Capítulo 2

Al entrar en la sala principal de la cripta, Álex comprendió de inmediato el porqué de la advertencia de David. Todo lo que le rodeaba resultaba extraño e inquietante, tan inquietante que, por un momento, le inundó un angustioso deseo de salir de allí. El lugar tenía el aspecto de un local nocturno de moda, con un largo mostrador de acero y media docena de mesitas cuadradas adornadas con débiles tiras de luz que iba cambiando gradualmente de color, del blanco al azul, después al verde y luego el rosa, cada mesa a un ritmo diferente, de manera que, en conjunto, parecían escamas de un camaleón pasando sucesivamente por todos los colores de aquel espectral arco iris. Tras el mostrador se alineaban las botellas de licor, llenas de polvo y telarañas. El contraste con aquella decoración vanguardista con el descuido y la suciedad que lo invadían todo resultaba casi estremecedor. Había altos vasos de cristal medio llenos sobre la mesas, montones de vidrios rotos en las esquinas, manchas y huellas circulares de humedad sobre el mostrador.

Cuando sus ojos lograron adaptarse a la penumbra del lugar, Álex pudo distinguir media docena de siluetas humanas distribuidas en aquel siniestro decorado. O al menos aparentemente humanas, ya que probablemente, por lo que David había dicho, el único humano de la reunión fuera él.

Las primeras que le llamaron la atención en aquel variopinto grupo fueron tres chicas menudas que se revolcaban frenéticamente sobre una tarima negra al fondo del local sin que los demás les prestaran atención, a pesar de lo insólito de su conducta. Las tres llevaban tiesos vestidos de encaje blanco parecido a los de las muñecas antiguas, y cuando advirtieron la entrada de Álex y David, detuvieron bruscamente sus juegos para mirar con curiosidad a los recién llegados. Los tres pálidos rostros escrutaron a Álex con sus redondos ojos azules, que contrastaban vivamente con la inexpresividad del resto de la cara.

—Son las hijas de Pértinax —susurró David—. No te dejes engañar por su aspecto, son más peligrosas de lo que parecen.

La verdad era que su aspecto no resultaba precisamente tranquilizador, dijese lo que dijese David. Las tres tenían rasgos idénticos enmarcados por un cuidado peinado de tirabuzones, rubios en un caso, negros en otro y pelirrojos en el tercero. Parecían tres muñecas de porcelana grotescamente grandes, y, observando su figura y su expresión, resultaba imposible deducir su edad. Durante unos segundos, sus miradas duras y cristalinas se cruzaron con la de Álex, y después, como si se hubieran puesto de acuerdo, las tres rompieron a reír y volvieron a tirarse al suelo, donde continuaron dando vueltas entre risas y gruñidos incompresibles.

—¡Vaya, vaya, ya estamos todos! —Grojeó una voz temblona desde una de las mesas—. David, el pequeño rebelde… ¡Qué situación tan desagradable, muchacho!

Créeme que lo siento por ti, pero los deberes del clan… En fin, ¿éste es vuestro?

David tiró de Álex para acercarlo al anciano que acababa de hablar. Se trataba de un hombre enjuto y lastimosamente arrugado, con el cráneo completamente pelado y las mejillas mal afeitadas. Llevaba puesto un traje gris pasado de moda con un chaleco de rayas y una corbata rosa. Por su aspecto, parecía un científico en una entrega de premios de la universidad, observándolo todo con esa mezcla de emoción e ironía de los que se consideran por encima de las pequeñas vanidades humanas.

—Pértinax, te presento a nuestro amigo Álex —le saludó David, haciendo una leve reverencia—. Álex, éste es Pértinax, el miembro más anciano del clan de los Agmar.

—Disculpa que no te presente a mis hijas, muchacho. Ahora mismo están muy excitadas, y sería inútil intentar atraer su atención. ¡Mis pobrecitas! Sus poderes son tan extraordinarios que ni siquiera ellas pueden dominarlos. Siempre en trance, es terrible y doloroso para un padre. Pero así es como aprenden, como se preparan para su alta misión.

—¿Y qué misión es ésa? —preguntó Jana con sorna, acercándose al grupo.

Sostenía un vaso en la mano lleno de un líquido transparente. Llevaba puesto el mismo vestido negro de la fiesta del Molino Negro, el mismo vestido de la noche en que Álex la había besado por primera vez.

El muchacho sintió un violento dolor en la nuca y se estremeció de pies a cabeza. Jana parecía tan serena como siempre, pero si lo que David le había dicho era cierto, estaba a punto de enfrentarse a un trago bastante difícil, y todo por su culpa. Sin embargo, ya era demasiado tarde para echarse atrás… Y aunque hubiera podido retroceder, probablemente no lo habría hecho. Necesitaba hablar con Óber para saber lo que él sabía; y, sobre todo, estaba decidido a encontrar el libro.

La pregunta de Jana no pareció coger desprevenido a Pértinax, que se volvió hacia ella con una media sonrisa.

—Mi querida muchacha, la alta misión de mis hijas no es otra que la de servir a nuestro clan, naturalmente… Cuando cumplas la mayoría de edad y accedas a la jefatura, nadie podrá ayudarte como ellas. Y si algo ocurriera, solo ellas podrían llenar el hueco dejado por la estirpe de Alma y dirigir los destinos de los Agmar.

David iba a responder airadamente a la desfachatez del viejo, cuando un gruñido procedente de detrás del mostrador le hizo volverse con brusquedad. Siguiendo la dirección de su mirada, Álex descubrió a su amigo Erik apoyado en la barra y observándolos con una sonrisa. Pero el gruñido no procedía de él, sino de alguien más, un individuo alto que permanecía completamente inmóvil delante de las polvorientas estanterías llenas de vasos y botellas. Bajo sus prominentes pómulos, destacaban dos cuidadas patillas grises, pero lo más llamativo de su rostro eran sus extraños ojos dorados.

Con una punzada de inquietud, Álex reconoció en aquellos ojos al Ghul que ejercía como anfitrión en la siniestra reunión del parque de San Antonio.

Por lo visto, David también había reconocido al Ghul, y su presencia en la cripta neutral no le hacia ninguna gracia.

—¿Qué hace él aquí? —Preguntó con voz ronca, volviéndose indignado hacia su hermana—. Todavía no hemos empezado y ya nos insultan. ¿Es que no vas a hacer nada?

En lugar de contestar, los ojos de Jana se alzaron lentamente hacia Erik.

—¿Es que puedo hacer algo? —preguntó, sonriendo y sin dejar de mirar al hijo de Óber—. El rango de los Drakul es superior al nuestro, y, además, son nuestros anfitriones. ¿Qué voy a hacer? ¿Desafiarlos? ¿Suplicarles?

No había hablado demasiado alto, pero si lo suficiente como para que Erik la oyese desde el mostrador. A Álex le sorprendió el brusco cambio que se había operado en las fracciones de su amigo mientras escuchaba las palabras de Jana. Se había puesto intensamente pálido, y un fuego extraño ardía en sus pupilas.

—No te lo tomes como un insulto, David —contestó, sin apartar los ojos de la muchacha—. Los anfitriones no podemos abrir las criptas sin la presencia de un Ghul, sería demasiado arriesgado. Ellos ven lo que nosotros no vemos… Además, Garo es un príncipe entre los suyos, no lo olvides.

Álex volvió a mirar al Ghul, cuyos ojos dorados no reflejaban la más mínima compresión de la discusión que había provocado su presencia en la cripta.

La irritación de David, mientras tanto, parecía ir en aumento, y la risilla de condescendiente de Pértinax después de oír la explicación de Erik no había hecho sino aumentar su enfado.

—Ha sido idea de tu padre, ¿no? —Dijo, acercándose al mostrador y encarándose con Erik—. Cualquier excusa es buena para humillarnos… ¿Por qué no le explicas a tu amigo lo que han estado haciendo con nosotros él y los suyos? Seguro que a Álex le encanta la historia.

Apartándose de David, Erik fijó su mirada en Álex.

—Durante muchos años, Garo ha servido al clan de los Varulf, que mantiene desde hace siglos una rivalidad continua con los Agmar por el control de esta ciudad —explicó—. Los Varulf son un linaje más reciente que los Agmar, y entre los Medu no se les considera demasiado poderosos. Después de la muerte de Alma, sin embargo, parece que han crecido… Llevan años utilizando a sus Ghuls para acosar a los Agmar, y han matado a muchos de ellos.

—Cuando volvamos a tener una gran hechicera al frente del clan, recibirán su merecido —intervino Pértinax con voz lastimera—. Es una pena que hayamos tenido que esperar tanto…

—De todas formas, Garo ya no es propiedad de los Varulf —aclaró Erik—. Ahora nos pertenece a nosotros, y no hará nada en contra de los Agmar, de modo que no hay nada más que decir.

—Lo has traído para provocarnos —insistió David, desafiándolo con la mirada.

Eres un…

—Basta, David —cortó Jana, tajante—. Tenemos asuntos más importantes que tratar que esa tontería. ¿Es que quieres que nuestro anfitrión piense que tenemos miedo de un Ghul? Los hijos de Alma no tenemos miedo de nada.

—Eso ya lo sé —dejo Erik, sonriendo de un modo extraño—. De lo contrario, no estaríais aquí.

Jana le sostuvo la mirada durante un largo minuto, sin alterarse ni lo más mínimo. Al final, fue Erik quien apartó los ojos, fijándolos en Álex.

—Antes de conduciros ante mi padre, necesito hablar a solas con mi amigo —murmuró, en un tono que casi sonó a disculpa—. Tardaremos lo menos posible…

Álex, ¿me acompañas?

Sin esperar respuesta, Erik abrió una puerta disimulada en la pared negra del fondo del local e invitó a Álex a pasar delante de él.

Álex atravesó el estrecho hueco de la puerta y se encontró en una especie de almacén atestado de barriles metálicos de cerveza y de cajas de plástico con latas y botellas.

—Aquí podemos hablar —dijo Erik, cerrando la puerta tras él—. No te dejes engañar por las apariencias; en realidad, éste es un santuario de mi clan, y está completamente aislado de la cripta. Ninguno de los de ahí nos puede oír, a pesar de sus poderes…

¿Qué te han parecido?

—¿Quiénes? ¿El viejo y sus hijas? Parecen sacados de una película de terror… O de risa, no estoy seguro.

—Las hijas de Pértinax son más peligrosas que ridículas —dejo Erik con aire pensativo—. Han demostrado tener mucho poder en los últimos años. El viejo no pierde ocasión de ofrecer sus visiones a nuestra casa, para poder probar que son ellas las que deban heredar la jefatura del clan.

—David me lo explicó —le interrumpió Álex, incomodo—. Me dijo que tu padre iba a utilizarme para acusar a Jana y a David de no sé qué, y que, con esa escusa, iba a quitarles el derecho a suceder a su madre.

Erik se encogió de hombros.

—Tenía que suceder un día u otro. En realidad, me alegro de que haya sido así… De eso es precisamente de lo que quería hablarte.

En la penumbra del almacén, los rasgos de Erik parecían rígidos y preocupados.

—En realidad, he sido yo quien ha convencido a mi padre de que aprovechara la ocasión. Sabía que pensaba dar el paso un día de éstos, y no tenía ningún sentido tratar de impedírselo. En cierto modo, es lo mejor para Jana… Cuando deje de ser la heredera de la jefatura de los Agmar, tendrá menos enemigos. Podrá vivir más segura, tendrá más libertad para hacer con su futuro lo que quiera.

—O sea, que a ti te parece bien que tu padre le quite sus derechos.

—Jana no ha demostrado ningún poder especial en todos estos años. Es valiente, y ha heredado el carácter sereno e impresionante de su madre, pero hace falta algo más que eso para dirigir un clan tan importante como el de los Agmar, y más en este momento tan decisivo. La fecha de la aparición del Último se acerca, y tenemos que estar preparados. Las hijas de Pértinax serán más útiles que ella en la guerra que se avecina. Y yo, desde luego, prefiero que no esté en primera línea de la batalla.

Permanecieron callados unos instantes, evitando mirarse.

—Es muy raro. Por un lado, parece que te preocupas por ella, y, por otro, conspiras con tu padre para quitárselo todo —dijo finalmente Álex.

—Todo no. Eso es precisamente lo que deseaba decirte. Yo no quiero que Jana lo pierda todo… Y tú puedes ayudarme.

Álex sonrió de un modo desafiante.

—¿Cómo?

—Mi padre va a utilizar el asunto del tatuaje en contra de Jana, para favorecer las aspiraciones de las hijas de Pértinax. Pero, por otro lado, él quiere algo de ti, y si tú se lo das, Jana podría ser la gran beneficiada.

—Lo siento, no te sigo.

Comprendiendo que Álex no estaba dispuesto a allanarle el camino, Erik suspiró.

—Está bien, te lo diré lo más claro posible: si quieres ayudar a Jana, negocia con mi padre. Dale la información que te pida… Con eso será suficiente.

—¿Quieres decir que, si colaboro, Jana podrá conservar la jefatura de su clan?

Erik emitió una carcajada que no tenía nada de alegre.

—Se notas que no conoces a Óber. Perder la jefatura de los Agmar, en este momento, es el menor de los problemas de Jana. Lo más a lo que puede aspirar es a conservar la vida y su casa en la Antigua Colonia… A eso, y a que lo demás clanes la dejen tranquila.

Los ojos de Álex relampaguearon en la penumbra.

—¿Me estás chantajeando? ¿Quieres decir que, si no colaboro…?

—Oye, yo solo soy el mensajero. Mi padre me ha pedido que te informe de que quiere preguntarte algo y de que si demuestras buena voluntad en tu respuesta, Jana podría no salir demasiado mal parada de todo esto. Tú decides…

—¿Y qué es lo que quiere tu padre de mí? —Preguntó Álex después de un instante de reflexión—. Yo no tengo nada que ver con vuestras historias, no formo parte de este circo.

—Ya… Pues él no parece opinar lo mismo. No sé exactamente lo que quiere preguntarte, pero creo que tiene algo que ver con tu padre.

Al oír aquello, Álex no pudo seguir conteniéndose.

—¿Quiere preguntarme si sé cómo murió? —Casi vociferó, olvidando toda prudencia—. Pues sí, lo sé… Y sé que quien lo mató venía de su parte.

La expresión de Erik se volvió aún más impenetrable que antes.

—Estás loco si piensas eso —murmuró, mirándole a los ojos—. Quien más necesita saber que tu padre viviese era él… No sé qué es lo que crees saber, pero me da la impresión de que alguien te ha engañado.

Aquella insinuación fue la gota que colmó el vaso. Ambos sabían que se refería a Jana, y Álex no estaba dispuesto a hacer como que no se había enterado.

—Te diré quién me ha engañado, quién ha estado engañándome durante toda mi vida.

Alguien que fingía ser mi mejor amigo, que venía a jugar a mi casa y asistía a toda mis fiestas de cumpleaños. Alguien que me estaba vigilando para cuando llegase el momento… Un momento que, por lo visto, cada día está más cerca. Y ese alguien, digas lo que digas, no era Jana.

Un leve rubor se había extendido por las mejillas de Erik mientras escuchaba aquello.

Era la primera vez que Álex lo veía congestionado, a punto de perder el control.

—Si eso es lo que piensas que ha sido nuestra amistad, peor para ti —murmuró entre dientes—. Lo único que te lo pido, por tu bien, es que creas lo que acabo de decirte sobre tu padre. Óber no lo mató, ni él ni nadie de nuestro clan… De eso puedes estar seguro.

—Quizás no fuese un Drakul, pero sí alguien enviado por los vuestros. Yo lo vi, ¿entiendes? Era un ser monstruoso, aunque quería aparentar lo contrario. Tenía alas…

¿Vas a decirme que no sabes de quién te estoy hablando?

—No tengo ni la menor idea. Pregúntaselo a mi padre cuando estés con él, si quieres… Y hazme caso. Óber no es tu enemigo, dale lo que te pida. No lo digo solo por ti… También por ella.

El tono de Erik era casi suplicante al pronunciar aquella última frase. Sin saber por qué, Álex se sintió repentinamente avergonzado. Su amigo le había ocultado muchas cosas, pero, pese a todo, no lograba convencerse de que fuera un mentiroso.

Probablemente no supiese nada acerca de la muerte de Hugo ni de cómo se había producido… Óber habría tenido buen cuidado de evitar que lo averiguara.

—¿Qué harías tú en mi caso? —preguntó, sin asomo de ironía en su voz.

La mirada de Erik fue suavizándose lentamente. Había captado de inmediato el cambio de tono de su amigo.

—No sé lo que haría si fueras tú, Álex. No entiendo muy bien por qué ha decidido venir a ver a Óber, sabiendo como sabes que probablemente no logrará quitarte el tatuaje ése que tanto te preocupa. Ahora que sé que sospechas que los Drakul tuvimos algo que ver en la muerte de tu padre, empiezo a ver claro… Si me lo hubieras contado antes, no te habría dejado meterte en este circo.

—No te preocupes, no voy a contárselo a la policía —repuso Álex, volviendo al tono mordaz que había empleado antes—. Y, por cierto, no has contestado a mi pregunta…

—Te contestaré. No sé lo que haría si fuera Álex, pero puedo decirte lo que haría si fuera Erik y me encontrase en tu lugar…

—¿Ayudar a Óber?

—Ayudar a Jana.

La respuesta había sido tajante. Los ojos de los dos muchachos se encontraron en la penumbra, encendidos de rencor y de celos.

Por fin se comprendían.

—Ella no te lo agradecería —dijo Álex, y al momento se arrepintió se su dureza.

Pero Erik encaró el golpe con la elegancia que le caracterizaba.

—Lo sé —dijo, y esbozó una enigmática sonrisa—. Eso es lo que nos diferencia a ti y a mí: yo la ayudaría de todas formas, sin esperar nada. Y ahora vámonos, anda… Se está haciendo muy tarde y hace rato que nos esperan.