las cuerdas de las persianas sin prestarle atención. Era muy raro… ¿Por qué lo había guiado a propósito hasta el cuarto de su hermana?

La habitación no tardó en inundarse de luz. Era un espacio amplio, acristalado y decorado con plantas, la mayoría bastante escuálidas y polvorientas. Contenía varias estanterías, un par de caballetes, mesas de dibujo y una especie de banco de masaje forrado de cuero rojo, que tenía un taburete y varias mesitas de distintas alturas, cubiertas de juegos de agujas y tinteros, junto a la cabecera.

—¿No la despertamos? —pregunto Álex sin moverse de la puerta.

David había cogido una bata negra de un perchero y se la estaba poniendo.

¿A Jana? No sé, si quieres… Pero, si es por el diseño, no hace falta. Ayer cuando volvió, le dije lo de tu tatuaje y se vino aquí directamente. Estaba agotada, pero dijo que le había venido una idea y que sabía exactamente lo que quería para ti. Se empeñó en acabarlo antes de acostarse, dijo que si no se le iría la idea. Ha debido de quedarse hasta las tantas… Pero lo ha terminado, ¿ves? Es éste. Un tatuaje muy especial… Un nudo de amor celta. David avanzó hacia Álex y le tendió un papel vegetal con un pulcro dibujo en su centro. Se componía de tres círculos oscuros imbricados entre sí, el del medio algo más grande que los dos de los lados. Los tres estaban unidos por un complejo diseño de curvas interiores de color marfil. No era la primera vez que Álex veía aquella clase de símbolos tribales heredados de uno de los más antiguos pueblos europeos. Sin embargo, el dibujo de Jana le pareció mucho más complejo y hermoso que los que él conocía.

—Creí que tenía que quedarse a solas con el cliente un buen rato para hacerle un diseño a su medida —dijo, defraudado.

—Normalmente, sí. Pero, por lo visto, a ti te conoce bien.

A Álex le vine a la memoria el cuerpo desnudo de Jana tendido sobre las sabanas, con la serpiente dorada dormida sobre su piel.

Era absurdo. Deseaba volver a ver aquella serpiente más que nada en el mundo. Necesitaba quitarse esa idea de la cabeza cuanto antes.

¿No desayunamos antes de empezar? —preguntó, por decir algo—. Puede que, mientras tanto, Jana se despierte.

David se dirigió a uno de los muebles de cajoncitos y extrajo un par de frascos de tinta. Luego, empezó a examinar varios tipos diferentes de agujas. Todas se encontraban empaquetadas en envoltorios de celofán transparente.

—¿Qué pasa? ¿Tienes miedo? —preguntó, decidiéndose por uno de aquellos punzantes objetos después de examinarlo atentamente al sol.

Alex no se esperaba aquella pregunta.

—¿Por qué iba a tenerlo? —dijo, sonriendo.

David alzó sus ojos verde azules hacia él y le devolvió la sonrisa.

—Es un tatuaje mágico… ¿No quieres saber lo que hace?

—Sí, claro. Espero que no me convierta en un sapo, ni nada por el estilo.

—No, no te preocupes. Jana no querría eso para ti.

El muchacho había logrado despertar la curiosidad de Álex. No se había tomado en serio lo de la magia de los tatuajes en ningún momento, pero le divertía la insistencia algo cínica con la que David defendía su historia. Si quería que le siguiera el juego, se lo seguiría.

—Has dicho que se llama un ³nudo de amor —comenzó, el hermano de Jana asintió con la cabeza.

—Es un diseño muy poderoso. He estado puliéndolo un poco antes de que llegaras.

Ya te dije que Jana hace el trabajo psicológico y yo el artístico… No es que ella no dibuje bien, pero yo soy mejor.

¿Y quién hace la magia? —Preguntó Álex, luchando por permanecer serio—. Bueno…, los dos. Cada parte del proceso tiene su lado mágico.

Con un gesto, David lo invitó a tenderse sobre la camilla de cuero. Álex obedeció y se tumbó boca abajo. Ahora, los frascos de pigmento de la mesita auxiliar se encontraban justo a la altura de sus ojos, y podía observar los colores que contenían y los rótulos de sus etiquetas. «Verde agua», «Rosa seco», «Naranja pastel», «Marfil», «Azul jeans», «Gris plata»… Todas las etiquetas tenían una cabeza de dragón dibujada, y los nombres de los pigmentos estaban impresos en letra gótica.

—En serio, yo en tu lugar me lo pensaría antes de tatuarme esto —dijo David—. Por cierto, no me has dicho donde lo quieres… ¿Qué tal en el hombro? —Preguntó Álex, incorporándose sobre el codo derecho—. Quedará bien. Anda, quítate la camiseta.

El muchacho obedeció y volvió a tumbarse. Un instante después, sintió el contacto de las manos de David sobre su espalda, impregnadas de una sustancia fría y gelatinosa.

—Pomada antiséptica. Es mejor no correr riesgos.

Álex cerró los ojos y se concentró en los movimientos firmes y suaves de las manos de David sobre su espalda. De nuevo recordó el cuerpo desnudo de Jana, la serpiente.

—Entonces, ¿qué me va a pasar? —Murmuró.

David no contestó de inmediato.

—Si funciona, quedaras unido para siempre a la persona en quien estés pensando mientras te hago el tatuaje.

—¿Haga lo que haga esa persona?

—Haga lo que haga.

De modo que era eso. Los dos hermanos se habían puesto de acuerdo para ponerle a prueba. Bueno, si querían jugar fuerte, jugaría. Tal vez se tratase de una especie de ritual para ser admitido en la intimidad de aquella extraña familia. Además, habría aceptado incluso si lo de la magia fuera cierto. Quería a Jana, la deseaba, pero no le tenía miedo, y no le asustaba la posibilidad de quedar unido a ella para siempre, significasen lo que significasen esas palabras.

—Muy bien. Pues adelante —dijo—. Estoy preparado.

Las manos de David se apartaron de su piel. En el silencio que siguió, Álex oyó la respiración algo agitada del muchacho.

—No te dolerá le dijo. —La verdad es que lo de las agujas es solo para cubrir las apariencias. Los tatuajes mágicos se hacen con otra técnica. No las necesitamos.

Los dedos de David se posaron nuevamente en la espalda de Álex y, a continuación, se deslizaron hacia el hombro derecho. Álex sintió un golpeteo rápido y muy suave progresando en círculos sobre su piel. Era relajante.

—¿También hacéis tatuajes normales? —preguntó.

David siguió trabajando sobre su hombro, con toques rítmicos cada vez más leves.

—Claro. Este tipo de encargos son algo muy especial. Se pagan muy bien, pero tenemos que completar lo que ganamos con otros trabajos menos… artísticos.

¿Alguna vez has tatuado a Erik? Tienes que conocerlo del colegio… Tiene varios tatuajes, pero nunca le he preguntado donde se los hacía. Los dedos de David se pararon en seco. Tardaron más de un minuto en reanudar su tarea.

—Erik no viene aquí —dijo en tono apagado—. Se los hace en otro sitio.

No había duda. Los dedos de David estaban ahora mucho más fríos que antes, y sus toques sobre el hombro, aunque suaves, resultaban extrañamente dolorosos. Álex podía sentir una ira sorda y contenida en aquellos breves contactos. ¿Qué había pasado? Tal vez la alusión a Erik le hubiese recordado algún estudio de tatuaje rival… En cualquier caso, se notaba que algo lo había enfurecido.

Poco a poco, sin embargo, se fue calmando. Los toques sobre la piel de Álex volvieron a ser suaves y rítmicos como antes. Después de unos minutos, los veloces golpeteos de los dedos de David en su hombro empezaron a ejercer una especie de efecto hipnótico sobre el muchacho. Con los ojos cerrados, se recreó deliberadamente en el recuerdo de la espalda de Jana, de sus cabellos castaños esparcidos sobre la almohada, de la serpiente dorada sobre su piel… Quiera tocar aquella serpiente. Necesitaba tocarla. Ojalá fuese cierta aquella absurda historia de David, ojalá el tatuaje fuese mágico y lo uniese para siempre a aquella maravillosa y seductora criatura. Jana… Jana quería atarlo a ella con aquel nudo simbólico, y él lo había aceptado. Incluso si el tatuaje no era mágico, lo llevaría el resto de su vida, como un recordatorio de que era suyo, de que había aceptado pertenecerle. Jana, su cuerpo desnudo, sus cabellos, la serpiente dorada. Jana… Alguien le zarandeo con brusquedad sobre la camilla.

—¿Te has dormido? Pregunto David. —Ya puedes levantarte, ¡he terminado!

Álex se desperezó y se incorporó en la camilla, algo avergonzado. ¿Cuánto tiempo había transcurrido? No tenía ni idea.

—Ven aquí, al espejo. Así lo veras mejor… Ha quedado muy bien, Álex. Estoy muy contento.

De pie junto a la camilla, David lo miraba con ojos brillantes y una sonrisa casi tímida. La transformación que se había operado en su rostro resultaba desconcertante. De pronto parecía más joven, o, más bien, aparentaba la edad que realmente tenía. Todo vestigio de cinismo había desaparecido de sus facciones… Su expresión era la viva imagen del entusiasmo.

Álex lo siguió hasta un espejo grande que había sobre un lavabo, en la pared de la puerta. Cogió el espejo de mano que le tendía David y, poniéndose de espaldas al espejo grande, se miró el reflejo del hombro en el espejo pequeño, como suele hacerse con los cortes de pelo en las peluquerías.

—Es estupendo, David —dijo, impresionado—. En serio, es precioso… Sabía que te iba a gustar. Ha sido un buen trabajo. Al otro lado de la puerta resonaron unas pisadas suaves y rápidas. Los chicos se miraron. ¿Puedo ponerme ya la camiseta, o tengo que esperar? —pregunto Álex.

—No, no, póntela ya. Y oye, no se lo enseñes a Jana enseguida.

Mejor que sea una sorpresa.

El entusiasmo de David era contagioso. Álex se puso ágilmente la camiseta mientras se dejaba invadir por una agradable sensación de complicidad con el artista. Porque David era todo un artista, de eso no había duda…

De pronto le asalto la sospecha de que Jana no había tenido nada que ver en todo aquello. David quería hacerle un tatuaje a toda costa, y se había inventado toda aquella historia para que aceptase. En cierto modo, después de ver su trabajo podía entenderlo, La gente que tiene un talento especial a veces actúa de un modo egoísta. Hace lo que sea con tal de poder desplegar ese talento… Álex miró de nuevo a David y sonrió con indulgencia.

—No me duele nada —comentó—. ¿Puedo mojarlo, o tengo que esperar unos días?

—No, no, puedes ducharte ahora mismo, si quieres. No hay problema… Pero, oye, tengo que advertirte una cosa. Hasta que cicatrice, es mejor que no toques a la persona en la que has estado pensando mientras te lo hacía.

Álex se dio cuenta, por el tono de voz del muchacho, de que su humor había cambiado repentinamente. Volvía a ser el de siempre… Lúgubre, cínico y desconfiado.

—Ahora que ya has conseguido lo que querías, puedes dejar ya la broma, David —dijo Álex, poniéndose serio—. El tatuaje esta hecho, no necesitas seguir. No tiene gracia… David se encogió de hombros.

—Como quieras. Ven, te enseñaré dónde está la cocina.

Mientras salían al vestíbulo, Álex recordó algo.

—Oye, no me has dicho cuanto te debo…

—Bah… Nada. Regalo de la casa. Es por ahí, a la derecha.

Yo voy a quedarme recogiendo un poco todo esto.

Álex caminó como sonámbulo hacia la puerta acristalada que David le había señalado, dejándose seducir por el olor a café y a pan caliente. Entró sin llamar, sorprendiendo a Jana en el momento en que se agachaba para coger unas tazas de la estantería más baja del aparador. Al oír la puerta, la chica se volvió a mirarlo, bañándolo en su cálida sonrisa. Se habían puesto unos vaqueros y una camiseta gris que se fruncía justo debajo del pecho.

—Buenos días. Me alegro de que te hayas quedado. Siento lo de ayer, surgió de repente. David te lo explico, ¿no? Alex asintió, tratando desesperadamente de concentrarse en la pregunta de Jana y no en su voz grave y aterciopelada, que sonaba extrañamente incongruente en la fría claridad de la cocina. Era una voz hecha para la noche, y no para la luz… Pero tenía que contestar algo, y contestó.

—Sí, me dijo lo de los tatuajes. Suena un tanto… Extraño. Según él, son mágicos.

Jana se incorporó con dos tazas en la mano y las depositó sobre la encimera de mármol. Eran de una porcelana muy fina, amarillenta, con diminutos tréboles verdes y dorados justo debajo del borde.

—Ya sé que suena raro, pero no estamos locos, en serio. Intentamos ver dentro de la gente, ¿entiendes? Captar su interior su espíritu. Y luego nos inspiramos en lo que hemos visto y creamos un diseño que, a su vez, los inspire a ellos. Es como cerrar el círculo… Pero no todo el mundo puede aceptar esta clase de cosas.

Álex la miro con atención. Se dio cuenta de que, hasta entonces, había tenido la esperanza de que Jana desmintiese las afirmaciones un tanto desconcertantes de David, de que le diese alguna explicación más plausible. Pero estaba claro que no iba a hacerlo… Sin embargo, lo que más le turbaba no era eso, sino el tono calculadamente místico del discurso que acababa de oír.

—No me lo creo —dijo simplemente.

Jana, que había cogido la cafetera metálica del fuego, se volvió para mirarle.

¿Piensas que somos unos farsantes?

Álex se lo pensó un momento antes de contestar.

—No os estoy juzgando. Solo digo que no me creo todo eso del círculo espiritual, aunque suene muy bonito. Por un momento, en los ojos de Jana apareció un destello de desafío, que se disolvió enseguida en la luz pálida de la cocina.

—Bueno, afortunadamente no todo el mundo es como tú. El cliente de anoche me pago el diseño que le hice con un cheque de tres ceros. Puedo enseñártelo, si no me crees…

—Quizá no te pago solo por el diseño.

Jana terminó de verter el café en las tazas antes de mirarlo de nuevo.

¿Qué quieres decir?

—Puede que solo quisiera estar contigo, pasar un rato contigo a solas. ¿Qué edad tenía?

Jana sonrió.

—No sé. Treinta y tantos. Un tipo con dinero, agente de bolsa o algo así… Es el segundo tatuaje que le hacemos.

¿Y porque tuvo que ser en mitad de la noche? ¿Por qué no vino aquí?

Álex cogió la taza que Jana le tendía mientras ella metía una jarra de leche en el microondas.

—Tenía que ser en su casa para que hiciese efecto —explico con cansancio. La magia es así… Todo tiene su momento y su lugar. Es la primera regla.

Esperaron en silencio a que el microondas se apagase. Jana saco un par de mantelitos de bambú del cajón del aparador y los puso sobre la mesa. Después metió dos rebanadas de pan en el tostador y mordisqueo otra, ya untada de mermelada y mantequilla, que había dejado directamente sobre la encimera. Se sentaron frente a frente con el humo de los cafés entre ellos, incómodos y malhumorados. Álex se maldijo interiormente por su torpeza. Debería haber mostrado algo más de sensibilidad… Después de todo, Jana y David solo eran dos críos huérfanos tratando de sobrevivir como fuera.

Lo siento —dijo—. La verdad es que no sé nada de tatuajes ni de magia. Pero lo del cliente nocturno y todo eso… Qué quieres, me siento celoso.

Una preciosa sonrisa ilumino el rostro de Jana.

—No te preocupes, estás perdonado —dijo.

Las tostadas emergieron con un brusco salto del resorte de la tostadora, y ella se levantó para depositarlas en un plato. Al volver a la mesa, rozo con una leve caricia la nuca de Álex… El muchacho dejo escapar un aullido de dolor. Era como si una medusa hubiese descargado un violento latigazo eléctrico sobre su espalda.

—Álex… Álex, ¿qué te pasa?

Jana se había apartado como si la descarga también la hubiese alcanzado a ella. El dolor fue calmándose poco a poco. Solo la zona del tatuaje seguía ardiendo, como una quemadura.

Después de un par de minutos, Álex consiguió dominarse lo suficiente como para esbozar una sonrisa. Quería tranquilizar a Jana, pero se había puesto blanco como el papel, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para reprimir una oleada de nauseas.

—Creo que es un castigo —murmuró—. Por incrédulo… David me lo advirtió, pero yo me reí.

Los ojos de Jana se habían agrandado de terror. Álex nunca la había visto así, tan inquieta, tan lejos de su serenidad habitual. Su reacción hizo que se sintiese halagado. ¡Estaba preocupada, preocupada por él!

—Álex, no te entiendo —dijo la muchacha, espaciando sus palabras—. Qué… ¿qué te ha hecho David?

Por toda respuesta, Álex se puso en pie y, con teatral lentitud, empezó a quitarse la camiseta.

Cuando Jana vio el tatuaje de su hombro, retrocedió un par de pasos. Su boca se abrió, emitiendo una especie de quejido silencioso.

Alex dejó de sonreír. El tatuaje le seguía quemando. Por primera vez en su vida, sintió miedo. Un miedo profundo, animal, que no le dejaba pensar con claridad.

—Dijo que era un nudo de amor celta, y que tú lo habías diseñado para mí —explicó con rapidez—. Dijo que me uniría a ti para siempre…

La expresión aterrada de Jana fue transformándose en una mueca de furia. Sus mejillas, tan pálidas de ordinario, se volvieron de repente más rosadas, más vivas. Parecía dispuesta a lanzarse sobre la primera criatura que se cruzase en su camino y a despedazarla, como una pantera herida.

—¡David! -Gritó salvajemente. —¡David!

Arrojó al suelo la taza de café y se precipitó fuera de la estancia. Álex se quedó un momento mirando los fragmentos de porcelana desparramados en un charco burbujeante de café sobre las baldosas de arcilla. Luego salió corriendo detrás de Jana. La alcanzó cuando estaba llegando al vestíbulo del cuadro e intento detenerla asiéndola por un brazo.

Ella se revolvió como un animal acorralado.

¡No me toques! —Chilló—. ¡No se te ocurra tocarme!

Pero era demasiado tarde. Un infierno de fuego y dolor se había desatado en el cuerpo de Álex, royéndole cada pequeña porción de su carne, cada músculo, cada víscera, hasta los mismos huesos.

Era como si toda su piel se hubiese incendiado, como si sus brazos y su torso y sus piernas estuviesen en llamas… Un instante después, todo quedó sumido en la oscuridad y el silencio. No me habría atrevido a decirlo abiertamente, pero ya no me importa: soy por lo menos rara.