Esta vez no hubo sangre, pero sí oscuridad. Apenas un par de minutos después de que Dora abandonase el gimnasio, la zapatilla, en las manos de Álex, comenzó a emitir un calor envolvente, acompañado de un zumbido casi inaudible, como el aleteo de un insecto. Y luego, mientras a su alrededor todo se hundía en la penumbra, las cintas de raso pálido empezaron a agitarse cada vez con más furia, tirando cada una en una dirección, como si intentasen desgarrar la zapatilla rompiéndola por el medio. La tensión adelgazaba por momentos el raso sucio de las punteras, volviéndolo casi transparente. Y el zumbido crecía.
De pronto, como en una explosión, las zapatillas se disolvieron en una miríada de libélulas vivas que se dispersaron en todas direcciones llenando el gimnasio con sus vuelos imprevisibles, rapidísimos, y con los destellos de oro de sus transparentes alas.
Mareado por la tempestad de insectos, Álex cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, las libélulas se habían convertido en flotantes lámparas de cristal. Pequeñas lámparas de aceite… En cada una de ellas ardía una llama vertical y oscilante como la de una vela, y un olor ácido impregnaba el gimnasio, un olor de aceites tropicales requemados y transmutados en humo.
Erik estaba sentado frente a él con las piernas cruzadas, exactamente en el mismo lugar en el que se había sentado Dora. Se miraron largamente antes de que ninguno de los dos se decidiese a pronunciar palabra.
Álex no se había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos a su amigo hasta ese instante. Cuanto más lo miraba, más hondo era el vacío que sentía en su interior, más insoportable la idea de que ese vacío nunca podría volver a llenarse.
—El otro día te perdí muy pronto —dijo Erik con una sonrisa que parecía haber tomado prestada de un recuerdo—. Fue una lástima…
—Sí. Tengo que contarte muchas cosas, Erik. Necesito saber qué debo hacer… Qué es lo que quieres que haga.
—Yo también tengo que explicarte algunas cosas.
Erik extendió una mano abierta con gran lentitud. Parecía estar explorando el aire, la consistencia de aquella visión, de aquel lugar. ¿Cómo lo estaría viendo él? ¿Cómo se vería el estudio de danza del viejo colegio de Los Olmos desde el otro lado?
Detrás de Álex se encontraba la pared de los espejos. Y Erik la estaba mirando fijamente, como si hubiese en ella algo fascinante que le impidiese apartar la vista. Ese algo tenía que ser su propio rostro… Tal vez, en aquella frontera inmaterial en la que vivía, hubiese comenzado a olvidarlo.
—Erik —Álex trató de concentrarse—. Alguien se está haciendo pasar por ti. Dicen que has resucitado… Los Drakul han organizado una ciudad subterránea secreta a la que llaman Polgar, y se supone que tú eres quien los dirige. No sé lo que pretenden hacer desde allí. Todo es muy raro…
—Polgar. Según la tradición, era el nombre de la aldea en la que nació Drakul, el fundador de nuestro clan.
—Parece que alguien quiere hacerles creer a los tuyos que ha llegado el momento de empezarlo todo otra vez. De empezar de nuevo…
—No lo entiendo —un par de pliegues habían aparecido en la despejada frente de Erik—. No puede ser Harold. Harold nunca haría algo tan audaz. Y tan loco…
—Sea quien sea, debe de tener un buen dominio de la magia. Especialmente, de la magia de las transformaciones. Los que lo han visto lo confunden contigo. Incluso los que te conocían bien… ¡Incluso Harold!
—No puede ser. La magia de las transformaciones no es propia de los Drakul. Es más bien propia de los Íridos.
Una chispa de comprensión iluminó los ojos azules de Erik, y por un momento toda su figura pareció reverberar en medio de la oscuridad como si fuese transparente y estuviese iluminada por dentro.
—Sabes quién es —dijo Álex, asombrado—. ¿Quién? Erik, ¿quién puede haber hecho algo así?
Erik meneó lentamente la cabeza.
—Tengo una sospecha —admitió—; pero no puedo compartirla contigo.
—Entonces, ¿vas a dejar que ese tipo, sea quien sea, se salga con la suya sin más? ¿Que utilice tu nombre para sus propios fines y que engañe a todos? Es un disparate…
—Al contrario. Quizá sea una buena solución. Es difícil saberlo desde aquí…
—¿Que aparezca un usurpador es una buena solución? Por el amor de Dios, Erik, ¿no sería mejor solución que regresases tú?
Una sonrisa cargada de dolor afloró a los labios de su amigo.
—Yo no puedo volver. Y, en cuanto a lo de la solución… tengo que tener más datos para saberlo.
—¿Para saber qué?
—Para saber si puedo descansar o no. Para saber si puedo dejarlo todo en manos de los vivos o si eso supondría la mayor de las catástrofes. Hay un desequilibrio entre los dos mundos, Álex. Un desequilibrio que tú y Jana creasteis. La puerta que habéis abierto puede destruir todo aquello por lo que nos sacrificamos; vosotros y yo…
—No te entiendo del todo, Erik. ¿Qué es lo que quieres que haga?
La voz del Drakul resonó amplificada por un eco que no procedía de las paredes, sino de algún muro invisible, más lejano y, a su manera, más sólido.
—Quiero que se lo expliques al rey —contestó—. Dile que debe usar su poder para ayudarme a cerrar la Puerta de Plata.
—¿La Puerta de Plata? ¿Qué es?
—Es una entrada mágica al otro mundo, Álex. Es la puerta que vosotros abristeis leyendo el Libro de la Creación. Hay que devolver a los muertos a este lado, pero yo no puedo hacerlo solo. Si ese rey consiguiese unir a los Medu para que cooperasen…
—¿Ese impostor? Bueno, tu nombre tiene mucha fuerza. Si se lo prestas de tan buena gana, a lo mejor consigue unirlos a todos. Si alguien puede conseguirlo, ese eres tú… O tu doble.
—Precisamente —Erik ignoró el tono irónico de Álex—. Él puede conseguirlo. Y, con todos los Medu unidos, tal vez podríamos lograrlo. Yo desde aquí y vosotros desde allí.
—Bueno, no creo que nadie esté en contra de devolver a los muertos a su sitio. Sabes lo que están haciendo, ¿no? Captan la magia. La arrancan del mundo material. Se vuelven más y más poderosos.
—Tienes que entender que los que han regresado no son los mejores. Son los más humanos, los que aún no han podido olvidar la atracción irresistible de la materia. Pueden hacer mucho daño, Álex; mucho daño.
—Lo entiendo —murmuró el muchacho—. Y supongo que tú te has quedado allí para asegurarte de que ellos regresen. No puedes hacerlo desde este lado…
—No, no podría. Ni siquiera uniendo mis fuerzas con las vuestras es seguro que podamos conseguirlo.
Estáis perdiendo poder, lo sé. Lo noto…
—¿No crees que ese tipo, el que se hace pasar por ti, se asustará cuando le lleve tu mensaje? ¿No crees que intentará hacerme callar, para que nadie averigüe lo que sé sobre él?
—Eso no me preocupa —dijo Erik con despiadada calma—. No, eso no es lo importante…
—Vaya, gracias.
—Lo importante es que ese rey, sea quien sea, entienda lo que le pido y acepte el precio que tendrá que pagar.
—¿El precio?
Erik asintió. Las luces de las lámparas se reflejaban repetidas mil veces en sus iris azules.
—El precio es el fin de los Medu —dijo lentamente—. La desaparición de los clanes mágicos.
—Estás loco —a Álex se le escapó una sombra de carcajada—. Ningún rey Drakul, aunque sea un farsante, aceptaría eso. Ningún Medu lo aceptaría. Ni siquiera Jana…
—Por eso te pedí que no le contases nada. Pero el rey debe saberlo. Él sí. Tienen que dejar que los espectros arranquen toda la magia del mundo de los vivos. Deben dejar de oponer resistencia. Y luego, en el último momento, los devolveremos a su lugar. A este lado de la Puerta de Plata. La magia nunca debió salir de aquí… Eso es lo que debes decirle al que se hace llamar por mi nombre.
—Se negará. ¿Cómo puedes creer que va a aceptar una cosa así? Ya no conoces a los tuyos, Erik. Has olvidado cómo son…
—No me importa cómo sean. Si el rey es quien creo que es, me debe lealtad. Hará lo que yo le pida sin pedir explicaciones.
—Se hará muchas preguntas. Querrá saber, seguramente, por qué no se lo has pedido a él directamente. Y quizá desconfíe…
—¿Desconfiar?
Álex asintió.
—Puede argumentar que todo es un truco, Erik. Puede argumentar que tú ya no eres uno de los suyos… que estás del otro lado.
Una fría sonrisa iluminó el rostro de Erik.
—No te entiendo.
—Yo creo que sí —insistió Álex sosteniéndole la mirada—. Después de todo, es cierto que estás del otro lado, y que eres uno de los suyos… Un muerto.
Durante unos instantes los dos amigos se desafiaron con los ojos.
—No puedes estar insinuando de verdad lo que creo que estás insinuando —dijo Erik, incrédulo—. No puedes…
—Únicamente te estoy advirtiendo de lo que pensarán los demás. Todos.
—¿Eso no te incluye a ti?
Álex suspiró profundamente.
—No, eso no me incluye a mí.
—O sea, que me crees.
—Nadie más te creerá, Erik. No puedes pedirles a los Medu que sacrifiquen una tradición mágica de siglos porque se lo ordene un muerto. Si quieres que te sigan, vuelve. Regresa aquí, echa a ese impostor y ocupa tu lugar entre los vivos.
Un silencio sepulcral acogió la sugerencia de Álex.
—Supongo que eso es un no…
—Lo siento, amigo. —La sonrisa de Erik ya no era tan gélida. Ahora parecía más humana, y también más triste—. No puedo hacerlo.
Álex se pasó una mano por la frente, agotado. Tenía la sensación de que nada de lo que dijera influiría en Erik. Él le estaba pidiendo que le ayudase en recuerdo de su vieja amistad, pero, al mismo tiempo, parecía insensible a cualquier argumento o súplica que pudiera plantearle.
—Ese hombre, el impostor… No me recibirá —murmuró—. Ni siquiera querrá escucharme.
—Debes llegar hasta él como sea —exigió Erik—. Y tal vez yo pueda allanarte el camino… Sí, ya sé cómo hacerlo. Solo hazle saber que le llevas un mensaje desde la gruta negra del escorpión. Si es quien yo creo que es, eso bastará para que te escuche.
—¿Y quién es, Erik? ¿No vas a decírmelo?
—No sería prudente. Además, es posible que me equivoque. Lo único que puedo decirte es que no es un ambicioso sin principios. Se trata de alguien que se preocupa de verdad por el destino de los Medu. Y es leal a los Drakul… al menos, eso creo.
—La gruta negra del escorpión —recitó Álex en tono escéptico—. ¿Y crees que eso bastará? Tendría que hacerle llegar el mensaje a través de uno de sus subordinados. Hay un tipo, Railix…
—Le conozco. Siempre fue leal a mi padre. Puedes darle a él esa contraseña y pedirle que se la repita al supuesto rey. Railix no sabe lo que significa… pero el rey lo sabrá.
Álex se encogió de hombros. Tal vez por efecto del agotamiento, empezaba a ver a su amigo borroso, como a través de un filtro de niebla. Las lámparas de aceite empezaron a apagarse. El brillo de sus cristales se volvió más tenue, más irisado. Volvían a ser alas… Alas de libélulas inmóviles en el aire, difuminándose progresivamente a través de una cortina de bruma.
—Hay otra cosa, Álex —la voz de Erik llegaba distante, y los labios de su imagen ya no se movían—. Es sobre Dora… Me gustaría que le dijeras que… No, mejor no le digas nada.
—No entiendo —Álex intentaba distinguir la expresión de su amigo a través de la neblina cada vez más densa que llenaba el viejo gimnasio—. Si una zapatilla suya ha conseguido que yo pueda comunicarme contigo, debe de resultarte fácil comunicarte con ella. Hay un vínculo entre vosotros, ¿no?
—Sí. Y me ha resultado muy útil para llegar hasta ti. Pero tendrá que romper los lazos antes de que sea demasiado tarde. Ella lo sabe…
—¿Demasiado tarde para qué?
—Para desligarse definitivamente de la muerte. Cuando las puertas se cierren, ella debe quedarse de ese lado. Del lado de la vida.
—Lo dices como si fuera muy importante para ti —observó Álex.
—Lo es. Es extremadamente importante. Quiero que ella siga viviendo. Que mi sacrificio, al menos, haya servido para eso…
—¡Te gusta! O sea que… Los muertos también se enamoran…
—Yo no lo llamaría amor —dijo Erik con sarcasmo—. Como mucho, una sombra del amor. Una nostalgia… Adiós, Álex. Me gustaría decirte hasta nunca, por tu bien… Pero estamos juntos en esto, y antes o después nos volveremos a ver.
—¿Dónde te habías metido? —De pie al final de la cola del autobús, Jana miraba a Álex con ojos furiosos—. Te han puesto falta en Biología y en Matemáticas. Si pensabas irte, por lo menos podrías habérmelo dicho.
—Me encontraba mal —mintió Álex sin mucha convicción—. Pensé que, hasta que se me pasara, estaría mejor en la biblioteca.
—No has estado en la biblioteca. —Jana, aferrándose a su carpeta como si se tratase de un escudo protector, sonrió con desconfianza—. Otra vez las mentiras, Álex. Pensé que nunca tendríamos que volver a esto.
Álex clavó la mirada en sus zapatos. La cola del autobús escolar avanzaba lentamente a medida que los alumnos de Los Olmos iban ocupando sus asientos en el vehículo. Jana no parecía dispuesta a añadir nada más a su acusación… Y Álex no se sentía con ánimos para rebatirla.
Al fin y al cabo, ¿qué podía decir? Jana no se merecía que insistiese en su mentira, que añadiese detalles absurdos para hacerla más creíble. En cierto modo, casi se alegraba de haberse inventado una excusa tan torpe. Ella se había dado cuenta de que le estaba mintiendo, y eso, curiosamente, le hacía sentirse menos traidor.
En ese instante odió a Erik por haberle puesto en aquella situación. Por un motivo o por otro, Erik siempre terminaba interponiéndose entre ellos dos. Así había sido cuando vivía, y también después de su muerte. Erik, siempre Erik…
Ni siquiera estaba seguro de que fuese buena idea seguir sus instrucciones. Por muy amigos que hubiesen sido en el pasado, Erik ya no era el mismo. Sus motivos resultaban demasiado oscuros para comprenderlos. Estaba muerto, nada del mundo material le importaba, y no era fácil entender por qué se apasionaba aún de tal manera por los asuntos de los Medu. Además, lo que ahora pretendía era justo lo contrario de lo que habría querido cuando estaba vivo. Deseaba la destrucción de los clanes mágicos, el regreso de los Medu a la normalidad de los seres humanos. Quería quitarles lo que los hacía diferentes: su magia… ¡El antiguo Erik nunca habría luchado por eso!
Miró de reojo a Jana. Necesitaba desesperadamente contarle lo que había pasado en el antiguo gimnasio, explicarle lo que Erik se proponía. Ella era la única persona en la que deseaba confiar.
Además, conocía bien la historia de los clanes, su relación de siglos con la magia. El único motivo que tenía Erik para exigirle que no hablase con Jana era su convicción de que ella no apoyaría su plan. Pero tal vez fuese Jana la que tuviese razón, y escuchar a Erik fuese un error…
La siguió escaleras arriba y a través del pasillo del autobús hasta un par de asientos vacíos que había justo por detrás de las puertas traseras. Jana ocupó el asiento de la ventanilla, y ni siquiera lo miró cuando él se sentó a su lado.
—Issy ha venido a hablar conmigo —dijo con la mirada fija en la marquesina de la parada—. Railix tiene un mensaje de Erik para nosotros.
El autobús arrancó con brusquedad y los asientos empezaron a vibrar insistentemente, al igual que los cristales.
—¿Un mensaje del rey? ¿Qué dice?
—No he hablado con Railix todavía. —Jana seguía evitando su mirada—. Hemos quedado a las tres menos cuarto en La Rosa Oscura. Pensaba bajarme en la última parada y desde allí coger el metro para llegar a tiempo. No hace falta que me acompañes, si no quieres.
—Claro que te acompañaré. Podremos comer algo allí. Un sándwich…
Apenas intercambiaron palabra durante el siguiente cuarto de hora. Había empezado a llover, y el autobús escolar avanzaba a trompicones por las calles atestadas de coches y de gente con paraguas. En los asientos delanteros, un grupito de chicas se había puesto a cantar una canción de moda cambiando el final de las estrofas para adaptar la letra a alguna anécdota ocurrida en los baños durante el recreo.
Álex las oía sin prestar atención. De vez en cuando se atrevía a mirar a Jana con el rabillo del ojo. Le pareció que Jana escuchaba cantar a las compañeras de delante con una mezcla de desprecio y envidia.
Él sabía que Jana nunca había participado en una escena como aquella. No tenía ninguna amiga íntima, y sus compañeras de clase no la habrían incluido jamás en aquella clase de juegos. Evitaban enfrentarse a ella, pero no les caía bien. Era como si le tuvieran miedo… Era diferente, vivía de una manera distinta, y ni siquiera se esforzaba por ocultarlo. Con sus modales altaneros y su forma de vestir un tanto excéntrica, parecía desafiar a todo el mundo.
Y sin embargo, Álex estaba seguro de que a Jana le hubiese gustado en algún momento de su vida poder cantar una estúpida canción a coro con las demás chicas, sin tener que pensar en nada más; ni en su clan, ni en su hermano David, ni en los oscuros secretos de su madre… Jana, algunas veces, se sentía harta de ser diferente. Y esa era, justamente, una de aquellas veces.
El trayecto en metro hasta La Rosa Oscura no fue mucho más animado que el viaje en autobús. Álex procuraba distraerse observando a la gente que viajaba en su mismo vagón e intentando adivinar cómo serían sus vidas. Pero no era un juego demasiado divertido: ninguno de los pasajeros parecía, a primera vista, ocultar ningún secreto interesante.
Se apearon en la penúltima parada de la línea y subieron en las escaleras mecánicas hasta la salida. Una vaharada de frío húmedo los envolvió al salir al aire libre. La Rosa Oscura se encontraba allí mismo, en la acera de enfrente… Railix había dejado la moto fuera, pero no vieron la de Issy.
Al entrar en la cafetería, los ojos de Álex se cruzaron con la mirada indiferente de Lilieth. Allí, detrás de la caja registradora, mientras terminaba de dar el cambio a un cliente, su aspecto era muy distinto al de la muchacha decidida y entusiasta que los había guiado a través de las calles de Polgar. Apenas llegó a esbozar una sonrisa al saludarlos… Cuando trabajaba, Lilieth parecía dejar a un lado todo lo demás.
Railix los esperaba sentado en una mesa al fondo del local, comiéndose una ensalada con aire melancólico.
—Tengo que cuidar mi dieta para mantenerme en forma —explicó en cuanto ellos se sentaron, como si la presencia de aquella ensalada en la mesa exigiese algún tipo de disculpa—. Los años no pasan en balde… ¿Qué queréis? Invita Su Majestad.
Jana pidió una hamburguesa sencilla y una coca cola, y Álex, un sándwich. Railix se acercó a la barra para transmitirle el pedido a Lilieth, tras lo cual regresó a la mesa renqueando y con una desconcertante sonrisa en la cara.
—Su Majestad acepta —anunció, dejándose caer pesadamente en su asiento—. Quiere que nos ayudéis a encontrar a mis colaboradores desaparecidos. El cree que estáis preparados… Pero no será una misión fácil, os lo advierto. El lugar en el que vamos a entrar es uno de los más traicioneros que conozco. Lo llamamos «el Laberinto»… aunque la gente normal lo conoce como «Magic Land».
—¿Magic Land, el parque temático? —Jana lo miró con incredulidad—. ¿Es allí donde tenemos que buscar?
—Ese sitio no es lo que parece —gruñó Railix, y engulló un nuevo bocado de su ensalada antes de continuar—. Es decir, sí lo es… pero es mucho más que eso. El parque se construyó para proteger una antigua ruta secreta de la tradición Drakul. Fue una idea de Óber… Él siempre tenía ideas brillantes.
—¿Cuándo podremos ver a Erik? —Preguntó Jana—. Hay tantas cosas que quiero decirle… ¡Casi no me puedo creer que haya vuelto!
—Ni yo tampoco —murmuró Álex en tono sombrío.
—Su Majestad os recibirá cuando regresemos de la misión que nos ha encomendado —contestó Railix—. Es un momento delicado; la existencia de Polgar no tardará en salir a la luz, y debemos estar preparados…
Jana parecía enormemente desilusionada.
—Pensé que lo veríamos hoy mismo —murmuró—. No sé por qué, pensé que él tendría tantas ganas de vernos como nosotros de verlo a él.
—Si hubiese estado tan ansioso por vernos, nos habría buscado —observó Álex de mal humor—. Te recuerdo que hemos averiguado lo de su regreso prácticamente por casualidad.
—Creo que Su Majestad se alegrará de volver a verlos —intervino Railix, mirando a Álex con el tenedor suspendido en el aire a escasos centímetros de su boca—. Pero esta misión es urgente. Estamos preocupados, no lo voy a negar. Muy preocupados… Hemos salido de otras peores, y de esta también saldríamos incluso sin vuestra ayuda. Pero si el rey piensa que se puede confiar en vosotros, toda colaboración es bienvenida. Y sabemos que entre los dos reunís más magia que algunas ciudades enteras.
—Para poder ayudar, antes tendríamos que saber de qué va toda esta historia —dijo Jana—. Esos chicos, Kinow y Pórtal, estaban colaborando contigo en una misión. ¿Cuál era el objetivo de esa misión?
Railix se la quedó mirando con aire abstraído mientras meditaba su respuesta.
—En realidad, tenéis que saberlo —dijo, hablando más para sí que para Jana—. El rey no quiere que nos limitemos a encontrar y liberar a los dos agentes desaparecidos. Quiere que la misión se lleve a cabo tal y como estaba prevista. Y para eso hay que atravesar el laberinto.
—¿Qué es, una especie de prueba? —preguntó Álex en tono burlón.
Railix frunció el ceño.
—Esto es una misión real, chico. Una misión muy peligrosa. La ruta secreta del Laberinto conduce a la frontera misma del mundo de los Muertos. Termina en la Puerta de Plata… ¿Habéis oído hablar de ella?
Tanto Jana como Álex asintieron, aunque Álex no había oído mencionar la existencia de aquella puerta hasta aquella misma mañana.
—Los muros invisibles que separan este reino del Otro Mundo se han vuelto permeables. Muchos espíritus han aprovechado la circunstancia para regresar e intentar quedarse entre los vivos. Para ello, acaparan toda la magia que pueden…
—¿Adónde quieres ir a parar? —preguntó Jana.
—Creo que ya lo sé. —Álex estudió pensativo el rostro áspero de Railix—. Tu rey quiere que los espíritus regresen a su lugar. Quiere cerrar la puerta…
—No. Quiere controlarla.
Aquella respuesta consiguió desconcertar a Álex.
—¿Controlarla? —repitió—. No entiendo…
—Si conseguimos controlar el paso a través de la puerta, podremos imponer condiciones. Los espíritus no pueden quedarse eternamente de este lado. Necesitan ir y volver, ir y volver…
—¿Queréis negociar con los muertos? —preguntó Jana, incrédula.
—No son todos los muertos. Solo son aquellos que no pueden resignarse a aceptar su propia muerte, los que han dejado asuntos pendientes. Y sí, queremos negociar con su muerte… Nosotros les dejamos ir y venir y ellos, a cambio, nos entregan su magia.
Jana lo miró con los ojos muy abiertos.
—¿Eso puede hacerse?
—Su Majestad cree que sí. Una vez conquistada la puerta, ellos dependerán de nosotros para usarla. Y en eso consiste justamente nuestra misión: en conquistar la puerta.
—¿Intentarán impedírnoslo? —preguntó Jana.
—Claro —Railix lanzó una breve risotada—. Ahora saben lo que intentamos, y harán todo lo que puedan por detenernos. ¿Cómo crees, si no, que perdimos a Kinow y a Pórtal? Fueron ellos… los Olvidados.
Jana se estremeció al oír aquel nombre.
—Los Olvidados —murmuró—. Es espantoso pensar que ellos puedan… que ellos tengan la llave de esa puerta.
—Veo que lo has entendido —la interrumpió Railix—. Es mejor que la tengamos nosotros. Y cuanto antes consigamos controlarlos, mejor. Ganan poder cada día que pasa.
—¿Cuándo iremos a ese lugar? —preguntó Álex.
—¿Al laberinto? Tendrá que ser esta noche —Railix desvió la mirada hacia la barra—. Vaya, parece que vuestra comida ya está lista.
Jana se levantó a recoger su plato. En lugar de seguirla, Álex decidió aprovechar aquel momento, que quizá fuera el único que se le presentase en toda la comida, para hablarle a Railix del mensaje de Erik.
—Necesito ver a solas al rey —dijo, inclinándose hacia delante y mirando al entrenador Drakul a los ojos—. Y tiene que ser hoy mismo, no puedo esperar. Es muy importante…
—Ya te he dicho que el rey os recibirá cuando regresemos del laberinto —replicó Railix, molesto—. ¿Es que no me has oído?
—Cambiará de opinión. Dile que tengo un mensaje que viene de la gruta negra del escorpión. Él lo entenderá… Y estoy seguro de que querrá recibirme.
—Le pasaré el mensaje —rezongó Railix—. ¿Qué es, una especie de contraseña? No la había oído nunca…
Jana regresó en ese instante con su hamburguesa en una mano y el sándwich de Álex en la otra.
—Te toca ir por las bebidas —dijo, dejando con brusquedad los platos sobre la mesa—. No me gusta hacer de camarera, y menos cuando nadie me lo agradece.
Sin intentar defenderse del ataque de Jana, Álex se levantó de su asiento y se alejó en dirección a la barra, donde recogió los dos vasos altos de Coca Cola que Lilieth acababa de servir para ellos.
—Railix me ha dicho que vais a acompañarnos al laberinto —dijo la muchacha, sonriéndole como si estuviese hablando de una excursión al campo.
—¿Tú también vienes? —preguntó Álex.
—Por supuesto —Lilieth lo miró directamente a los ojos—. No hay nada más divertido que ir a un parque temático de noche… Sobre todo, cuando te juegas la vida de verdad.