Se quedaron los dos solos, frente a frente, separados por la inmensa puerta y por una distancia que no se podía medir en pasos ni en metros, porque no era una distancia material, sino espiritual.
Enmarcada en la gigantesca ojiva de plata, Jana era una silueta menuda y frágil. Álex apenas podía distinguir la expresión de su rostro, pero sus ojos, oscuros y suaves como una noche aterciopelada, eran los de siempre.
—Era… era mi madre —la oyó decir dentro de su pensamiento.
—Jana, he venido a buscarte. —Por alguna razón, Álex sentía que no debía perder el tiempo, que debía explicarle a Jana con urgencia los motivos que le habían llevado hasta allí—. Si tú no puedes salir, yo entraré a por ti.
—Tienes que irte, Álex —Jana miró asustada a su alrededor, como si temiese algo—. Ahora, por favor; antes de que sea demasiado tarde…
—¡No voy a irme sin ti! He venido a sacarte de ese lugar, sea lo que sea, ¿me entiendes, Jana?
—Eso no puede ser —la voz de Jana sonaba mortalmente triste—. De aquí no se puede salir. ¿Qué quería mi madre? ¿Por qué estaba contigo? Pensé… pensé que la encontraría aquí, pero no estaba. Ni tampoco mi padre. No hay nadie, Álex. Nadie… Es decir, hay sombras, miles de sombras con las que no te puedes comunicar. Cada una debe de ser un alma atrapada, como yo. Y cada una debe de sentirse la única criatura viva aquí… ¡Es un infierno!
—No lo es. Si existe un infierno, es esa especie de antesala de la muerte en la que existe tu madre. Lo siento, Jana. Se ha convertido en una especie de máscara vacía, supongo que para protegerse del sufrimiento. Pero, aun así, nos ha ayudado…
—Ha huido al verme —dijo Jana con la voz rota de amargura—. ¿Cómo ha podido pensar que yo iba a hacerle daño?
—No es dueña de sus actos. Lo único que la mueve es el miedo. Debes perdonarla…
—Supongo que ya lo hice hace tiempo. Pero debes irte, Álex, por favor. No voy a ayudarte a entrar aquí, y no podrás entrar sin mi ayuda. No es tan fácil, ¿sabes?
—Solo voy e entrar para sacarte de ahí, Jana. No vamos a quedarnos. Puede hacerse, estoy seguro. ¿Es que no quieres volver?
A través de la distancia, a Álex le pareció ver flotar una sonrisa a los pálidos labios de Jana.
—¿Crees que a alguien le puede gustar estar aquí? Es como vivir dentro de una pesadilla que no termina nunca. Sientes y sufres con tu cuerpo, solo que no tienes cuerpo; no es más que un espejismo… ¿Crees que alguien se quedaría aquí dentro si pudiera escapar?
—Algunos lo hacen…
—Sí… para seguir siendo lo que somos aquí dentro: sombras incapaces de actuar, y de comunicarse.
Eso es todavía peor.
—Tiene que haber una forma de salir. Fui a ver a los guardianes, ¿sabes? Ellos dijeron algo que podría servirnos. Algo así como que la clave está dentro de cada uno…
—Los guardianes —murmuró Jana—. Quizá les interesaría saber quién es el culpable de que yo esté aquí. Tiene mucho que ver con ellos…
—¿De qué estás hablando?
Por un momento, los oscuros ojos de Jana le parecieron sorprendentemente cercanos.
—Fue una trampa, Álex. Pértinax me tendió una trampa. No sé cómo, se puso en contacto con el espectro de sus hijas, y ellas le avisaron a él…
—¿A quién?
La respuesta tardó unos segundos en llegar.
—A Argo.
Álex sintió que le flaqueaban las piernas.
—¿La sombra que te arrastró al otro lado de la puerta era la de Argo? Edgar no la reconoció…
—Veo que ya sabes quién es. Debiste decirme que habías hablado con él. Si hubiésemos confiado el uno en el otro…
—Lo sé. Pero no podemos cambiar lo que pasó, Jana. ¿Dónde está Argo? ¿Sigue ahí?
—No lo sé —replicó Jana, mirando temerosa a su alrededor—. Ya te he dicho que los demás, para mí, son solo sombras. Pero podría estar muy cerca, Álex. Por eso tienes que irte…
—No. Voy a entrar.
Con decisión, Álex comenzó a caminar hacia la Puerta de Plata; pero con cada paso que daba, el viento oponía más resistencia a su avance. El resplandor del interior se fue oscureciendo progresivamente, hasta que ya no pudo distinguir la figura de Jana. Y lo pero era que su cuerpo apenas podía luchar contra la brutal violencia de la fuerza que le impedía continuar.
Después de diez pasos, se sentía tan agotado y dolorido que tuvo que detenerse a tomar aliento. El rugido del viento que salía de la puerta le ensordecía los tímpanos, y las sombras se iban alargando hacia él, fundidas en un torbellino de oscuridad del interior.
Cuando por fin se sintió lo suficientemente fuerte como para continuar, Álex alzó la cabeza hacia la puerta.
Jana ya no estaba… No podía distinguir siquiera su silueta. Le había dejado solo… Había desaparecido.
—Déjalo, Álex —dijo detrás de él la voz de David—. Sin su ayuda no podrás entrar. Ella no quiere que te sacrifiques.
—Alguien tiene que ayudarme a entrar ahí dentro —contestó Álex, desesperado—. Tiene que haber alguna forma…
—Si la hay, la encontraremos. Pero no ganaremos nada quedándonos aquí mirando a esa especie de agujero negro que hay al otro lado de la puerta. Anda, ven conmigo. Dora nos está esperando.
Álex se volvió a mirar a David. Podía sentir aquel viento destructivo y sobrenatural rugiendo detrás de él, interponiéndose como un gigante invisible entre él y Jana.
—David, ahora sé quién lo hizo. Necesito que hagas una cosa por mí. Necesito que vayas a ver a Nieve y a Corvino y se lo cuentes. Fue Argo…
—¿Argo arrastró ahí dentro a mi hermana? —David apretó los dientes—. Debimos imaginarlo…
—No lo olvides, tienes que decírselo a Nieve. Están muy lejos ahora mismo, pero acudirán cuando los llames. Es importante que sepan.
—Hablas como si no fueras a acompañarme. Tienes que venir conmigo, Álex. No puedes quedarte aquí… No puedes entrar, y probablemente sea lo mejor para todos. Ya es suficiente con haber perdido a Jana.
—No —Álex se encaró de nuevo con la amenazadora puerta, cada vez más negra y hostil—. Erik, tú puedes ayudarme. Erik, por favor, ayúdame. Hazlo por Jana…
—Erik no está ahí, ¿recuerdas, Álex? Por favor razona. No vale la pena seguir insistiendo…
—Erik no puede mantenerse al margen eternamente. Si no quiere regresar al mundo de los vivos, que se atreva a entrar en el de los muertos. Antes o después tendrá que hacerlo, si de verdad quiere cerrar esas malditas puertas para siempre. No podrá hacerlo desde esa especie de vacío al que él llama «la Frontera».
—Está bien. Regresemos, entonces. Le pediremos a Dora que vuelta a contactar con Erik y que él decida lo que debemos hacer. Es la única manera, Álex. Vámonos; Dora nos está esperando…
—No. No será necesario. Mira, ¡fíjate!
Álex señaló con un dedo tembloroso hacia la puerta. Al otro lado del torbellino de viento, la silueta de un animal se paseaba de un lado a otro olisqueando el suelo. Quizá notó la mirada de Álex fija sobre él, porque de inmediato se quedó quieto, levantó la cabeza e irguió las orejas. Sus ojos de color ámbar se posaron en los de Álex sin curiosidad ni sorpresa. Era un lobo…
Era Garo.
—Gracias, amigo —murmuró Álex, sintiendo que un nudo se formaba en la garganta—. No debí pedírtelo, lo siento…
Sintió la mano de David Aferrándole el brazo.
—Es una locura, Álex. Ni siquiera con la ayuda de Erik lo conseguirás. Probablemente ni siquiera conseguirás reunirte con ella. Dicen que, ahí dentro, las sombras no se ven unas a otras. Están completamente aisladas…
—Yo la encontraré. Lo que siento por Jana no es tan frágil como para que esa puerta pueda romperlo.
Sostuvo durante unos instantes la mirada sombría y compasiva de su amigo.
—Ojalá tengas suerte —murmuró David, rindiéndose por fin—. Si me necesitáis, llamadme. Acudiré.
Sin vosotros, tengo la sensación de que no me queda mucho que hacer aquí.
—Te equivocas. Probablemente eres, de todos nosotros, el que más tiene que hacer en el mundo de los vivos. Pero te lo agradezco mucho, David. Y Jana también te lo agradecerá cuando se lo cuente. Espero que pronto pueda hacerlo en persona…
—Yo también —murmuró David sin ninguna convicción.
Garo seguía esperando al otro lado de la puerta, sus ojos cálidos fijos en Álex. A su alrededor el torbellino de sombra se había calmado, diluyéndose poco a poco en un resplandor plateado semejante al amanecer en algunas regiones costeras.
—Adiós, David —dijo Álex—. Despídeme de Dora… Buena suerte.
—Buena suerte, Álex. Buena suerte a los dos…
Sin volver la vista atrás, Álex caminó decidido hacia el altísimo arco de la catedral en ruinas. Ahora, una brisa suave soplaba en la dirección de sus pasos, enredándole el cabello. Poco a poco se iba viendo envuelto en la atmósfera luminosa del Otro Lado. Al llegar al umbral, se dio cuenta de que ya no podía retroceder… Garo lo atraía hacia el interior como un imán, y, aunque hubiera querido, no habría podido resistir a su llamada.
La envolvente luz de plata lo acarició, lo rodeó por todas partes.
Estaba dentro.
Estaba muerto.
Ahora, tenía que encontrar a Jana.