Capítulo 1

Antes de abrir los ojos, supo por el olor que se encontraba en un hospital. Aquella mezcla inconfundible de vapores de alcohol, desinfectante y sopa de pollo se coló en sus fosas nasales como un negro presentimiento.

Al despegar los párpados, sus pupilas tardaron unos instantes en acostumbrarse a la luz otoñal que se filtraba a través del cristal no demasiado limpio de la ventana.

Poco a poco comenzó a adquirir conciencia de su cuerpo. Notó el contacto áspero de la sábana sobre las piernas desnudas, el dolor de sus riñones empotrados contra el colchón, la incómoda inclinación de la parte superior de su cama, que le impedía tanto sentarse como tumbarse completamente. Tenía una vía abierta en el dorso de la mano derecha y conectada mediante una goma a un dispensador de suero. Y el dolor… Un violento dolor en el hombro, donde David le había hecho el tatuaje.

Antes de que pudiera moverse, alguien se había aproximado a su cama, desplazando, en su precipitación, el poste metálico del que colgaba la bolsa de suero.

—Álex, ¡por fin! Me oyes, ¿verdad? ¿Cómo te encuentras?

—Se trataba de Erik. Álex lo miró con extrañeza.

—¿Por qué estoy aquí? —preguntó.

Sentía la boca pastosa, y la debilidad de su propia voz le preocupó. Erik, sin embargo, parecía aliviado.

—Te caíste en el patio del colegio, ¿no te acuerdas? Estabas con Jana.

Álex recordó lo que había pasado. El beso de Jana, la sensación de que iba a morirse… Y luego, aquel sueño que, en realidad, había sido algo más que una simple pesadilla.

—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —preguntó, esforzándose por vocalizar con claridad.

—Desde ayer por la mañana. Tu madre ha pasado aquí la noche… Hace diez minutos la convencí de que se fuera a desayunar algo a la cafetería. Siento que se haya perdido este momento. No sabes lo preocupada que está.

—Me lo imagino. ¿Y mi hermana?

—También ha estado aquí esta mañana, pero tu madre la obligó a volver al colegio.

No sabíamos cuánto tiempo podías tardar en despertar… Los médicos dijeron que podían pasar días.

—Tú también deberías estar en el colegio —dijo Álex, sonriendo.

Erik le devolvió la sonrisa.

—Iré dentro de un rato. Álex, de verdad, qué alegría que hayas vuelto… ¿Qué te pasó?

Álex recordó la breve conversación que había mantenido con su amigo justo antes de besar a Jana.

—Tú me lo advertiste —murmuró—. Pero créeme, ella no quería; no quería que esto pasara. Intentó evitarlo… Yo quería demostrarle que no tenía miedo, y que no me creía del todo las historias de David.

—Te he visto el tatuaje —musitó Erik, sombrío—. No vuelvas a tocarla jamás, Álex… Cada vez que lo intentes será peor.

Callaron durante un momento. Álex recordó de pronto el escorpión de plata tatuado sobre la nuca de su amigo, y le asaltó una repentina sospecha.

—¿Lo dices por experiencia? —preguntó, desafiante.

Erik lo miró con sorpresa.

—Pareces saber mucho sobre Jana —prosiguió Álex atropelladamente, sin darle tiempo a contestar—. Me pregunto por qué no me lo habías contado antes. Tú sabías que ella me interesaba… ¿Por qué me ocultaste toda esa historia siniestra de las brujas Agmar?

Erik se levantó pausadamente y fue hasta una mesita auxiliar de melamina apoyada contra la pared. Sin apresurarse, vertió un poco de agua mineral en un vaso de plástico. Cuando terminó, regresó a la cabecera de la cama y se lo tendió a Álex.

—Espero que los médicos no me echen la bronca por esto —murmuró—. Creo que te sentará bien.

Mientras Álex bebía a pequeños sorbos, Erik acercó un sillón de plástico negro y se sentó junto a la cama.

—No has contestado a mí pregunta —insistió Álex, devolviéndole el vaso vacío y observando cómo su amigo lo posaba en el suelo—. ¿Por qué no me lo contaste?

Erik lo miró con aire pensativo, como si él mismo se estuviera planteando por primera vez aquella pregunta.

—Pensé que ella te evitaría, que haría todo lo posible por mantenerse lejos de ti —contestó finalmente—. Era lo lógico… Nunca me imaginé que intentarían tatuarte.

Álex lo miró sin comprender.

—¿Por qué tenía que mantenerse alejada? —preguntó—. ¿Tiene algo que ver con la muerte de mi padre?

Había lanzado aquella idea al azar, solo para ver cómo reaccionaba su amigo. Lo último que esperaba era que Erik palideciese de aquel modo y que se quedase todo un minuto mirándolo con ojos vidriosos, sin saber qué contestar.

—Tú sabes más de lo que parece —dijo por fin con una nota de advertencia en la voz—. Álex, cuéntame lo que sabes, por favor. No te conviene tener secretos conmigo, en serio. Lo creas o no, yo estoy de tu lado.

Álex esbozó una sonrisa dolorida. El escozor del tatuaje le impedía concentrarse del todo en la conversación.

—¿Y quién no está de mi lado, entonces? ¿Jana? —preguntó con desenvoltura.

Advirtió un destello de inquietud en los ojos de Erik, pero esperó en vano a que su amigo le respondiera. Era él quien había pedido antes una respuesta… Y parecía decidido a guardar silencio hasta que Álex se decidiera a hablar.

Mientras estaba inconsciente, he tenido un sueño —dijo el muchacho al fin, con los ojos muy atentos a la reacción de Erik—. Un sueño muy extraño… En realidad, creo que ha sido más bien una especie de visión.

El gesto duro e inexpresivo de Erik no consiguió engañar a Álex. Estaba alarmado, muy alarmado… E inmediatamente se había puesto a la defensiva.

—Una visión sobre mí —aventuró—. Sobre nosotros… ¿Y qué? ¿Has llegado a alguna conclusión interesante?

Álex trató de pensar con rapidez. Recordó lo que Erik le había contado de Jana, y todo lo que parecía saber sobre ella y su hermano. Y una vez más, le vino a la mente la imagen de aquel escorpión tatuado sobre su nuca con pigmentos metálicos, aquel animal que parecía vivo, igual que la serpiente tatuada sobre la espalda de Jana.

—Eres uno de ellos —conjeturó, muy serio—. Por eso sabes tanto. Erik asintió, y los ojos de ambos se retaron en silencio durante unos instantes.

—Cuando ocurrió lo de tu padre, lo sentí muchísimo. Creí que eso iba a separarnos para siempre, que ya no volveríamos a ser amigos. Estabas muy cambiado, y yo tenía la sensación de que habías dejado de confiar en mí… Entonces pensé en contártelo todo. Incluso hice un intento… No sé si lo recuerdas.

La sorpresa de Álex fue mayúscula.

—¿Contármelo todo? —repinó—. Erik, no sé de qué me estás hablando.

Erik lo miró de un modo extraño.

—Supongo que no fui muy claro. Y tú apenas prestabas atención a lo que te decía…

Estabas como ausente. Por eso no volví a insistir.

—Oye, ¿se puede saber a qué te refieres? —preguntó Álex, impaciente—. No recuerdo haber hablado de Jana contigo en esa época, y creo que si me hubieses contado algo sobre ella, lo recordaría…

—¿Recuerdas lo que te dije sobre los clanes?

Era la segunda vez que Erik aludía a los clanes en los últimos días. Pero, al igual que en la primera ocasión, Álex no sabía de qué clanes estaba hablando, así que, tras una breve vacilación, resolvió confesar su ignorancia.

Erik suspiró, indeciso.

—Entonces no fui muy directo, y me imagino que tú debiste de pensar que te estaba contando una leyenda sin ninguna relación con nosotros. Si no, no habrías olvidado aquella conversación tan fácilmente… De todas formas, las cosas han cambiado mucho desde entonces. No sé, puede que haya llegado el momento de hablar con más claridad —murmuró—. Después de todo, si yo no te lo cuento, otros lo harán… O lo averiguarás tú mismo.

Erik se puso de pie y se dirigió a grandes pasos hasta la puerta de la habitación.

Entreabriéndola, se asomó al pasillo para cerciorarse de que no había enfermeras ni nadie que pudiese oírlo. Antes de sentarse, sus ojos se clavaron en la bolsa de suero conectada a la mano de Erik. Aún estaba medio llena… Disponían de algún tiempo antes de tener que llamar al timbre para que la cambiaran.

Solo después de hacer todas aquellas comprobaciones regresó a su sitio junto a la cama. Alex tuvo la impresión de que había empleado aquellos minutos de preparativos para elegir la información que iba a darle.

—En el patio del colegio te hablé de las brujas Agmar —comenzó por fin—. Pero el linaje de Agmar es tan solo uno de los clanes supervivientes de los Medu. Es difícil resumir en pocas palabras lo que somos… Con el tiempo, nos hemos vuelto tan parecidos a los humanos que nosotros mismos olvidamos a veces las diferencias.

Álex sintió que la sangre le latía con fuerza en las sienes. No podía dar crédito a lo que estaba oyendo.

—Erik, por favor, ¿no ves cómo estoy? —interrumpió, en tono cansado—. No es momento para bromas… Deja de decir estupideces.

Erik lo miró con tristeza.

—Lo sé. Cuesta admitirlo. Para nosotros también es difícil. Vivimos en un mundo de humanos, ocultándonos permanentemente. Y lo peor es que somos tan parecidos… En realidad, también somos lo que parecemos. Solo que, a la vez, somos algo más.

Álex no se sentía con fuerzas para seguir protestando. La voz de Erik sonaba ominosamente sincera. No sabía si quería oír el resto de lo que su amigo tenía que decirle, pero, en cualquier caso, ya era demasiado tarde para echarse atrás.

No lo entiendo —musitó, cerrando los ojos—. ¿Qué sois entonces? ¿Espíritus?

¿Inmortales?

La misma sonrisa triste en los ojos de Erik.

—No, ya no. Al principio todo era diferente, pero cuando elegimos esta forma, lo hicimos con todas las consecuencias. Ahora nacemos, vivimos y morimos como vosotros. Amamos y odiamos, tenemos hijos…

—¿Entre vosotros?

Álex dijo aquello con una punzada de celos. Mientras Erik hablaba, la única idea que martilleaba constantemente en su cerebro era que él y Jana eran iguales, que, fuesen lo que fuesen, estaban ligados por vínculos que jamás le incluirían a él.

Erik pareció captar los pensamientos ocultos de su amigo, y esbozó una sonrisa burlona.

—Entre nosotros, sí, y también con los humanos, aunque eso no sucede con frecuencia.

—Entonces, si eso es así, ¿por qué diablos insistes en lo de que no sois humanos?

¿Qué os diferencia del resto de la gente? ¿Los tatuajes?

—En cierto modo, sí. Los utilizamos para canalizar la magia. La magia no es algo antinatural, como vosotros creéis, sino todo lo contrario. Está en todas partes, impregna todo el universo, cada fragmento material, cada criatura viva… Vosotros sois la única excepción, los únicos que carecéis de ella. O quizá la tengáis aún, oculta en algún repliegue de vuestra complicada conciencia, solo que habéis olvidado cómo utilizarla. Os habéis distanciado demasiado del resto de los seres, y ya no hay vuelta atrás. Eso es, al menos, lo que cree la mayor parte de los míos. En realidad, tampoco os conocemos demasiado bien.

—Sois como nosotros, vivís entre nosotros pero no nos conocéis —murmuró Álex con cierto sarcasmo—. Y esperas que me lo crea…

—¿De qué te extrañas? Tampoco vosotros os conocéis a vosotros mismos. Además, nuestra historia ha sido muy convulsa. Por el camino, hemos perdido muchas cosas, incluida la memoria de nuestros orígenes. Todo lo que tenemos son leyendas. Al parecer, los clanes surgieron a la vez que las primeras civilizaciones humanas, y su origen está relacionado con la invención de la escritura. Hay quien dice que somos símbolos vivientes… No pongas esa cara de pasmo, al fin y al cabo, también los humanos sois, hasta cierto punto, símbolos. Insignificantes, efímeros tatuajes en la piel del mundo… Nudos de palabras y significados.

Erik volvió a mirar de reojo hacia la puerta cerrada, y luego continuó:

—Lo único que sabemos con seguridad es que los primeros clanes fueron exterminados. Luego resurgieron, y volvieron a desaparecer. Es un ciclo que se repite una y otra vez… Pero algún día lo romperemos.

—¿Y por qué ocurre eso? —preguntó Álex.

Erik lo miró de un modo extraño.

—Tenemos enemigos —dijo con lentitud—. Son pocos, pero tenaces. No descansarán hasta acabar con todos nosotros. Hasta ahora siempre hemos logrado recuperarnos, pero ellos no pierden la esperanza de acabar con los clanes definitivamente.

Recostado sobre la almohada húmeda de sudor, Álex trataba de digerir toda aquella información.

—¿Quiénes son? —preguntó—. ¿Humanos?

Erik hizo un gesto ambiguo con las manos.

—Los llamamos «guardianes» —repuso—. Hay cuatro. Son muy antiguos, tal vez hayan existido siempre… Nadie lo sabe. Lo único que sabemos con seguridad es que su misión consiste en exterminarnos, y que ya han estado a punto de conseguirlo varias veces. Siempre, desde que podemos recordar, hemos estado en guerra con ellos… Y no se puede decir que vayamos ganando. Su poder es inmenso, nada puede comparársele. Si estuvieran en esta sala, yo ni siquiera podría verlos, a menos que ellos deseasen que los viera. Y su solo contacto bastaría para destruirme. No podemos identificarlos, ni reconocerlos…, y mucho menos tocarlos. Así, como comprenderás, es muy difícil plantarles cara… Es una batalla perdida desde el principio.

—Pero, a pesar de todo, habéis sobrevivido.

—Sí… Hasta ahora. Pero es posible que no nos quede mucho tiempo. Existe una leyenda entre nosotros, una especie de profecía, según la cual el Último Guardián es el peor de todos. Nosotros creemos que los cuatro primeros guardianes son inmortales, pero el Último es un hombre. Lo llamamos el Guardián de las Palabras…

Sabemos que ya ha nacido, y, según la profecía, en su decimoséptimo cumpleaños los clanes, sencillamente, se extinguirán. ¡Su odio nos barrerá de la faz de la tierra!

Erik se rió de un modo poco natural para restar dramatismo a su relato. Sin embargo, sus ojos eran más sombríos que nunca.

—¿Por qué quieren destruiros? —Preguntó Álex—. ¿Por qué os odian tanto?

Erik reflexionó un momento antes de contestar.

—Quizá piensan que les hemos arrebatado algo a los hombres, y que, si desaparecemos, lo recuperarán.

—¿Y es verdad?

Erik se encogió de hombros.

—Probablemente —repuso con indiferencia—. Cada símbolo es una simplificación de la realidad. Si es verdad que somos símbolos, supongo que es eso lo que os hemos arrebatado: la comprensión de la verdadera complejidad del mundo, la percepción de cada matiz de color, de cada sonido, de cada sensación, de cada contacto… Puede que ese sea nuestro poder: conservar lo que vosotros habéis perdido.

Álex recordó la avalancha de sensaciones que le habían invadido al encontrarse con Jana, después de que David le hiciese el tatuaje.

Y lo mismo se había repetido la mañana anterior en el patio del colegio, justo antes del beso. Una marea de formas, olores y sonidos tan intensa que apenas se podía soportar.

—Eso es lo que hacen los tatuajes, entonces: devuelven al mundo su complejidad, ¿no? Ésa es su magia…

—Y su peligro. Es importante que entiendas bien eso, Álex. Nosotros usamos los tatuajes sobre los humanos en nuestro propio beneficio. Ellos, a cambio, obtienen algo de lo que nosotros tenemos. Sienten más, viven con más intensidad. Pero si se descuidan, todo eso les crea una dependencia insuperable respecto a nosotros. Y entonces se convierten en Ghuls.

En silencio, Álex le interrogó con la mirada.

—Los Ghuls han perdido por completo su libertad. Son esclavos en cuerpo y alma de los Medu. Viven y mueren para nosotros… Cuando lo decidimos nosotros. No todo el que tiene un tatuaje mágico se convierte en un Ghul… Pero es el primer paso.

—Entonces, todas esas tribus urbanas que se reúnen en los cementerios y que se implantan prótesis para parecer animales…

Erik asintió.

—Son ellos. Ahora entenderás lo que te dije ayer en el patio sobre Jana: no dejes que te esclavice, Álex. No podría soportar que te hiciera eso… a ti.

Álex observó durante un rato el rostro franco y sombrío de su amigo. ¡Y pensar que, hasta aquella mañana, creía conocerlo bien!

—¿Y tú? —Preguntó con curiosidad—. Por lo que me has dicho, también eres uno de ellos… ¿Por qué tendría que fiarme de ti?

Erik no contestó de inmediato.

—Supongo que porque somos amigos —dijo—. Es algo que ni tú ni yo podemos cambiar.

Álex se pasó una mano por la frente y se dio cuenta de que la tenía empapada de sudor. Por alguna razón, lo que Erik le estaba contando no le pillaba enteramente de sorpresa.

Pero, de todas formas, toda aquella historia de los clanes Medu desafiaba la lógica, y las preguntas acudían una tras otra a su mente de un modo espontáneo.

—¿Cuántos sois? ¿Estáis dispersos por todo el mundo?

—Actualmente existen siete clanes, con unos cuantos cientos de miembros cada uno, más los Ghuls que controlamos. Cada clan tiene su «especialidad mágica», por decirlo de algún modo. El de Jana, como ya sabes, es el clan Agmar. El mío es el de los Drakul. Los Drakul ostentan la jefatura de los Medu, y mi padre… Bueno, mi padre es el jefe de los Drakul. Eso nos confiere una posición bastante privilegiada entre los Medu, pero también supone un especial peligro.

—Y eso ¿por qué?

Erik sonrió sin alegría.

Los jefes de los otros clanes siempre están al acecho, intentando arrebatarnos el poder. Los Drakul no fuimos siempre el clan dominante… Eso ocurrió después del exterminio, cuando el Último estuvo a punto de acabar con todos nosotros. Un antepasado mío encontró la forma de vencerlo y arrebatarle su poder. Pero volverá, estamos seguros. Y a los primeros que intentará eliminar será a nosotros.

—Creí que habías dicho que ese Último Guardián era un hombre y que había nacido hace poco. ¿Cómo pudo, entonces, enfrentarse a un antepasado tuyo?

—Entonces también era un hombre… Pero un hombre distinto —repuso Erik, enigmáticamente.

—¿Quieres decir que se reencarna en sucesivos cuerpos?

Erik frunció el ceño.

—No exactamente. Cada ser humano en que el Último se ha encarnado es diferente del anterior. Cada uno posee un cuerpo y un alma diferentes. Lo único que tienen en común es su conocimiento… Y su poder. Es el poder lo que pasa de uno a otro, lo que renace en cuerpos y épocas diferentes.

Erik volvió a levantarse para echar una ojeada al pasillo. Después regresó a ocupar su asiento junto a la cabecera de la cama.

Mientras su amigo iba y venía, la mente de Álex seguía buscando respuestas.

—Dices que solo hay siete clanes, con unos cientos de miembros cada uno. Eso no es mucha gente… Y, sin embargo, ¡yo empiezo a sentirme rodeado de Medu por todas partes!

Erik asintió con gravedad.

—En cierto modo, no te equivocas. Los Medu no podemos vivir en cualquier sitio.

Hay lugares especiales donde nos sentimos protegidos, y nos concentramos en ellos.

Esta ciudad es uno de nuestros santuarios. Y, dentro de la ciudad, tenemos nuestros lugares privilegiados: la Antigua Colonia y el colegio Los Olmos son dos de ellos.

—O sea, que el colegio… ¡es un santuario vuestro!

Erik sonrió.

—Eso no significa que no haya gente normal en él. La mayoría de los alumnos son humanos… Pero también hay unos cuantos Medu, eso es cierto.

—¿Y los profesores lo saben? Quiero decir… ¿Cuánta gente «normal» está al tanto de lo vuestro?

Erik ladeó la cabeza, pensativo.

—No lo sé —admitió—. No mucha, creo. Los clanes saben proteger sus secretos… El director de Los Olmos sí está al corriente, y también algunos de los profesores. Pero ya te dije que Los Olmos, para nosotros, es un lugar muy especial.

Álex se mordió el labio inferior.

—¿Y yo? ¿Y mi padre? ¿Qué tenemos que ver con vosotros?

Una sombra de sospecha atravesó fugazmente el rostro de Erik.

—¿Por qué sacas a relucir a tu padre? —preguntó.

Álex lo miró con curiosidad.

—Él también lo sabía todo, ¿no? Por eso murió. Eso fue lo que me dijo David… Que había muerto por saber demasiado. Y que su asesino era el mismo que había matado a sus padres.

Intentó sondear los ojos de Erik, que de pronto había adoptado una expresión impenetrable.

—David te ha engañado, Álex —dijo el muchacho casi con sorna—. El problema no era tu padre, nunca lo ha sido. No pensaba decírtelo todavía, pero es mejor que no te hagas ideas equivocadas. El problema eres tú.

Álex sonrió sin comprender.

—Pero yo solo sé lo que tú me has contado, y lo que mi padre…

—Tu padre solo quería protegerte. Por eso murió. ¿No lo entiendes? Sabemos que el Último Guardián ya ha nacido. La profecía incluía la fecha y el lugar. El lugar es esta ciudad, y la fecha coincide con la de tu nacimiento… ¿Comprendes adónde quiero ir a parar?

Álex sintió un espasmo de vértigo. Por unos instantes, la habitación giró a su alrededor a toda velocidad, obligándole a cerrar los ojos.

Cuando los abrió de nuevo, el movimiento había cesado.

—Estás loco —musitó—. Debe de haber cientos de personas en esta ciudad que nacieron el mismo día que yo. Además, no tiene ningún sentido…

—Tal vez no. Pero los signos coinciden. Muchos de los nuestros creen que tú eres el nuevo Guardián de las Palabras. Por eso llevamos años vigilándote. Por eso Jana y yo hemos ido a la misma clase que tú desde primaria. Tu padre debió de enterarse, y me figuro que por eso lo mataron.

—¿Te lo figuras? ¿Nada más? —preguntó Álex, casi gritando—. Acabas de decirme que tú eres el hijo del jefe de los Medu y que llevas toda la vida vigilándome… ¿Crees que vas a convencerme de que no sabes quién lo mató?

Erik rehuyó su mirada y fijó los ojos en la sucia ventana.

—Piensa lo que quieras. No debería haberte contado esto… Pero antes o después ibas a averiguarlo.

Un pesado silencio se instaló entre los dos amigos, denso como la niebla.

—Y en caso de que fuera verdad… Si yo fuera el que pensáis que soy, ¿qué haríais conmigo?

Erik sostuvo brevemente su mirada.

—Destruirte —dijo, sin el más leve temblor en la voz—. Pero no eres tú, Alex…

Siempre lo he sabido, y ahora estoy más seguro que nunca. Los guardianes no pueden ser tatuados, son invulnerables a nuestra magia. Así que David te ha hecho un favor…

Si ha podido tatuarte, es que no eres el Guardián de las Palabras.

Álex apretó los puños bajo las sábanas. No podía seguir controlando su irritación.

—Qué bien —gruñó—. Es una suerte que no tengas que matarme… Ahora podemos seguir con la farsa de que somos amigos como si nada. Es estupendo tener amigos como tú, Erik.

El aludido lo miró con expresión herida.

—Que haya cumplido con mi misión vigilándote no significa que no sea tu amigo —dijo en tono dolido—. Te habría protegido si hubiese sido necesario…

—¿Poniendo en peligro a los tuyos?

Erik se había puesto muy pálido.

—No. Eso no —admitió—. Pero siempre he sabido que no tendría que elegir, porque tú no eras el que ellos creían.

Álex giró el tronco sobre la cama y hundió el rostro en el blanco grisáceo de la almohada. Se sentía mortalmente cansado.

—¿Puedes darle a la manivela para bajar esto? —preguntó—. Quiero dormir un poco.

—¿Más? Si ya has dormido casi durante dos días…

La sonrisa amistosa de Erik no encontró ningún eco en el rostro de Álex. Cuando su amigo empezó a girar la manivela de la cama, el muchacho se dio nuevamente la vuelta y se concentró en el movimiento del colchón, que estaba subiendo, y no bajando.

—Del otro lado —murmuró—. Te he dicho bajar…

Entonces se fijó en un libro que reposaba sobre la mesita plegable de las comidas, a los pies de la cama. Antes, cuando se encontraba menos incorporado, no lo había visto.

Era el libro de astronomía antigua que había estado hojeando un par de días atrás en el despacho de su padre; el del logotipo del barco dorado.

Con la mano, le hizo un gesto a Erik para que soltase la manivela.

—¿Qué hace ese libro aquí? —preguntó, sorprendido.

—Lo trajo tu hermana esta mañana. Parece que, cuando estabas delirando, no hacías más que pedirlo, así que tu madre la llamó por teléfono para que lo trajera. ¿Soñaste con él?

Álex trató de hacer memoria.

—No, que yo recuerde. ¿Me lo puedes acercar?

Erik le tendió el libro con una sonrisa.

—Antes de que despertases lo estuve hojeando. Hay un papel con unos diagramas muy raros, ¿sabes?

Álex pasó con rapidez las páginas del libro hasta dar con el papel que había mencionado Erik. Era el mismo que él había estado examinando dos días atrás.

—Te refieres a esto, ¿no?

Erik asintió.

—¿Sabes qué significa? —preguntó a su vez.

Alex negó con la cabeza.

—Ni idea.

La puerta de la habitación se abrió en ese momento con mucha suavidad.

—¡Álex, hijo! ¡Has despertado!

Su madre entró como un vendaval, se sentó en el borde de la cama y le cogió ambas manos. En su rostro moreno y expresivo había aparecido una sonrisa radiante. Hacía mucho tiempo que no sonreía así… Estaba contenta de verdad, y aliviada.

—Te dije que me avisaras si había algún cambio, Erik —dijo, volviéndose hacia el amigo de su hijo con expresión de reproche—. ¿Hace mucho que despertó? ¿Cómo te sientes, cariño?

—Estoy un poco mareado, pero bien —dijo Álex, sonriendo—. Siento haberte dado este susto.

—Lo importante es que ya ha pasado. Ahora, a ver qué dice el médico…

—Yo me voy —interrumpió Erik—. Ahora que has despertado, ya no tengo excusa para estar aquí, así que tendré que volver al colegio. Luego llamaré a ver cuándo te dan el alta.

—Gracias por todo, Erik —dijo la madre de Álex, levantándose—. Eres un buen amigo. Álex tiene suerte de tenerte… ¿Eh, Álex?

Los dos muchachos se miraron en silencio durante unos instantes.

—Saluda a Jana de mi parte —dijo Álex en tono retador—. ¿Lo harás?

—Le diré que estás bien —repuso Erik, echándose la cazadora sobre los hombros.

Supongo que se alegrará.