Capítulo 2

Helena, la madre de Álex, era una mujer menuda, de pómulos marcados y grandes ojos de color miel que siempre parecían sorprendidos. Mientras sentía sus dedos frágiles y afilados sobre los suyos, Álex la contempló con extrañeza, como si llevase mucho tiempo sin verla.

—No has ido al laboratorio —observó, perplejo.

Una nube de culpabilidad ensombreció aquellos ojos ingenuos que un momento antes parecían llenos de alegría.

—Álex, ¿cómo crees que iba a ir en un día así? He estado muy preocupada, hijo. Ya sé que últimamente paso mucho tiempo en el trabajo, pero eso no significa que no…

Os quiero muchísimo, a Laura y a ti. Sois lo que más quiero en este mundo.

Álex le apretó la mano entre las suyas.

—Ya lo sé, mamá. Y a Laura y a mí no nos importa…

Se interrumpió, sin saber cómo continuar.

—Siempre habéis sido muy independientes; los dos. En eso habéis salido a vuestro padre. Por eso sé que puedo confiar en vosotros. Es un trabajo importante el que hago, hijo. Ya sé que si yo no lo hiciera, otros lo harían, pero tengo la suerte de ser yo quien está ahí para sacarlo adelante, y no perjudico a nadie tomándomelo en serio.

«Demasiadas explicaciones», pensó Álex, sintiéndose mal por ella.

—Claro que no —dijo con calor—. Nosotros lo entendemos. Es lo mejor para ti.

Se miraron un momento sonrientes y a la vez ligeramente incómodos.

—He estado muy preocupada, Álex —dijo su madre, poniéndose seria nuevamente—. Has tenido una fiebre altísima, y los médicos no entendían lo que te pasaba. Anoche te hicieron un escáner cerebral, eso nos tranquilizó un poco… ¿Qué te pasó?

Álex esbozó una mueca infantil. En otro tiempo, su madre solía reírse a carcajadas cuando ponía aquella cara, pero esta vez no se rió. Sus ojos permanecían fijos en él con expresión inquisitiva.

—Estaba hablando con una chica del colegio y, de repente, todo se volvió negro.

Noté que me iba al suelo… Y ya no sentí nada más. Sería un desmayo, no había desayunado mucho…

—Fue algo más que un desmayo —le interrumpió su madre—. Un desmayo no da fiebre… ¿Y lo del tatuaje? ¿Cuándo te lo hiciste? Deberías haberme pedido permiso.

—Lo siento, mamá, fue un impulso.

—¿No sabes lo peligroso que puede ser hacerse algo así en condiciones higiénicas poco seguras? Has cogido una infección, apostaría algo… He pedido que te hagan un cultivo, espero que no sea demasiado grave.

—Yo no creo que haya sido el tatuaje, mamá. El chico que me lo hizo tomó todas las precauciones. Es un profesional, sabe lo que hace.

Su madre arqueó las cejas, enfadada.

—¿Un profesional, a los quince años? Vamos, Álex, no me vengas con cuentos. Sé que te lo hizo el hermano de esa chica, Jana. Erik me lo contó. Es increíble que las autoridades no intervengan; tiene que ser algo completamente ilegal. Son dos menores llevando un negocio, ¡y qué clase de negocio! Pero claro, nadie se mete con ellos. Su familia era toda una institución en esta ciudad, y eso pesa mucho.

—¿Conociste a sus padres? —preguntó Álex con curiosidad.

Helena negó con la cabeza.

—Ellos nunca iban a las reuniones de padres del colegio. Pero he visto fotos de la madre, claro. En los periódicos. Era muy conocida… Una artista, hacía instalaciones y esa clase de cosas.

Álex dudó un momento antes de formular su siguiente pregunta.

—Y papá, ¿la conocía?

Su madre lo miró con el ceño fruncido.

—¿Tu padre? Sí, claro, se conocían del colegio. Los dos estudiaron en Los Olmos…

Ya sabes cómo es ese sitio, solo admiten a gente muy escogida.

Lo dijo como si aquello le repugnase, aunque no se atreviese a declararlo abiertamente. Luego se calló y miró fijamente a su hijo durante unos segundos. Daba la impresión de que no sabía cómo continuar.

—Álex, ¿estás saliendo con esa chica? —preguntó finalmente en voz baja.

El muchacho tardó un momento en contestar.

—No, pero me gustaría —dijo—. ¿Por qué? ¿Es que tienes algo en contra?

Su madre se removió sobre la cama, inquieta.

—No es que quiera meterme en tu vida —se disculpó—. Nunca he sido de esa clase de madres… Pero al menos tienes que escuchar mi opinión. No creo que esa chica te convenga.

—Hablas como si me fuera a casar con ella mañana mismo —bromeó Álex—. En serio, mamá, yo creo que te estás pasando…

—No te lo tomes tan a la ligera. Escúchame, hijo, no es que tenga nada contra Jana; pero creo que eres muy joven para tomarte a una chica tan en serio y… Bueno, está claro que te afecta de un modo bastante negativo.

—Mamá, que me desmayara en el patio mientras hablaba con ella no quiere decir que la culpa fuera suya. Podía haberme ocurrido en cualquier otro sitio…

—Sí, pero te ocurrió estando con ella —insistió su madre con terquedad—. Justo después de que os besarais.

De modo que era eso. Alguien le había ido a su madre con el cuento del beso; probablemente Erik, o quizá Laura.

—Oye, mamá, no creerás que me he desmayado por haber besado a una chica, ¿no? —Dijo, sorprendido de su propia desenvoltura—. Eso es ridículo.

—Yo no lo veo tan ridículo —repuso su madre, ruborizándose ligeramente.

Cuando conocí a tu padre, cuando empezamos a salir… Bueno, nunca llegué a desmayarme de la emoción, pero creo que varias veces estuve a punto. Yo sé lo que es estar enamorada, y por eso no me gustaría que te pasase con la persona equivocada. Es lo único que trato de decirte, hijo… Jana es una chica extraña, siempre lo ha sido. No quiero verte sufrir por su culpa.

Álex la miró con gravedad. Le sorprendía mucho que su madre insistiese tanto en ese asunto, y más en un momento así, cuando acababa de despertarse de un largo periodo de inconsciencia.

—Uno no elige de quién se enamora —murmuró, desviando la mirada—. Es algo que te pasa. Pero si lo que te preocupa es lo de los tatuajes, puedes estar tranquila. No me haré más. No habrá infecciones ni contagios ni nada por el estilo.

Curiosamente, su madre pareció muy aliviada al oír eso.

—Menos mal —resopló, animada—. Tienes que perdonarme, no puedo evitarlo…

Soy microbióloga, y sé demasiado sobre contagios como para no darme cuenta del peligro que has corrido haciendo esa locura. Lo que me sorprende es que tú no lo pensaras… ¿Cómo pudiste ponerte en manos de un chico de quince años? ¿En qué estabas pensando?

Álex sonrió.

—Ya te lo dije, fue un impulso. Pero no volverá a ocurrir, te lo prometo.

En ese momento llamaron tímidamente a la puerta. Helena fue a abrir y se apartó sonriente para dejar entrar a su hija menor.

—¡Has despertado! —gritó Laura, lanzándose como una tromba sobre su hermano.

Antes de que pudieran decirse nada más, entró una enfermera a cambiar la bolsa de suero. Era una mujer adusta, de unos cincuenta años. A Álex le llamaron la atención sus deformados zuecos rojos, que no parecían encajar demasiado bien con el resto del uniforme.

También ella se mostró complacida al verle despierto.

—¿Por qué no han avisado? —Dijo, mirando con severidad a Helena—. Voy a llamar al neurólogo, dijo que le tuviésemos al corriente de cualquier novedad… A ver, ponte esto —dijo, encajándole un termómetro de mercurio bajo la axila.

—Volveré dentro de diez minutos a quitártelo y avisaré al doctor —dijo la mujer.

Cuando salió, Laura y Álex se miraron sonriendo, sin prestar demasiada atención a su madre, que se había apartado un poco y permanecía de pie junto a la ventana. La complicidad que existía entre los dos hermanos hacía que a veces Helena se sintiese excluida.

Sin embargo, Álex no tardó en volverse hacia ella.

—He soñado con papá —dijo, pensativo—. Con el día de su muerte… ¿Dónde estaba yo ese día? Me suena que, cuando me lo dijeron, estaba con Erik.

—Habías ido a jugar a su casa —confirmó su madre, mirándolo con atención—. Les telefoneé para que te tuvieran allí hasta la noche. A Laura se la llevó una vecina… A mí estuvieron interrogándome durante horas.

Las manos de Laura se habían crispado sobre la sábana de Álex, y sus ojos interrogaban el rostro del muchacho con una muda expresión de reproche.

Álex trató de transmitirle tranquilidad con su sonrisa. Ya habían callado demasiado, y no por ello habían sufrido menos. El silencio se había convertido en una barrera entre los dos hermanos y su madre. Algún día tendrían que romperla… ¿Por qué no empezar cuanto antes?

Además, sabía que lo que estaba a punto de decir sería un consuelo para Helena.

—¿Sabes, mamá? Después de todo el tiempo que ha pasado, cada vez estoy más convencido de que tenías razón. Siempre la has tenido… Papá no se suicidó; eso es imposible. Alguien lo asesinó.

Se interrumpió, preguntándose si había ido demasiado lejos. Su madre y su hermana lo miraban con los ojos muy abiertos.

—Me alegro de que estés de acuerdo conmigo, Álex —murmuró su madre—. Pero no entiendo qué es lo que te ha hecho pensar en eso ahora…

—No lo sé. Supongo que lo que me ha pasado me ha hecho pensar en la muerte. He estado recordando, atando cabos… Papá no era de la clase de personas que se suicidan.

Su madre suspiró y desvió la mirada hacia la ventana.

—Ojalá supiese lo que ocurrió aquel día —murmuró—. Necesito tanto saberlo…

Laura fue hacia ella y le acarició la mejilla, mientras Álex las observaba con un nudo en la garganta.

—No te preocupes, mamá —dijo—. Algún día descubriremos qué fue lo que pasó.