Capítulo 1

Las aguas oscuras del puerto deportivo chapoteaban silenciosas alrededor del casco de los yates, meciéndolos en su vaivén y haciéndose entrechocar sus mástiles con un ruido metálico. Álex caminaba arriba y abajo del muelle, pisando con cuidado para no resbalar en las losas húmedas. Estaba harto de esperar; el frío le había enrojecido los nudillos y sentía un desagradable entumecimiento en las piernas.

Los últimos reflejos rosados del sol se fundieron en el agua con las luces blancas de las farolas, pero Jana continuaba sin aparecer. Empezaba a preguntarse si se equivocado de hora, o si Jana le habría entendido mal, cuando distinguido una silueta que se acercaba a buen ritmo por el paseo desierto. Parecía diminuta junto a las altas palmeras… Solo cuando estuvo los suficientemente cerca, Álex se percató de que no se trataba de Jana, sino que de su hermano David.

Un resoplido de frustración fue todo lo que consiguió emitir en respuesta al gesto de saludo del muchacho.

Cuando lo tuvo a su lado, se dio cuenta de que David tampoco parecía contento.

Empezaron a caminar en silencio el uno junto al otro en dirección al paso subterráneo que comunicaba el paseo con el centro de la ciudad.

Estaban atravesando el maloliente túnel, cuando David se decidió por fin a abrir la boca.

—Todo esto es un disparate —rezongó, en un tono más estridente del habitual.

Estás todavía más loco que mi hermana… ¿De verdad crees que Óber va a ayudarte?

¡Cómo se ve que no le conoces!

Habían comenzado a subir las escaleras para emerger de nuevo a la superficie. Sin detenerse, Álex miró de reojo a su compañero.

—Después de todo, la culpa es tuya —dijo sin alterarse—. Si no me hubieras hecho el maldito tatuaje, yo no tendría que pedirle ningún favor a Óber. Lo que no entiendo es qué tienes que ver tú en todo esto. Es cosa mía, ni siquiera Jana debería estar implicada. Por cierto, ¿cómo se enteró? ¿Fue cosa de Erik?

La risita de David resonó en la plaza vacía como un graznido.

—Pareces idiota —dijo, acelerando el paso—. Ha sido Óber. Se lo has puesto en bandeja, ¿no te das cuenta? La oportunidad que llevaba años esperando, una ocasión de oro para ponernos en evidencia a Jana y a mí y, de ese modo, cuestionar nuestro liderazgo dentro del clan de los Agmar.

La voz de David sonaba brusca e irritada. Ajustando sus pasos a los del chico, Álex estudió de soslayo sus labios contraídos, sus ojos penetrantes y fríos como esmeraldas.

—No entiendo nada —confesó por fin—. Yo solo le dije a Erik que quería ver a su padre para pedirle que me quitase el tatuaje.

David frenó en seco y se encaró con Álex.

—Un tatuaje que te he hecho yo… Y que te impide tocar a mi hermana. Es magia de alto nivel, que solo pueden emplearse con los humanos por razones bien justificadas.

¿No lo entiendes? Hemos infringido las normas de los clanes… Gracias a ti, Óber tiene la excusa perfecta para castigarnos.

Álex trato de ordenar sus ideas.

—Si eso es así, Jana estará furiosa…

David gruñó algo incomprensible.

—¿Por eso no ha venido ella?

—No, no es por eso. El protocolo la obliga a presentarse en el cuartel general de Óber junto al regente del clan, que ocupa provisionalmente la jefatura de Agmar hasta que mi hermana cumpla dieciocho años. Se llama Pértinax, y es un vejete medio chalado… Pero detrás de esa fachada estrafalaria, sabe manejar muy bien los hilos de su gente cuando le interesa. Le ha faltado tiempo para acudir a la llamada de Óber…

¡Él y los engendros de sus hijas!

Álex parecía confundido.

—¿Y todo por mi culpa? —murmuró—. No puedo creerlo…

—Bah, tenía que pasar un día u otro —rezongó David—. Tú has sido únicamente la excusa… No sé lo que Erik le habrá contado a Óber, pero el jefe sabe que a Jana le interesas, y supongo que querrá utilizarte para chantajearla.

—¿Qué tiene Óber contra Jana? Es demasiado joven para hacerle sombra…

—La culpa es de mi madre —repuso David en voz baja—. Debería haberle dejado a Jana las cosas más claras. Algún testamento espiritual, algo… algo que nos indicara a los dos lo que debíamos hacer. Ella no sabía que iba a morir tan pronto, claro, pero, de todos modos… ¿Cómo pudo ser tan poco previsora?

Al ver el gesto de incomprensión de Álex, David continuó.

—Entre los Medu, muchos cuestionan el liderazgo de mi hermana. No ha dado signos de poseer ninguna capacidad mágica extraordinaria, hasta ahora. Eso no es lo que se espera de una gran bruja Agmar… Óber es de los más escépticos. Parece convencido de que mi madre no tenía intención de nombrarla su sucesora. Pértinax insiste en que ella quería que sus herederas fuesen sus hijas.

—¿Sus hijas, en plural? —preguntó Álex, cada vez más perplejo.

—Cuando las veas lo entenderás. Bueno, ya estamos en el Triángulo de Oro… Odio esta parte de la ciudad, ¿tú no? Me da nauseas, con tanto espejito y tanto escaparate de lujo.

Por una vez, Álex se mostró de acuerdo con David. El centro financiero de la ciudad, con sus rascacielos acristalados y sus pulcras aceras adornadas con macetas, siempre le había parecido un decorado falso donde lo que ocurría (negocios, acuerdos, especulaciones bursátiles) era tan ficticio como una representación teatral.

—¿Es aquí donde nos va a recibir Óber? —preguntó con cierto asombro.

—No exactamente. Solo un miembro de alto rango del clan de los Drakul puede abrirnos la puerta de la Fortaleza. Así es como llamamos al cuartel general de Óber…

Hemos quedado con Erik en una de nuestras criptas neutrales. Son sitios donde ningún clan tiene más poder que otro. Desde allí, Erik nos guiara.

Álex miró con asombro los anodinos edificios que flanqueaban la avenida por la que iban caminando. De cuando en cuando se cruzaba con algún ejecutivo apresurado que pasaba a su lado sin levantar la vista del suelo. En aquel entorno resultaba difícil imaginar que pudiera existir ninguna cripta mágica… Pero se abstuvo de formular sus pensamientos en voz alta.

—Todavía hay tiempo para parar todo esto —dijo, en cambio—. Le diré a Erik que he cambiado de opinión con lo del tatuaje. No quiero poner en peligro a Jana.

David emitió un gorjeo burlón.

—Ahora ya es demasiado tarde para pararlo. Todos los clanes han sido convocados.

Óber nunca hace las cosas a medias… Es una encerrona, y no hay forma de evitarla.

—¿Y si Jana no se presenta? ¿La castigaran?

Sin detenerse, David fulminó a Álex con una mirada de incredulidad.

—¿Crees que Jana haría eso? ¿Dónde quedaría su autoridad entre los clanes? No puede elegir… Si no fuera, sería como si estuviese reconociendo tácitamente que teme no estar a la altura. Justo lo que están esperando las hijas de Pértinax… Créeme, Jana no tiene elección.

Álex sintió una punzada de pánico oprimiéndole el pecho.

—Pero yo no quiero que por mi culpa le pase nada…

David torció la boca en una mueca de despreocupación.

—Bah, no le pasara nada. Jana es más poderosa de lo que todos ellos creen. Antes o después tiene que demostrárselo… Y ésta es una ocasión tan buena como otra cualquiera.

Caminaron un rato más en silencio entre las altas torres de espejos y las tiendas de ropa y de perfumes. Al llegar a una plazoleta de mármol con altos cipreses plantados en macetas, David se internó entre dos de los edificios, penetrando en lo que parecía un fragmento de calle sin salida. A ambos lados de la calle había media docena de construcciones bajas, en forma de cubos de acero y ladrillo.

—El número doce —dijo David, deteniéndose ante la puerta negra de uno de ellos.

La entrada de la cripta. ¿Estás preparado para ver un poco de magia?

Álex asintió en silencio, pero David no le estaba prestando ya ninguna atención.

Había extendido la mano derecha ante la puerta, y de cada uno de sus cinco dedos brotaba un hilo de luz negra. Aquellas luces se proyectaron sobre la superficie lisa de la puerta creando un dibujo de sombras azuladas, un complicado trazado geométrico erizado de puntas triangulares, parecidos a algunos de los diseños que Álex había visto en el taller de tatuajes de David.

—Ya está abierto —anunció el muchacho—. Los invitados primer…

Álex se adelantó y puso la mano sobre la superficie de la puerta. En ese mismo instante le invadió una sensación extraña, como si el tiempo se hubiese detenido y de repente la ciudad entera se hubiese plegado sobre sí misma, perdiendo las tres dimensiones. Cuando consiguió librarse de aquella absurda impresión, miró a su alrededor y se encontró en un vestíbulo de diseño vanguardista, con varillas de luces rojas iluminando las paredes y el suelo de pizarra. A la derecha había un mostrador de madera, tras el cual, débilmente iluminada, se veía una barra metálica de la que colgaban docenas de perchas. Parecía el guardarropa de un garito nocturno.

Antes de que pudiera reparar en ningún otro detalle, apreció David. No había entrado por ninguna puerta, sencillamente se había materializado de la nada, sin previo aviso.

O quizás se encontraba allí desde el principio, solo que Álex no lo había visto.

—¿Cómo has hecho eso? —preguntó Álex, boquiabierto—. Ha sido como en una película…

—Olvídalo —repuso David secamente—. Más vale que te concentres en lo que nos espera. Cuando entremos ahí dentro, vas a ver muchas cosas raras. Cosas que probablemente te pongan los pelos de punta… ¿Quieres un consejo? Veas lo que veas, no demuestres ninguna curiosidad, ni hagas preguntas. Has como si, para ti, todo esto fuera de lo más normal… Puede que así logres pasar desapercibido. Y, créeme, cuando un humano cae en una guarida Medu, lo mejor que le puede ocurrir es pasar desapercibido.