Habían atravesado ya un par de canales cuando Álex se detuvo a esperarla.
—¿Se puede saber a qué ha venido eso? —Le gritó Jana, fulminándolo con la mirada—. ¿Desde cuándo estás de su parte?
Álex se volvió y comenzó a andar de nuevo antes de que ella llegase a su altura.
—Te he sacado de allí —dijo sin girarse a mirarla—. Supuse que querrías venir conmigo, y era la única forma de conseguirlo.
—Ya… «Yo respondo por ella». Como si pudiesen fiarse más de ti que de mí.
—Al menos, ellos lo ven así. —Álex volvió a detenerse, y esta vez no reanudó la marcha hasta que Jana lo alcanzó—. Oye, no tienes que participar en esto si no quieres, Pensé que te interesaba ese libro…
—Parece que a ti te interesa más que a mí.
Álex le clavó una mirada acerada como una flecha.
—¿Qué has querido decir? —quiso saber.
Ella tiró de su mano con brusquedad, obligándolo a detenerse. Se encontraban ante el pretil de un puentecillo de hierro, sobre un estrecho canal de aguas verdosas que discurría entre ruinosas fachadas.
—Yo he sido sincera contigo, pero tú no —dijo—. Sabes más de lo que me has dicho… ¿Crees que puedes engañarme?
Él no se defendió. En lugar de hacerlo, la miró con dureza.
—Te he traído conmigo, ¿no? —preguntó, impaciente—. Pensé que con eso sería suficiente.
—Pues no lo es. —Jana se cruzó de brazos sobre el puente, decidida a no dar un paso más sin haber aclarado la situación—. Quiero saber adónde vamos. Tú pareces saberlo muy bien. Acabas de llegar a Venecia, pero está claro que conoces el camino.
—¿Quieres saber adónde vamos? Muy bien, pues ven conmigo. Es bastante fácil…
—No lo es, Álex. No voy a seguirte como si fuera tu mascota. Tendrás que convencerme de que vaya.
—Eso nos llevaría bastante tiempo, creo. Y eso es justamente lo que no tenemos; así que, si no quieres venir… Tú sabrás.
Álex se apartó de la barandilla del puente y, con paso decidido, recorrió el tramo que los separaba de la otra orilla del canal. Unos segundos después, Jana lo vio desaparecer en la oscuridad de una calleja mohosa y húmeda.
Debería haberlo seguido de inmediato, pero no estaba dispuesta a correr tras él, al menos mientras él pudiera verla… u oírla. Esperó hasta que los pasos del muchacho se perdieron en la distancia, y entonces se lanzó a la carrera por el mismo callejón que él había tomado.
Demasiado tarde… El muelle en el que desembocaba aquel estrecho pasadizo se encontraba desierto.
Con la mano colocada a modo de visera sobre los ojos, Jana contempló el lento y plateado canal. Había dos góndolas bastante alejadas la una de la otra, navegando en direcciones distintas. Imposible saber cuál de las había tomado Álex, suponiendo que viajara en alguna de ellas.
Desalentada, Jana regresó sobre sus pasos y volvió a internarse en la calleja desierta. Había un gato blanco encaramado en una tapia de ladrillo, observándola con aparente interés. «Si fuera una Varulf, podría comunicarme con él —se dijo la muchacha, frustrada—. El gato tiene que haber visto pasar a Álex, él podría decirme hacia dónde ha ido…».
Se apoyó en la gruesa tapia de ladrillo, ignoró al animal y trató de serenarse. Estaba furiosa con Álex, pero sabía que su enfado no la ayudaría a encontrarlo. Si quería seguir su rastro por medios mágicos, necesitaba transformar sus sentimientos; necesitaba recordar lo mucho que él significa para ella.
—La senda del corazón —murmuró, desprendiendo de su tobillo un cordón de plata que siempre llevaba puesto, formando una especie de brazalete de varias vueltas.
Pasándose las manos por detrás de la nuca, abrió de nuevo el engarce y se abrochó la fina cadena. Con los dedos sobre ella, repitió una y otra vez el nombre de su amigo.
—Álex. Álex. Álex…
Con cada repetición, Jana buceaba más profundamente en su memoria, tratando de encontrar recuerdos de los momentos más conmovedores que Álex y ella habían vivido juntos. El primer beso, en las escaleras de su casa; el momento en que descubrió el nudo de amor celta tatuado sobre su piel. Aquel segundo beso en el patio del colegio, cuando Álex estuvo a punto de morir por haber rozado sus labios…
No tuvo que esforzarse mucho. El recuerdo de aquellas escenas bastó para cambiar su estado de ánimo de inmediato. Las discusiones y los rencores quedaron olvidados. En ese momento, lo único que quería era reunirse con él, sentir sus brazos alrededor de su cintura y ponerse de puntillas para besarlo.
Un cosquilleo ardiente en los dedos que rozaban la cadena le hizo comprender que el conjuro había dado resultado. Hincando la rodilla izquierda en el suelo, se enrolló el cordón de plata sobre el tobillo y volvió a engarzarlo. La quemazón se trasladó aquella parte de su piel, y antes de que su voluntad pudiera intervenir ya estaba caminando a buen paso tras el rastro de Álex.
Sabía que lo único que tenía que hacer era dejar que sus pies la guiasen y seguir pensando en Álex para no romper el encantamiento. Y así, sus pasos la fueron llevando de una calle a otra, atravesando canales y puentes, mientras ella avanzaba como una sonámbula, la mayor parte del tiempo con los ojos cerrados.
El conjuro le producía una extraña ebriedad, una sensación de bienestar que hacía mucho que no sentía. Una sonrisa alucinada se instaló en su rostro, y durante algunos minutos incluso llegó a olvidar el motivo de aquella persecución.
Hasta que, en un momento dado, sus pasos se detuvieron bruscamente.
Jana abrió los ojos, y reconoció el lugar enseguida. Se encontraba a la entrada de la Calle dei Morti, donde estaba el palacio del misterioso Armand. No era posible que Álex hubiese dado con él nada más llegar a Venecia… ¿O sí lo era?
Recordando su visita anterior a aquel rincón de la ciudad en compañía de Yadia, se dirigió sin la menor vacilación hacia el muro gris que cerraba la callejuela. Al igual que la otra vez, había un grafiti rojo de un caballo toscamente dibujado sobre la piedra del muro. Cuando Jana lo tocó, el muro se desmoronó levantando una nube de polvo, y detrás apareció la fachada transparente, que poco apoco fue adquiriendo consistencia. Jana subió de dos en dos los escalones apenas visibles que conducían a la puerta del extraño palacio. Se detuvo en el rellano circular, ante la brillante puerta negra, y comenzó a llamar con los nudillos, trazando con sus golpes el perfil de la cabeza del caballo.
En cuanto la puerta se abrió, Jana se quedó petrificada en el umbral. Frente a ella, al otro lado del vestíbulo, había una puerta abierta a través de la cual se veía una ventana gótica que daba a un ancho canal. Y ante la ventana, dándole la espalda, reconoció la silueta de Argo. Parecía un ángel lisiado y enfermo, que solo de milagro se mantenía en equilibrio.
Dentro de aquella misma estancia, en un rincón que no resulta visible desde el vestíbulo, se oían voces.
—El principio lo pongo yo, y ha subido desde la última vez que hablamos —dijo una de ellas—. Es lo que hay… Lo tomas o lo dejas.
—No seas ridículo Yadia —respondió la otra voz con aspereza—. No puedo darte más de lo que te he dado. No tiene sentido que me amenaces… ¿Qué vas hacer devolvérselo a Corvino?
Un escalofrío recorrió de arriba abajo la espina dorsal de Jana. Había reconocido la segunda voz en cuanto oyó las primeras palabras. Se trataba de Álex…
Sin tomarse ni un segundo para reflexionar, entró como un huracán en la habitación donde negociaban los dos conspiradores. Ambos miraron simultáneamente hacia la puerta, sorprendidos. Incluso Argo se volvió al instante, alertado por la respiración jadeante de la muchacha.
Los ojos de Jana se encontraron con los de Álex, más azules y fríos que nunca.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó—. No deberías haber venido…
Aquello era más de lo que Jana podía tolerar.
—¿Ah, no? —Replicó, irónica—. ¿Y qué se supone que debía hacer, quedarme plantada en la calle, en el mismo sitio donde tú me dejaste?
Álex se encogió levemente de hombros, mientras Yadia sonreía sin disimulo.
—Podrías haber vuelto al palacio de Nieve. Tienes las llaves, y sabías que no había nadie.
—Te olvidas de una cosa. —Jana casi siseaba de indignación—. Quedamos en que yo también iba a participar en la búsqueda, ¿recuerdas?
Álex tardó unos segundos en responder.
—Ya ves que no era necesario —dijo al fin—. Yadia sacó a Argo del palacio por encargo mío… Pensé que era la mejor opción.
Jana avanzó un paso hacia él.
—Es increíble —comenzó. La voz le temblaba de rabia—. Has dejado que yo cargue con la culpa delante de Nieve, y resulta que habías sido tú… ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Pensabas ocultármelo todo el tiempo?
Álex suspiró.
—Confiaba en que no te enterases, sí. Siempre subestimo tus poderes… Está claro que, a pesar de lo que sucedió en la Caverna Sagrada, la magia sigue estando mal repartida.
—Digamos que yo sé utilizar la pequeña porción que me corresponde mejor que la mayoría —contestó Jana, mirando de reojo a Yadia—. Pero esa no era la cuestión, ahora… ¿Cómo has podido llegar a un trato con él, dejándome a mí fuera?
Yadia se sacudió con dignidad sus largos cabellos blancos hacia atrás, y emitió un ruidoso bufido.
—Bueno, ya está bien —dijo—. Sois tal para cual, y yo he pecado de ingenuo confiando en vosotros… Vámonos, Argo. Conmigo estarás más seguro que con ellos; está claro que no nos necesitan.
Argo se apartó lentamente de la ventana y clavó los ojos en Álex. Este pareció entender de inmediato el significado de aquella mirada.
—De eso nada, Yadia —dijo con firmeza—. Lo siento, pero Argo se queda conmigo. Fue lo pactado desde el principio… Tú solo tenías que liberarlo, y ya has recibido tu paga por hacerlo.
Yadia sonrió con afectación.
—Estás yendo muy deprisa —gruñó—. Por lo visto, has olvidado que sé muchas cosas que a ti no te convienen que circulen por ahí. ¿Cuánto crees que me pagaría Corvino por esa información? Por no hablar de Glauco…
Un relámpago atravesó los ojos de Álex.
—Déjate de rodeos —dijo—. ¿Qué es lo que quieres?
Yadia miró pensativo a Argo.
—Quiero ser yo quien lo proteja —dijo—. Puedo hacerlo mejor que tú. Y a cambio… Yo sé que él tiene enormes riquezas escondidas. Se ha pasado miles de años reuniendo su pequeño tesoro. Quiero que lo comparta conmigo… Aunque estoy dispuesto a negociar, para que tú y tu novia participéis también en el negocio.
El rostro de Argo se contrajo en una mueca de repugnancia.
—No es eso lo que quiere —murmuró—. Quiere el libro, como vosotros.
Jana miró fijamente a Álex, sin molestarse en intentar ocultar su asombro. Por más que lo intentaba, no conseguía entender lo que estaba pasando. Yadia y Argo parecían dar por sentado que ella y Álex estaban juntos en aquella negociación. Sin embargo, era evidente que Álex había intentado dejarla al margen… Y que sabía mucho más acerca del Libro de la creación de lo que le había contado.
Una desagradable risotada de Yadia interrumpió sus reflexiones.
—El libro —repitió el cazarrecompensas con desdén—. ¿Crees que soy tan ingenuo como para tragarme esa historia? A estos a lo mejor consigues engañarlos, pero a mí no. El vídeo estaba trucado, estoy seguro. Así que por el libro no te preocupes; a mí no me interesa.
Evitando la mirada de Yadia, Argo se acercó a Álex con expresión casi suplicante.
—No le creas —dijo—. Es un bastardo Varulf, lo único que quiere es encontrar el libro y entregárselo a Glauco a cambio de que le acepten en el clan… Él no puede protegerme, Álex. No es lo bastante poderoso, pero vosotros sí.
Álex asintió.
—Dije que te protegería y lo haré.
Una sombra de desconfianza cruzó el rostro del viejo guardián.
—No te llevaré hasta el libro si no me das tu palabra de que me protegerás. No solo hasta que te lo entregue; también después… Aunque después, si todo sale bien, tal vez ya no necesite ninguna protección.
—Eres idiota, Argo —siseó Yadia—. Suponiendo que le libro existiera, él no te dejaría usarlo, ¿no te das cuenta? Quiere encontrarlo para destruirlo.
Jana observó que las pupilas de Álex se encogían, y comprendió que Yadia había dado en el clavo.
De modo que era eso. Álex había averiguado la existencia del libro al mismo tiempo que ella, y había decidido localizar la copia realizada por Dayedi para destruirla. Quizá tuviera intención de contárselo aquella misma mañana, cuando acudió a su habitación para despertarla. Pero, al darse cuenta de que Jana estaba pensando en utilizar el libro para devolverle la vida a Erik, cambió de opinión, y decidió no informarla de sus planes.
—No podrás destruir el libro —murmuró—. Arawn lo intentó, y no pudo hacerlo…
—Este no es el verdadero libro —contestó Álex sin mirarla—. Tan solo es una copia.
—Lo importante es el texto; ¿qué más da que sea una copia o no? —Insistió Jana—. No debes intentarlo siquiera, Álex. Podría acabar contigo, pero no solo contigo. Si lo destruyes, podrías destruirlo todo… ¡Argo, díselo tú!
Argo sonrió con desdén.
—No me importa que lo destruya, con tal de que antes me deje utilizarlo para volver a ser el que era.
—Pero si quema el libro, no te servirá de nada…
—Te equivocas, Jana —dijo el viejo guardián con una sonrisa—. Álex tiene razón, el libro no es más que una copia… El mundo no se destruirá con él. No es eso lo que debéis temer.
—No es eso… ¿Qué es, entonces? —preguntó Jana.
Argo se irguió un poco antes de contestar. Sus ojos ardían como si tuviera fiebre, y un visible temblor sacudía sus manos.
—El libro os destruirá a vosotros —dijo en un susurro—. Los dos lo queréis, pero no podréis conseguirlo sin traicionaros el uno al otro.
Fue como si aquellas palabras helasen el aire contenido en la habitación. Jana sintió de inmediato el frío, un frío intenso y cruel que le clavaba sus agujas hasta impedirle respirar.
—Si os creéis las mentiras de este viejo, tendréis merecida cualquier cosa que pueda pasaros —dijo Yadia con una mueca de disgusto—. Sé que estoy en inferioridad de condiciones, así que no voy a insistir. Me voy. Ya acudiréis a mí cuando me necesitéis…
—No creo que volvamos a necesitarte —afirmó Álex, sin apartar sus ojos de Argo.
Yadia alzó las cejas y sonrió, mirando a Jana. Luego dándole la espalda, comenzó a avanzar arrastrando los pies hacia la puerta.
—Muy bien, como queráis —dijo, girándose por última vez antes de salir—. Buena suerte, entonces… Creedme, la vais a necesitar.