A la mañana siguiente de recibir el alta médica, Álex no acudió a clase. Su madre había insistido en que se quedase en casa un par de días más, hasta estar totalmente recuperado. Incluso había enviado un correo electrónico a su tutora (a quien aún no conocía) para justificar la falta.
Resultaba muy curioso… Lo que Álex había dicho en el hospital acerca de la muerte de su padre había animado muchísimo a Helena, contrariamente a lo que había temido Laura. Aquella misma tarde, después de que el médico examinase a su hijo y decidiese enviarlo a casa, declaró que ya no pensaba volver al laboratorio ese día, y propuso que todos vieran una película juntos. Sus hijos aceptaron, perplejos. Era la primera vez en años que los tres se reunían para algo que no fuera comer o ir de compras. De camino a casa, compraron un DVD de una película antigua y una ingente cantidad de palomitas. Y cuando terminaron de verla, se quedaron todavía un rato charlando los tres frente al televisor apagado. Había sido divertido… Casi como volver a los viejos tiempos.
Quizá por eso, aquella mañana Álex se había levantado de muy buen humor. La oscura historia de los clanes Medu que Erik le había contado la víspera seguía martilleándole en algún rincón de su cerebro, pero, a pesar de todo, se sentía animado. Algo había comenzado a cambiar en aquella familia destrozada durante tanto tiempo; quizá estuviesen empezando a recuperar a su madre… En aquel momento, eso le importaba más que el tatuaje y que los clanes.
Cuando sonó el timbre, acudió a la puerta distraído, recordando una escena de la película en blanco y negro que habían visto la tarde anterior. Pero al abrir, todo cambió de golpe. Al otro lado del umbral se encontraba Jana.
—¡Me alegro de que hayas sobrevivido! —Dijo la muchacha alegremente, entrando en el vestíbulo sin esperar a que Álex la invitase a hacerlo—. Nos diste un buen susto.
Álex la miró un momento sin saber qué decir.
—¿No deberías estar en clase? —balbuceó por fin.
Los ojos grandes y aterciopelados de Jana le miraron con cierta socarronería.
—No me lo agradezcas, para mí es un placer venir a verte —dijo, ejecutando una parodia de reverencia—. En serio, ¿te encuentras bien?
—Estoy muy bien —se apresuró a contestar Álex—. Ven a la cocina, ¿quieres tomar algo?
Sin esperar respuesta, comenzó a caminar delante de ella por el pasillo. Se sentía bien, era cierto, pero no tan bien como antes de que Jana apareciera. Su proximidad hacía que los objetos que les rodeaban despertasen a la vida, que le impusiesen sus colores, sus formas y su contacto con una nitidez casi dolorosa. Nunca antes, por ejemplo, había notado el ligero olor a polvo que emanaba de la alfombra del pasillo, ni la minúscula grieta en el cristal de uno de los cuadros enmarcados que decoraban sus paredes grises. Cada detalle se le imponía con angustiosa claridad, impidiéndole concentrarse en sus ideas. Se preguntó si siempre sería así a partir de entonces, si cada vez que Jana se le acercase el mundo se transformaría bruscamente a su alrededor. Y si solo fuera eso… Una vez más, maldijo interiormente a David por lo que había hecho con él.
—La verdad es que no sabía si venir —dijo Jana cuando entraron en la cocina—. Sé que todo esto es muy duro para ti, y lo lamento. Quiero decir, lo del tatuaje, lo de que no podamos tocarnos…
—¿Para ti es duro? —preguntó Álex con brusquedad.
Jana fijó la vista en los fuegos de la vitrocerámica.
—Sí —murmuró con voz casi inaudible.
Luego volvió a mirar al muchacho, y sonrió de un modo casi desafiante.
—¿Tienes café? —Preguntó en tono ligero—. Me muero por un café, no he tenido tiempo de desayunar antes de salir de casa.
Álex puso maquinalmente la cafetera en el fuego.
—Está hecho de esta mañana, pero si quieres hacemos uno nuevo…
—No, no, ese servirá.
Mientras el café se calentaba, se sentaron el uno frente al otro. Durante unos segundos guardaron silencio.
—Erik fue a verme al hospital —dijo Álex de pronto—. Me contó muchas cosas sobre vosotros… Sobre ti.
En circunstancias normales, Álex no habría notado el cambio de color en la piel de la muchacha. Pero el tatuaje hacía que, en su compañía, todos los sentidos se le agudizaran al máximo, y eso le permitió captar el levísimo rubor que se había instalado en sus mejillas.
—Tratándose de Erik, me imagino que no te diría nada bueno.
—¿Por qué os odiáis tanto?
Jana le sonrió de un modo extraño.
—¿Crees que Erik me odia? —preguntó en tono burlón—. Bueno, no me sorprendería que él mismo se lo creyera… Pero lo que siente por mí es un poco más complicado que eso.
A Álex no le gustó el deje insinuante que había creído percibir en aquellas últimas palabras.
—¿Estás intentando decirme que a Erik… que le gustas?
—¿Que le gusto? No, no creo que sea eso tampoco. Digamos que le «perturbo», que le pongo nervioso. No sabe qué pensar de mí. Le desconcierto, y eso es grave.
Álex se levantó del asiento y fue a retirar la cafetera. No quería que Jana detectase su incomodidad, así que permaneció un rato ocupado, buscando magdalenas y galletas en un armario bajo, de espaldas a ella.
—A mí me dio la impresión de que sí sabía qué pensar de ti —murmuró, sin volverse—. Y no era precisamente halagador.
Jana emitió una risa cristalina.
—¡Pobre Erik! —dijo—. Los celos deben de ser terribles para alguien como él.
Álex se giró hacia ella con un paquete de galletas de chocolate en una mano y una bolsa de magdalenas en la otra. Por unos instantes, ambos se miraron fijamente. No le hacía gracia que Jana se burlase de su amigo… Además, tenía la impresión de que ella solo estaba intentando desviar su atención de lo verdaderamente importante.
—Me contó lo de los clanes —le dijo, sondeando la oscuridad de sus ojos—. Es increíble, tardaré bastante tiempo en asimilarlo. Aunque, en realidad, creo que en cierto modo ya lo sabía; ya sé que suena absurdo, pero es la sensación que tengo.
Una mezcla de enfado e inquietud transformó la mirada de Jana.
—Te habló de los clanes —murmuró, pensativa—. Supongo que lo haría con el permiso de su padre… Tendrá problemas, si no. Implicar a un humano en nuestra historia no es algo que pueda hacerse a la ligera.
—Él no ha sido el que me ha implicado —respondió rápidamente Álex—. Habéis sido vosotros, David y tú. Ahora ya estoy dentro, lo quiera o no. El tatuaje tiene la culpa.
Jana se sirvió un poco de café en la taza que Alex acababa de tenderle. En su boca apareció una mueca de desprecio.
—Vamos, Álex, no seas ingenuo. ¿Crees que la culpa de todo la tiene el tatuaje? Tú ya estabas involucrado en nuestra historia, aunque no lo supieras. ¿O crees que Erik ha estado junto a ti todo este tiempo por casualidad? Todos estos años ha estado vigilándote.
Álex removió ceñudo el café de su taza. Empezaba a tener la impresión de que la rivalidad entre Jana y Erik era más fuerte que lo que ninguno de los dos sentía por él.
—Él dice que, en realidad, ha estado protegiéndome. Me contó lo de la profecía…
Toda esa historia del Guardián de las Palabras.
La sonrisa de Jana se convirtió en una mueca crispada.
—Ese imbécil… Entonces, ¿te lo dijo? ¿Te lo dijo todo?
Álex se bebió un largo sorbo de café antes de asentir. Le complacía tener a Jana así, sobre ascuas, aunque solo fuera por unos instantes.
—Me contó que los Medu creéis que yo soy el Ultimo Guardián, o que podría serlo.
Lo que no entiendo es por qué no me habéis destruido ya, si pensáis que puedo ser tan peligroso…
—Destruirte antes de tiempo no serviría de nada —repuso Jana con rapidez—. ¿Eso no te lo dijo? Tendría que ser justo antes de que cumplas los diecisiete años. Durante unas semanas, el espíritu del Último se volverá tan fuerte en ti que casi no parecerás humano, aunque tampoco serás inmortal. Solo en ese momento serás vulnerable… Si murieras antes, el poder del Último no haría más que cambiar de sitio. Pasaría a otro humano, pero no se destruiría. La misión de Erik es vigilarte hasta que llegue el momento clave… Y, entonces, entregarte a los suyos para que te maten. Solo los de su clan conocen el secreto para hacerlo.
Álex sintió un horrible vacío en el estómago. No podía ser que su mejor amigo quisiese acabar con él. Erik le había dicho que no era así, y deseaba creerlo.
—Erik no cree que yo sea el Último —afirmó con aparente tranquilidad.
Aquello pareció desconcertar a Jana.
—¿No lo cree? —repitió—. ¿Y por qué no iba a creerlo? Todos los Drakul lo creen, por eso Óber envió a su hijo en persona a vigilarte.
—Pues Erik no lo cree —insistió Álex—. Y es posible que, ahora, el resto de su clan tampoco lo crea. Según me dijo, David me ha hecho un gran favor tatuándome… Se supone que los guardianes no pueden ser tatuados.
Jana jugueteaba en silencio con la cucharilla del café, formando pequeñas olas marrones en el interior de la taza.
—En eso puede que tenga razón —murmuró, pensativa—. Es algo con lo que David debería haber contado. Francamente, no sé si nos conviene… Ahora empezarán a plantearse cosas que antes ni siquiera se les habrían ocurrido.
—Ya veo; o sea, que el hecho de que ya no quieran matarme podría ser malo para ti.
Jana lamió la cuchara lentamente, con una chispa de burla en la mirada.
—No te lo tomes todo como algo personal —contestó—. Esta historia es mucho más complicada de lo que parece, y tú solo eres un peón en un juego bastante complicado entre los clanes. Si fueras el Último la cosa cambiaría, desde luego. Pero yo siempre he sabido que no lo eras… Mi madre tenía pruebas de que no lo eras. Por eso la asesinaron.
Álex se echó a reír sin dejar de mirarla. La frialdad de Jana en un momento como aquél no dejaba de resultar divertida.
—Está bien, no me lo tomaré como algo personal —dijo cuando logró dejar de reírse—. Si intentan matarme, recordaré que solo soy un peón en un juego mucho más importante y que no tengo que tomármelo tan a la tremenda.
De repente sus ojos se ensombrecieron.
—¿Y lo de mi padre? —preguntó—. ¿Eso tampoco tengo que tomármelo como algo personal? David no parecía pensar de esa forma… Me dijo que me había hecho el tatuaje porque quería convencerme de que colaborase con vosotros para descubrir al asesino de vuestros padres, que también habría matado al mío. Jana se mordió el labio inferior.
—¿Te dijo eso? —preguntó, esforzándose por no parecer excesivamente sorprendida—. Es típico de David…
—Pues es lo único que tiene sentido de todo lo que me habéis contado hasta ahora —la interrumpió Álex con aspereza. Oye, Jana, tú sabes lo que siento por ti, pero eso no significa que esté dispuesto a dejar que juegues conmigo. Tú y Erik estáis intentando utilizarme no sé con qué propósito. Los dos intentáis convencerme de que el otro me considera un gran peligro y quiere matarme. A mí todo eso me suena un poco irreal, qué quieres que te diga… En cambio, David me ha puesto sobre una pista que sí merece la pena. Todo el mundo creía que mi padre se había suicidado, pero tu hermano tiene pruebas de que no fue así. Lo mataron… ¿Ves? Eso sí me interesa. Por eso sí estoy dispuesto a cooperar. Quiero saber lo que pasó, y quiero saber quién lo hizo. Lo demás… Bueno, todo eso de que yo podría ser una especie de ángel exterminador de vuestros clanes es tan ridículo que no entiendo cómo alguien ha podido tomárselo en serio.
Jana lo observó durante unos momentos con expresión calculadora.
—Te sientes demasiado normal, ¿verdad? —Dijo en voz baja—. Demasiado corriente como para creer que dentro de ti late algo tan poderoso como el poder del Último. Sin embargo, si fuera cierto, dentro de unos pocos meses empezarías a sentirlo… Las fechas se acercan. Y, Álex, da lo mismo lo que tú creas, lo importante es lo que crean los demás. Yo estoy de tu lado, e incluso es posible que Erik también lo esté, aunque seguro que, cuando llegue el momento, hará lo que su padre le ordene. Pero, de todas formas, hay mucha más gente en los clanes, y tienen miedo… El tatuaje puede ayudar a convencer a muchos de que no eres el que creían, pero no los convencerá a todos.
Sigues estando en peligro, y no deberías tomártelo a risa.
—Muy bien, no me lo tomaré a risa, entonces —replicó Álex—. Pero sigue interesándome más lo otro… El asesinato de mi padre, y la posible conexión con la muerte de tus padres. ¿A ti no te interesa? —preguntó con curiosidad.
—Claro que sí —respondió Jana, sombríamente—. Pero no veo cómo puedes conseguir lo que David y yo no hemos logrado. No te ofendas, pero no eres más que un humano normal y corriente, y no creo que un humano averigüe lo que dos descendientes de Agmar no han podido averiguar.
Álex la miró largo rato a los ojos.
—He visto al asesino —dijo en tono sereno.
Esta vez había logrado sorprender a Jana de verdad. La respiración de la muchacha se volvió más superficial y agitada. No hacía falta la intensificación de los sentidos provocada por el tatuaje para darse cuenta.
—No te entiendo —murmuró—. ¿Cuándo lo has visto? ¿Cómo sabes que era él?
—Estaba junto al cadáver de mi padre, rebuscando entre su ropa.
La palidez de Jana crecía por momentos.
—¿Estabas allí cuando ocurrió? ¿Por qué no me lo habías contado antes? ¿Por qué no se lo dijiste a David?
—Yo no estaba allí, Jana. Pero tuve un sueño cuando perdí el conocimiento, después de besarte. En realidad, creo que fue más bien una visión. El asesino estaba junto a mi padre, y le disparó. No sé si podría reconocer su cara… Estaba cubierta de sombras.
Pero vi sus alas: dos alas maravillosas, cubiertas de ojos de plata. Fuera lo que fuera esa criatura, no parecía humana.
—Podría ser Ardrach —murmuró la muchacha con los ojos agrandados por el miedo—. Así es como lo describen las crónicas…
—¿Quién es?
—Un antiguo demonio alado, un ser de otra era. Dicen que Drakul, el fundador del clan al que pertenece Erik, lo invocó para vencer al Último Guardián, salvando así a los Medu de una destrucción completa. Pero no sabía que… No imaginaba que hubiera vuelto.
Álex removió con la cucharilla el azúcar pegado al fondo de su taza de café, concentrado en controlar el temblor de su mano.
—¿Crees que lo envió alguien?
Jana soltó una risita apagada.
—Claro que lo envió alguien. Ardrach está ligado a los Drakul desde hace siglos…
Tuvieron que ser ellos.
Álex levantó la vista de la taza de café y la fijó en el rostro marmóreo de Jana.
—Otra vez Erik —dijo en voz baja.
—Él era muy joven cuando tu padre murió. Puede que ni siquiera sepa lo ocurrido…
No, más bien échale la culpa a su padre, Óber. Él es el jefe actual de los Drakul, y está convencido de que el destino lo ha elegido para derrotar al Último, como hizo su antepasado.
—O sea, que mi padre habría muerto por intentar protegerme. Pero ¿por qué ese monstruo no acabó conmigo, en lugar de tomarla con él? Le habría resultado muy fácil, entonces solo era un niño indefenso…
—Ya te lo he explicado —replicó Jana con cierta impaciencia—. Si hubieses muerto entonces, el poder del Último habría pasado a otra persona. Era mejor tenerlo localizado hasta que el momento llegara.
Los dos callaron durante unos minutos, cada cual sumido en sus pensamientos.
—Esa cosa habló —dijo Álex de pronto.
Jana arrugó la frente.
—¿Recuerdas lo que dijo? —preguntó—. Puede ser importante…
Álex dudó antes de contestar. Era consciente de que Jana le había mentido ya en varias ocasiones, y no quería correr riesgos innecesarios revelándole información que ella desconocía. Pero, por otro lado, sabía que, si quería avanzar en el esclarecimiento delo que le había ocurrido a su padre, necesitaba contar con ella.
—Habló de una piedra —confesó por fin—. Le exigió a mi padre una piedra azul a cambio de su vida… Pero, a pesar de todo, él no se la dio.
Jana se había levantado como movida por un resorte. Apoyándose con las manos en la mesa de la cocina, se inclinó hacia el muchacho con los ojos brillantes.
—Una piedra azul. Claro, tenía que ser eso —murmuró casi sin vocalizar Aparentemente, no le preocupaba demasiado si Álex la oía o no la oía—. Por fin empieza a encajar todo. Todas las piezas del puzzle…
—¿Sabes qué piedra es? —preguntó Álex, asombrado.
Por toda respuesta, Jana se llevó una mano al cuello y acarició con dos dedos una zona de su piel situada justo en el centro, entre las dos clavículas.
Entonces sucedió algo increíble. Allí donde los dedos de Jana habían frotado, se materializó una pequeña piedra ovalada e intensamente azul. Al principio solo fue un fragmento, y luego, poco a poco, fue creciendo hasta adquirir su tamaño final. Por último, un rizo de plata se engarzó a la gema y, a ambos lados, uno por uno, fueron apareciendo los diminutos eslabones de una cadena de plata alrededor del cuello de la muchacha.
—La Luna Azul de Sarasvati —murmuró ella, sin dejar de acariciar la joya—. Esto era lo que el monstruo quería. Por eso mató a tu padre.
Álex se preguntó si estaba viendo un espejismo. Por un momento, cerró los párpados con fuerza, hasta que la oscuridad se pobló de destellos rosados. Cuando abrió los ojos de nuevo, la piedra seguía allí.
—¿Qué es? —acertó a preguntar.
—No lo sé exactamente —musitó Jana—. Mi madre sí debía de saberlo, pero murió demasiado pronto y no tuvo tiempo de trasmitírnoslo ni a David ni a mí. La encontré en su habitación, oculta bajo un hechizo muy poderoso… El mismo que empleo yo ahora para llevarla siempre encima sin que nadie la vea.
—Pero ¿tiene algún significado? ¿Por qué querría alguien matar por ella?
Jana se encogió de hombros.
—Cada clan Medu tiene una especialidad en el mundo de la magia. En el clan de Agmar, esa especialidad son las visiones. Podemos ver algunas cosas que no han sucedido todavía, y eso nos permite actuar para que sucedan o para que jamás lleguen a suceder, según lo que nos convenga. Pero las visiones duran poco, y no siempre son claras. A veces las protegemos encerrándolas en un objeto, donde pueden permanecer durante mucho tiempo. Yo sospecho que esta piedra contiene una visión, una visión muy importante… Pero, por más que lo he intentado, todavía no he logrado extraerla.
Lo único que sé es que lleva tu nombre, como una llave sonora que controla su secreto.
—Entonces, ¿contiene una visión de tu madre?
Jana asintió.
—Probablemente, una visión relacionada contigo.
La mente de Álex trabajaba a un ritmo vertiginoso.
—Quizá la prueba de que yo soy el Último —dijo, y sonrió pensativo—. O eso creía el padre de Erik, y por eso le interesaba tanto conseguirla.
—No, no puede ser eso —dijo Jana—. Mi madre no creía que tú fueras el Último Guardián. De lo contrario, no lo habría ocultado. Proteger al Último Guardián supondría colaborar en la destrucción de los Medu, y mi madre jamás habría hecho eso. A no ser que…
—A no ser… ¿qué?
—Mi madre, en los últimos tiempos antes de su muerte, había desafiado abiertamente a Óber. Quizá la visión tenga algo que ver con eso.
—Ya…, pero ¿por qué esa cosa creía que mi padre tenía la piedra?
—Quizá la piedra fuera de tu padre, y se la diese a mi madre para que la protegiese con un hechizo. Puede que ése fuera el motivo de que tu padre viniese a casa unas cuantas veces por aquella época. David y yo nos acordamos muy bien, las visitas de humanos corrientes a nuestra casa no eran nada frecuentes. Tu padre se encerraba con mi madre en la biblioteca y permanecían allí varias horas, hablando.
—¿Tu padre no participaba? Jana negó con la cabeza.
—No. Mi padre era un miembro del clan de los Drakul que cayó en desgracia al casarse con mi madre. Óber nunca se lo perdonó, y se las ingenió para arrebatarle todos sus poderes. Por eso, él generalmente se mantenía al margen de todo lo que tuviera que ver con los clanes. Lo que sí recuerdo es que, cuando tu padre venía, se encargaba de controlarnos a David y a mí para que no aporreásemos la puerta de la biblioteca.
Álex sonrió al recordar su conversación con David en el parque.
—Tu hermano intentó convencerme de que entre mi padre y tu madre había «algo». Parecía insinuar que eran amantes… Sonaba bastante increíble.
Jana hizo una mueca.
—David quería que nos ayudases sin contarte nada realmente importante —contestó—. Está obsesionado con la venganza. Lo único que parece importarle en este mundo, aparte de sus malditos tatuajes, es destruir a los asesinos de nuestros padres. Hay que ponerse en su lugar; estaba muy unido a mi madre, para él fue un golpe tremendo… —¿Más que para ti? La pregunta cogió a Jana por sorpresa.
—No, no quiero decir eso. Yo también estaba muy unida a mi madre, y ella me transmitió todo lo que sé de magia. Pero con David tenía una afinidad especial…
Supongo que es el arte. Para David, sus tatuajes son un fin en sí mismos. No le importan las consecuencias que puedan traer; son desafíos, retos que se plantea. Mi madre también era un poco así… Yo, en eso, no me parezco a ellos. Utilizo los tatuajes para conseguir lo que quiero. Es lo único que me interesa.
—En todo caso, David se alegrará cuando le cuentes lo de mi visión. Al final se ha salido con la suya… Me ha sacado la información que buscaba.
Jana asintió sin mucho entusiasmo.
—Es un primer paso —dijo—. Pero mientras no averigüemos el secreto que contiene la piedra, no nos servirá de mucho.
—Al menos sabéis quiénes fueron los culpables de la muerte de mi padre, y probablemente de los vuestros…
—Eso ya lo sospechábamos desde hacía tiempo. ¿Quién podía ser si no Óber?
El pesimismo de Jana era contagioso.
—¿Y no hay ninguna manera de extraer esa visión de la piedra? Quiero decir… Si vosotros no podéis, alguien tiene que ser capaz.
—¿Crees que le confiaría algo tan importante a alguien que no fuera de mi familia? —preguntó Jana, sonriendo desdeñosamente. No; algún día podremos hacerlo.
Tenemos que mejorar nuestros poderes… Eso es todo.
—Puede que aún seáis demasiado jóvenes. Aquello hizo reír a Jana.
—¿Demasiado jóvenes? —repitió—. No, créeme, ése no es el motivo.
Álex sintió un repentino vacío en el estómago.
—No irás a decirme que tienes mil años, o algo así… —musitó. Jana volvió a reír, esta vez con más ganas aún que la primera.
—¡Qué disparate! No, claro que no. Mi vida es igual que la de cualquier humano, Álex. Tengo la edad que aparento tener, y soy tan «material» como cualquier persona. Creí que ya te habías dado cuenta de eso la otra noche, cuando empezamos a besarnos…
Se interrumpió, algo arrepentida de haber sacado aquel tema.
—Sí, me pareciste muy humana —dijo Álex, mirándola con ojos como brasas.
El tatuaje había comenzado a arderle como una quemadura, recordándole lo peligroso que podía ser para él seguir avanzando en esa dirección.
Sin embargo, el deseo de volver a tocar a Jana, aunque solo fuese por un instante, era más intenso y devorador que el dolor del tatuaje.
—No he debido recordártelo —se reprochó Jana, leyendo en su mirada—. Lo que quería decir era que, si no hemos podido extraer el secreto de la piedra, no es porque seamos demasiado jóvenes. David y yo hemos crecido con la magia, hemos aprendido a practicarla al mismo tiempo que a hablar, así que no se puede decir que seamos inexpertos. Pero esta piedra tiene algo especial… Algún día averiguaremos qué es.
Álex seguía mirándola con ojos de fuego, escuchando solo a medias lo que decía.
—Hazme una demostración —pidió de pronto.
La chica lo miró perpleja.
—¿Una demostración? ¿De qué?
—De tu magia. De tu poder con las visiones. Muéstrame algo del futuro, algo que tú puedas ver y yo no.
Jana lo contempló, dubitativa.
—La cosa no funciona así. Las visiones no vienen del futuro, sino de uno de los infinitos futuros posibles. Y a veces proceden del presente, o del pasado… No se puede controlar su contenido.
—Entonces, ¿no puedes tener una visión sobre mí?
Jana meneó la cabeza con tristeza.
—Para eso tendría que tocarte, y el idiota de David se ha encargado de que no pueda hacerlo.
—¿Lo lamentas? —preguntó Alex poniéndose de pie y avanzando lentamente hacia la muchacha.
Ella retrocedió hasta la pared y se quedó allí pegada, mirándolo con ojos empañados de deseo.
—Si te digo que sí, ¿te quedarás dónde estás? Álex sonrió.
—No —repuso, dando un paso más hacia ella—. Álex, por favor. Si vuelves a tocarme, podrías morir… No es posible, ¿entiendes? Nunca será posible.
Alex se detuvo a unos veinte centímetros de ella. Sentía un cosquilleo en los labios al tenerla tan cerca, y el dolor del tatuaje se había vuelto insoportable.
—¿No hay ninguna manera? —preguntó débilmente—. ¿Algún hechizo contrario?
¿Alguna forma de borrar el tatuaje?
Jana lo miraba como hipnotizada, acorralada contra la pared y totalmente incapaz de escabullirse.
—Quizá los Drakul puedan hacer algo —murmuró—. Su magia es mucho más antigua que la nuestra.
—Se lo pediré a Erik —dijo Álex, alzando la mano como si fuera a acariciar el cabello de Jana y dejándola unos instantes inmóvil en el aire—. Le diré que, si no me ayuda, me moriré, lo cual es la pura verdad. Si quiere demostrarme que es mi amigo, ésta será una buena ocasión…
—No te ayudará, Álex —susurró Jana con voz desfallecida—. Si quieres poner a prueba su amistad, pídele cualquier cosa menos eso. Llevamos años yendo a la misma clase, y he visto cómo me mira. Puede que ni siquiera se lo confiese a sí mismo, pero está obsesionado conmigo. Sabe que nuestros clanes son enemigos, y que nunca podremos estar juntos, claro. Sin embargo, no puede soportar la idea de que no sea suya. Lo leo en sus ojos, en su voz, en todo lo que dice y hace para intentar demostrar que me odia. Lo que me sorprende es que tú no te hayas dado cuenta.
Mientras Jana hablaba, Álex había retrocedido unos pasos y la contemplaba con fijeza.
—Pues si él no quiere ayudarnos, se lo pediremos a Óber. Le daremos la piedra a cambio, le daremos lo que nos pida. ¿Qué te parece?
La expresión de Jana se endureció.
—No pienso hacer eso —dijo—. No pienso hacer ningún trato con él. Trataría de engañarnos, y probablemente lo conseguiría.
Su sonrisa se había enfriado, y la de Álex, mientras la escuchaba, fue volviéndose más irónica.
—Lo primero es lo primero —dijo con lentitud—. Y eso no me incluye a mí, ¿verdad?
Ella se encogió de hombros, despectiva.
—Piensa lo que quieras. Tengo unos deberes para con mi clan, y hay en juego cosas mucho más importantes que lo que tú y yo sintamos o queramos. No voy a traicionar el legado de mi madre a cambio de un poco de diversión, eso puedes tenerlo claro.
Un destello de cólera atravesó los ojos del muchacho.
—¿Eso es lo que sería para ti? ¿Solo eso, diversión?
Jana se mordió el labio inferior sin dejar de sonreír, en un gesto de provocación.
—¿Por qué? ¿Te molestaría?
Álex la miró en silencio durante unos segundos.
—No intentes jugar conmigo, Jana —dijo finalmente en voz baja—. No te va a funcionar. Tengo muy claro lo que siento por ti, y me da igual si a ti todo esto te da miedo. Si no quieres ayudarme a librarme de este regalito de tu hermano, me las arreglaré solo. Y después, cuando lo haya conseguido, si lo que quieres es solo diversión, nos divertiremos. Y si quieres algo más, estaré en condiciones de dártelo.
Tú decides.
Jana había dejado de sonreír. La expresión dura y reconcentrada de su rostro indicaba que estaba librando una dura batalla en su interior.
—Quizá haya otras maneras —dijo de pronto.
Esperó a que Álex reaccionara, pero él se limitó a mirarla con ojos interrogantes.
—Hace un momento querías que te hiciera una demostración de mis poderes —continuó la muchacha—. Pues bien, voy a hacértela… Y quizá logre convencerte de que no necesitamos a Óber para… para vencer la barrera del tatuaje. Existen otras formas de tocarse, de sentir el contacto del otro.
Un destello de esperanza iluminó los ojos de Álex.
—Me estás diciendo que…
—Tú espera y verás —le interrumpió Jana—. Solo necesito algo tuyo, un objeto que hayas tocado recientemente. Pero no basta con que lo hayas tocado, tienes que haber concentrado en él toda tu atención, aunque sea por un periodo muy corto de tiempo.
Una idea empezó a abrirse camino en la mente de Álex.
—¿Un libro servirá? —preguntó, dejando traslucir su excitación.
Jana volvió a sonreírle, esta vez abiertamente.
—Claro, si le has prestado atención hace poco…
—Espera, vuelvo ahora mismo.
Álex salió en tromba de la cocina, dejando a Jana apoyada contra la pared de azulejos, turbada y pensativa.
Regresó al cabo de un momento con un libro en la mano. Se trataba del ejemplar que su hermana le había llevado a la clínica, el viejo volumen con un barco dorado grabado en el dorso.
Jana lo observó con curiosidad.
—Se parece a un libro que hay en mi casa. Tiene el mismo logotipo…
—Lo sé —dijo Álex, tendiéndole el volumen y observándola mientras ella lo hojeaba—. Lo vi en vuestra biblioteca y me acordé de que aquí teníamos otro parecido. Por eso, al volver a casa, lo estuve buscando hasta dar con él… Es interesante, trata sobre la astronomía en las civilizaciones antiguas.
Jana había llegado a la página donde se encontraba el papel vegetal que contenía aquel dibujo incomprensible que tanto había intrigado a Erik.
—¿Qué es esto? —preguntó, desplegando el papel sobre la mesa de la cocina.
—No lo sé. Un garabato de mi padre. Puede que estuviese intentando dibujar una de las constelaciones que aparecen en el libro y que trazara varios bocetos, uno sobre otro. La verdad es que no tengo ni idea.
Jana observó atentamente el dibujo durante un par de minutos. Cuando finalmente alzó la vista, sus ojos brillaban de un modo extraño.
—¿Tienes un bolígrafo negro? ¿Te importa que lo use en este papel?
Álex rebuscó en un cajón hasta encontrar lo que buscaba.
—Mi madre los guarda por todas partes —dijo, tendiéndole un bolígrafo transparente en cuyo interior se veía un tubito lleno de tinta negra—. Se los da alguien del trabajo, y los distribuye por toda la casa para tenerlos siempre a mano. ¿Vas a dibujar sobre el dibujo de mi padre?
—Quiero comprobar una cosa. Espera un momento.
Álex observó cómo los dedos de Jana temblaban al sostener el bolígrafo sobre la hoja de papel, sin llegar a rozarla. Nunca, desde que la conocía, la había visto tan alterada.
Era como si temiera hacer lo que estaba a punto de hacer, pero aun así estuviese decidida a hacerlo. Al notar que Álex la miraba con cierto asombro, no obstante, se terminaron sus vacilaciones, y el bolígrafo comenzó a trazar una línea negra siguiendo algunas de las líneas rojas ya trazadas en el dibujo.
Realizaba aquella minuciosa tarea con lentitud, esforzándose al máximo por controlar el temblor de su mano. Pasados los primeros instantes, Álex dejó de mirarla y se concentró en la figura que iba apareciendo en el papel. Despacio, pero con una sorprendente seguridad, Jana iba eligiendo en la maraña de trazos que componían el boceto aquéllos que significaban algo para ella, y los marcaba con su bolígrafo.
Cuando terminó, se apartó de la mesa y se quedó un buen rato mirando en silencio el resultado de su trabajo. Las líneas negras que había destacado en el boceto componían una figura que recordaba vagamente la silueta de una cabeza de caballo vista de perfil. Los ojos de Álex iban y venían una y otra vez desde el dibujo al rostro de Jana, intentando extraer de todo aquello algún significado.
—Quizá sería mejor que trajeses otra cosa para invocar la visión —dijo la chica por fin con voz apagada—. No sé si quiero saber lo que hay detrás de esto.
Alex sonrió con una mezcla de asombro y escepticismo. Le costaba trabajo creer que Jana pudiera renunciar a saber lo que ocultaba el dibujo. Lo que ocurría era que no estaba segura de querer compartir aquel conocimiento con él… Sin embargo, no iba a tener más remedio que hacerlo.
—¿Conoces ese símbolo? —Preguntó el muchacho—. Parece una cabeza de caballo, ¿no? Jana asintió con la cabeza.
—El garabato de tu padre está formado por dos dibujos superpuestos. El que no he marcado, como ves, tiene una forma bastante irregular, con muchas líneas abiertas; unas rojas y otras azules… La verdad es que no creo que signifique nada. Es demasiado raro, demasiado asimétrico. El otro, en cambio…
—El otro, ¿qué?
En lugar de terminar su frase, Jana empezó a mordisquear el extremo del bolígrafo con los ojos fijos en Álex, calculando las diferentes posibilidades que el descubrimiento que acababa de hacer abría ante ella.
—¿Estás seguro de que quieres saberlo? —preguntó muy seria—. Los otros clanes se me echarán encima si te lo cuento. Se supone que es un secreto que nos pertenece solo a los Medu, y que los humanos deberían ignorar…
—¿Quieres decir que, si me lo cuentas, estaré en peligro?
Jana hizo un gesto ambiguo con los hombros.
—Es posible —admitió.
—Si a ti no te importa correr el riesgo, a mí tampoco —dijo Álex, sosteniéndole la mirada.
Jana frunció el ceño y, a la vez, esbozó algo parecido a una sonrisa.
—Está bien —dijo—. Si es eso lo que quieres… Éste es el símbolo del Desterrado, y encierra una larga historia. Quizá no te interese conocerla…
Álex la interrumpió con un gesto de la mano.
—Déjate de excusas —dijo con firmeza—. Estoy listo para escuchar.