Álex estaba abriendo la puerta de su casa cuando un breve zumbido hizo vibrar su móvil dentro de la mochila. Descolgándosela del hombro, la puso en el suelo junto a la puerta de entrada, tiró de la cremallera y extrajo el teléfono.
Un rectángulo gris con un mensaje dentro brillaba en medio de la pantalla negra. Alguien le estaba solicitando una videoconferencia.
Corrió a su habitación y, después de quitarse la chaqueta negra y arrojarla sobre una silla, pulsó el icono verde del programa de conexión.
Se sentó en el borde de la cama, mirando fijamente la pantalla del teléfono. Lo primero que solía hacer al entrar en su cuarto cada tarde era quitarse los zapatos, pero esta vez ni siquiera se acordó de eso.
No podía despegar los ojos de la pantalla, ahora completamente blanca, donde el nombre de Erik aparecía enmarcado en un rectángulo rojo para indicar que, por el momento, el solicitante de la conexión no estaba disponible.
Pero el rectángulo rojo no tardó en volverse verde, y, unos segundos después, el rostro de Erik apareció en la pantalla.
La velocidad de la conexión no era muy alta, y eso hacía que la imagen llegara pixelada en algunos momentos. Sin embargo, en seguida recuperaba la nitidez. Era el rostro de Erik, no cabía ninguna duda…
Solo que no podía tratarse del verdadero Erik. De eso Álex estaba seguro.
Se miraron largamente antes de decidirse a pronunciar palabra. Fue el rey quien, finalmente, se atrevió a romper el hielo.
—Me alegro de verte —dijo. Sus ojos no miraban directamente a Álex, sino al monitor donde debía de estar viendo la imagen de su amigo—. Estás como siempre…
—Pues yo no puedo decir lo mismo —murmuró Álex.
El parecido de aquel chico con el verdadero Erik resultaba tan asombroso que era necesario un auténtico esfuerzo de la voluntad para recordar que, en realidad, se trataba de un impostor.
—¿Quieres decir que no te alegras, o que yo no estoy como siempre? —preguntó el rey sonriendo.
No. No era Erik. Esa sonrisa insegura no la había visto nunca en el rostro de su viejo amigo.
—No me alegro, es cierto; y también es cierto que no estás como siempre… Tal vez porque no eres el de siempre.
La sonrisa del rey se congeló en una mueca rígida.
—Tienes razón. Ahora deberías llamarme «Majestad» y tratarme con un poco más de respeto —observó.
Álex le sostuvo la mirada con curiosidad.
—El respeto hay que ganárselo —dijo en tono sereno—. A mí, la verdad, me cuesta sentir respeto por los impostores.
La imagen pixelada de Erik en la pantalla del móvil perdió color, adquiriendo una tonalidad cenicienta.
—Me estás llamando impostor —murmuró—. Álex, no puedo creerlo. Si alguien me conoce bien, ese eres tú…
—Conozco al verdadero Erik, y sé distinguir cuándo alguien le está imitando. Lo haces muy bien, sorprendentemente bien, pero no eres él.
—Espero que eso no lo hayas ido diciendo por ahí —dijo el rey con frialdad—. Los Drakul lo considerarían una traición, y podrían hacerte daño. Aunque no lo creas, me preocupa tu seguridad…
—No tienes que preocuparte por eso; sé cuidar de mí mismo. Además, por el momento no se lo he contado a nadie. Y no lo haré a menos que no me dejes otra salida.
A pesar de la escasa nitidez de la imagen, Álex captó un brillo burlón en la mirada del supuesto Erik.
—Haces bien en no ir contando por ahí ese disparate. Pensarían que estás loco… Todos los Medu me conocen, Álex. Recuerdan mi aspecto, saben quién soy cuando me ven. Soy Erik, el hijo de Óber, el último descendiente de los jefes Drakul. Me corresponde hacer todo lo que esté en mi mano por ver cumplidos los deseos de mi padre y hacer realidad sus sueños.
—Tu aspecto es el de Erik, pero no eres Erik. Cualquiera que lo conociese bien se daría cuenta del truco. Lo que me gustaría saber es quién eres en realidad…
—¿Y tú? ¿Quién eres tú? Ni siquiera se te puede considerar un Medu. Y muchos de los míos no han olvidado que, una vez, te pusiste del lado de los guardianes…
Álex meneó la cabeza con aire sombrío.
—Si fueras el verdadero Erik no me habrías hecho esa pregunta —murmuró—. El verdadero Erik tiene muy claro quién soy yo: soy su mejor amigo.
La imagen de Erik torció el gesto en la pantalla.
—Mi mejor amigo —gruñó—. Una definición muy pobre para una persona…
—A mí no me lo parece.
Los dos jóvenes se miraron desafiantes. En los ojos de Erik, Álex creyó reconocer la fiereza indignada de otros tiempos. Sus iris azules tenían aquel mismo brillo acerado que había en ellos el día en que se enfrentó a su padre para defender a Jana.
Por un momento, Álex dudó de sí mismo, de sus visiones, de la conversación que había mantenido poco tiempo atrás con un Erik casi irreconocible que le hablaba desde más allá de la muerte.
Quizá su imaginación le estaba jugando una mala pasada. Tal vez aquel rostro que le retaba con los ojos a través del teléfono fuese en realidad el rostro de su amigo. Pero, en ese caso, ¿quién era el otro, el Erik de la visión? ¿Un espejismo? ¿Una alucinación de su mente enferma?
Tal vez el rey captase el instante de vacilación de Álex, porque cuando volvió a hablar lo hizo en un tono completamente diferente del que había empleado hasta entonces.
—Tienes razón, Álex —murmuró—. No importa quién seas para el resto de los Medu. Eres mi mejor amigo, y no vas a dejar de serlo porque yo me haya convertido, a mi pesar, en rey. Tú sabes que no era mi deseo. Sabes que no quería volver…
—Sí —admitió Álex con voz apagada—. Sí, lo sé.
Erik asintió, y una tenue sonrisa afloró a sus labios.
—Sabía que podía contar contigo —dijo—. Álex, necesito tu ayuda. Todos la necesitamos. No te culpo, pero tú sabes que la actual situación de los Medu se debe, en buena medida, a lo que tú hiciste. Y ya va siendo hora de que mi pueblo recupere el lugar que le pertenece por derecho. Los Medu están hechos para la magia, Álex. Los hombres no.
—Puede que tengas razón —dijo Álex con la mirada fija en los ojos de su amigo.
—Tengo razón, créeme. La magia debe regresar a los Medu. Está provocando estragos entre los humanos, que no saben utilizarla ni parecen dispuestos a aprender de ella. Por culpa de su torpeza, los espíritus del otro lado están acaparando buena parte de ese poder que los humanos no saben cómo dominar. Se lo roban sin que ellos hagan nada, y eso los hace cada vez más fuertes. A este paso, pronto serán invulnerables…
—Y tú quieres impedirlo.
Erik asintió.
—No será fácil, pero con tu ayuda y la de Jana lo conseguiremos. Lo único que os pido es que acompañéis a Railix a través de esa senda secreta que llaman el Camino de la Oca hasta la Puerta de Plata, que comunica este mundo con el otro.
Álex sintió que se le aceleraba el pulso. Por un momento, pese a las explicaciones que le había oído a Railix y que apuntaban en una dirección muy distinta, creyó adivinar lo que el rey le iba a decir. Se le ocurrió de pronto que probablemente su visión no hubiese sido más que un anticipo del futuro, un adelanto de lo que el verdadero Erik estaba a punto de decirle. Después de todo, esa clase de visiones eran la especialidad de los Kuriles, y él descendía de ellos.
—Quieres que cerremos la Puerta de Plata —murmuró—. Quieres que te ayudemos a cerrarla para siempre y a dejar a los muertos definitivamente atrapados al otro lado…
Erik se echó a reír.
—¿Cerrarla? Claro que no. Lo que quiero es controlarla, ser yo quien decide quién entra y quién sale, y a qué precio… Ellos pagarán por ese paso entre los dos mundos cuando comprendan que yo tengo la llave capaz de abrirlo o cerrarlo según me plazca. Me pagarán con lo que han robado aquí, a este lado… Con su magia.
—¿Quieres controlar la Puerta de Plata para obligar a los espíritus a entregarte su magia a cambio de franquearla? —resumió Álex, espantado—. Es un disparate. Además, eso no es lo que…
Álex se interrumpió, sin saber cómo proseguir.
—Adelante, continúa —le exigió Erik en tono imperioso a través de la pantalla—. Eso no es lo que… ¿Qué querías decir?
—Eso no es lo que haría el verdadero Erik —concluyó Álex, sondeando con curiosidad el cambio que sus palabras produjeron instantáneamente en la expresión del rey.
—Otra vez vuelves con eso —murmuró este con aire hastiado—. Vas a obligarme a hacer algo que no quiero hacer, Álex. No puedo permitir que digas esas cosas en público. En este momento, no puedo permitir que nadie ponga en duda mi autoridad…
—No lo entiendes —dijo Álex con lentitud—. No estoy hablando así por capricho, ni porque tenga una sospecha. Yo… he hablado con el verdadero Erik… Y sé que no está aquí, sino al otro lado de la Puerta de Plata, en la frontera entre la vida y la muerte.
Le pareció que el rostro del rey cambiaba de color, volviéndose más ceniciento.
—No… no es cierto —balbuceó, rehuyendo la mirada de Álex—. Amigo, estás desvariando…
Ahora era Erik el que se mostraba vacilante, como si, de repente, él mismo no recordase del todo quién era ni lo que estaba haciendo un instante atrás. Se quedó callado, mirando al vacío, abstraído en sus propios pensamientos. Por un momento, Álex temió que se hubiese olvidado de él.
—No estoy desvariando. Seas quien seas, estoy seguro de que, en cierto modo, respetabas a Erik. Incluso lo admirabas… Si no fuera así, no te habrías tomado tantas molestias para usurpar su lugar.
El rostro del rey parecía una máscara de piedra congelada en la pantalla del teléfono. Su mirada se había quedado tan fija como si en ella no latiese ni el más leve resto de vida.
—No sé quién eres, pero si es verdad que admirabas a Erik y que has usurpado su puesto para completar su labor entre los Medu, necesito que me escuches con atención. Erik no quiere que la magia regrese a los Medu. Eso es lo último que desea, ¿entiendes? Lo que quiere es cerrar la Puerta de Plata para siempre, y que los muertos arrastren con ellos todo ese poder sobrenatural que anda suelto por el mundo.
El rey, a través de la pantalla, lo miraba con incredulidad.
—No es cierto —murmuró, inseguro—. Te lo estás inventado, Álex. Es una especie de prueba…
—Te juro que digo la verdad. Erik me pidió que hablase con el usurpador que había tomado prestado su nombre y su trono. Me pidió que te dijese cuáles eran sus verdaderas opiniones. No sé por qué, parecía convencido de que tú me escucharías… De que harías lo que yo te dijera cuando supieses que hablo en su nombre.
—No puede ser —murmuró el falso Erik, meneando la cabeza con expresión de angustia—. No, no lo creo. No puede ser…
—O sea, que necesitas convencerte a ti mismo de que lo que digo no es verdad —concluyó Álex—. Lo que significa… que no estás tan seguro. O, lo que es lo mismo… Crees que es posible que Erik me haya dicho realmente todo eso… De lo cual se deduce que tú no eres Erik.
Un silencio sepulcral acogió aquella última conclusión.
—De acuerdo —dijo finalmente el rey, mirando a Álex con una cínica sonrisa—. Tú ganas.
—Lo sabía. —Álex respiró hondo, porque, pese a la frase que acababa de pronunciar, durante unos minutos había llegado a creer que aquel rostro que tenía delante era realmente el de su amigo—. Sabía que no eras Erik, pero debías de conocerlo bien para poder imitar con tanta fidelidad sus expresiones, su forma de hablar… ¿Quién eres?
El falso rey se lo quedó mirando con expresión pensativa.
—¿Quién soy? Nadie —contestó tristemente—. Maldito Erik —añadió con rabia—. Si tanto le interesa lo que estoy haciendo aquí, ¿por qué no viene a hacerlo él? Es su deber, no el mío… ¿Por qué intenta impedirme que actúe si él no está dispuesto a actuar en mi lugar?
—No intenta impedir que actúes —precisó Álex—. Ni siquiera parece interesado en que dejes de fingir que eres él. Lo que quiere es que actúes como él lo haría. Si realmente te importó alguna vez, tienes que hacer lo que él te pide. Piénsalo… Él está al otro lado, y sabe mejor que nosotros lo que conviene hacer.
El rostro de Erik reverberó un instante en la pantalla, como si estuviese a punto de deshacerse en una nube de píxeles coloreados. Sin embargo, enseguida se recompuso.
—Al contrario, Álex —murmuró—. Justamente porque está al otro lado, ha olvidado cuál era su deber. Lo que él quiere que haga no es lo mejor para los Medu.
—Es lo mejor para todos. Para el equilibrio del mundo en su conjunto. Por favor, Majestad, seas quien seas… Confía en el mensaje que él te envía y haz lo que te pide.
El rey, de pronto, se puso en pie con gesto decidido.
—De acuerdo —dijo con sequedad—. De acuerdo, lo haré. Informaré a Railix del cambio de planes. La misión cambia un poco, pero no en los detalles esenciales. Sigue siendo una prioridad adentrarse en la Senda de la Oca y rescatar a esos chicos que quedaron atrapados en ella. Jana y tú acompañaréis a Railix y a los suyos. Después, cuando hayáis liberado a los agentes Drakul, podréis seguir adelante si queréis y hacer lo que os plazca con esa puerta. Le daré instrucciones a Railix para que obedezca vuestras órdenes sin discutirlas. Si eso es lo que quiere Erik, eso es lo que se hará.
El tono brusco y decidido del usurpador hizo que Álex lo mirase con suspicacia.
—Has cambiado de opinión muy deprisa —observó—. Me pregunto por qué…
—Y yo me pregunto qué dirá Jana cuando sepa lo que me has contado a mí —dijo el otro, desplegando una vez más aquella cínica sonrisa tan diferente a la del verdadero Erik—. No se lo has contado… No me mires así, lo leo en tus ojos. Además, Railix me comentó que ella estaba entusiasmada con mi «regreso». No lo habría estado tanto si hubiese tenido la más mínima sospecha de que yo pudiera no ser Erik. No le has contado nada…
—Erik me pidió que no lo hiciera.
El falso rey asintió.
—Claro. Y tu lealtad hacia Erik es más importante que nada. O quizá debería decir, más bien, tu sensación de culpa y la necesidad de pagar por esa culpa. Eso te importa más que Jana y que sus sentimientos, ¿verdad?
Álex no respondió.
—Pobre Jana —murmuró el usurpador con repentina gravedad—. Pobre y derrotada princesa Agmar. Entre los dos le habéis arrebatado todo lo que de verdad significaba algo para ella. A pesar de lo mucho que supuestamente la queréis…
—Deja a Jana en paz —dijo Álex con voz sorda—. No la metas en esto. Y no te atrevas a poner en duda lo que siento por ella. Eso no se lo voy a permitir a nadie, ni siquiera al supuesto rey de todos los Medu.
—O sea, que no vas a contárselo —concluyó el rey visiblemente aliviado—. Mejor para todos. Que ella crea que soy el verdadero Erik que ha regresado de la tumba. A su manera, sé que ella quería a Erik. Es decir, que me quería. Veremos lo que pasa cuando volvamos a encontrarnos…
—¡Cállate! —gritó Álex sin poder contenerse—. No voy a dejar que utilices a Erik para acercarte a mi novia. No te hagas ilusiones, te lo advierto. Un usurpador como tú no bastará para alejarla de mí.
—Para eso te bastas tú solo, con tus mentiras. Con todo lo que le estás ocultando. ¿Qué crees que pensará Jana cuando averigüe todo lo que no le has dicho, Álex? Porque, antes o después, lo descubrirá…
Tenía razón. Aquel desconocido sin rostro que se hacía pasar por Erik conocía lo bastante a Jana para adivinar lo que ocurriría si descubría que, una vez más, él le había mentido. Esta vez no habría nuevas oportunidades. Jana estaba cansada de sacrificarse, de sacrificar todo aquello que le importaba por él. Si averiguaba que todos esos sacrificios no habían servido ni siquiera para ganarse su sinceridad…
No quería pensar en ello. Y menos aún quería que se lo recordase aquel intruso, aquel usurpador que se creía con derecho a hablarle como si realmente fuese su amigo, como si fuese el verdadero Erik.
—Tú no sabes nada —le dijo al teléfono.
Tenía la garganta tan seca que la voz le salió quebrada. Tal vez el otro ni siquiera hubiese llegado a oírle. En todo caso, no pensaba quedarse a esperar para comprobarlo…
Con un gesto rápido y preciso de su mano derecha, golpeó la pantalla justo encima del rostro de Erik.
La conexión se perdió inmediatamente, y apareció un cuadro de diálogo que le daba a elegir entre reanudar la videoconferencia o anularla. «¿Desea restablecer la conexión?», le preguntaba.
Álex pulsó con decisión el botón virtual de color rojo, que llevaba escrita en su interior, con caracteres blancos, una única palabra: «No».