Tumbada en la cama, Jana contemplaba el techo de vigas de madera con los ojos vacíos. Se encontraba prisionera en una pequeña celda situada en lo alto de la Fortaleza, con un aro de hierro en el tobillo derecho, amarrado a su vez a una cadena que terminaba en una argolla sujeta a la pared.
Había estado a punto de conseguirlo. Unos segundos más, y le habría dado tiempo a terminar de pronunciar el conjuro para abrir el portal de huida que tenía preparado.
Ya se hallaba completamente concentrada cuando los Ghuls de Óber la encontraron…
Justamente por eso no los oyó venir. Se había confiado.
Cerró los ojos y se removió incómoda sobre el colchón, hasta sentir el tirón de la cadena en la pantorrilla. Bajo las sábanas, tanteó con ambas manos los pesados eslabones de hierro, sin advertir en ellos la menor fisura. Desalentada, dejó caer la dura serpiente de metal sobre sus rodillas. Estaba muy fría. El contraste de temperatura entre la cadena y su propia piel, que ardía de fiebre, la hizo estremecerse.
¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Se había dejado atrapar después de cometer la más imperdonable de las traiciones, y ahora se encontraba a merced de Óber, que la odiaba más que nunca. Por su culpa, Erik se encontraba malherido, si es que no había muerto ya. Había vendido a los suyos, había ayudado a sus enemigos a localizar el corazón del poder de los Medu. ¿Y qué había conseguido a cambio? Óber seguía siendo el jefe, y ella se encontraba más lejos de alcanzar su objetivo que nunca.
Con una mano temblorosa se apartó el mechón de pelo que le caía sobre la frente húmeda de sudor. Le había fallado a todo el mundo. En primer lugar, a su madre, que había muerto por intentar engrandecer a su clan. En segundo lugar, a los Agmar, a quienes ella habría debido liderar tras la desaparición de las hijas de Pértinax. No quería ni pensar en las persecuciones que se habrían desatado para hacerles pagar por lo ocurrido… En tercer lugar, a David. Él era el único que había creído en ella, pero, a esas alturas, ya debía de saber que se había equivocado. Y, por último, le había fallado a Álex.
Se dio la vuelta en la cama, y al hacerlo la cadena se le enredó alrededor del vestido.
Enterró el rostro en la almohada y se rodeó la cabeza con los brazos. Por primera vez en muchos años notó la quemazón de las lágrimas en sus mejillas. Desde la muerte de su madre, no se había sentido tan mal.
Era posible que Álex hubiera logrado huir, pero también era posible que estuviese muerto. Desde su escondite, había visto a Garo salir en su búsqueda, y sabía muy bien lo despiadado que podía llegar a ser aquel Ghul. Tal vez los guardianes le hubiesen ayudado a escapar, pero aquella idea le resultaba casi tan inquietante como la primera. Porque ¿qué ocurriría cuando sus enemigos se dieran cuenta de que Álex no era el Ultimo? Lo eliminarían, sin lugar a dudas. Eso, si no llegaban a la conclusión contraria… En cuyo caso, obligarían al muchacho a comportarse como uno de ellos sin serlo. No quería ni imaginar lo que podía suceder a partir de ahí… En cualquier caso, nada bueno para Álex, de eso estaba segura.
Las cosas podrían haber sido muy diferentes. Habría podido tenerlo todo, si hubiese escuchado a Erik. Él la amaba con una pasión sombría e incontrolable, una pasión que casi la asustaba. No podía apartar de su mente el valeroso gesto del hijo de Óber plantándose delante de ella para protegerla. Sí, la amaba tanto que iba a pagar aquel sentimiento con su vida… Y ella no había sabido aprovecharlo.
Ahora, en aquella cama dura y fría, se daba cuenta de lo cerca que había estado de conseguir lo que, desde siempre, habían codiciado los Agmar. La jefatura de todos los clanes, el poder absoluto que hasta entonces había estado en manos de los Drakul. A través de Erik, ella habría podido obtener todo eso. Después de unos años, él se habría casado con ella, y sus hijos habrían sido los sucesores de Óber. ¿Qué mejor manera de proteger y encumbrar a los suyos?
Pero no había querido. En primer lugar, porque no deseaba deberle nada a nadie, y confiaba en lograr sus objetivos por sí misma. Y, en segundo lugar, porque la idea de engañar a Erik le repugnaba demasiado.
«Ojalá me hubiese enamorado de él», pensó, cerrando los párpados con fuerza, hasta que la oscuridad se llenó de lucecitas blancas. Así todo habría sido más sencillo. Pero Erik y ella se parecían demasiado. Los dos habían crecido en medio del odio y las maquinaciones. Los dos habían aprendido a controlar sus sentimientos y a dominar sus impulsos. Ambos habrían hecho cualquier cosa por no defraudar a los suyos.
Ambos estaban acostumbrados a convivir con la ambición y la oscuridad.
Álex, en cambio, era distinto. Él no dependía de los sueños ni de las ambiciones de otros. Tenía una familia, pero no era su familia quien determinaba sus aspiraciones.
Ni siquiera al enterarse de que su padre había sido asesinado, había perdido esa aureola de independencia… Por encima de todo, Álex era Álex. Se debía fidelidad a sí mismo y a nadie más.
Después de un rato, la muchacha abrió nuevamente los ojos y miró al techo. Había anochecido, y a través de la ventana entraba únicamente un débil resplandor azulado y artificial. Las sombras ocultaban las vigas de madera y el viejo escritorio que constituía el único mobiliario de la estancia, además de la cama. No había ninguna lámpara… Tendría que esperar a que amaneciera para librarse de aquella opresiva oscuridad.
Dejó que por su mente desfilaran una y otra vez las imágenes del ataque de los guardianes. En medio de la negrura que la rodeaba, creía ver las flechas de fuego hendiendo el aire, y le parecía escuchar los aullidos inhumanos de los Ghuls alcanzados por aquellos mortales proyectiles. Luego, veía el rostro pálido y grave de Erik, y la mortal herida de su hombro. No sobreviviría. La idea le causaba una desazón tan violenta que apenas podía soportarla.
Al final, agotada, se quedó adormecida durante algunas horas. En sueños creyó ver el cuerpo de Álex despedazado por una manada de lobos, y se despertó sobresaltada.
Cuando abrió los párpados, notó un desagradable picor en los ojos, y un velo de humo que empañaba las sombras. Al otro extremo de la habitación, sobre el escritorio, ardía una vela.
—¿Quién está ahí? —balbuceó, luchando contra la sequedad ardiente de su boca.
Nadie contestó, pero en el silencio de la noche Jana oyó con toda claridad una respiración ronca y agitada.
El corazón se le desbocó, resonando dolorosamente en su pecho con cada latido. Sus ojos aterrados escudriñaron la penumbra de los rincones, hasta que distinguió una sombra alta y amenazadora sentada en una silla, muy cerca de ella.
—¿Qué… qué quieres? —preguntó en un susurro.
La figura se puso en pie y avanzó hacia la cama. Cuando se inclinó sobre ella, Jana distinguió, espantada, las facciones de Óber.
—¿Era esto lo que querías? —preguntó el jefe Drakul sentándose sobre el jergón, muy cerca de la muchacha.
Su voz sonó inexpresiva y gris, sin el menor asomo de violencia en su timbre. Jana se incorporó y, retrocediendo, apoyó la espalda en la pared. Los eslabones de la cadena que la ataba entrechocaron entre sí, y el eco de sus chasquidos resonó en toda la estancia.
—Has causado la ruina de toda nuestra raza —continuó Óber, en el mismo tono neutro y apagado—. Lo has estropeado todo con tu ridícula ambición. Tu madre estaría orgullosa de ti, ¿no crees? Has destruido en cuestión de segundos todo aquello por lo que ella luchó.
La alusión a Alma hizo que Jana sacase fuerzas de flaqueza para responder.
—No te atrevas a mencionar a mi madre —murmuró—. Tú la mataste, ¿crees que no lo sé? Si la hubieras dejado vivir, nada de esto habría sucedido.
En medio de la oscuridad se oyó una carcajada seca, totalmente desprovista de alegría.
—Ojo por ojo y diente por diente —dijo Óber—. ¿Ésa era tu idea? Bueno, pues ya ves adónde te ha traído.
—Yo quería algo más que la venganza. Quería hacer realidad el sueño de mi madre, al precio que fuera.
Jana había pronunciado aquellas desafiantes palabras con una seguridad que estaba muy lejos de sentir. En realidad, durante aquella larga noche se había preguntado más de una vez qué era lo que la había llevado a actuar como lo hizo; y lo cierto era que no tenía nada clara la respuesta.
Sin embargo, Óber no pareció advertir sus dudas.
—¿De verdad crees que éste era el sueño de tu madre? —se limitó a decir—. Eres una ilusa. No sabes nada, nunca has sabido nada… Y ahora, por culpa de tu ignorancia, mi hijo va a morir.
Se hizo un pesado silencio, que Jana no se atrevió a romper de inmediato.
—¿Tan mal está? —preguntó finalmente.
En respuesta a su pregunta, Óber emitió un sollozo ahogado. Por un momento, Jana se olvidó de todo lo demás y se dejó contagiar por el dolor de su enemigo.
—Lo siento —murmuró, sin pensar en lo que decía.
Las manos de Óber se cerraron como garras sobre sus hombros y empezaron a sacudirla sin piedad. Aquello duró tan solo unos segundos, pero bastó para aterrorizar de nuevo a Jana. Cuando el jefe Drakul la soltó, notó que estaba temblando de pies a cabeza.
Óber se puso en pie y empezó a dar grandes zancadas a través de la habitación. Así continuó durante varios minutos, recorriendo una y otra vez la celda, sin mirar ni una sola vez a su prisionera.
Por fin, se plantó de nuevo ante la cama. La vela se encontraba a su espalda, dejando su rostro en la penumbra.
—Dices que lo sientes —su voz rechinaba como la madera seca al contacto de una llama—. Muy bien, aceptaré tu palabra. Si de veras lo sientes, estoy seguro de que no me negarás tu ayuda. No estás en posición de negarme nada, eso es seguro… Pero necesito algo más que un cuerpo aterrorizado y obediente. Necesito un espíritu decidido a colaborar.
Jana esperó en silencio a que Óber continuase. Aún se sentía aturdida por la explosión de violencia del jefe Drakul. No se fiaba de su repentina suavidad, y sobre todo no entendía adónde quería ir a parar.
—Aún existe una posibilidad de que Erik se salve. Es muy pequeña, pero estoy dispuesto a lo que sea con tal de intentarlo. Y ahí es donde entras tú… Mejor dicho, tu hermano. Él es el único que puede ayudarnos.
Jana intentó ordenar rápidamente sus ideas.
—¿Un tatuaje? —preguntó, asombrada.
—Sí, pero no un tatuaje cualquiera. Un tatuaje que represente la vida de un hombre.
La experiencia de toda una vida… Existen muchos artistas de la piel entre los Medu, pero solo tu hermano puede hacerlo.
Jana miró con atención a Óber. En la penumbra no consiguió distinguir la expresión de su rostro, solo el brillo amenazador de sus pupilas.
David no querrá colaborar —repuso lentamente—. Él también sabe lo que le hiciste a nuestra madre. Desde entonces, solo ha vivido para vengarse… No conseguirás convencerle de que salve a tu hijo.
Óber volvió a sentarse en la cama, y se inclinó sobre Jana hasta que su rostro estuvo muy cerca del de ella.
—¿Y si yo le diese justamente lo que quiere? —preguntó, sonriendo. Sus blancos dientes brillaron en la oscuridad—. ¿Y si, de esa forma, consiguiese su venganza?
—¿Cómo?
Óber tardó unos segundos en contestar.
—Mi vida a cambio de la de Erik —dijo al cabo—. Es una oferta que no puede rechazar.
Jana lo miró con los ojos muy abiertos.
—¿De verdad estás dispuesto a hacer eso por tu hijo?
Óber esbozó una sonrisa que, momentáneamente, rejuveneció su avejentado rostro.
—Erik es el futuro de nuestro clan. Por eso lo hago. Lo he pensado mucho, y no existe otra forma de salvarlo. Yo ya he vivido lo suficiente, estoy preparado para morir.
Jana asintió con lentitud.
—Te ayudaría si pudiera —dijo—, pero no estoy segura de que David opine lo mismo.
—¿Ni siquiera a cambio de mi vida?
Jana sondeó los ojos de Óber con gesto pensativo.
—David estaba muy unido a mi madre. Nunca perdonará a los Drakul por lo que le ocurrió, y eso también incluye a Erik. Si él se da cuenta de que, para ti, la vida de tu hijo es más importante que la tuya, se negará a ayudarte. Querrá que sufras como hemos sufrido nosotros.
Dos profundas arrugas verticales aparecieron en la frente de Óber.
—Vosotros no lo entendéis —murmuró con cansancio—. Yo no quería que Alma muriera, pero ella no me dejó otra opción. Quería destruirnos, y yo me vi obligado a actuar antes de que consiguiera su propósito.
—Ya… ¿De verdad esperas que nos creamos eso? —preguntó Jana, asombrada.
Alma era nuestra madre; no conseguirás convencernos de que la mataste por una buena causa.
El jefe Drakul y la joven heredera Agmar se miraron en silencio durante un buen rato.
Ninguno de los dos confiaba en el otro; pero ambos sabían que estaban obligados a entenderse.
—Si a tu hermano no le basta con mi muerte, puedo ofrecerle algo más —dijo de pronto Óber en voz baja—. Es sobre esa piedra… No sé cómo diablos ha llegado a vuestras manos; estoy seguro de que Alma no deseaba que la tuvierais. En todo caso, aunque la tenéis, no sabéis cómo utilizarla… Pero yo sí lo sé, y puedo enseñaros.
—¿Cuándo? ¿Cuando Erik esté curado? Se supone que ya habrás muerto para entonces…
—Erik comparte todos mis secretos. Él sabe lo que yo sé. Contadle lo que habéis hecho por él, y el precio que exigís a cambio. Es el más noble de los Medu, no se negará a pagar por vuestro «favor».
Jana se sacudió el pelo hacia atrás. En sus ojos había aparecido un destello de esperanza.
—La piedra es muy importante para mí —admitió—. Pero no sé si para David… A él solo le interesa su arte, aparte de la venganza. Las visiones, el poder… Todo eso le trae sin cuidado.
Óber asintió complacido, como si, inadvertidamente, Jana acabase de dar en el clavo.
—Entonces me ayudará —afirmó, muy seguro—. Porque si hay algo que puede enriquecer y mejorar su arte, es justamente la piedra. Ella le conducirá a un lugar donde aprenderá lo que todos los Medu han olvidado. Rescatará símbolos y diseños perdidos desde hace siglos… Todo aquello que los guardianes nos han ido arrebatando a lo largo de los tiempos. Pero para eso tendrá que colaborar con Erik.
Los dos tendréis que hacerlo. Vamos, habla con tu hermano… Convéncele de que venga y de que me escuche.
Jana cogió con manos temblorosas el móvil que le tendía Óber.
—Y si colaboramos, ¿puedes prometernos que nuestro clan recuperará la importancia que siempre tuvo entre los Medu? —preguntó, antes de marcar el número de David.
Óber la miró con una mezcla de admiración y repugnancia.
—Si colaboráis, Erik vivirá, y compartirá con vosotros lo que sabe —repuso con desgana—. Lo tomas o lo dejas, Jana… Porque eso es todo lo que puedo prometer.